Sunday, May 31, 2020

Mapa dibujado por un espía

Por Mario A. Adolfo Martí Pérez
Entre los textos inéditos dejados por Guillermo Cabrera Infante al morir, está Mapa dibujado por un espía; una autobiografía novelada, en la que el autor narra su retorno a Cuba, siendo agregado cultural de la embajada del país en Bélgica. El libro describe una Cuba en la que ya es posible el empobrecimiento de la población y los temores ante la represión política; la contrainteligencia, controlada por Barbarroja (Manuel Piñeiro Losada), se dedicaba a remodelar el Ministerio de Relaciones Exteriores, en el que ya Roa y su gente no tenían importancia

La idea era construir una especie de Agencia Central de Inteligencia (CIA) cubana, con la cobertura diplomática; eso no quiere decir que pretendían que todos los diplomáticos cubanos fueran espías profesionales, pero si dominar ese organismo. Para eso tenían que desmontar el servicio exterior de gente con pensamiento independiente, irreclutable según sus parámetros; primero los intelectuales, que eran en su mayoría agregados culturales. 

Un intelectual, por definición no es confiable para un centro de espionaje; y en esa depuración cayó mucha gente, Adolfo Martí (mi padre), César López, Pablo Armando Fernández y Guillermo Cabrera Infante, entre otros muchos. Se llamó a consulta a decenas de diplomáticos, y se les dejó en Cuba con pretextos burdos; que muchas veces terminaban en procesos groseros, y sobre todo traumáticos. 

El libro no puede ser considerado literatura cainiana en sentido estricto, o no está a la altura de otros textos del autor; no es Tres tristes tigres o La Habana para un infante difunto, es un descuidado relato de vivencias; como una panorámica desde balcón de su apartamento de lujo, sobre La Habana en 1965; esa mirada particular de su autor sobre un mundo en erupción, que de algún modo recuerda a Memorias del subdesarrollo.

Existe una enorme contradicción, entre los recuerdos del escritor y los de otro del común, sobre aquella Habana de 1965; no porque una de las dos partes mienta, sino simplemente porque la ven desde ángulos opuestos. Cabrera Infante llegó a una Habana deslumbrante de fines del cuarenta, y a base de talento evolucionó como un huracán; de residente en un solar de la calzada de Zulueta a escritor de éxito, que podía comprar una propiedad horizontal en el edificio de 23 y M, el recién inaugurado Seguro Médico; manejaba un auto convertible del año y disfrutaba de todo lo humano y divino de aquella ciudad de ensueño.

Para él todo en La Habana a la que regresaba era, parafraseando a Neruda, naufragio revolucionario; para cualquier otro también, pero era así mismo un mundo inconmensurable por descubrir, llena de filin, sofisticación y misterio. Aun La Habana se negaba a morir, muchos apenas subían la escalera que Caín (Cabrera Infante) bajaba; para esos, el cataclismo fue la Ofensiva Revolucionaria de 1968, luego de la cual la ciudad sucumbió sin dejar rastro visible hasta hoy en día.
Es, sin dudas, una lectura apasionante y muy recomendable.

Monday, May 25, 2020

Hollywood, la televisión que viene


Decir Televisión que viene es una generalización extrema, pues se trata de una cultura completamente nueva; es decir, estaríamos ahora mismo en el vórtice de una singularidad, tras la que laten los nuevos medios y géneros. Ese no es el problema, porque es apenas natural y lógico en toda evolución, incluso en sus aspectos críticos; lo que asusta aquí es el carácter de esa nueva cultura, que se impone solapadamente a través de los medios actuales.

Eso es lo que salta a la vista con esta serie, en que se critica el esplendor de la industria del cine norteamericano; no porque la crítica sea injusta sino porque es sesgada y parcial, y en ello rehúye su naturaleza. Por supuesto, toda posición de poder implica su abuso, porque es un problema de la naturaleza humana; achacar eso a la ferocidad del capitalismo es ignorar la ferocidad del socialismo que lo critica y perpetuar el problema, como demuestran los últimos eventos del movimiento feminista.

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La serie muestra su falencia desde el inicio, con esos jóvenes trepando al signo de Hollywood en los créditos; que no sólo alude —con mucho tino— al drama alrededor del que se mueve, sino también a la legitimidad de los esfuerzos que se frustran. Es decir, para la serie el problema no está en que esa juventud se realizara como trepadora, en busca de un sueño narcisista; pues siempre que aluden a un problema de realización personal, es en este sentido del estrellato en el mundo corporativo del cine.

