Thursday, December 31, 2015

Por el amor de Lucrecia

Ignacio T. Granados Herrera
En un viejo y oscuro test de psicología popular, la imagen asociada a la muerte es la de una mujer por la que se le pregunta al sujeto; por supuesto, no hay que ser Simone de Beauvoir para saber que eso está determinado por la hetero normatividad masculina de la cultura occidental; pero igual no es de eso de lo que se trata, sino del significado recurrente detrás de esa asociación. En efecto, la imagen responde a un escondido conflicto de los arquetipos con los que se conforma la ontología occidental; que en el mito bíblico está dada por la relación del Ser con su naturaleza, que son Adam y Eva, como el Bien (Eu) y la bondad (Eua) que implica. El conflicto viene porque esa ontología, que el cristianismo heredó de la cultura judía, oculta otra ontología ancestral; esta es, la de las tradiciones del Sumer, que sería sobre la que la cultura judía se organice como un cosmos. En esa otra tradición, antes que del Ser y su naturaleza, la relación no era subordinada, por lo que se entiende que era del Ser con la realidad; pero no una realidad subordinada como la de la cultura, sino una realidad sobrepuesta al hombre, y que incluso se niega a subordinársele.

No será casual que ese sea el mismo conflicto que se aprecia en la caída de Luzbel, el ángel de luz que se niega a subordinarse al hombre; y que, tipificado como un acto de soberbia, explicará esa frustración de los que así serán excluidos del nuevo orden, y quedarán salvajes en su libertad. Sin embargo, Lilit como la realidad salvaje (prehistórica) tiene la potestad de la venganza, y la ejerce viniendo como un súcubo a derramar la simiente del hombre en las noches; y cuando esta simiente no se ha derramado en balde, todavía ella viene a por sus hijos, que arrebata con una muerte súbita. Este es sin dudas el arquetipo tras ese terror subconsciente al que se alude en el citado test de psicología popular; y sin dudas está tras muchas de las historias de terror de la literatura moderna, como la de La dama de negro (Susan Hill, n. 1942). Sin embargo, personalmente no asocié nada de eso a Lucrecia, el personaje de Chely Lima (Lucrecia quiere decir perfidia) de modo natural; solo cuando vi la película El lado oscuro del corazón, y asocié esa presencia de la muerte como figura poética con la actuación de Jessica Lange en la biopic de Bob Fose All that jazz.

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En ese momento comprendí el tremendo atractivo de la figura de Lucrecia y su franca obscenidad, como esa potestad del sexo femenino; que si bien domesticado a lo largo de toda la cultura judeo cristiana de Occidente, lleva en su interior esa facultad del animal salvaje. Es esa sensación de peligro hondo lo que hace tan atractivas a las mujeres, no importa el género con el que se identifiquen, que es otro conflicto; incluso cuando un hombre se identifica como mujer y actúa en consecuencia, no exhibe esta potestad, que es la del sexo. La obscenidad de Lucrecia es como la última carcajada de Lilit, que observa burlona el temor con que Eva pisa a la serpiente mientras la serpiente le muerde el calcañal al hijo; porque en últimas, todos los hombres son en verdad los hijos que Lilit reclama en su voracidad, como se ve en la repentina debilidad con que se le rinden; mientras ese maltrato recurrente a la mujer que se decide sumisa es como un rencor, porque esta falsa naturaleza es más bien el obstáculo que se antepone con la libertad salvaje del amor de Lilit.

Monday, December 21, 2015

El maravilloso cuanto

Por Ignacio T. Granados Herrera

La afirmación de que la literatura suplía una reflexión necesaria sobre la determinación trascendente de la realidad, es por lo menos compleja; se refiere al otro problema del inmanentismo moderno, que resolviendo a la filosofía en escuelas racional positivas, sólo accede a una comprensión parcial de la realidad; naturalmente complementaria al trascendentalismo premoderno, resuelto por lo general en filosofías religiosas o de la religión. La literatura así habría llenado el vacío reflexivo de la Modernidad, al resolverse en una suerte de realismo trascendental; que obviamente opuesto al idealismo filosófico era así capaz de complementarlo, en esa dicotomía habitual de razón y sensibilidad. Claro está, si la naturaleza reflexiva de la ficción literaria era un realismo trascendental, su mejor cumplimiento habría sido el llamado realismo mágico; ya que ese elemento mágico habría sido la capacidad figurativa adecuada para representar el sinnúmero de determinaciones con que la trascendencia acudía a lo real, en la realización de sus fenómenos.

Eso hace comprensible la otra afirmación de que los avances científicos habrían hecho obsoleta la reflexión literaria; ya que la ficción no sería más un soporte necesario para comprender esa minuciosa y compleja determinación de lo real. De cierto, no hay ficción que pueda superar el vértigo de la continuidad espacio temporal, ni la formulación matemática de los problemas físicos; que es por su parte una de las conciliaciones más importantes de la historia de las prácticas reflexivas, desde que Aristóteles disintiera del abstraccionismo pitagórico de Platón; ya que fue esa atracción suya por la física la que lo conciliara con las búsquedas originales del fisiologismo, interrumpidas por el orientalismo religioso de Pitágoras. No obstante, esta otra afirmación es peligrosa en su sutileza, además de compleja, sugiriendo el equívoco de una equivalencia excesiva; en que como representación de lo trascendente de la realidad,  lo mágico se correspondería con la otra complejidad de lo cuántico, relativo en definitiva a las primeras determinaciones de lo físico.

No es que no sea así,  sino que la equivalencia no sería puntual y exacta sino sólo de principios, ya que al fin y al cabo se trata de una representación;  que en realidad se refiere a la función reflexiva, resuelta primeramente en las prácticas religiosas, que serían las que se relacionen con lo cuántico como metafísica. Está claro que al referirse a los fenómenos sobrenaturales, la metafísica se refiere a las determinaciones de la naturaleza; que por ello le estarían sobrepuestas, aunque sea como principios suyos, sólo separados o abstraídos de la misma en su reflexión. El problema es que la literatura sólo tiene valor reflexivo por defecto, en su propio carácter formal; y con ello la capacidad de representación, según un imaginario recurrente, sugerido o determinado por la cultura como su entorno peculiar. Sin embargo, en el caso moderno, esa capacidad formal estaría subordinada al individualismo también moderno; que la derivaría en discursiva antes que en reflexiva propiamente dicho, aunque por sobre la conciencia con que el individuo establece su discurso se encuentre el subconsciente, más objetivo en su propia comprensión de la realidad.

