Friday, May 1, 2020

Sara Gómez


El cine cubano tiene un problema natural de representación racial, dado que sus directores son mayormente blancos; no sólo eso, sino incluso hombres blancos, cuya eventual sexualidad quedó reprimida durante los largos años de consolidación. Se trata por tanto de una mirada, con la excepción ocasional de Sergio Giral, su único director negro activo; fuera de esta, de signo más permanente, la otra excepción sería la de Sara Gómez, que además de negra era mujer.

Es en esa singularidad extrema que Sara Gómez ofrece una perspectiva singular y extrema, en tanto propia; hasta el punto de torcer el rumbo de quien fuera uno de los dos directores más sólidos de la industria del cine cubano, Tomás Gutiérrez Alea. Hasta entonces, la representación racial en el cine cubano se limita a la reivindicación esforzada de Giral; fuera de él, es el objeto de curiosidad y dudosa empatía de Gutiérrez Alea y Humberto Solás, la otra ficha fuerte del cine cubano.

Resuena la obstinación de Solás, cuando le encargaron un documental sobre la cantante haitiana Marta Jean Claude; que el desvió en una concesión ladina, con un documental dedicado a la Tumba Francesa, como tradición haitiana en general. Resuena porque muestra el distanciamiento de esa falta de representación, que se niega al reconocimiento personal; diluyendo la empatía en la abstracción política de una tradición, ladinamente menoscaba como curiosidad antropológica.

No es que el objeto no tenga la importancia antropológica, sino que el director no está interesado en antropología; es sólo una excusa para esquivar el reconocimiento de una mujer negra, haitiana por más señas. Del mismo modo el otro par de la terna, Gutiérrez Alea se va a concentrar en problemas abstractos; como el de la confrontación cultural en la plantación cañera, cuando el dueño ilustrado trata de cristianizar a sus esclavos. Aparte de eso, tiene una incursión también con los haitianos, con la película Cumbite; basa en una novela del haitiano Jackes Roumain, se trata de una drama político, situado en Haití.

Sin embargo, en una perspectiva distinta de la de Giral, la pionera de un cine negro cubano será Sara Gómez; porque a diferencia de este, ella no está interesada en reivindicaciones históricas, sino la actualidad social. Con una sólida formación como asistente de dirección, Gámez introduciría el tópico del conflicto social; que en el cine cubano, hasta entonces se había concentrado en la contradicción política, pero no en sus repercusiones sociales.

Con un solo filme, De cierta manera, es fácil ver su repercusión, en el muy posterior Hasta cierto punto, de Alea; incluso en el único filme de ficción importante del más pobre de los directores cubanos, Retrato de Teresa, de Pastor Vega. La eficiencia de Gómez estribaría en que ofrece un espacio de confluencia, no sólo para lo sociológico dentro de lo político; también para la contradicción de género, fuerte ingrediente de ese conflicto social, y la étnica.

En el caso del problema étnico, el recurso es e más eficaz, porque consiste en la falta de conflicto; planteado en el mestizaje de sus protagonistas, rodeados de negros y blancos por igual, en un ambiente marginal. Frente a eso, el trabajo de Giral reluce de dignidad, pero también de ineficacia, como un gesto de cierto patetismo; de algún modo responde a la vergüenza racial por un pasado que considera ignominioso, y del cual necesita reivindicarse.

Ese no es el caso de Gómez, y probablemente por eso consiga alzarse hasta en maestra de sus maestros; desde su desvío del interés de Alea en la comedia y la historia, al interés eventual de Vega en un drama de la vida real. Sara Gómez deja abierta la incógnita de a dónde pudo haber llegado, que sin embargo carece de importancia; porque lo que asombra es ver hasta dónde efectivamente llegó, no importa el silencio de sus pasos largos.

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