Tuesday, October 28, 2014

El nombre de Morfeo

Todas las religiones del mundo han atribuido significados premonitorios a los sueños, incluido el purismo moralista de los cristianos; y en oposición directa, como corresponde, el pensamiento científico ha negado también tradicionalmente esta atribución. La verdad seguro está en algún lugar entre estos extremos, como suele ser lo propio, si se tiene en cuenta que el pensamiento científico es de suyo un comportamiento religioso y confesional; en el que la Razón es un convenio funcional que sustituye al de Dios hasta en la negación del mismo, como en todas las religiones que en el mundo han sido. No obstante, dada la naturaleza mítica del pensamiento religioso, conviene acercarse a la materia de los sueños a través de la ciencia; toda vez que (¡hey!) esta se basa en hechos rigurosamente comprobables, no importa si a partir de los mismos desarrolla un mito; contrario a las tradiciones religiosas, menos exigentes con esa factualidad de los hechos en que se basa, desde que incluso su objetivo y alcance es distinto del científico.

En todo caso, ya se ha aceptado que el cerebro —sede del pensamiento, no importa si religioso o científico— trabaja incluso en esos estados de inconciencia propios del sueño; como un administrador robótico, que pone en orden el alud de información recibido durante el día, de modo aún inconsciente. Esto último se referiría a la información periférica que se recibe, en relación con el objeto de atención o independiente del mismo; y que almacenada como memoria, su valor periférico quedaría desplazada a la subconsciencia, pero sin perder valor como referente activo. En un proceso puramente mecánico, sin tocar aún un aspecto espiritual, el cerebro necesitaría la creación de nuevas sinapsis para organizar ese pensamiento; lo que haría organizándolo en una narrativa lógica, pero donde la lógica —aún si aún aparente— no la proporcionaría la subjetividad de la conciencia, sino la otra subjetividad —un poco menor— de la propia secuencia de sucesos que se organiza. Eso explicaría la (todavía) aparente objetividad del pensamiento subconsciente, apelando a la lógica propia de los sucesos; sometida aún a una comprensión subjetiva, en tanto esa lógica tampoco sería real y propia de los mismos sino dependiente del marco cognitivo y referencial propio del sujeto, aún si aún inconsciente.

La narrativa resultante de esta organización sin dudas espontánea es un sentido, también sin dudas más objetivo y probable que el de la comprensión consciente; explicando con ello la otra virtud, parcialmente aceptada por la ciencia, de que el cerebro procesa esa información para ofrecer soluciones a problemas actuales basado en la memoria. Esto aún entroncaría con un aspecto espiritual, si se tiene en cuenta que el espíritu es un principio activo por el que se organiza la naturaleza; resultando así en una especie o subnaturaleza con carácter singular, basado en la peculiaridad de sus funciones; que en el caso humano sería la re-determinación inteligente de sus actos, determinados en principio en compulsiones instintivas… aún si todavía aún de origen cultural, dado que la cultura es ya esa (otra) naturaleza.

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No habrá que olvidar nunca que el nombre de Morfeo significa Forma —así sin más—, en un mundo no opuesto a la ciencia en que los dioses serían la simple conceptuación de los principios activos en que se determinaría la realidad; esto es, fenómenos que en tanto metafísicos tienen una naturaleza paralela a la ciencia, nunca en relación con la misma, no importa el mito del dogmatismo científico de que la metafísica es un nombre casual con que se clasificó algunos libros de Aristóteles. Sabemos que ni siquiera el dogmatismo es errado, pero que consiste en la absolutización de su propia convención mítica; como esa de la ciencia, que a pesar de que puede explicar las cosas se muestra renuente a ello, como si fuera un sacerdote egipcio celoso del poder que detenta.