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Es decir, es posible establecer una conciliación cosmológica en todas las tradiciones literarias premodernas; que en definitiva son aplicaciones dramáticas de sus respectivas doctrinas religiosas como racionalizaciones más o menos excelentes del universo humano; pero no es posible hacerlo con las literaturas modernas, que sólo tendrán alcance universal pero no ese valor inmediato, y de hecho lo contradirían de continuo. El valor del realismo mágico habría sido entonces precisamente haber derivado su representación a la cultura en su determinación como su objeto propio; de ahí la eficacia, justo por coincidir con las doctrinas religiosas premodernas, y por estas tangencialmente con el mundo cuántico. Por supuesto, es igualmente temerario asumir que las cosmologías son intuiciones más o menos acertadas acerca del universo cuántico; muy a pesar de que la primera traslación de una cosmología al interés en la naturaleza externa de las cosas resultara en el atomismo, tan pronto como en los presocráticos. Sin embargo, lo atinado o no de semejante formación es otro problema, muy distinto al de una equivalencia entre la ficción literaria y la física cuántica; que no es que no ocurra, sino que su recurrencia sería demasiado puntual —y condicionada— para ser sistemática y en ello interesante como objeto de conocimiento. 

Saturday, December 19, 2015

Ascenso al Tokonoma (Testimonio)

Por Ignacio T. Granados Herrera

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Adverso a los cultos de personalidad, no puedo decir que lo fuera al de la de José Lezama Lima; tampoco tenía manera de permanecer en esa lejanía, si este culto suyo fue de toda la masividad circundante. No se puede culpar de ello a la mediocridad de la masa, para la que él fue un parámetro de grandeza; se trataba de una figura de transición, convocando con su misterio a una multitud que rechazaba los dioses viejos en busca de una esperanza. El error era persistir en aquella esperanza, pero el error era propio de una época más grande incluso que la de la inquisición; el error era de la modernidad completa, sobre la que brillaba Lezama Lima como un buda de porcelana, de los más kitsch y repetidos. Quizás su poesía sí fuera grandiosa, a mí después de todo lo que me atrajo fue su poética; y aunque creo que al resto también, lo hacían siguiendo los ritmos de su versificación como un incienso que llevara a Dios su oración de santos en el martirio.

Debe ser por eso que aun cuando cayera en el mismo culto de su figura como del sol, lo hiciera contándole todas y cada una de sus manchas; no por perversidad sino porque sabía que en realidad no era su poesía lo que me atraía sino su poética, y también tenía muy claro el por qué. De ahí que aunque de momento deslumbrado por la pedrería habitual del curso délfico y el orfismo, siguiera de largo hacia la otra dimensión; esta sí grandiosa, porque hacía de él el único coloso capaz de hacer atractiva una discusión filosófica; que si bien más pre moderna que propiamente moderna —pero él era un moderno— preparaba en ello la superación de todas las contradicciones de la modernidad. En efecto, la poética de Lezama Lima era toda una soberbia organización teórica, por su no menos soberbia pretensión de lograr un sistema poético; un esfuerzo que coronara en una dilogía novelística extremadamente singular, hasta lo improbable. 

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Nuevamente en efecto, las novelas de Lezama Lima se debieron más al snobismo de una época; en la que todo lo que valiera y brillara en las letras latinoamericanas escribía novelas de sagas familiares, y él también era un snob seguidor de modas. De ahí que estas dos novelas suyas fueran fallidas como novelas —costó aceptarlo y el mérito es de Duanel Díaz— …por poéticas; pero también que por poéticas resultaran en una organización de sus teorías literarias, puede que más eficiente y singular por lo dramática. De ahí que resultara en un larguísimo y complejo ensayo, en el que ajustaba la capacidad reflexiva de la literatura; en una función entonces de realismo trascendental, que se apropiaba por carambola de la eficacia que encontraba el realismo latinoamericano en lo mágico; ya que esta peculiaridad de lo mágico p maravilloso era una figuración convencional para lo trascendente, que así se revertía en una comprensión de la realidad. Más grande que todo eso aún, aunque a la zaga de toda la novelística que pretendía superar, era pues su cumplimiento; paradójica manera en que los últimos resultan los primeros, no por soberbia estructuralidad sino por la modestia disfuncional. 

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Tan así además, esta dilogía será la que haga de él el titán capaz de ser confrontado a toda la tradición de Occidente; que culminando en la excelencia racional del maniqueísmo recurrente de Herman Hesse, podía aportar entonces una comprensión eficiente del mundo en la mera reflexión estética. El culto secundario de Lezama Lima devino así en un improbable neo realismo al margen de Jack Maritain, que por tanto corrigiera los excesos católicos en un neo hedonismo; y que por tanto se alzara para corregir los excesos materialistas —propios de la tradición idealista— con que el Marxismo era en realidad un  seudo realismo. Esta es la forma en que a la larga ese culto secundario de Lezama Lima era una purificación, en su ajuste epistemológico para la historia del mundo; de modo que hasta su plagiario Pabellón del vacío —su propia devoción era borgiana, y cómo no— se convertía en un verdadero ascenso al Tokonoma, que efectivamente había encontrado siquiera en el error.
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Tuesday, December 1, 2015

El banquete

Por Ignacio T. Granados Herrera

Sin las dimensiones colosales por las que Jorge Luis Borges llamara así al Libro de las mutaciones, El banquete es de alguna forma un libro de los libros; está también inspirado en un precepto filosófico, aunque no en el diálogo platónico acerca del amor, sino una preceptiva filo realista, que ve en la literatura una comprensión de la realidad. Obviamente,  esa comprensión de la realidad es de su determinación trascendente y no de su resolución en acto; de ahí que sea de la ficción como ontología y no de valor histórico, o al menos no más allá del alcance antropológico; porque de lo que se trata es de la cultura como realidad o naturaleza específicamente humana, por la redeterminación reflexiva de la realidad en cuanto tal. Es en ese sentido que El banquete resulta un libro de los libros, pretendiendo sintetizar en una sistematización última todas las ficciones de la literatura; lo que, en sentido estricto, sólo entiende como tal al segmento que muere en el llamado realismo mágico latinoamericano, a mediados del siglo XX.

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Eso no es poco, pues recoge en su interés mismo todas las tradiciones literarias hasta entonces; pero no va más allá por el decadentismo postmoderno, que identificaría la capacidad reflexiva del arte con una facultad, en detrimento entonces de esta facultad gnoseológica. Por otra parte, esta pretensión de síntesis de un libro de los libros, no es metafórica ni se refiere a un alcance hermenéutico; sino que apela a un drama, capaz de vertebrar todas las ficciones que en la literatura han sido en una sola, y que así sería un drama cósmico, el de la tragedia humana. No por gusto, incluso si aún con esa capacidad reflexiva, el realismo crítico no es trascendental ni se interesa en la cultura como estructura antropológica de la realidad en cuanto humana;  para eso la ficción habría de desarrollarse, hasta comprender la compulsión de la determinación trascendente en la inefabilidad de lo mágico.

