Saturday, March 16, 2024

Urrutia y Locke sobre el nuevo negro

Es poco probable —pero no descabellado— que en 1937 Gustavo E. Urrutia estuviera al tanto del ensayo de Alain Locke; que titulado El nuevo negro, se extendía en una colección de literatura y ensayos acerca de la cuestión racial. No obstante, la conferencia Puntos de vista de el nuevo negro de Urrutia(1937) coincide con el tema de Locke; aún si careciendo de su proyección intelectual, más centrada en objetivos políticos concretos, no humanísticos.

Eso es paradójico, porque es el interés humanista del Renacimiento de Harlem el que desagua su interés; consiguiendo su establecimiento como objetivo claro, pero distorsionándolo desde ahí con su intelectualización. Pareciera que la función de todo el movimiento norteamericano fuera ese establecimiento del objeto político; no su desarrollo en una cultura necesariamente alternativa y marginal, que sólo se consigue con pragmatismo. También es cierto que el Renacimiento de Harlem se da en el contexto del Writers Project, del New Deal; organizando las directrices del movimiento, como un discurso ideológico antes que una cultura efectiva.

De todas formas, es en ese contexto que se da el trabajo del puertorriqueño ArturoAlfonso Schomburg; cuya visita a Cuba, con el ánimo de dar a conocer la cultura afrocubana en Nueva York, fue anunciada por Urrutia. Eso quiere decir que el momento era un momentum, como el espacio de confluencia de ambas culturas; y que estas fueron capaces de reconocer la especialidad del instante, y provecharse del mismo. En todo caso, incluso con la mediación de Schomburg, está claro que Urrutia y Locke coinciden en su objeto; uno en ese liberalismo que solapa el carácter reaccionario de toda revolución, el otro en la desconfianza de su conservadurismo.

Más interesante aún que eso, Urrutia pertenece a esa generación negra contra la que se erigió el Harlem de Locke; simbolizada en el industrialismo preconizado por el instituto de Tuskegee, de la mano de Booker T. Washington. El lazo es el de Juan Gualberto Gómez con el presidente de Tuskegee, al que incluso encomienda su hijo y promete su colaboración; de la que sale la juventud negra que forma la primera élite profesional negra y próspera en Cuba, reunidos en la Sociedad Atenas.

En ese sentido, la proyección de Locke sobre el negro es universalista, y sistematiza la negritud como valor; la de Urrutia es local en ese pragmatismo de su conservadurismo funcional, no sistemática sino puntual. Pero estas no son direcciones opuestas, en esa connotación existencial que impone la precariedad política del negro; son complementarias, y tienen en esto la capacidad de organizar la renovación de la cultura toda, más allá de su negritud.

Locke, por ejemplo, se detiene en el problema negro y lo describe, que es en lo que lo sistematiza, con su comprensión; Urrutia plantea el problema en abstracto, y busca las posibilidades de este negro para su realización práctica. Lo curioso en esto es que Urrutia no es negacionista, que es en lo que resulta complementario a Locke; se detiene en los aportes concretos de lo negro, y aún si no es tremendista y cosmológico, es existencial en lo minucioso.

Eso es importante en Urrutia, por las mismas falencias que señala Locke en la proyección del negro; inevitables en tanto parte de una situación de patrocinio, pero castrantes por el peso de la dependencia política. Esta contradicción última, que no puede resolver Locke, es la que proporciona la sencillez de Urrutia; poco intelectual pero efectiva en ello, alentando el industrialismo personal, en la potestad del individuo sobre su socialidad.

No hay manera de entender al uno sin la perspectiva del otro, que es en definitiva el fallo de Du Bois; que en su ambigüedad representa toda la ineficacia del intelectualismo, por su falta de dimensión existencial. Esto es lo que muestra Urrutia en su conservadurismo, como expresión del pragmatismo de Juan Gualberto Gómez; más sólido que si fuera meramente político, como en el caso del blanco con el que coincide, porque es existencial.


Maestro, crónica de un fracaso anunciado

En aparente sorpresa para muchos, Maestro fracasó con ninguna victoria en los premios Oscar de 2024; pero la sorpresa es incomprensible, pues la película no era más que un acto de auto complacencia intelectual. Desde la incapacidad de Bradley Cooper para superar su propia excelencia, a sus obvias pretensiones en la dirección; y desde ahí a un esplendor excesivo del blanco y negro, que ya es tópico en su valor de semi documental, no dramático.

Junto a eso, los personajes eran increíblemente planos, ya aplastados por el bajo contraste de su fotografía; pero sobre todo por el carácter apologético y discursivo, recitativo incluso, de una biografía sin profundidad. No puede haber profundidades ni dramatismo más llamativos que el de la sexualidad de Leonard Bernstein en su tiempo; tampoco del tránsito de Felicia Montealegre, atravesando los corredores de esa atracción, sin dudas maravillosa.

