Monday, January 20, 2014

Carlos Barba, tan de pura ontología

Carlos Barba recién estrenó en La Habana su documental dedicado al director de cine cubano Humberto Solás; y uno comprende las razones de la distancia y la imposibilidad, pero no deja de lamentar que sea el deporte y no la cultura lo que se preste como instrumento para la diplomacia. Con el nombre escueto de su propio objeto, Humberto promete algo más que el elogio de ese mito del cine cubano; porque algo más que grandilocuente, Humberto Solás pudo encarnar esa tradición ya cerrada, de la que se va a denostar mucho por sus orígenes espurios. Humberto parecería destinado a ser la reivindicación de la escuela del cine revolucionario, a la que podrá representar por reducirla a su propia circunstancia; porque es cierto que fue la épica revolucionaria la que le brindó los temas de su cine regular, con el que llegó incluso a sentar su propio canon; pero no es menos cierto que, como en una dimensión paralela, puedo escapar a las presiones realistas, postulando las posibilidades narrativas del cine como fenómeno equivalente a la literatura.

La decadencia del cine cubano viene marcada por la misma insostenibilidad de su administración tradicional en el ICAIC; que sería como la maldición con que la vida le devuelve la mentira de su carácter inaugural, con aquella negación de toda tradición anterior. No obstante, el cine revolucionario cubano existió y fue singular, sentó una estética y creó una sensibilidad; cuyo valor además era profundamente metafísico, por asentarse en la épica del humanismo que trató de materializarse en la revolución. Ahí es donde resalta el valor angular de directores como Barba, suficientemente jóvenes como para insertarse en el azaroso futuro, suficientemente inteligentes como para no tirar al bebé con el agua. Barba, sin un discurso o una retórica, ha hallado su interés dramatúrgico en el desarrollo mismo del medio; creando cine dentro del cine, como una estética que le ha permitido por su madurez formal la documentación de los procesos de creación de ese cine, comprendiéndolo en sus más profundas determinaciones. De ahí las expectativas que siembra este material suyo en específico, luego de haberle visto esos homenaje a nuestras divas generacionales, atrapadas en la contradicción; de paso, también, las que quizás sean las tomas más interesantes de Enrique Pineda Barnet y Raquel Revuelta en la hermosura de su vejez.

No sólo eso, que ni siquiera es lo más importante, sino el registro de esa industria, que siendo de la precariedad sí encarnó el mejor esfuerzo de trascendencia estética; como una herencia llamada a la dilapidación, en esas coproducciones de mal vivir que se han visto hasta ahora y de las que poco se salva, sólo dignísimas excepciones. Temprano o tarde la racionalidad se impondrá en la cultura cubana, y ya no tendremos que padecer contradicciones como esta; porque respetando el dolor de los que fueron arrollados, los hijos del irrespeto también existimos y no tenemos la culpa de nuestros padres, sino una sensibilidad y una tradición propia tan respetable como las demás. En el entretanto, queda la curiosidad por ver cómo el jovencísimo Barba habrá resuelto esta comprensión del director; que tan bien lidiaba con la representación de la naturaleza en sus personajes femeninos en una forma menos procaz que la arrogancia intelectual del neorrealismo optimista, tan distante él en la grandeza de su propia épica, tan de pura ontología ha de ser el acercamiento.

La comedia del arte

A propósito de un texto de Alcibíades Zaldívar
      Julio Pino Miyar

¿Un reino puesto de revés no sería en realidad un reino al derecho? Porque quien le da vuelta al cuadrante celeste, lo primero que nota es que invertido luce mejor. Obviamente, me refiero a una inversión que implicaría al lenguaje, al sempiterno problema de la belleza, y al propio menester de la humana cultura.
Vivimos en tiempos empedrados por compendios clasificadores que nos imponen  rigurosas simetrías,
obligadas relaciones y ortodoxas periodizaciones; que esto haya hecho a nuestro mundo más funcional, es bastante probable. Pero lo que en verdad ocurre, es que muchas veces este peculiar orden legislativo y regulador termina por desterrar de sus predios toda Imaginatio, toda lúdica belleza; es ahí, justamente, donde se ve aparecer, en toda su heterogénea y provocativa intencionalidad, un texto como este de Zaldívar, El revés de un reino.