Sunday, October 26, 2014

Del arte y la filosofía (ExCátedra)

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La filosofía surgiría como práctica cultural determinada por las necesidades auto reflexivas del ser en tanto humano; ya que la humanidad significaría una suerte de apoteosis, desde que el valor del conocimiento acumulado incide en este alcance mayor de la memoria, como la reflexión del Ser sobre sí. En este sentido, el Idealismo denominaría un principio o concepto, por el que esta reflexión del Ser sobre sí acude a un referente externo a sí mismo; que en tanto artificial lo reproduce a él mismo, y por tanto le sirve como esa referencia desde la que puede redeterminar sus actos. No obstante, en la tendencia natural al crecimiento, este principio a su vez denomina una tendencia de la práctica en tanto disciplina; que así ya se objetivaría al establecimiento de esta referencia del Ser para su reflexión sobre sí, en una ontología. El problema ahí sería que este crecimiento carecería de referentes críticos propios que lo regulen, creando una distorsión en el espectro cognitivo con que se resuelve; aunque en relación con la existencia misma del Ser se haría tan contradictorio, que provoca a su vez un trauma correctivo, en tanto dicha praxis ocurre como un fenómeno real. Es decir, más allá de esta distorsión inevitable al Idealismo, la realidad es cognoscible por sí misma; de modo que puede imponer esas correcciones necesarias al Idealismo, en la contradicción directa del Realismo, que al menos lo movería en forma de un objetivismo. El problema ahí es que todas estas prácticas se resuelven en un espectro político, que así las adjudica valor institucional; como otro factor de distorsión, por el que la práctica se ve doblemente compulsada al Idealismo, en los discursos de valor político con que en últimas se determina la realidad humana en tanto cultural.

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El Realismo es entonces un complemento necesario al Idealismo pero no es inevitable como este, dada la naturaleza política de las prácticas de conocimiento; que se revierte en un peso económico, como otra distorsión aún sobre el desarrollo de estas prácticas de conocimiento, ya completamente corrompidas en su alcance e integridad funcional. En este sentido, el Realismo será siempre el valor primero de la reflexión en tanto cognitiva; ya que el objeto mismo del conocimiento es la realidad, en tanto cualidad primera de cualquier otro objeto, cuya consistencia (realidad) funcional sería derivada del sujeto que así lo comprende por su función. Es este realismo lo que es distorsionable por la necesidad de un referente externo, en el principio idealista; y ese idealismo resultante es lo que deberá corregirse posteriormente en una complementación objetivista que lo retorne al Realismo, ya en la práctica misma del conocimiento.

En ese sentido, el Idealismo pasa a funcionar como la reflexión de valor análogo que es el realismo poético del arte; ya que ese antropomorfismo, que resulta en un realismo virtual, es en sí mismo un ontologismo, por el que el objeto de conocimiento es (cognitivamente) reproducido como poético. Será de ese modo que el arte salve el escollo insuperable para la filosofía, como práctica cultural sujeta a la distorsión política; pero sólo porque el arte retiene como residuo ese valor cognitivo de su naturaleza formal, en la que primero se resolvió la práctica del conocimiento, en base a la sistematización de la memoria. Por tanto, en cuanto el arte se sujeta al valor político de las instituciones asume también esas distorsiones que sufriera la filosofía; haciéndose disfuncional como la misma, y sólo justificable como esta en el ego y la hipocresía de clase del estamento que lo practica.

Elíptica

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Hacía ya rato que el culto había terminado y los otros sacerdotes estarían en sus cosas, él ni siquiera se había quedado atrás con un propósito definido; la liturgia respondía a la regla y eso garantizaba su efectividad, no era algo que se le ocurriera cuestionar. El sol se había desplazado de la hendija en la pared, por la que ahora se veía el campo que circundaba al templo; se asomó, nunca lo había hecho y sintió el impulso, le llamó la atención la espalda encorvada del campesino, que se volvió como si hubiera sentido el peso de la mirada. En realidad lo había sentido, una presión distinta al ardor del sol y que le hizo volverse hacia el majestuoso edificio que todo lo aplastaba en derredor con su masividad; vio al monje y frunció el ceño intrigado, no podía comprender cómo el otro conseguiría haberse trepado hasta el colorido rosetón sobre el arco principal. Por supuesto, faltaba el cristal —que siguiendo la secuencia era uno azul—, por eso podían verse uno al otro; pero el monje no estaba allí arreglando la rotura, y de igual modo era intrigante la forma en que habría llegado hasta allí sin los aparatosos andamios que lo hicieran lógico. Por alguna razón el otro no resistió la mirada insistente e intrigada del hombre y se retiró del ventanal, pero aún percibía el peso de esa mirada atravesando el hueco donde había estado el panel azul; su perturbación era exagerada, no tenía motivo para sentirse interpelado por la mirada de un tipo con el que no tenía nada que ver, como si él fuera un monje y el otro un campesino.