El tema de El banquete es un arquetipo de la literatura cubana, forzado por su elitismo intelectual; y aunque lo hace recreando la recurrencia simbólica de la última cena en el Cristianismo, en realidad su simbología es más snob. Se refiere al tema de la cena lezamiana, aludiendo a una escena de la novela Cecilia Valdez, reproducida como una veleidad cultista del escritor José Lezama Lima en su novela Paradiso. La referencia es recreada por el también escritor Senel Paz en su cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo; en el que ya la define como objeto de reflexión estética con esta recurrencia de Lezama Lima, en una tímida semblanza del también escritor Reinaldo Arenas. La originalidad del planteamiento, si alguna, residiría en el contraste entre el drama recurrente de Herman Hesse y el de la novela Paradiso de Lezama Lima; como la contradicción insuperable de la reflexión existencial en Occidente, trabada en el maniqueísmo por la presión ética de su dualismo estoico (filoplatónico); pero resuelta en el realismo trascendental que la literatura latinoamericana figuraría en lo mágico (García Marques) o maravilloso (Carpentier).

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Eso se resuelve con la superposición de planos paralelos, en uno de los cuales el protagonista realiza su suerte de monólogo existencial; pero ese desarrollo, en que transita por los diversos arquetipos literarios, es observado desde otro plano por las figuras totémicas que son Fritz Tegularius (El juego…) y Foción (Paradiso); que justamente se encuentran en un limbo reflexivo, en una pausa impuesta por ese desarrollo del protagonista. La ocasión es obviamente una excusa para el análisis comparativo de esos emblemas monumentales, que son Hesse y Lezama Lima como referentes reflexivos; la solución es otra cosa, una simple propuesta existencial, que emana sin embargo de ese dramatismo paradójicamente secundario del protagonista. El banquete está disponible para la veta en versión electrónica, en la tienda Kindle de Amazon; también en versión impresa, como librillo o plaquette, en la tienda Cybr Caffe de Miami Beach, en el 1574 de Washington Avenue.

Tuesday, November 24, 2015

Poema LXI

Dulce María Loinaz


En el valle profundo de mis tristezas, tú te alzas
Inconmovible y silencioso como una columna de oro.
Eres de la raza del sol: moreno, ardiente y oloroso
A resinas silvestres.
Eres de la raza del sol, y a sol me huele tu carne quemada,
Tu cabello tibio, tu boca oscura y caliente aún
Como brasa recién apagada por el viento.
Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes,
Muérdeme con tus dientes de fiera joven,
Arranca mis tristezas y mis orgullos,
Arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos.
¡Y enséñame de una vez —ya que no lo sé todavía—
A vivir o a morir entre tus garras! 

Del libro Poemas sin nombre

Monday, November 23, 2015

Estilo Hesicástico

Ignacio T. Granados Herrera
No es gratuito que como fenómeno propiamente moderno, el auge del arte ocurriera durante el apogeo del capitalismo industrial;  este también es un fenómeno propiamente moderno, y el arte habría sido la proyección reflexiva de la época, cono el capitalismo su ordenamiento económico, en la determinación de sus relaciones políticas. La postmodernidad cobra sentido así como resumen y síntesis en que decae la modernidad, cumplido su propio ciclo de desarrollo; significando eso un mayor nivel de contradicciones al interior de la cultura como naturaleza, con la progresiva obsolencia de su organicidad. De ahí que como los procesos de producción en general, el arte también decaiga en el corporativismo; que desconoce sus funciones, sujetándolo al falso pragmatismo de la ganancia económica, termina por distorsionarlo en una burocracia mercantilista. Lo singular tanta contradicción es que nada de eso sería importante, indicando sólo esa obsolencia del sistema todo; que de su realización económica a su reflexión trascendente, sería ya una estructura de suyo disfuncional. Eso explica la fatuidad del arte contemporáneo, reflejada a su vez en la inconsistencia de las relaciones económicas; resultando a su vez en el estancamiento de toda la estructura política, en esa contracción de su masa crítica, antes del salto cualitativo a una reorganización;  determinada en unos procesos de producción distintos, que a su vez se expresarán en otro tipo de reflexión trascendente.
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Como todo lo anterior, eso no es gratuito, y obedecerá a los mismos procesos de desarrollo de la cultura; que a la altura de la modernidad no podía resolver su reflexión trascendente en las prácticas científicas, teniendo que recurrir a la mera representación formal del pensamiento en sí. Sin embargo, ya el desarrollo de las ciencias sería tan apoteósico como lo fuera el del arte al arribo de la modernidad; significando eso la madurez en su capacidad para proveer una reflexión trascendente capaz de comprender la realidad en sus propias determinaciones. Esto se vería al nivel mismo de la cultura popular y su manejo recreativo de las ciencias, que ya comprende fenómenos complejos como la física cuántica y las matemáticas; haciendo innecesaria la representación de lo real en ficciones dramáticas, por esta nueva capacidad del pensamiento científico. Eso es importante, esta conciliación formal es profunda, actuando como una sintetización que refina el pensamiento y sus capacidades; que hasta entonces había enfrentado a la dicotomía de Razón Vs Sentimientos, y por ende de ciencia Vs arte, con toda la ambigüedad y la ineficiencia del mundo para la filosofía. Ahora sin embargo la filosofía se alzaría como reina de las artes, recreando unas ficciones que reproducen el Cosmos en su comprensión paulatina; en forma no menos dramática que el arte moderno, pero sí más eficaz, al no distorsionarse en los meandros del ego, que todo lo hecha a perder con su distorsión del mercado; que como parámetro propio de la realidad en cuanto humana, sería lo que indique las redeterminaciones éticas de la cultura, según la identificación y satisfacción de las verdaderas necesidades.
Por supuesto, esto no quiere decir que ya eso ocurra de hecho sino que como principio es posible; en ese sentido acumulativo del conocimiento, cuya masa ya le permite un alcance auto referencial. De ahí que habiendo alcanzado ese nivel como masa crítica, imponga de hecho una inflexión; que se revertiría en una nueva exponenciación del pensamiento, como su conversión cualitativa, con nuevos alcances en su eficacia reflexiva. Eso sería lo que habría determinado la obsolencia del arte como reflexión trascendente de lo real en cuanto humano; abocándolo a la decadencia, en las prácticas mercantilistas de la burocracia corporativa a cargo de los procesos de producción; en cuya convencionalidad se dirigen a la conservación del status quo de la cultura y no a su desarrollo dialéctico, como parte de esa substitución de hecho; que siendo de la subestructura religiosa por la económica, se dirige en definitiva a la determinación política de la sociedad por sus relaciones económicas. De ahí la contradicción flagrante, del anacronismo de las élites intelectuales no científicas a la altura de la postmodernidad; que subsisten en burbujas de falsa sostenibilidad económica, como el de las universidades y programas de apoyo gubernamental, dada la disfuncionalidad en que en realidad responden al modelo medieval en que se forjó la modernidad. 
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De otra parte, esa extemporaneidad puede verse en la cultura popular, a la que se dirigen estas élites ya económicamente disfuncionales con el fin de sostenerse en una falsa necesidad; pero resultando en otra distorsión del mismo mercado, al desclasar a esa cultura popular al inducirla a un comportamiento mimético de falso elitismo; satisfacción de su falsa necesidad, que resulta de esa promoción de un modelo cultural obsoleto, como esta persistencia de la modernidad en su decadencia. Al margen de estos círculos viciosos, las élites de la nueva inteligencia se desarrollan sin trauma; logrando una inserción económica que contrasta con la precariedad de las élites tradicionales, como marcando la pauta para el renacimiento. Curiosamente, estas nuevas élites nacen y se desarrollan dentro de esas mismas burbujas de falsa economía que vician los ciclos culturales; pero mientras esos ambientes se ladran como los perros de Hécate su "publica o perece" a los modernos, lamen retozones las manos de los nuevos genios.