Solamente esos elementos brindan la profundidad existencial que la película requiere, pero que el guion increíblemente ignora; y desde ahí en adelante, todo no pasa de ser el regocijo colectivo de un grupo de quimeras hollywoodenses. No importa si Maestro fue la apuesta de Netflix contra la tradición de Hollywood, es también su producto; como el hijo adolescente que se rebela contra sus padres, exhibiendo el dineral que hace en sus gigs tecnológicos.

Para su asombro, sólo la economía primaria de la industria garantiza producciones decentes, no importa si predecibles; que es lo que le da sentido como industria, no la experimentación festinada de jóvenes que creen sabérselas todas. Esta trifulca contra Hollywood, que resuelve Hollywood siempre a su favor, es así como la de la economía; en que el exhibicionismo tecnológico olvida su dependencia de los panaderos y barrenderos de la localidad.

Los lumínicos de Spielberg y Scorsese en la producción alimentaron las expectativas de una falsa cultura cinematográfica; pero resultaron en lo que eran, un grupo de machos auto complaciéndose, a ver quién la tiraba más lejos. Esa es el intelectualismo y artistaje —no la intelectualidad ni el arte— contemporáneos, que ya no son ni postmodernos; y vuelve los ojos esperanzados a una industria que muestra su fortaleza, no importa su corruptibilidad natural.

Friday, March 15, 2024

Gustavo E. Urrutia y el ni tan extraño caso del conservadurismo negro en Cuba

Martín Morúa Delgado puede ser la personalidad negra más dramática en Cuba, con su importancia y profundidad; pero este dramatismo tiene un sentido histórico, dado por la confrontación política con los Independientes de color. Más interesante, aunque menos llamativo, sería el caso de Juan Gualberto Gómez, con su asociacionismo negro; también Gustavo E. Urrutia, con su conservadurismo desconfiado y su racionalidad de clase media, descollando en prosperidad.

Todos —pero especialmente Urrutia— tienen en contra ese conservadurismo, que los hace réprobos al espíritu revolucionario; puede que —pero nadie sabe— porque en su funcionalidad antropológica evidencie la disfuncionalidad política del otro. En definitiva, el liberalismo es paradójicamente conservador, con su énfasis en la conservación del estatus quo; que es la sociedad como estructura última de lo humano, en un valor propio que la sobrepone a la cultura. En contraste, el conservadurismo negro es funcional en su naturaleza antropológica más que política; respondiendo a su intrínseca precariedad en este sentido, aún si confluyendo por esto con el conservadurismo clásico; que sí es político, por su determinación directamente económica, y basado en la estructuralidad de lo social.

Eso es paradójico como principio, pero no en la realidad en que ocurre, como expresión de la clase media; con la aglomeración de una aristocracia resentida en el absolutismo del Versalles del siglo XVII, con tanto tiempo disponible. Eso, en el entorno de una nueva economía, que extiende en la modernidad la estructura del clientelismo feudal; con una cultura de consumo, en la que el corporativismo económico subvierte y corrompe al industrialismo; en el juego de manos en que se sustituye a la aristocracia tradicional por la financiera, en su aseguramiento del capital.

Nada de eso tiene que ver con la cultura negra, que emerge en Cuba como de servicios, subordinada a esta decadencia; pero sí la condiciona en esa precariedad primera, en que la persona concreta debe velar por su subsistencia. Esta sería la explicación de ese conservadurismo, incomprensible al suprematismo moral revolucionario; extendido en el patrocinio de las clases pobres en otra forma de determinismo, también racial en ese suprematismo.

En definitiva, el liberalismo comprende sus propias determinaciones, pero no las de la raza negra que patrocina; y a la que reduce a esa pobreza de casta, con esa dificultad del idealismo para comprender la singularidad histórica. El problema del conservadurismo en general, sería que parte de una contradicción del liberalismo como premisa; que es falsa, porque ambas son expresiones de la misma estructura económica, distorsionada por las presiones políticas.

De ahí deviene en la reducción moral, que presupone una identidad política propia de los negros, en tanto pobres; que es ofensiva, basándose en su patrocinio por la contradicción liberal, no menos supuesta que su mismo liberalismo. Así, al negro conservador se le tiene universalmente como desclasado, condenado a la fatalidad del proletariado; que en el racismo progresista, podría escalar a pequeño burgués, pero a costa de su legitimidad.

Por eso, el mérito político de estos negros es deslegitimado por principio, sin reconocerle alguna posibilidad; desechando incluso —como supuestamente individualista— el esfuerzo familiar y comunitario que los construyó. Contra esa grosería política se formó Gustavo E. Urrutia, como intelectual y político, desde su solidez profesional; como representante de una sorprendente clase media negra, cubana y próspera, contra todo reduccionismo ideológico.

No hay ilustración más vistosa de eso que la colaboración entre el Booker T. Washington y Juan Gualberto Gómez; intercambiando esfuerzos para la formación profesional de los negros cubanos, como los cimientos de su clase media y burguesía. De esa red alternativa, que era de recursos culturales más que políticos, surgió el elitismo de la Sociedad Atenas; y este elitismo, el punto de mira de la sociedad negra, con tal que no le jugaran la suciedad del patrocinio socialista.

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