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En efecto —recordó mientras se sentaba—, estaba convencido de la naturaleza religiosa de su vocación y de su trabajo; por eso eludía los cuestionamientos que le hacían partícipe de una clase soberbia e hipócrita, aunque estaba convencido de su honestidad. Ser profesor de filosofía en una universidad prestigiosa tenía su precio, siempre lo había sabido; pero el precio era cada vez más alto, y aquel hombre venía a ser un pretexto de su propia personalidad para insistir en sus cuestionamientos. ¿Cómo miraría un monje egipcio al campesino que lo mantenía con sus ofrendas?, obviamente con naturalidad; pero eran otros los tiempos, y él se sabía un monje, tan mediocre como podía serlo un sacerdote egipcio, y vivía de aquellas matrículas con que el sistema esclavizaba a la gente del mundo real. De todas formas el malestar era de una naturaleza incomprensible, pues todo se hacía siempre según las reglas que garantizaran la efectividad; miró de nuevo a la hendija desde la oscuridad provocada por el continuo desplazamiento del sol, no quiso volver a asomarse sino que le dio la espalda a la abertura. Se dirigió el monje a sus propios asuntos, rezaba admirado de una regla que todo lo había previsto; no sólo la necesidad puntual de la liturgia y los sacrificios por los que se había consagrado al dios, sino también los peligros del demonio del ocio sin contemplación.

Monday, October 20, 2014

La isla de las mujeres tristes

Cuando se ha llegado al segundo tercio de La isla de las mujeres tristes, se comprende entonces la euforia del jurado del premio de novela Verbun 2014 por ese título; pero antes ha debido corregirse la perspectiva un par de veces, comenzando por la definición misma del género, que no es que sea errada pero sí bastante confusa. Entiéndase, difícilmente será este libro una novela en el sentido clásico del término, con una acción tan dilatada que se diluye; recuerda más bien aquel género efímero pero promisorio de la antinovela, con el que los simbolistas se negaron a todo acuerdo con el criticismo racional de los realistas; aunque, lo dicho, diluye las largas descripciones en unos parlamentos que califican al libro más como un drama elegíaco; con sucesivos solos, en que las Borrero acuden como ménades a destrozar el recuerdo de la que las condenó a la locura. Por supuesto, cuando se ha llegado ahí se está eufórico también, porque pocas veces la literatura cubana se ha atrevido a tanto; esto es, a una ficción desmesurada, que de histórica sólo tiene los personajes y alguna que otra referencia eventual, pero no precisamente el drama. Lo curioso es que a todas luces eso es lo que pretende, y a lo que por tanto se suelta como el aedo antiguo; sin más apoyo que el epíteto casual que aquel usara como recurso nemotécnico, pero para recrear las situaciones más escabrosas y delicadas, con esa misma languidez del modernismo excelente que retrata.

Vale la pena repetirlo, este título —no convengamos en el género— sólo tiene de histórico los personajes y alguna referencia; su valor por tanto es el de la ficción total, que así explica la probidad del premio, pero no su alcance verdaderamente literario. La isla de las mujeres tristes puede ser así la recuperación de una práctica tradicional a la literatura cubana, que mezclaba ficción y ensayo histórico antes del desastre reduccionista de sus instituciones; y llama la atención porque su autora, Elizabeth Mirabal no es literata de formación sino periodista, ajena por tanto —aunque sólo como principio— a esos meandros de la teoría y la especulación estética. Eso, junto a cierta inmadurez en las imágenes, anuncia que las mejores letras de la Mirabal están por venir y serán cierta y estrictamente literarias; probablemente (ojalá) ensayísticas, pero no en la árida investigación de archivos ajenos, sino en la creación de los propios. Respecto a la madurez de las imágenes, es contradictoria, pues usa una fraseología muy inteligente que acude al vuelo poético; pero acude también a recursos que la abaratan, como cierta profusión de intertextos, innecesarios en tanto carecen de valor referencial o paródico y son netamente formales.