Según los presupuestos de la serie, esa brutalidad corporativa va contra la realización de aspiraciones genuinas; que se extienden hasta el problema político de la representación, en cuestiones de raza, género y sexualidad. A estas alturas no es difícil ver la reducción maniquea, de una crítica falsamente liberal de los prejuicios conservadores; que en el maniqueísmo obvia la ponderación histórica y hasta la naturaleza antropológica de esos problemas que trata, porque su interés es abiertamente ideológico.

El drama gira alrededor de las decisiones sobre filmar y cómo la película Peg, y es de la historia de una actriz asiática, marginada por su origen étnico; y que va a ser adaptado al nombre de Meg, para que sea interpretado por una actriz negra, luego de haberse optado por la opción natural de una actriz caucásica. El proyecto además es escrito por un negro, en el Hollywood de la década del cincuenta; y todo está rociado con el otro problema de la sexualidad sumergida de los artistas, condenados al vicio por el ostracismo.

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La serie incluso da una participación simbólica a Hattie McDaniel, con su debida declaración de principios; que incluye la trascendencia familiar y ontológica de su propia actuación en Gone with the wind, porque sin símbolo no hay ideología. En la consagración final, la entrega de los oscares no es una grosera muestra de banalidad, sino un camino al ara de sacrificio; en la que ganan los personajes representativos de minorías, mientras los blancos (comunes) los aplauden, y terminan haciendo el primer filme gay de la historia. 


Otras participaciones vindicativas son las de Rock Hudson, Scotty Bowers y es de suponer que muchos otros; de modo que la serie sí se presenta a sí misma como esa reivindicación de un Hollywood obligado a la clandestinidad. No deja de comprender ciertas contradicciones, como en parlamentos desarrollados en la ficción dentro de la ficción; en que ciertos actores, asumiendo otros papeles, llegan incluso a extrañar aquella vida sumergida y libertina.

Estas proyecciones devienen así en morales, con una justificación expresa de necesidades políticas; renegando del pragmatismo económico que construyera a la industria, por sobre el riesgo de quebrarla en el forcejeo. De hecho, parte del drama es el heroísmo en que ha de imponerse el bien sobre el pragmatismo; y en medio de esas contradicciones, aparece la figura inefable de Eleanor Roosvelt con su exortación debidamente moral.

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Esa es una de las características de la serie, con la gente de poder como dioses dadivosos en su inteligencia; que reproduce así la estructura patriarcalista y feudal de los partidos únicos, en su absolutización del bien. A estas alturas, dicha teología se salta hasta el determinismo económico de Carlos Marx en El capital; con esa exortación perentoria a hacer lo que es correcto, como si eso fuera tan simple y claro además.

La proyección es tan ideológica que resulta moralmente supremacista y reductiva, con esa distinción tan clara entre el bien y el mal; que recuerda los peores ejemplos del llamado realismo socialista, en que lo real se definía como lo necesario, y esto era siempre el bien moral. Ni en los peores tiempos de la Contrarreforma católica la manipulación fue tan fragante, con un índice de valor al menos negativo; con el que sólo se cuidaba de no exponer al rebaño a experiencias negativas, dejando la catequesis para las parroquias. 


Wednesday, May 13, 2020

La canción del emigrante, de Carlos A. Díaz Barrios

Por Bárbara Teresa Suárez

Regreso de Miami a Casablanca, en avión, leyendo un libro. Un libro que es una canción, una canción de un emigrante, como yo, solo que él hace su viaje en tren, cruzando fronteras, y encontrando gentes. Por eso su viaje aunque sí me cuenta desencuentros, historias terribles que me dicen de soledad y angustia, es un viaje de imágenes, de encuentros. Ese tren sucio que trasporta ganado, tiene un alma tierna y humana.
La composición de la canción me recuerda las Cántigas, esas de escarnio, que nos cuentan algo, en este caso de un camino y con un trovador que va dando el ritmo que tiene un viaje. Ese viaje terrible del ganado hacia el matadero sucede en una geografía específica que viene dada por algunas palabras como: azogue, mezcal, muchachas de rostros chatos primero y después por la cita de lugares en México: Hermosillo, Sonora, Tijuana y algunas características del territorio como el desierto, los cactus, etc.