Sunday, November 22, 2015

Palabras de Yoshvani Medina por el cierre del V Festival de Teatro de Pequeño Formato de Miami (2015)

Un festival de teatro es la única fiesta laica que es tan espiritual como una misa. Por eso deberíamos tener una oración por los que han participado en este Festival. Una oración simple, con sujeto omitido y donde el único predicado sea el verbo: AMEMOS. Si es posible todos juntos, con la copa en alto, en nombre de los que hubieran querido estar aquí hoy y no pudieron. Es tiempo de comprender que en teatro no existe fiesta que no sea la de todos. Todos estuvieron invitados, todos lo están y lo estarán. Serán bienvenidos los que dijeron que sí, los que dijeron que no, los que dijeron sí pero no, los que dijeron no pero sí, y los que no dijeron. Los grandes temas del Repertorio son el amor, el dinero, la muerte y el sexo. Pues celebremos el amor que nos aleja de la muerte y la fiesta que nos provee el dinero para procurarnos el sexo. Que viva el VI Festival Internacional de Teatro de Pequeño Formato de Miami, que desde ya nos cita y nos incita.

Thursday, November 12, 2015

Raymond Chandler en la Habana

Por Ignacio T. Granados Herrera

Obviamente, es muy difícil que un escritor de temas policíacos sobreviva impune al impacto de Raymond Chandler;  pero lo cierto es que Philip Marlowe no es exactamente una barba de tres días ni el semi alcoholismo que lo caracterizara. En rigor, Marlowe era un carácter trágico, como Hamlet, no un sentimental afeminado en su frustración generacional; porque, y ahí puede estar el detalle, el problema de Marlowe era ese individualismo feroz que le hizo traspasar toda convención con su tragiquismo; también, en otro detalle importante, era un carácter salido de la pluma de Raymond Chandler, ni su entorno era la ambigüedad dicha a media voz de la Habana. Eso explica las diferencias de Marlowe respecto a Mario Conde, como del magisterio de Chandler respecto al devoto discipulado de Padura; no importa la merecida gloria de su consagración como escritor por la burocracia ejecutiva de las corporaciones editoriales, frente a la crudeza del mercado real con que sentó Chandler su magisterio.

Herejes es así una magnífica novela, pero sólo según los parámetros de estos tiempos, que son del triunfo de los epígonos; no del establecimiento de un canon sino del seguimiento de los ya heredados, y bajo la vigilancia implacable de esos ogbonis de la industria editorial que son la crítica especializada. En ese sentido, Herejes retiene el mérito de los grandes aires históricos que probó Padura con El hombre que amaba a los perros; y eso no es poco en una literatura como la cubana, que se caracteriza por el realismo banal, desconociendo los manierismos que le dieron la gloria. Ciertamente no es poco conseguir distanciarse del falso realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez, cuyo éxito probó ser circunstancial; y eso significa que Padura es el que más posibilidades tiene de conseguir esa gran novela que devuelva los aires majestuosos a la literatura cubana, dilapidados por su juventud revolucionaria.

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No obstante, para conseguir eso, Padura tendría que madurar y distanciarse de ese tragiquismo por el que ni siquiera es seudo sucio como Pedro Juan; y en el que resulta de un sentimentalismo lacrimógeno y limosnero, que debe tener al manly Marlowe revolviéndose en sus monumentos. Para eso quizás le sirva desechar la fe en el posible encanto del desencanto generacional, porque los dramas son siempre individuales y concretos; incluso si generacionales, los dramas sólo cobran realidad en las vidas concretas, y es por eso que por sobre su naturaleza tienen siempre esa inefabilidad compulsiva de lo humano.  Eso es lo que le falta a Mario Conde, la compulsión por la que la contravención las reglas no es ni siquiera un gesto sino su existencia misma; y el día que Padura consiga comprender eso, Mario Conde alcanzará la cristalización más grande, porque él no es una fórmula —¿o sí lo es?— sino un arquetipo, sólo que todavía inmaduro.

Para el ejemplo, esta inmadurez del personaje de Conde quizás pueda rastrearse en la de la misma prosa de Padura; que pudiendo resolverse en la gramática funcional que priorice su historia (Chandler), todavía opta por el trascendentalismo, entre la elegancia carpenteriana y la síntesis hilarante de García Márquez; ninguna de ellas conseguida, porque la elegancia se reduce a la impostación de unos giros innecesarios, y la síntesis garciamarquiana a un resumen de falsa hilaridad. Es decir, se trataría de una prosa increíblemente inmadura, hablando de un escritor que comenzó con el pulso modesto pero firme de Fiebre de caballo; y que llegó a la transparencia sintáctica de El hombre que amaba los perros, sin estorbar esas pretensiones de grandeza con un gesto falso.