No obstante, que eso ocurra en un momento dado del libro —junto a ciertos barroquismos visiblemente carpenterianos— y no a todo lo largo del mismo, permite la certeza de que se trata de la gestación de su propia madurez; que al fin y al cabo esta es una ópera prima, por muy premiada que sea, y no es precisamente que no merezca el premio, como una luz en la desolación de nuestro paraje literario contemporáneo. El libro es así magnífico y vital, recreando un drama inusitado, que molestará a buena parte de esa legión de cuidadores del museo de nuestra literatura; sobre todo por esa intrepidez —muy fina, por cierto— con que se atreve en sus elaboraciones, partiendo ya desde el matiz ligeramente erótico del encuentro entre Julián del Casal y el sagrado Antonio Maceo; pero llegando a una recreación abiertamente erótica —finísima también— entre Casal y el padre de las Borrero, un patriota suicida, atrevida aún si extraída de un panegírico amanerado pero por lo típicamente modernista.

Además de eso, para quien lo pueda leer —y no hay que tener un doctorado para eso— el libro abunda en un par de perversidades sobre nuestra contemporaneidad; en alusiones que por innecesarias abaratan lo que de otro modo hubiera sido un cristal labrado al estilo de los mismos que evoca, pero que igual provocan una malévola sonrisa en el lector, lo que nunca sobra. Eso sí, quien espere encontrarse aquí el panegírico de la virgen triste saldrá trasquilado como un lobo que se vistiera de oveja; porque aunque sólo revele el esfuerzo de su autora, este libro aspira a recuperar esa máxima madurez perdida de nuestros predios, y en eso es muy digna. La isla de las mujeres tristes evoca en sí misma una imagen de toda la literatura contemporánea, que en su vanguardia solía ser un rompehielos descubriendo la Antártida; pero que siendo hoy un bucólico paseo sobre nuestros lagos universitarios, en la seguridad de las barcas de nuestras cátedras (¿catedrales?), ignora el bullicio pútrido del herboso fondo, al que repentinamente se ha lanzado la Mirabal.

Sunday, October 19, 2014

Tratado acerca de la novela


Jorge Volpi hace una defensa banal y en ella defectuosa de la novela, los venerables Milán Kundera y Leonardo Padura se encargan de hacer esa defensa más coherente y positiva; no sólo eso, sino que de hecho la justifican en una funcionalidad que la hacen indispensable a la vida moderna en esa positividad. Demasiado directa y racional esa positividad, sin embargo, pareciera ser otra falacia, como toda justificación; esto, no importa la estatura real de sus postuladores, establecida además por el pragmatismo mayor del mercado, que es siempre confiable en tanto representaría los intereses reales del consumidor, que es la persona real. En verdad, la confiabilidad del mercado es conocidamente sesgada, en tanto este no es ya una transacción directa y positiva; sino que respondiendo a manipulaciones de mercadeo, moldea al consumidor en sus necesidades, imponiéndole unas innecesarias sobre otras imperativas. De ahí la desconfianza por todo lo que se sostenga en discursos, que al final responden a las necesidades del mercado; porque en perspectiva se trataría incluso de otra manipulación, a la que se habrían prestado esos postuladores en la exacerbación del ego por el éxito aparente. Se trata en esos casos de la defensa del estilo de vida y no de la probidad del producto, que en definitiva sostiene al autor; y que por ello lo engarza a un sistema cuya crítica tiende a hacerse ineficaz, justo por la otra eficacia de estas manipulaciones del mercado.

La prueba de eso estaría en el carácter fuertemente ético y no estético de las reflexiones que proponen, que es lo que hace que sus estéticas sean funcionales; lo que en detrimento de la objetividad del esteticismo, velará sin embargo la eficacia verdadera de esa reflexión, desviándola del alcance ontológico para centrarla en lo político. Es en eso en lo que radica su carácter manipulador, por el que en definitiva sólo justifica la existencia de esas instituciones que así postula; no importa si la ética que propone resulta obvia y prístina en su racionalidad, como todas las elaboraciones modernas, que han producido no pocos horrores. La novela después de todo es un producto moderno, al menos en la madurez en que se la conoce hoy día; lejos ya de la ingenuidad de los post trágicos griegos, cuando la poesía lírica y la narrativa se impusieron al teatro y la épica con sus dramas positivos. Fue la modernidad la que le impuso este funcionalismo, justo con el surgimiento de la institucionalidad política de la cultura y el racionalismo; que si bien tuvieron frutos probos, se debe a que todo en tanto real es de alcances positivos y negativo en partes iguales, dependiendo el peso mayor de la parte que se enfrenta.