Yo lector, voy en ese tren. Es imposible no hacerlo, es muy descriptiva la historia y esas claras imágenes que me meten dentro la narración y me hacen visualizar, de tan cercano, todo el entorno, me llevan a símbolos presentes siempre en la cosmogonía de Carlos; se encuentran en tétricos y egipcios escarabajos funerarios, por ejemplo. Hay luz y salvación en esa “mariposa esfera de luz” que aunque si pudiera ser una mariposa monarca va acompañada de “gajos de diamantes”. 
No solo hay un espacio en la canción de Carlos, hay un tiempo. Un tiempo de primeros tiempos, dado por putas que viajan en un vagón acompañándose de un piano para un burdel, y jugadores de póker, y navajas. El hombre solo que describe el viaje tiene bien poco para vivir, ese tren es su mundo, su país. Cuando fuma su marihuana siento la presencia de otro Carlos, el Castañeda, que ya no es un perro, pero transporta su esqueleto, se disuelve, pierde el sí mismo y es en su desesperación, en su mugre, en ese no ser nada, en ese llegar al fondo dónde podrá renacer, florecer, como lo hacen las rosas.
A partir de la invocación a Dios el canto se hace más íntimo y lo siento a través de lorquianas memorias como ese cruzar el rio lleno de adelfas o esa sangre con alas bajo el follaje de la tarde. Pasando la frontera comienza este “renacer”, folklórico a veces, carnavalesco otras, con enanos, mujeres que arrastran un altar de la Guadalupe y el viaje fuera del tren, más allá del rio. Siempre huyendo de la patria y con ella a cuestas. No valen la “universalidad” ni el salvavidas regalado, los muchos oficios, lo aprendido, la gente que está peor que uno. Alusiones continuas a una isla que bien conocemos, a una revolución, a unos discursos.

Reseña del libro del opio
El exilio, “esa industria de latas de conservas y artefactos de plástica”, que te ahoga. Papeles, documentos, visados, no te sirven porque las manos están vacías, no hay brazos, se espera solamente la derrota. Es una canción triste, dura, difícil, aparentemente sin esperanza, pero para quien se mete en una bañadera porque la habitación está llena de cucarachas y le da asco o para quien encuentra a alguien desesperado que conoce a Shakespeare y no se arrepiente de tan terrible viaje, habrá siempre una esperanza.

Monday, May 11, 2020

Las aventuras de Natan


Upload es una serie muy reciente de Amazon Prime, pero no tan reciente como para ser posterior a la última pandemia; por eso la realidad que presenta como drama de ciencia ficción, es una parodia del mundo que iba a ser; que todavía puede que sea, pero no tanto, porque ha habido un trauma social por el medio, que puede volverse político. En todo caso, se presenta como una comedia ligera, con gran pulso en su manejo del humor y el balance de clímax y anticlímax; con una dramaturgia muy políticamente correcta, que no se amilana en la explotación humorística de los clichés más socorridos de la cultura postmoderna.

A grandes rasgos, la utopía esconde el horror distópico de una economía gobernada por las aplicaciones tecnológicas; pero no con el discurso obvio de las novelas apocalípticas, sino con la aparente irresponsabilidad de cualquier comedia ligera. No obstante hay que tomarlo con pinzas, porque lo ligero y lo irresponsable son sólo aparentes y no reales; en esta serie, la sociedad y la cultura han cedido ante el empuje de la grandes corporaciones tecnológicas, y se recrea en las contradicciones que eso produce.

Como curiosidad, el persona central es un protagónico absoluto, que cuenta con la asistencia de su coestrella; no se trata de un drama igualitario, sino que parece ser una búsqueda ontológica, en medio del despliegue avasallador de su realidad. Quizás no se trate de eso expresamente, pero hacia allí conduce sin dudas esa aventura casi en solitario de un héroe; que responde a la contradicción de su partenaire, pero donde este es apenas su incidente más importante y no su igual.

