Otra del Delmontismo
La contradicción de si hubo o no una conspiración de la escalera se disuelve banal, ante su peso en la historia de Cuba; la verdad, como concluye el historiador Paquette[1], estaría en el medio, por su misma posibilidad. El clima era de insurrecciones de esclavos, en medio de las conspiraciones abolicionistas inglesas; como base histórica eso es suficiente, en tanto resume la situación actual, aunque sea de modo general.
A eso es a lo que responde O’Donnell, presionado por los
intereses en colisión de España, Estados Unidos e Inglaterra; de donde que
naturalmente, el episodio se denomine negativamente, por su método de
represión; no positivamente, por algún elemento de la insurrección —algún
líder, lugar, fecha—, sino en su carácter genérico. En definitiva, de lo que se
trata en La Escalera es del estatus quo, que sí estaba amenazado, siquiera por
el clima político; haciendo de Aponte un mártir con valor simbólico, por lo
injusto —incluso para los parámetros de la época— del asunto.
De ahí que la abolición fuera atractiva para la
sacarocracia cubana, pero sólo si condicionada políticamente; con la
importación población blanca y la depresión de la negra, manteniendo el
equilibrio económico como político. De ahí la importancia de la jurisdicción
administrativa de Estados Unidos, a salvo de la del liberalismo inglés; que en
su expansión procapitalista no duda en pactar con subestructuras mestizas, como
en el resto del Caribe.
O’Donnell pone fin a todo eso, viabilizando la
estabilidad de la sacarocracia cubana, que es también ilustracionista; de
pretensiones que subliman el independentismo cubano, después de darle lugar con
su constante ambigüedad. Esto explica la otra ambigüedad de ese nacionalismo, mimetizando
el segregacionismo norteamericano en su burguesía; que en definitiva sí era
pronorteamericana desde su inicio como clase, en oposición al peninsularismo
popular.