No obstante, frente a esa racionalidad de la novela moderna y su espíritu crítico hubo una opción más contemplativa y con ello esteticista; fue el drama romántico, que desligado de la inmediatez de lo político proponía una reflexión de carácter más ontológico, y con ello más efectiva también. Con eso, la novela de hecho retornaba sobre el valor analógico de la reflexión cognitiva, que era la calidad del antropomorfismo representativo; cuya derivación en el sentido recto del pensamiento racional dio lugar a la filosofía como una práctica reflexiva posterior al arte, en una función de suyo contraria —por la objetividad—como ya se la representaba en los panteones antiguos. La decadencia de la novela moderna es inevitable con la postmodernidad, no importa lo que diga Volpi; lo que además responderá a los ciclos naturales de toda evolución, a la que se niegan los estamentos exitosos de cada período —con lo que resultan conservadores—; pero frente a ellos ya habrá habido precursores que se atrevieron en las redacciones imposibles de la nueva ficción, en que se rescata aquella la antinovela francesa como el ensayo borgiano, o la estética incomprensible aún en su reivindicacionismo reflexivo de Lezama Lima

Friday, October 17, 2014

Cocorioco (Feijoseana III)

Thursday, October 16, 2014

El Trauma (Feijoseana II)

Tuesday, October 14, 2014

Esto, esto y esto [Feijoseana]!

Monday, October 13, 2014

¿Jornada feijoseana en EdItPar? (Poster)


Sermón para Stephen Hawking

Con toda esa autoridad que le corresponde en tanto una de las inteligencias más agudas de la humanidad en estos momentos, el superfísico Stephen Hawking ya postuló la inexistencia de Dios; lo que de novedoso sólo tiene la autoridad, aunque tampoco es eso poco, si corona en apoteosis la tradición científica del ateísmo. El único problema con el postulado es que Hawking es físico —probablemente el mejor— y el concepto de Dios es metafísico; es decir, que la única autoridad de Hawking al respecto —que no es poca— sería la que le otorgue el sentido común, con la consistencia de una lógica avezada en la prueba y el error. Aún así, la naturaleza tan distinta entre el objeto y el sujeto del postulado insistirá en introducir la malhadada y persistente duda; algo así como de si no es de poco sentido común hacer postulados apodícticos respecto a objetos tan distintos del propio que le resultan contrarios, y puestos a ver hasta contradictorios.

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En realidad, la persistencia del ateísmo suele ser tan reductiva como el fanatismo religioso al que se enfrenta; lo que no es extraño sino recurrente, para asombro de todo el que se asome a este debate que antecede incluso al de los universales, olvidado en su inutilidad. A estas alturas debería saltar a la vista que referido un fenómeno como sobrenatural se alude entonces a una cualidad suya de sobreposición a lo natural; que aludirá entonces a la determinación de eso natural, y cuya representación —en tanto objeto de conocimiento— ha de hacerse en formas naturales. Eso explicaría de paso la fascinante monstruosidad de la imaginación premoderna, que sin  sonrojos imponía alas y nimbos como los antiguos ponían cuernos y otras anomalías anatómicas; es decir, para así representar cualidades como la ubicuidad, la extrema velocidad, la descomunalidad del poder, o el nivel de abstracción (pureza).

Que a los científicos de hoy les falte imaginación para lidiar con eso es triste y descorazonador, y seguro decepcionaría a sus sagaces precursores; pues esos sí que tuvieron imaginación para saltarse el muro de la profusa imaginación religiosa e intuir que el mundo físico tenía explicaciones inmediatas y físicas; misma imaginación que no tienen estos para imaginar que este complejísimo de híper determinación de lo físico en lo físico se podría haber representado en una cualidad metafísica. Después de todo, y teniendo en cuenta la relatividad de las
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cosas, pudieron haber visto que el pensamiento primitivo era práctico e inmediato; no sólo que su facultad abstractiva era de corte antropomorfista sino que su materia misma era utilitarista, y por tanto poco dada a la noción de periodicidad de los elementos químicos o de los estados propios de la naturaleza. Nada más natural que en cuanto el pensamiento humano alcance la madurez sufici8ente se detenga en esos tópicos, pero que por lo mismo no lo haga antes de tener esa madurez; que al fin y al cabo se trata siempre de la masa crítica que hasta poetas contemporáneos pueden abstraer en metáforas atrevidas como esa de una cantidad hechizada, por sólo poner otro simple ejemplo. Obvio, el problema aquí es que Hawking no es poeta, lo que ya destilaría una sutil y pérfida desconfianza ante la sutileza de su conocimiento sobre física; porque si aún en la contemplación de esa vastedad que es el universo no puede acceder al valor abstractivo necesario para sistematizarlo más allá de lo físicamente —¿Qué es una abstracción?—, su agudeza sería más tópica y snob que efectiva…




…por eso Dios es siempre más grande
bendito sea su nombre por siempre!