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La prueba estaría en que ninguno de los dramas en que se vio envuelto Marlowe tenía ese aliento histórico y trascendente que bosteza todo lo cubano en la secuela de Carpentier; quien sin embargo era muy consistente al fijar su propio objeto en esa trascendencia histórica, pero a la que saltaba desde una curiosidad antropológica y no de una veleidad sentimental. De esa humildad podría haber extraído Padura ese alcance, más efectivamente trascendental que toda la información contenida en los más prolijos archivos; como el sentido cinismo con que el existencial Marlowe sigue reinando como el arquetipo inalcanzable que fatiga la pobreza de Mario Conde. En el entretanto, Herejes sí es una buena novela, sobre todo por sus dimensiones y hasta su estructura relativamente novedosa; disminuida sólo por esa debilidad de Padura en sus intereses como escritor, difícil de superar por su dependencia de la burocracia editorial, que —no queda claro si desgraciadamente— puede pagar por su talento.

En la muerte de Changó

A Natividad Torres, Oba Meta
Por un minuto no hay guerra en la tierra
Y el silencio se extiende sobre el mundo
Como un manto, que es el cielo
Descendiendo a recoger a su hijo muerto.
Una flecha increíble ha matado al dios
Atravesando su pecho de oro
Y el cielo se regocija de que la tierra
/   le devuelva su reflejo;
Pero esta gime en el dolor de ese peso enorme
Que es la muerte del dios.
El cielo desciende en los hombros
De los jóvenes más bellos de Oyó
Que vienen en cortejo
Y son recibidos por las hijas de Ifé
Con cántaros de agua que les refrescan el paso;
En los hombros de los héroes va el cielo
Y en el cielo va el dios muerto
Con ese misterio de cristo en la mudez, que mezcla
El llanto de la tierra y el regocijo del cielo.
Una paloma baila, conduciendo el cortejo,
El cielo ha enviado el tambor de Ocha Lashé
Mezclando esa risa y ese llanto en el agua
Con que refrescan las jóvenes de Ifé
El paso de los hombres más bellos de Oyó.
El dios ha vuelto a su casa, Africa descansa tranquila
Y Oshún cierra la puerta del castillo silencioso
Cuando entra el cortejo.

Tuesday, November 10, 2015

¡Vaya la prensa, como la cogieron, la prensa!

Por Ignacio T. Granados
Uno de los problemas de la transición tecnológica en el panorama de la cultura es el de la factibilidad económica de sus prácticas concretas; una dificultad que habría afectado especialmente a la prensa, ante el desarrollo de fuentes alternativas de información, como las redes sociales. Ante eso se suele alegar la poca fiabilidad de esas fuentes alternativas, como si las tradicionales mantuvieran el rigor tradicional;  como si no lo hubieran perdido entre el ego de sus columnistas, que de ser informadores habrían pasado subrepticiamente a ser formadores de opinión. Por supuesto, el origen de este problema estaría en la distorsión también original de su función; cuando, atenida a su impacto político, la prensa se postuló como otro poder, alternativo a los tres tradicionales; en vez de postularse como un contrapoder, que es la facultad provista por su capacidad de supervisión crítica de la estructura total de la sociedad.

Obviamente, una vez establecida como un poder, la prensa sufriría los mismos procesos de los poderes tradicionales; ya que lo que identifica al poder es la convencionalidad en que puede organizarse en función de esa estructura total, a la que entonces se subordina. No obstante esta distorsión,  al menos en principio la prensa hubiera podido mantener su factibilidad; no ya satisfaciendo la necesidad original que le dio lugar, porque para eso tendría que substraerse de la convencionalidad con que integra dicha estructura; pero sí ocupándose de los problemas relevantes a la comunidad de la que depende económicamente, y de los que extraería su propia relevancia. Aquí confluyen varios problemas que contribuirían a esa distorsión de la función original, ya desde el problema mismo de la dependencia económica; al desarrollar la publicidad como su principal fuente de recursos, desplazando n este sentido a la población consumidora y destinataria final de su producto; respecto a la cual desarrolla entonces una función de patrocinio antes que de servicio, alineándose con esa independencia a los poderes tradicionales; no ya en la convencionalidad, que de ser una determinación pasaría a convertirse en el síntoma de una situación dada, sino en el ejercicio mismo del poder político.

Esto se reflejaría en la cobertura más o menos efectiva del ambiente cultural a niveles locales, sujeta a la corrupción y el clientelismo; con el que la prensa se sesga a favor de unos y en detrimento de otros, según el acceso de estos a dichos espacios como formadores de opinión. Está claro que dicho acceso es arbitrario por principio, sujeto a la manipulación más o menos egocéntrica de los interesados; pero eso no sería lo importante, sino la derivación imperceptible, que redundaría en esa pérdida de relevancia final de la prensa sobre la cultura local; que redundando nuevamente en su ascendencia sobre esa cultura, redundará otra vez en un peor desempeño publicitario a mediano o largo plazo, compitiendo con la mayor popularidad y relevancia de las redes sociales. Obviamente el fenómeno varía de una localidad a la otra, según sus condiciones particulares; de modo que allí donde se dan otros problemas críticos al margen de la cultura —como la violencia o los escándalos políticos—, la prensa puede mantener esta relevancia. Sin embargo, la peculiaridad de Miami sería precisamente la de la plácida mediocridad donde nunca pasa nada al margen de la cultura; porque la corrupción política está tan imbricada en las relaciones de poder que a la prensa no le interesa enfrentarla —como antes—, y la violencia es también mediocre y pobre.

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El problema en ese punto estaría en la incapacidad para prever este resultado, en una estructura afectada por la arrogancia corporativa; porque como parte de ese desarrollo del capitalismo post industrial, la prensa es también una corporación administrada por una burocracia ejecutiva. Vale recordar que como el resto de las empresas afectadas por este corporativismo postmoderno,  la prensa surge en pleno apogeo del capitalismo industrial; que como reflejo de la apoteosis misma de la modernidad —entre los siglos XVII y XIX—, sufre la postmodernidad como su decadencia. En Miami concretamente, esto puede verse en la precariedad de esa cobertura sobre una cultura local, riquísima como propia de una realidad popular; que sin embargo se ve constreñida a los intereses de quienes alimenten ese acceso personal, inevitablemente mediocres en su convencionalidad. La prensa en Miami sigue así atada al fatalismo de su convencionalidad, en la forma de una generación vetusta que se niega a ir a la par del tiempo en su naturaleza reaccionaria; lo que no es un problema de alineación ideológica sino de pragmatismo político, y sería suficiente para explicar esa irrelevancia que la conduce inexorable a la improductividad.