Asombra ese tipo de solución, en una obra decididamente resuelta en el compromiso con lo políticamente correcto; que más allá del lenguaje, insiste en que su sociedad ya ha superado los lastres de su pasado burgués. No es gratuita sino muy intencional el uso de ese concepto de “lastre” y “burgués”, porque tampoco ahí es inocente esta serie; que como una propuesta de idealismo crítico, emula las pretensiones épicas del realismo socialista, que era también idealista y sin nada de realismo.

Aquí, el héroe se encuentra consigo mismo, como producto de una sociedad viciada que reproduce en sí mismo esos vicios; y va a redimirse, en lo que sin dudas va a ser la serie de los trabajos de Hércules que le deparará una segunda y quizás una tercera temporada. En eso inspira cierto terror, más profundo que el de las novelas de la tradición distópica, porque en esta se trata de una fantasía humanista; de esas que se concretaron en los discursos de aquel realismo socialista, como justificación del horror del socialismo.

Esta serie apunta así a una superación de las últimas contradicciones de la crisis neoliberal, con el triunfo de ese falso humanismo; en que la heroína tiene que renunciar al héroe, poniendo sus propios parámetros éticos como el nom plus ultra de toda relación humana. No importa que después ella lo acepte, dado el fervoroso arrepentimiento que demuestra en el reconocimiento de sus vicios burgueses; en lo que es sin dudas otro exceso de estas compañías sobredimensionadas por su crecimiento descomunal, y tan soberbias en ello.

Friday, May 8, 2020

Los gorriones

Un cuento de Georgina Herrera

En el pasado siglo, cuando yo era joven, fuerte y dicen que bonita, viví muchos años en una esquina de privilegios; desde ese lugar se llegaba a cualquier sitio, casonas para comer y beber, parques duchos en complicaciones amorosas, funerarias, maternidad, el cementerio. En las aceras, había frondosos laureles y, justo en la esquina, un espléndido framboyán, goteando desde abril sus rojos pétalos señalaba el inicio de la primavera silenciosamente; y también, marcando el inicio de la estación bellísima, pero desde el primer día, el bullicio de los gorriones llamaba al disfrute de la estación que dije.
Golosos, desenfadados, maleducados y felices, los gorriones y el framboyán eran, cada cual a su modo, una señal de que la felicidad es cierta. Pero el tiempo pasando no puede, no sabe o no quiere ser cauteloso; a zarpazos me puso a una gran distancia de todo lo que aprendí a querer avariciosamente, de todo. El tiempo, a veces, es como un mago malvado y envidioso, torpe y poderoso; no entiende y no permite la felicidad, la vuelve una bola inmensa de fangosa arena; si la tienes y persistes en el disfrute —de la felicidad—, te la arrebata, la cubre de esa mezcla odiosa que ya dije.

Eso hizo conmigo, poco a poco no quedó nada real, ni el sitio para vivir, ni el amor; los hijos, arrastrados por diferentes vendavales, la casa de los vitrales y jardines se convirtió en una casa más. Dejé de ser joven y, por supuesto, también se fue la suerte y ser bonita. Supe del framboyán, que molestaba y de él quedó su tronco calcinado; parece un final apocalíptico, el tiempo, el mago malo gastó la gracia de su malvado truco y no supo renovarlo. Yo, insisto y sobrevivo… es lindo.
Le he ganado una batalla al tiempo al mago malo, que empleó su gracia en hacer daño; vivir en esa guerra es un vaivén, cruzar, dar resbalones, contar lo que tuviste la suerte de haber vivido y, que tal vez, ¿por qué no? se repita. Creo que eso me ha pasado con los gorriones. Sucede que, hasta la casa donde vivo ahora, un día llegaron y acamparon como si fueran los dueños verdaderos; yo dichosa, hasta que alguien que me visitaba un día los vio, los sintió y me dijo: "Te voy a regalar un pájaro bonito y que no haga bulla..”