Saturday, October 11, 2014

Feijoo, next in line!

Wednesday, October 8, 2014

Samuel Feijóo en su propia grandeza

Si la experiencia de editar un libro sobre Samuel Feijóo nos expone a la frescura y la riqueza de su tan singular intelecto, la de insistir en su celebración nos expone a otras contradicciones; por las que se revela su propio peso, en tanto figura incluso angular de un momento también angular de la cultura cubana, y por ello con la capacidad de trazar perspectivas aún en su muerte. Se trata de la reacción tan visceral que puede provocar, dada la innegable intensidad de su activismo político; teniendo en cuenta que gozó del reconocimiento normal a esta extrema singularidad suya, en un panorama de represión incluso vulgar, del que de alguna manera participó. No hay que justificarlo, ni tampoco es probable que lo necesite, pues al fin y al cabo hijo fue de su tiempo; y esa inserción suya en ese tiempo suyo le habría de granjear naturalmente el resquemor de los que de modo injusto serían marginados por ese régimen vulgar del que participó y en el que se reconoció.

Feijóo no tiene el carácter pasivo del mero funcionario al que accedió Onelio Jorge Cardoso, por ejemplo; fue una luminaria con capacidad para generar y organizar sistemas, con los que apoyaría o no aquello que entendiera. No obstante, y sin ánimos de contemporización, ya está dicho que difícilmente necesite de justificación; porque fue como fue, y consecuente con ello, no disminuye en nada su estatura cultural, aunque sí resalta su compleja humanidad. Claro, habría que acceder a algún realismo y reconocer que humanidad no es una naturaleza idílica y conciliadora; sino que por el contrario, es un complejo y capaz de atrocidades enormes, en medio de la más beatífica contemplación. Aún así habrá que reconocer la distancia entre ideólogos y verdugos, que sin disminuir la culpa diferencia los roles; con lo que también agudiza las perspectivas y la capacidad de error, que siempre es individual.

Feijóo no era un santo, como tampoco lo fueron las víctimas que se blanden de ese tan injusto tiempo humano que vivió; dígase la arrogancia revolucionaria venida a menos de Heberto Padilla, la otra arrogancia zorruna e intelectualoide de Guillermo Cabrera Infante, el victimismo resentido de José Lezama Lima —bendito sea su nombre por los siglos de los siglos— o la histeria inconsecuente de un inflado Reinaldo Arenas. Frente a todos ellos, la pléyade oficial no desmerece ni por un punto, ni siquiera por ese de su relación con el sistema; sobre todo si se tiene en cuenta que el resentimiento de los otros reside en que fueron rechazados por el sistema y no en que ellos mismos lo rechazaran, no importa la experiencia puntual en que eso ocurriera.

Ese es el tipo de contradicción que aún hace atractivo —por lo dramático— el acercamiento a ese tópico de la cultura cubana, sobre todo la literaria; que pareciera una gran pasarela, en la que las modelos de la última generación se ponen zancadillas agitando sus contratos con las casas de moda que representan; que si Lezama como Dior o Arenas como Carolina Herrera, Cabrera Infante como Oscar de la Renta… y así ad infinitum. Da igual, de todas formas ya pasaron los tiempos en que esas rencillas producían críticas enjundiosas; los tiempos son los de la mezquindad, acarreados por la superproducción de sujetos estéticos sin verdadero interés ni objeto… sólo en la pasarela. Curiosamente, uno de los dramas que sufriera el auto denominado sensible zarapico de Villa Clara, sería el ajuste de la esfera académica en una dirección más técnica; como si ya se previera lo que este exceso artificial de carreras humanistas podría provocar en la redeterminación de las culturas, y que le hiciera renacer de una revista en otra más amplia y menos funcional, más suya, como su propia grandeza.