Friday, October 16, 2015

Editorial

Por Ignacio T. Granados Herrera
Como todo el mundo, Ediciones Itinerantes Paradiso reclama ser diferente, pero en su caso es cierto; la diferencia radica en que ofrece un producto original, basado en características que lo hacen único y que significan una ganancia real para el que lo consume. Entiéndase, el producto de EdItPar es literatura, y en ese sentido poco de lo que se hace es novedoso; de hecho se trata de un mercado saturado justo por sus prácticas, que no lo tratan como a un mercado. En efecto, el mercado del arte y la cultura es tratado como un hecho trascendente, descuidando su inmanencia; que es el tejido de funciones y transacciones en que se resuelve como una realidad económica, y que es en lo que consiste un mercado. Cualquier referencia filosófica desde Parménides tiene claro que sólo lo que es trasciende, porque la trascendencia es una cualidad del Ser; pero ya la realidad no se determina reflexivamente, y por tanto ignora concienzudamente toda referencia filosófica. De hecho se trata de una de las contradicciones más absurdas, puesto que esta distorsión del mercado se da en la forma del mercantilismo; que es lo que impulsa a todos los factores participantes a la producción indiscriminada de un objeto indiferenciado y gratuito, basados sólo en su capacidad para ello y no en la satisfacción de alguna necesidad objetiva.

Todas esas contradicciones se deben al fenómeno del voluntarismo postmoderno, que nace en el humanismo moderno; y se debe a la naturaleza idealista de esa cultura moderna, que impide toda forma de pragmatismo en las proyecciones políticas, y la economía es una de ellas. De ahí la singularidad de EdItPar, que trata de satisfacer una necesidad en la producción de una cultura diferenciada; y que lo hace esquivando esa masividad de la producción de cultura, que se basa en la suficiencia del talento —el ego boost— y no en esta capacidad  suya para satisfacer una necesidad. Por supuesto, en ese sentido EdItPar la tiene muy difícil, pues debe competir en condiciones adversas contra esa distorsión mercantilista del mercado; más perversa aun cuando se basa en el falso altruismo que supuestamente busca esa trascendencia de la cultura, y que es en lo que es mercantilista. Será precisamente ahí donde destaque esta diferenciación de EdItPar, como un proyecto suficiente, y que por tanto ni pide apoyo ni depende del mismo; ateniéndose a un desarrollo lento y difícil, pero sostenido por la realidad de esa necesidad a la que apunta y que puede efectivamente satisfacer.

Ciertamente, el mercado cultural ya no es un universo en expansión sino que se estrecha, producto de esta perversión; pero pervive en nichos que permiten la distinción de productos singulares, según la persistente inteligencia de sus productores… si genuinos. Esa es la apuesta de EdItPar, para la que su estrategia consiste en la producción mesurada y artesanal de libros impresos; que deberían llamar la atención por esta marginalidad de sus métodos de producción y hasta por su misma precariedad económica, a salvo del espíritu depredador de las grandes compañías; a salvo también de la ingenuidad trascendentalista del falso altruismo, en un tesón genuinamente capitalista. Alternativo es cualquiera, pero justo porque la alternativa es para lo mismo, proponiéndose del status quo; cuya elusividad debería sin embargo dejar claro que se trata de un esfuerzo gratuito y sin sentido en la racionalidad de todo mercado, pero sólo para las mentes sanas. Diferente es otra cosa muy distinta de lo alternativo, y es lo que resulta EdItPar en su naturaleza peculiar; ahora nuevamente en libros impresos, pero con la dignidad artesanal que los respalda en su originalidad y no en la arrogancia intelectual.

Sunday, October 11, 2015

Yoshvani Medina, el triunfo

Por Ignacio T. Granados Herrera
Tener talento no debería ser causa suficiente para explotarlo, puesto que todo el mundo lo tiene; sino que debería interesarte, porque es este interés el que lo dirigiría más allá de esa nimiedad del ego. Debido a esa sutileza el éxito tiene sentido en unos y no en otros, no importa cómo lo logren ni si lo logran; ya que eso sería lo que diferencie al éxito como aparente o consistente, según las necesidades que satisfaga. Sin embargo, no por gusto eso es una sutileza, que así escapa al duro batallar del arte; sobre todo en Miami, que con un micro clima peculiar, asume al arte como una excelencia de valor universal; al que por tanto se dirigen todos con la misma sed de éxito, no obstante los diversos motivos del mismo. 

Eso sería lo que hace tan precario el éxito a nivel local, no importa su consistencia; ya que es su enrarecida circunstancia la que lo debilita a mediano, largo o corto plazo, que Para el caso es lo mismo. En tan compleja realidad es fácil perderse en la queja continua, que sólo revelaría una frustración legítima; pero igual es siempre más provechoso montarse sobre la dificultad, tomándola incluso como acicate, y sobre ella construir el éxito. Ese es el caso de Yoshvani Medina, que quizás no casualmente es un teatrista profesional y con carrera propia; que lejos de languidecer extrañando los absurdos subsidios del Ministerio de Cultura cubano, se levanta sobre su propia precariedad, y sencillamente triunfa. No hay que llamarse a engaño con el micro clima del arte en Miami, y que mucho explica esta singularidad de Medina; en el sentido de ese contraste por el que él enfrenta las mismas dificultades que el resto, pero a diferencia de ese resto persiste en un propósito trascendente. Esa sería la señal, la trascendencia de un propósito, que poco importa entonces cuánto tiene de egocéntrico; simplemente porque ya esa no es la materia misma del trabajo, sin muy probablemente la fuente de donde extraiga su carácter. En Miami los creadores añoran el pasado del que huyeron y que los protegía con un salario al tiempo que les quebraba las patas; habría sido por eso que huyeron del mismo, sin contar con la desprotección a la que se exponían, y que sólo un interés profundo podría sobrevivir. 

No es extraño entonces que un artista así se refugie en su personalidad, si en definitiva sabe que es su carácter su propia fuente de fuerza; y de ahí que incluso ignore límites, llegando a pasos que pueden ser cuestionables para muchos, pero que sólo están en función de la trascendencia de su propósito. Esa sería la otra sutileza que oculta tras la anterior explique la tremenda singularidad de Miami, y la alegría que debe embargar a todos un éxito suyo; porque al final él es el que viene siendo una redención de la cultura local, como la pica que Miami puede por fin colocar en Flandes. Medina, a diferencia del resto, no sólo tiene contactos sino que sabe utilizarlos para lo que son buenos; y que no es que sus amigos le dediquen loas insulsas en el periódico local, sino que una invitación del Repertorio español conduzca a una reseña en el New York Times. El teatro que se hace en Miami es bueno, como casi todo el arte contemporáneo, que ambién es intrascendente; lo que distingue a Medina de eso es que consigue esa tan ansiada trascendencia por la constancia y seriedad de sus esfuerzos, incluso si eso atraviesa una apoteosis personal. Vaya una felicitación a Medina por ese galardón especial que es esta reseña positiva, con la que el New York Times advierte de su existencia; porque a diferencia del resto, y a pesar de su nimiedad, esto significa que su constancia lo lleva por buen camino y —a diferencia del resto— puede confiar en sí mismo.