En la historia que nos cuenta el lenguaje aparece girando y girando sin sentido, o haciendo del sentido una suerte de contradicción que se desarrolla mediante constantes oposiciones y dislates; tal y como si se quisiera omitir decir, ya que sólo sería para aceptar el lado más trágico de la vida, y que en verdad esta ausencia notoria de significado de alguna manera evita y por la otra nos confiesa. Porque a cambio lo que el autor quiere proponernos es un cómico desorden. Es curioso, pero cuando Julio Cortázar revisaba los manuscritos de Paradiso, encontró una confusa línea que lo mismo podía indicar “cósmica unicidad”, que “cómica unicidad”. Para Cortázar, desde luego, ambas versiones eran completamente factibles, y así se lo hizo saber a Lezama. Un universo cómico, o mejor aún, un universo que lograría su unicidad gracias a la comicidad, pienso que es en el fondo el argumento más sutil que se desliza en El revés de un reino; y es que lo cómico pudiera terminar proponiéndonos un nuevo tipo de desorden.

Thursday, January 16, 2014

¿Acerca de la cultura del libro?

Desde hace poco tiempo, las redes interesadas en literatura son sacudidas por un artículo originalmente aparecido en el número de primavera de la Virginia Quaterly Review del 2013; el artículo está firmado por Richard Nash, y es traducido por Marcos Pérez Sánchez, y es muy interesante por su optimismo aparentemente sano y comedido; lo que referente a la decadencia o no de la cultura del libro es ya una ganancia, visto que todos los criterios sobre la misma son radicales. El artículo afirma que la cultura del libro en esencia no corre peligro, dado que no se contradice con el desarrollo tecnológico; por el contrario, afirma, el libro y su correspondiente cultura han estado a la cabeza del desarrollo tecnológico, incluso imponiéndolo muchas veces. Como ejemplo, el artículo cita el caso de los supermercados y su sistema de estanterías de autoservicio y pre-empacado; que puede ser una afirmación un poco excesiva, pero que sin dudas refleja la capacidad del libro para estar a tono con el momento, como resultado lógico de la tecnología.

Esa sería la leve contradicción de las afirmaciones de dicho artículo, que el libro reflejaría la época como su producto natural; y que por lo mismo, una vez superada esa época por el desarrollo exponencial de esa misma tecnología, el libro puede resultar tan obsoleto como la tecnología a la que responde. En efecto, el artículo padecería del reduccionismo típico del culturalismo norteamericano; esto es, la linealidad de la lógica aparente, que no comprende nunca la exponencialidad de los desarrollos en ese movimiento diacrónico de la dialéctica, que es espiral. Es decir, el artículo, a pesar de su serenidad aparente, es también de un optimismo enfermizo, que le hace pecar de insuficiente, por lo mismo que fallaron la teoría del socialismo y la del neo-liberalismo capitalista. La falacia del artículo de Nash estriba en su creencia de que el mercado mismo de la cultura genera cultura, que es una falacia del capitalismo corporativo; ya que si bien eso se cumple en principio, no tarda en corromperse al distorsionar las relaciones económicas del proceso de producción de arte con la vanidad de los entes comprometidos. Por supuesto, en esa misma falacia se esconde la otra básica del Capitalismo, que cree que el dinero es el único valor transaccional de los sistemas económicos; cuando la vanidad y la sensación de poder logran a menudo centrar la transacción como su objeto, ya desde la ambigüedad con que se relacionan en principio con el dinero; pero del que no tardan en disociarse como un valor singular y distinto, gracias a las dinámicas mismas del mercado. Así, contra la teoría de la creación continua de cultura se alzaría la realidad de su banalización constante y más veloz que su nivel de creación; a través de esos círculos concéntricos que se forman alrededor del autor —como figura económica él mismo—, que de ser sobredimensionado por la maquinaria mercantil pasa imperceptiblemente de ser adulado a ser emulado.


Es aquí donde la misma dinámica del comercio atentaría contra los procesos artificiales de creación de cultura, con la saturación de oferta; que redunda necesariamente en una desvalorización económica del producto, incluido ese sentido no tangible del valor moral con que se satisface la vanidad. Al final, la manipulación del mercado por la creación de los imperios empresariales se volcaría contra la consistencia de esos mercados mismos; como se ha podido apreciar en el desarrollo de las redes sociales, capaces de diluir el talento —que es la capacidad de crear contenidos— en la banalidad de la recompensa inmediata… y efímera. Peor aún, cuando en su propia negativa a lidiar con la precariedad de su situación, los creadores se sujetan a las burocracias gubernamentales con subsidios y protecciones institucionalistas; lo que no es una condición privativa del libro como objeto cultural o tecnología sino de esa cultura misma en la que se produjo y alcanzó una apoteosis, abriendo la interrogante por el nivel de singularidad a que da lugar en su decadencia.

  ©Template by Dicas Blogger.

TOPO