Sunday, October 5, 2014

Preliminares al Tríptico de la suma singularidad

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El surrealismo se apropió del divino Jarrys —más bien propio del simbolismo que arribaba desde Alemania— por su postulación de la Pata o Hípermetafísica; un sistema que rebasa las cotas de la broma colosal a que lo rebajara el vedetismo intelectual de los surrealistas, bien que con esa ladina ambigüedad en que el mismo no aclara su sentido. No obstante, el postulado es en sí filosóficamente enjundioso, hasta en su exhortación moral al infantilismo como juego; que no siendo al juego infantil sino al infantilismo como juego, denota una sutileza genial para esquivar el lugar común de las convenciones más aceptadas. La hipermetafísica se postula como la ciencia de las excepciones, una pretensión demasiado desmesurada para no asustar al mismo Jarrys; pero por la que al fin se habría sintetizado la posibilidad de comprender sistemáticamente los fenómenos en su misma singularidad, rebasando por fin las insuficiencias del cuantitativismo del análisis racional. No será gratuito entonces que la propuesta aparezca en el ámbito de la reflexión estética, el arte; aún si eso significa que se sacrificará a la corrupción de otras intuiciones geniales en ese mismo sentido, como el surrealismo; porque en definitiva se tratará de una reivindicación del valor analógico de esa reflexión, en oposición al reductivismo típico del racionalismo.
 Ese es el sentido de este Tríptico de la suma singularidad, que forma parte del proyecto de la Sistematización de Occidente[i]; si bien despojado de las distorsiones humorísticas con que lo corrompiera el surrealismo, y también —muy probablemente— sin su alcance. Después de todo se trata no sólo de una aplicación práctica del sistema, sino también de una primera aplicación en este sentido; luego de que permaneciera en esa nube del falso sarcasmo con que el conceptualismo del arte postmoderno camuflara su inoperante suprematismo moral. Esa, por ejemplo, habría sido la causa primera de la corrupción del estilo (surrealista) como la propuesta reflexiva que pretendió ser; pero por la que al menos sirvió como la burbuja del conocimiento agente (aristotélico), que preservara a la hipermetafísica más allá del decadentismo en que diluyó a la prepotencia ya convencional del surrealismo. El Tríptico de la suma singularidad es entonces un intento de comprensión de las determinaciones históricas de la cultura occidental; que en una finta bastante atrevida, aquí se extiende hasta el medio o cercano oriente, pero no a la expansión americana.
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La razón de esto residiría en esa naturaleza metafísica con que el análisis se refiere a la determinación de Occidente; y en la que el medio Oriente participa de modo muy activo, ya desde su propio origen, y con el que sigue interactuando aún,  de forma más determinante que Latinoamérica; mientras que esta expansión americana ocurriría incluso como fruto de esa madurez del Occidente, inaugurando la modernidad, y como parte íntegra suya. En todo caso, y como parte de esa Sistematización de Occidente, el Tríptico de la suma singularidad es una revisión crítica; que integrando en la especulación tanto la historia como la filosofía, las subordina al valor analógico de la reflexión estética. De ahí su pretensión de eficacia en la comprensión de los problemas históricos y políticos, en tanto culturales; pero en lo que la comprensión sólo denota la exaltación de esa belleza con que está construido el mundo, desvirtuando la soberbia ideológica con que siempre nos puede manipular el maligno —los intereses, el dinero, el poder o whatever you call it!. No desconoce esto la enormidad de su propósito, en tanto lo que pretende es una sistematización más o menos total de esa historia de Occidente; pero logrado o no su objetivo, queda planteado ya en su posibilidad, susceptible de las debidas correcciones.


[i]. El proyecto Sistematización de Occidente cuenta con un video acerca del desarrollo histórico de la filosofía como fenómeno cultural. //CF: https://www.youtube.com/watch?v=ikSare7gjbU

Friday, October 3, 2014

Del Japón

Entre los muchos efectos estéticos que pueblan la ceremonia del té, sobresale el del misterio (yugen); proponiendo esa teatralidad por la que se acentúa el dramatismo de la puesta en escena, y con ello su belleza; que es un estado de sublimación emocional, y por tanto apela más a la percepción del objeto que al objeto mismo. Anclado en este efecto del misterio —lo mistérico— está el otro, el de la temporalidad y la imperfección (wabi-sabi); que supone que el objeto es más atractivo cuanto más efímero, y con algún elemento de imperfección que acentuaría este otro dramatismo de su temporalidad inevitable. Es habitual el contraste entre la cultura japonesa y la occidental, que la mira con curiosidad y atraída por el ya lugar común de su misterio; que no por repetitivo deja de ser efectivo, con ceremonias como esta del té, en cuya repetida levedad se recoge toda la intensidad emocional del mundo.