El Nobel de Svetlana

Por Ignacio T. Granados
El problema con Svetlana no es obviamente Svetlana, que hasta la bendición del Nobel era perfectamente desconocida excepto para entendidos; el problema es el Nobel, y no el suyo sino el Nobel en sí, como una institucionalidad que nos restriega su irrelevancia y su elitismo absurdo en un mundo con demasiadas urgencias para eso. Antes —como siempre— al menos el premio era consecuente con esta convencionalidad suya, y por ello era también más coherente; hasta en la soberbia con que estableció esa tradición respetable de no entregarle el premio a Jorge Luis Borges, mal remedada hoy cuando esquiva a Murakami. Aún si el problema no es Svetlana sino el Nobel, se debe a que este expone en ella sus defectos; porque es esa recurrencia del falso humanismo de las huestes intelectuales la que habría acogotado a la cultura, y esta beatificación de Svetlana sería la prueba de ello.

No será casual sino sintomático que Svetlana sea una periodista devenida en novelista, con esa alma trágica de las militancias; que hasta se ladea la gorra antaño obrera, como para enfatizar el manierismo kitsch de su postura hípster, que no distingue entre la performance artística y la tragedia verdadera. Al menos antes —como siempre— los beatos del Nobel eran una suerte de humanistas integrales, sólo eventualmente recalados en el periodismo, por cuestiones de hambre y no de vocación; pero como siempre los tiempos han cambiado, que es por lo que esta beatificación de Svetlana es un índice de lo mal que anda el mundo, cuando su arte decae a la banalidad del Nobel tan consistentemente. Si será grave el problema que Svetlana se postula a sí misma como mártir de la intelligentsia postsoviética, dejando claro que ya ni pudor queda; con esa venialidad con que el periodismo ha devenido en el recurso más socorrido del ego para hacer sus catarsis en discursos apoteósicos y trascendentes.

Como de periodista al fin, las novelas de Svetlana tratan de la tragedia de Chernóbil, el desastre de Afganistán y —¿cómo no?— la gran guerra patria; como siempre también, se usan términos grandilocuentes y se habla de su Obra en vez de sus novelas, y se menciona la estética de la tragedia coral griega; pero se obvia en ello que no se trata de una reflexión sino en un discurso, que sustituye la riqueza de la ficción por el testimonio, renunciando con ello a todo alcance de trascendencia efectiva. Esta será siempre la barrera firme que separe al arte de su pretensión, no importa lo que diga el funcionalismo postmoderno; que sólo porque no puede lidiar con la calidad extrapositiva de la representación se atreve a negarla en lo que nunca será un acto suficiente; porque no respondiendo a una Potencia en su exigencia de racionalidad evidente, resulta en el gesto impostado del discurso y no el alcance reflexivo mismo.

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Al fin y al cabo es hasta mezquino ese registro sañoso de las inmoralidades pasadas con tan vertiginosos presentes, como el punto que revela la efectividad del poder imaginativo de un autor; y en este mundo así vertiginoso con la híper saturación informativa de las redes sociales,  Chernóbil, Afganistán y la gran guerra patria son puros arcaísmos. No es que eso de la efectividad del poder Imaginativo sea importante, sino que el premio era a esa excelencia singular, por la que un autor merecía ser destacado como un canon; no Importa lo discutible y relativo que eso fuera, puesto que al fin y al cabo nadie discutía la convencionalidad sino la pertinencia. Ciertamente hay mucha distancia de aquel escándalo con que se le negó ese premio a la genialidad de Borges y la banalidad con que hoy se le niega al exitoso Murakami; que no es más singular —sino sólo más exitoso— que la Svetlana, pero que al menos no se presta al juego de ladearse la gorra hípster para declamar la tragedia del homo postsovieticus; sino que insiste en esa otra dignidad del éxito meramente comercial, revelando la inoperatividad de un gesto enfático como el de estas beatificaciones, lo que quizás explique esa mezquindad que le escamotea el lauro.

Wednesday, October 7, 2015

Sanctorum, la poca banalidad de la transgresión sexual

Por Ignacio T. Granados Herrera
Por supuesto, uno de los tópicos más atractivos del arte ha sido siempre el de la transgresión, y obviamente también mejor si esta es sexual; lo que no es gratuito, ya que se debe en el primer caso al valor añadido del drama que significa la transgresión misma sobre los otros valores de la obra, que son formales; y respecto a la preferencia por la transgresión sexual, pues porque esta tiene ese valor arquetípico propio de la gran represión que siempre rodeó al sexo. No debe olvidarse que la actividad sexual está en la base misma de las relaciones políticas y económicas, y no sólo simbólicamente; es decir, no sólo en lo que respecta a los roles jugados por sus partes, sino también como un valor político y económico; dado por la posición política y económica de una o todas las partes envueltas, que así se ven afectadas por su relación.

También en ese sentido, y probablemente por la evolución peculiar de la cultura occidental, el sexo ha devenido en uno de los ritos de pasaje más fuertes de la pubertad; al menos hasta el segundo tercio del siglo XX, cuando ya los efectos de la revolución sexual de la primera mitad y las luchas por derechos civiles le restaron dramatismo. No que eso ocurriera repentina sino gradualmente, hasta el punto de que aún se manifiesta en no pocos conflictos sociales; como los relativos a los derechos de las minorías y sexuales, como una gran tensión que aún sigue dominando el panorama cultural. No obstante, el mismo acceso masivo a la tecnología habría vuelto al sexo un tópico artístico irrelevante por su omnipresencia; que restándole dramatismo, le resta también impacto y por ende ese valor añadido a la condición formal del objeto de que se trate.

Aun así el sexo y la transgresión de sus reglas tradicionales sigue siendo recurrente en el arte contemporáneo, eso sería lo interesante; no ya entonces el sexo mismo, incluso en sus casos más supuestamente extremos, sino esa fijación artística en un objeto que ya dista de ser dramático. Es ahí donde resalta la poca ingenuidad de su tratamiento, que no es nunca meramente formal y que por tanto tiene valor ideológico; refiriéndose entonces a una contradicción de la fuente tradicional de esa regulación de la actividad sexual, que así simboliza la máxima libertad del Ser. Después de todo un símbolo es absolutamente convencional, y la represión continua en este sentido hace lógica esta recurrencia del sexo; sobre todo si se cuenta con el contrasentido de la aberración política que significa su transgresión al interior de esa misma fuente que lo regula, como es el caso de la Iglesia católica.

