Sunday, February 27, 2022

La ontología tras la poética de la hija de Eva

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En artículo introductorio a la poética de María Elena Cruz Varela (ver), se la reconoce hija de Eva en sentido ontológico; también se alude, en ese mismo sentido, a Lilit o Laila, como figura de la tradición judía, que explica esa ontología. No es gratuito, en tanto se trata de la poesía como reflexión trascendente de valor existencial; dada por la naturaleza analógica de esta reflexión, como forma primera del pensamiento organizado.

Conviene entonces estructurar esta ontología, incluso para comprender mejor esa eficacia poética de la Varela; que no tiene por qué ser consciente o no, dado que sólo se refiere a la eficacia de esta reflexión, incluso en su belleza. Esta belleza, por su parte, sería su atributo natural, como la armonía en que puede reflejar el universo que la ocupa; y que como ya se dijo, explica ese esplendor en que retoma el hilo de las postmodernas —que son Eva—, como su hija.

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En esta ontología, la figura de Lilit (Laila) es recurrente, como mito original de la creación, pero de valor más bien retórico; ya que en realidad se trata de una incorporación posterior a la tradición hebrea, que la toma de la sumeria; pero donde no cumplía esa función, que es atribuida posteriormente por los hebreos, y no original suya. Por eso, la figura de Lilit es propia de esa sistematización hebrea, en la función que esta le atribuye; como reorganización de la cosmología en que se estructura la cultura, en un sentido específico.

Es decir, se trata del momento posterior y apoteósico, en que la cultura hebrea adquiere su propio sentido; distinta ya de la semítica en general, como maduración del monoteísmo, desde la contracción del destierro en Babilonia. Es el momento en que el exceso de Akenatón se adecua al orden tricotómico, con que ya Abraham había llegado a Canaán. En la base de la cultura occidental, esta ontología da lugar entonces a la política, con la subordinación inteligente de la naturaleza; cuya voluntad singular —como sentido propio— se excluye al salvajismo sexual de Lilit, en esa incorporación ya hebraica.

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Esto es importante, porque es el momento en que se introduce el problema del mal como objeto concreto; y por ende donde surge la base maniquea del racionalismo moderno, que terminará definiendo a la cultura occidental. Al margen de ese periplo de la cultura, este desarrollo de su base misma es la que va a definir ese espectro hermenéutico; explicando la gravedad del proceso de emancipación femenina, posterior incluso a esa apoteosis del racionalismo moderno, como base a su vez de una adecuación mejor de la cultura.

Contra el horror, sólo la marginalidad femenina retiene la facultad de liberación, como naturaleza del hombre; que incluso en Eva (Eu/Eua) va a relacionarse con su Némesis de la noche (Laila/Lilit), en su reflexión. Es de ahí de donde nace la eficacia de las hijas de Eva, como corrección de las pretensiones políticas de la humanidad; que se instalan en su poesía, con la ineficacia del amaneramiento intelectual de los modernistas.

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El postmodernismo femenino es respuesta a este convencionalismo, que es institucional y dificulta el desarrollo; pero a su vez, es el sacrificio del Ser en esa sensualidad de la noche, que parirá al hombre verdadero. Se trata de una personalidad  madura en su reflexión, más allá de la madurez del individuo concreto que la encarne; y que, por el carácter trascendente de este sentido hermenéutico y ontológico de su propia existencia, resulta en el mesías.

Esa es la naturaleza misteriosa del vate, que no es profética sino sanadora, porque quema en sí los excesos; que es lo que presta densidad a esta poesía, como ese poder hermenéutico, que es así también mágico y de bendición. Después de todo, el arte —en su naturaleza— debe su apoteosis a esta función, en que suple la función religiosa; baldada en su institucionalidad, por esa apoteosis racionalista, que lastra con su exigencia de positivista toda capacidad de representación trascendente.




Saturday, February 26, 2022

María Elena Cruz Varela, la hija de Eva

Contrario a la mayoría de sus contemporáneos, Cruz Varela no apuesta nunca por una poesía intelectualista; sino que recoge la cuestión de la naturaleza, ahí donde murieron las postmodernas, y sigue hilando el grave problema de la existencia. Por eso, aunque su poesía se define en el uso sin sonrojos de la primera persona del singular, no es por el egocentrismo habitual; sino en la propiedad del sujeto que se asoma al mundo como al abismo, para que este lo vea mientras él mismo lo observa.

Es por esta relación compleja con el mundo como su objeto, que la poética de Cruz Varela usa motivos clásicos; pero sin que sea por ello clasicista, en ese sentido del estilo que se amanera, sino por el sentido profundo de estos. Así, puede ser Antínoo, comprendiendo la tragedia del hombre al que le ha fallado el mundo; y puede ser Helena, renegando de la violencia que se derrama en torno a ella.

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En todos los casos, el motivo es la hondura antológica tras el tema y no el tema mismo, que puede ser intrascendente; pero que en esta simpleza del gesto mismo contiene toda la trascendencia del mundo, en la tragedia que refleja. Esa peculiaridad es lo que le otorga claridad y esplendor a su poesía, en el alcance existencial de su función reflexiva; resuelta sin esos discursos que plagan a la poesía contemporánea, desde que el intelectualismo desplazara —con su falta de fe— el sentido que es propio de lo real.

Esta poesía sin dudas es, así y por ello, la manera más bella y generosa de ser modesto, aunque resulte incomprensible; después de todo, se trata siempre del gran misterio del hombre en el centro de la realidad, y su compleja relación con ella. Este dramatismo profundo es también el que la establece a ella como su gran sujeto, pero en el mismo sentido de sus motivos poéticos; toda la humanidad concentrada en un complejo de valor ontológico, que rezuma cuestionándolo todo en cada verso; no por resentimiento moral o inteligencia —aunque pueda parecerlo—, sino realidad puntual que habla con la realidad del universo.

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Este sujeto que es Cruz Varela, es el que es hija de Eva, título de su tercer poemario, (Julián del Casal, 1990); y a la vez la explica en ese esplendor del verso, como continuidad de las poetas postmodernas, en que maduró Eva. Es decir, se vuelve a tratar, como siempre, de ontología y hermenéutica, como función reflexiva del arte en su valor existencial; recogiendo el batón directamente de aquellas mujeres en que se emancipó la femineidad como naturaleza, aún incomprendida.

Es decir —de nuevo—, se vuelve a tratar de ontología y hermenéutica, pero más allá de la puntualidad casual de su mismo sujeto; para recoger en ella otro paso fatigado de la humanidad, que incomprendida acompaña al hombre en su experiencia. En ese sentido, el problema de Cruz Varela es el problema mismo de la existencia, en las contradicciones que plantea desde el inicio de la cultura; por eso su primera referencia es ontológica, y se refiere al primer momento que es Eva, como segundo desde la negación de Lilit.

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Eso fue lo que maduró en las postmodernas, como residuo del amaneramiento intelectual en los modernistas; y que por eso se refleja en la violenta sensualidad que las hiciera luminosas y dramáticas, en su tragedia existencial. La poesía de Cruz Varela no siguió el curso común, de sometimiento al amaneramiento intelectual; por el contrario, insiste en su singularidad preciosa, la sopesa en su ductilidad, y le halla la función en esta insistencia. Por eso, como poca otra poesía, ofrece pistas para la vida, no desde la supremacía moral sino desde la modesta naturaleza; en un gambito paradójico, porque hay que ser muy fuerte —y ella lo es— y tener mucho carácter, para poder tanta modestia.


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