No obstante, no es tan marcado el contraste, si en el origen la cultura occidental se mueve por los mismos principios; como cuando los sumerios —según comentario— concuerdan en que la perfección conduce a la muerte, incluso si es porque en cuanto apoteosis es así final y estática en su imperfectibilidad. Es decir, la estética sumeria que subyace en los genes de Occidente coincide con la japonesa en su invocación mistérica; en ambos casos se trata de la experiencia del sujeto ante el esplendor del objeto, en lo que parece una exaltación del sujeto sometido al mismo en su contemplación.

No será gratuito entonces que la ceremonia del té figure entre los ritos de reconciliación para los japoneses, con esa dignidad en que no es sólo una chinería; es como un recordatorio al decadente Oeste de que en su origen están las claves de su pervivencia, y que una simple introspección (¿ontología?) podría bastar para su recuperación acelerada. Después de todo, la ceremonia del Té es una tradición venerable, que se ha incrustado vengativa en la occidentalización del Oriente; retraída como una contracción —en la Cábala, cuando Dios se contrajo fue para hacer posible su propia realización sobrenatural con la creación de la naturaleza, y fue Titsum—, semejante a esas recapitulaciones fecundas como cuando Sócrates y San Agustín culminan la sofística y la patrística.

Thursday, October 2, 2014

¿Paradoxa?


 A mediados del siglo XX, un científico contaba divertido la anécdota de una creacionista que dudó de su evidencia sobre la redondez de la tierra y su heliocentrismo; la buena señora creía firmemente no sólo en el geocentrismo —en pleno siglo XX— sino incluso que la tierra era sostenida por tres elefantes posados sobre una jocotea, que a su vez era sostenida por un elefante. A la pregunta mordaz del científico acerca de en qué se posaba este último elefante, la señora respondió que obviamente había una serie infinita de elefantes; y por absurdo que nos parezca ese diálogo de burlas, aún hoy hay multitudes que ponen en duda todo lo científicamente demostrable. Más asombroso sin embargo, los científicos de hoy postulan fantasías que ni el más fervoroso creacionista se atrevería a imaginar; como por ejemplo, que el universo entero sea un holograma, que es una de sus especulaciones más fascinantes.

En realidad es poco probable que el universo sea un holograma, puesto que en su condición estrictamente formal no generaría subproductos complejos; como —tensemos la cuerda— sujetos cognitivos capaces de auto reflexionarse en una especulación sobre su propio origen y consistencia material. No obstante, hemos de reconocer que esta duda es tan razonable como atenida sólo a principios; y vista la velocidad con que la ciencia suele contradecirse últimamente, más vale tomarse sus veleidades a pecho y ser relativos en todo. De hecho, ese mismo principio acerca de la inconsistencia de la forma es excesivo al extremo de exigir cierta incredulidad; pues asume entonces que la abstracción del objeto dado entre una substancia y una forma suya es efectiva y no meramente convencional y cognitiva; cuando todo el mundo —incluidos los científicos— sabe que la épica del Ente [ontología] no se diferencia en nada de la de Roldan y Eneas, con la que curiosamente suele coincidir.

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Lo curioso en todo caso es esa misma especulación del universo como holografía, y que supone un origen de la misma que le es así distinto; lo que no sería sino aplicar al universo las mismas normas que se tenían acerca del mundo, cuando aquel mundo de los creacionistas era el universo entonces cognoscible. Difícil no asombrarse de la paradoja que trae así esta especulación, que por más especulativa que sea tiene un origen científico; no porque se base en un hecho sino porque es una posibilidad recurrente que ronda las cabezas afiebradas de los grandes científicos, asustándolos con su enormidad. No es para menos, aceptarlo incluso como especulación es aceptarlo en su equivalencia puntual hasta con las pruebas tomistas (neo-aristotélicas) de la existencia de Dios; que referidas al primer motor inmóvil, tiene hasta la originalidad de acortar la serie infinita de elefantes con la urgencia de la necesidad; pero que ahora se abre en nuevas propuestas, como la de origen necesario de esa naturaleza formal —no importa lo que signifique la forma— en que ocurre el universo como holografía.

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