Eso explicaría la enorme recurrencia del imaginario católico en este tipo de representaciones, no importa su pérdida de impacto dramático; porque la fuerza no la tomaría paradójicamente de la transgresión sino del carácter contestatario y contradictor de la misma, no yendo ya contra la moral establecida sino contra su establecimiento. De hecho, se trata entonces de protestar esa pertinencia ya atemporal de la institución católica; que como fuente de legitimidad de la moral cristiana capitaliza la culpa en este sentido, no importa si sus aberraciones ocurren también en los ámbitos protestantes y fundamentalistas; que sólo lo habrían heredado en esa naturaleza torcida desde su origen en el anacronismo de la institución, que aún sigue haciendo estragos políticos.

Todo ese explica la eficacia que aún mantiene la fotografía de JAM Montoya en su exposición Sanctórum, del 2003; en la que el fotógrafo español Juan Antonio Moreno Montoya acude a la paráfrasis de ese imaginario católico, para violentarlo. Lo curioso es el efecto paradójico por el que justo gracias a esta violencia las imágenes  refuerzan su sentido original, bien que un poco torcidamente; pero resultando en todo caso en una afirmación de la compleja interioridad de la experiencia espiritual, que absolutamente nunca consigue sobreponerse a su carnalidad.

  

Principios para una antropología de la reflexión religiosa I y II

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Sunday, October 4, 2015

El oscuro esplendor político de los místicos

Por fray Erasmo de la Cruz, O.F.M.P
La magnificencia espiritual y la majestad literaria que envuelve a los místicos desenfocarían muy bien su impacto real; que siendo sobre su entorno sería sobre todo y primeramente político, no individual. En eso residiría la primera contradicción, como fundamento que cuestionaría hasta su propia integridad espiritual; ya que siendo individual esa experiencia trascendente de comunión, su imposición al prójimo es necesariamente abusiva y violatoria de esa individualidad del prójimo, como se ve en el ímpetu reformista que suele ser propio de estas experiencias. Esto por tanto no trata de las críticas habituales y ya tópicas sobre la estabilidad mental de los místicos; sino que incluso asumiendo esa experiencia de los mismos como legítima y positiva, la cuestiona en relación con la comunidad, a la que afecta también en su comunión. Primeramente puede identificarse el comportamiento del santón iluminado con el del revolucionario moderno, ya desde lo voluntarioso; en tanto su experiencia es una crítica incluso violenta de la corrupción sistemática, inevitable a todo desarrollo institucional.

A partir de ahí se comprende entonces esa equivalencia, como un fenómeno político, de la reforma del místico y la revolución social; como una reacción más o menos virulenta ante el desarrollo natural, en un intento de restaurar los pactos fundacionales sobre los que se estableció la comunidad. Este fundamentalismo incluso retrógrado ya es sorprendente en las revoluciones políticas, que suelen auto calificarse de progresistas; y queda más definitivamente ensombrecido en el caso de los místicos, por el aire épico (literario) que revisten sus gestas existenciales, sobre todo como una catarsis moral. Quien vea aún el esplendor literario (épico) del fundamentalismo religioso puede remitirse a los conflictos actuales con el extremismo árabe; que igual que el catolicismo medieval, es rico en epopeyas existenciales, poesía y crueldades de todo tipo contra toda forma de individualidad.

Eso explica que fueran las órdenes religiosas —más exactamente los frailes dominicos— las que impusieran las prácticas inquisitoriales, de las que el Santo Oficio fue un intento por racionalizar la barbarie; y que responde al sentido común con el que Roma reclamó el monopolio de la violencia, para que esta tuviera ese mínimo de racionalidad —a esas alturas imposible— sujetándola a la colegiatura de los tribunales y la legislación canóniga. Para mejores ejemplos, valga recordar que el más emblemático de los inquisidores no era un sacerdote diocesano sino un fraile religioso (dominico); y no sólo eso, sino que el tristemente célebre Tomás de Torquemada era también casualmente español, confesor de la reina Isabel para más INRI. En el caso específico del santoral católico, la situación es tan radical que se vuelve pintoresca y absurda por lo paradójica; como en los casos de los santos Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, cuya experiencia trascendente los llevó a la reforma radical de la orden en la que habían profesado, afectando al resto de los hermanos con su suprematismo disciplinario.

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Fundada en el siglo XII, la Orden del Carmelo surge junto con las mendicantes pero con un carisma contemplativo que la dedicaba a la oración; a la altura del Renacimiento, cuando la integran los futuros santos teresa de Jesús y Juan de la Cruz, ese carisma se haya corrompido en la secularización inevitable de la modernidad que la rodeaba. Esa contradicción era también típica y recurrente de la época, que es la de la política  cultural de la Contrarreforma española, dificultando la evolución a la Modernidad; deberá recordarse que la Contrarreforma misma es una reacción institucional ante el avance la Reforma luterana, que era contra el institucionalismo tradicional; pero respecto al cual la iglesia diocesana o clero secular funcionaba como una mediación, frustrada por el fundamentalismo evangélico de las órdenes religiosas. La Reforma luterana es una revisión fundamentalista del desarrollo político de la iglesia, pero justo como manifestación de sus contradicciones; dadas por su extemporaneidad como institución política, que es lo que niega la Contrarreforma, alegando su pertinencia institucional por su carácter transhistórico, en un sentido por tanto igualmente o más conservador aún.

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Ese panorama es sumamente complejo por la multitud de intereses que confluyen en dicha crisis, y que es eminentemente política; hasta el punto de que traza una frontera cultural, dividiendo Europa a la altura de los Pirineos, al sellar una evolución comenzada con la distinta conversión de los bárbaros al cristianismo arriano y católico respectivamente. En ese espectro, el poder secular de los príncipes lucha por desembarazarse de la tutela religiosa, apelando al desarrollo de la sociedad civil; en un desarrollo que sólo alcanza su apoteosis gracias al capitalismo italiano, y su potenciación del individualismo moderno. Eso sería lo que le permita a Lutero enfrentarse a la autoridad institucional, dada la suficiencia de su individualidad en medio del atomismo político germánico; la corona española en cambio, recién unificada en vísperas del siglo XVI, apela justo a esa tutela religiosa perpetuando en la Modernidad el institucionalismo medieval; pero eso en contra de la misma tendencia de la Iglesia, cuyo sentido metropolitano y cosmopolita le hace comprender la ineluctabilidad del individualismo moderno, sumida ella misma en ese auge del capitalismo italiano; pero en contra del arrebato de las órdenes religiosas, como una facción disidente y fundamentalista, que recurre al extremismo en busca del modelo ideal en la estructura política medieval, con sus místicos a la cabeza.

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