Trajo el regalo, demasiado callado el ave de peluche y... sí, muy bonito ese conjunto de amarillo y rojo de su cuerpo; ni para comparar yo pensaba en los gorriones al colgarlo en la puerta que da al balcón. Le di la espalda, y como no están muy claras en mis necesidades las cosas de aquí y las de más lejos, perdí el control con el pájaro nuevo. No era tan callado, estaba pidiendo algo, no era un sueño; me volví hacia él, temblando y no, seguía tranquilo, si no feliz, sí indiferente. Aún no recuerdo de qué me sujeté para no ir al suelo; el que gritaba, increpando el para él intruso, era uno de los gorriones. 
Lo que pasaba, parecía una foto de nosotros tres, el pájaro multicolor y como ausente, el gorrión, que al parecer lo maldecía y yo, de espectadora, pensando en cómo perpetuar ese momento antes de que se borrara. Y pasó, como si lo hubiese soñado, pestañeé seguido, cerré los ojos, los abrí; todo era silencio, con la inútil presencia del pájaro bonito y como siempre, más callado que el mismísimo silencio. Lo miraba de reojo, hasta compasiva, como se mira a un pobre ángel aburrido; después alzaba la cabeza, mirando de frente el sitio en el que debían de estar los deliciosos demonios peleándose, amándose, en fin, viviendo a plenitud.
Con el pasar de los días sospeché que los gorriones no tenían interés en restablecerse de regreso; ¿celosos, egoístas?, qué sé yo, pero los extrañaba, aunque el otro era una grata e inútil compañía. Me sentí sola, así que de vez en cuando echaba migas de pan en el balcón, como una señal que no entendió pájaro alguno; y como si su misión fuera cumplir años junto conmigo, el animalito de peluche empezó a perderlo todo, los colores, sus plumas inventadas. Me aburría, no me servía ni para causar molestias.
Pero no todos los días son iguales. Hoy, otra vez, comienza la primavera y desde el balcón, nuevamente me llega el sonido inolvidable con el que siempre avisaban los gorriones; por supuesto que me asomo y miro. Es uno solo, no se está quieto, dice en su lenguaje cosas que llegan a las puertas de mi corazón; las abre de par en par y después se va, pero, para mi gusto, he entendido. Desde entonces, todos los días, junto con el sol, llego al balcón, riego migas de pan, sonrío.

Thursday, May 7, 2020

Georgina Herrera: un palenque de sabiduría


Esto es una entrevista a Georgina Herrera, aparecida en el periódico Tribuna de la Habana, que reproduzco aquí por la perspicacia que revela, como el mejor retrato del espíritu de una mujer que ya entra en su propia y preciosa categoría de negra vieja de antes. La entrevista estuvo a cargo del periodista Víctor González



¿Qué dimensión adquiere la literatura en el contexto que vive el mundo hoy?

Mira, desde que yo era pequeña, hace ya muchos, muchos años, mis primeras maestras en la escuela de vivir, fueron, por suerte, mis tías abuelas, mis bisabuelas y muchas otras ‘Negras Viejas de Antes’, que menciono siempre en mi poesía. Y ellas, cada vez que alguien llegaba con un suceso, al parecer novedoso, decían: ‘Ay mi’ja, desde que el mundo es mundo...’.

“Ha tenido que pasar mucho tiempo para entender lo que había dentro y detrás de esa frase. Después vino otra, con la misma intención: ‘Siempre que pasa igual, sucede lo mismo, y así, hasta el día de hoy y seguirá hasta no se sabe cuándo’.

“Pero el mundo no se va a acabar, aunque parezca que ya se ha desplomado sobre nuestros hombros. Injusticias, cosas buenas, canalladas, traiciones, heroicidades. De todo ha sucedido y, lo único diferente va a ser siempre la época en que sucede. La diferencia, pues, va a estar en la capacidad para entender y saber aprovechar, que tengan quienes ya vienen marcados con la gloriosa flecha de asimilar y trasmitir para el futuro, a su modo, con su estilo, lo que en realidad no es nuevo ni distinto, a no ser en el modo de vivirlo y contarlo. Quien haya pasado sus ojos por encima de la Biblia, leerá que en el Apocalipsis se habla de todo eso: hambres y pestilencias, guerras y rumores de guerra, fuegos, temblores de tierra”.

Si ha podido seguir escribiendo en estos momentos. ¿Dónde encuentra la inspiración? 

—Con la edad a la que he llegado, y lo agradezco a mi destino, estoy en mi casa, sola, confinada. Entonces, me doy gusto leyendo y escribiendo. ¿En qué me inspiro? En mi vida, que es la que conozco y no me dejará mentir. Es la oportunidad de limpiarme por dentro. Me gusta vivir. Tanto, que quisiera que lo de la reencarnación fuera cierto para ser, a mi modo, menos tonta, o más buena o para repetirme.

“Además, constantemente, junto con los sucesos que se repiten, suceden cosas de mucho valor. Ahí es donde entra el que esté poseído por cualquiera rama artística: la literatura, la danza, la música, la plástica, ¡ah!, y la Ciencia, que es la encargada de ‘meter en cintura’ y hallarle explicación al caos reinante.

Tanto escritores como lectores por el estrés que causa la presente situación, pueden bloquearse ante la lectura y la escritura. ¿Algún remedio contra esto?

Oye, mira, yo no sé, yo estoy vieja, a veces medio loca, siento miedos...pero escribo. Me vienen recuerdos, muchos. Lo único que, al parecer tengo bloqueado es el lado malo de los sucesos. No escarmiento. No me estreso. Eso no. Un buen remedio es volver siempre a mis ‘Negras Viejas’.

Proyectos y planes.

—Qué audacia sería tener planes y proyectos, pero es buena la ilusión de seguir viviendo y mirando cuando vuelva la primavera de la vida y haya flamboyanes floreciendo y gorriones con su deliciosa mala educación rehaciendo nidos, eso querrá decir que, de todos modos, ha valido la pena llegar hasta el día de hoy...y el de mañana.

Friday, May 1, 2020

The last kindong, últimas partes nunca serán tan buenas (Updated)


Que la última temporada de The last kindong no sea buena es una exageración, pero no igual mantiene el ritmo; lo que no dice nada del nivel de la producción, que resulta de lujo hasta en los excesos, como esa recreación estética en la violencia. Incluso las actuaciones son dignas cuando no excelentes, que es lo que se esperaba por las precedentes; que sin embargo tuvieron que enfrentarse aquí a las prisas de una dramaturgia hecha con el compromiso de cerrar demasiadas tramas.

Ese es un problema hasta de planteamiento, por la presión para que se concretara esta última temporada; en la que hubo que resumir personajes, naturalmente complejos por su función dramática. En algunos casos hubiera valido la pena sencillamente eliminarlos, y no lidiar así con el lastre; como en el caso de los hijos del protagonista, que se quedan a medio desarrollar, porque no había tiempo para tanta trama.

De hecho, es obvio que esa fue la opción con el caso del protagonista y la fortaleza de Bebbamburg; que sin tiempo para resolverse, se queda como una fracaso del protagonista, sin mayores consecuencias. Ni siquiera ese cabo suelto era necesario, aunque quedara más elegante y limpio en el cierre; como un recurso que bien pudo haberse explotado en los otros casos, incluida la repentina aparición de Sigtryggr.

Otra pena en ese mismo sentido, el personaje capital de Eduardo, rey de Wessex e hijo de Alfredo el grande; que será muy grande el mismo, pero en la historia y hasta puede que en la ficción original, no en esta; aquí no pasa de ser un pusilánime, increíble por demás por la crudeza de los tiempos en que se desarrolla. Esa no es una falla de la novela original, sino de la innecesaria prisa de la serie por cerrar sus cabos; cuando pudo haberlos dejado simplemente todos abiertos, con la promesa a cumplir o no de otras temporadas.

El personaje del rey Eduardo tiene otros defectos, como la obstinación de hacerlo con el mismo actor; un muchachón con cara de niño, cuya transición sólo consistió en mantener una expresión adusta en demasía. El resultado fue la inexpresividad total, como si la madurez se la hubieran inyectado al personaje en forma de bótox; igual que la hermana, Æthelflæd, señora de Mercia, que pasa de pasional a reina sobria con la misma inmovilidad del rostro.

En casos semejantes, la competencia de Netflix —como Starz— no dudan en cambiar de actores; sin siquiera tener que resolver problemas transicionales, como este del tiempo entre una temporada y otra. Claro que esa competencia también peca de excesiva, con extrañamientos que llegan a afectar la credibilidad de su trama; como la colocación de negros en la nobleza de Isabel de Castilla y Catalina de Aragón, con tensión étnica incluida.

De cualquier modo, nada de eso era necesario, y son además problemas que desequilibran el producto final; que hasta entonces era incluso preciosista, uniendo a la riqueza de la producción en general y las actuaciones parejas un tempo propio, que se recreaba en todo. Quizás hubiera sido mejor no apresurarse tanto, y dejar al novelista que madurara su transición; que es extremadamente compleja, porque busca recrear visualmente lo que se ha planteado literariamente.

Se han confirmado los planes para otra temporada de la serie, haciendo más lamentable aún la presión argumental sobre esta cuarta temporada; de modo que ya lo que queda esperar es un deterioro progresivo de este aspecto de la serie, ahora determinada por la voracidad del consumo televisivo. Hasta esta cuarta temporada, la producción televisiva marchaba a la zaga de la publicación de los libros en que se inspira; la cuarta temporada es el emparejamiento de esa carrera, y una quinta temporada es sin dudas el adelantamiento de esa producción televisiva. 



Sara Gómez


El cine cubano tiene un problema natural de representación racial, dado que sus directores son mayormente blancos; no sólo eso, sino incluso hombres blancos, cuya eventual sexualidad quedó reprimida durante los largos años de consolidación. Se trata por tanto de una mirada, con la excepción ocasional de Sergio Giral, su único director negro activo; fuera de esta, de signo más permanente, la otra excepción sería la de Sara Gómez, que además de negra era mujer.

Es en esa singularidad extrema que Sara Gómez ofrece una perspectiva singular y extrema, en tanto propia; hasta el punto de torcer el rumbo de quien fuera uno de los dos directores más sólidos de la industria del cine cubano, Tomás Gutiérrez Alea. Hasta entonces, la representación racial en el cine cubano se limita a la reivindicación esforzada de Giral; fuera de él, es el objeto de curiosidad y dudosa empatía de Gutiérrez Alea y Humberto Solás, la otra ficha fuerte del cine cubano.

Resuena la obstinación de Solás, cuando le encargaron un documental sobre la cantante haitiana Marta Jean Claude; que el desvió en una concesión ladina, con un documental dedicado a la Tumba Francesa, como tradición haitiana en general. Resuena porque muestra el distanciamiento de esa falta de representación, que se niega al reconocimiento personal; diluyendo la empatía en la abstracción política de una tradición, ladinamente menoscaba como curiosidad antropológica.

No es que el objeto no tenga la importancia antropológica, sino que el director no está interesado en antropología; es sólo una excusa para esquivar el reconocimiento de una mujer negra, haitiana por más señas. Del mismo modo el otro par de la terna, Gutiérrez Alea se va a concentrar en problemas abstractos; como el de la confrontación cultural en la plantación cañera, cuando el dueño ilustrado trata de cristianizar a sus esclavos. Aparte de eso, tiene una incursión también con los haitianos, con la película Cumbite; basa en una novela del haitiano Jackes Roumain, se trata de una drama político, situado en Haití.

Sin embargo, en una perspectiva distinta de la de Giral, la pionera de un cine negro cubano será Sara Gómez; porque a diferencia de este, ella no está interesada en reivindicaciones históricas, sino la actualidad social. Con una sólida formación como asistente de dirección, Gámez introduciría el tópico del conflicto social; que en el cine cubano, hasta entonces se había concentrado en la contradicción política, pero no en sus repercusiones sociales.

Con un solo filme, De cierta manera, es fácil ver su repercusión, en el muy posterior Hasta cierto punto, de Alea; incluso en el único filme de ficción importante del más pobre de los directores cubanos, Retrato de Teresa, de Pastor Vega. La eficiencia de Gómez estribaría en que ofrece un espacio de confluencia, no sólo para lo sociológico dentro de lo político; también para la contradicción de género, fuerte ingrediente de ese conflicto social, y la étnica.

En el caso del problema étnico, el recurso es e más eficaz, porque consiste en la falta de conflicto; planteado en el mestizaje de sus protagonistas, rodeados de negros y blancos por igual, en un ambiente marginal. Frente a eso, el trabajo de Giral reluce de dignidad, pero también de ineficacia, como un gesto de cierto patetismo; de algún modo responde a la vergüenza racial por un pasado que considera ignominioso, y del cual necesita reivindicarse.

Ese no es el caso de Gómez, y probablemente por eso consiga alzarse hasta en maestra de sus maestros; desde su desvío del interés de Alea en la comedia y la historia, al interés eventual de Vega en un drama de la vida real. Sara Gómez deja abierta la incógnita de a dónde pudo haber llegado, que sin embargo carece de importancia; porque lo que asombra es ver hasta dónde efectivamente llegó, no importa el silencio de sus pasos largos.

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