Monday, October 8, 2018

En un rincón del alma, o la catarsis interminable de la casa Diego


Jorge Dalton, el más cubano de los salvadoreños, acaba de estrenar en Miami un documental dedicado a Eliseo Alberto (Lichi) Diego; en realidad no está dedicado al heredero de la casa Diego, sino que recoge lo que serían sus últimas palabras. Podría pensarse que se trata de un testamento, pero tampoco es eso; es sólo otra de esas veces que los cubanos gastan, por el irrefrenable gusto de escucharse a sí mismos. El mérito indiscutible del documental es el poder cinematográfico de Dalton, que pone su riquísima imaginería en función del vate; y lo hace en un despliegue de perfección, que lo remite a la densidad de Santiago Álvarez, en la eficacia de sus imágenes y recursos.
En el documental Diego afirma que el grupo Orígenes no poseía unidad estética, sino sólo afectiva; eso, que es pertinente aunque obvio, será lo único interesante que nos dirá. A todo lo largo del material, Diego se explayará en despropósitos pintorescos que le hacen lucir informado; pero con lo que en realidad explica la ruina total de una cultura que pudo preciarse de su metropolitanismo, estancado en el ego de su patriciado. En uno de esos despropósitos, afirmará que la revolución cubana carecía de referente moral propio; y explica en ello su violencia e intolerancia, pero esquivando en realidad su raíz profundamente cultural, tan puritana en el fondo como falsamente liberal en su superficie.
Esa doblez esquizoide ayudaría a entender las mil contradicciones de esa cultura, otrora tan poderosa como soberbia siempre; pero en vez de eso, los cubanos evitan el espejo, y prefieren exhibir una falsa erudición que los lastra. No es casual, también explica las otras reducciones —at absurdum—, típicas de hombre blanco sin mucho contacto con la realidad; como el cliché ligero con que explica el mestizaje del país, entre los laboriosos y sobrios españoles y los negros fiesteros y poetas. Esta reducción es doblemente mendaz y dolorosa, porque no hace sino recrear la torcida manipulación con que la política revolucionaria dividió al país; en ese alarde de falso negrismo, que sólo limita a los negros al poder de la fiesta y la tumbadora.
El hilo de tan defectuosas referencias antropológicas se trasluce en las relaciones, que ilustran al documental con fotografías; pero de todo eso, lo importante es la tremenda grosería de esa felicidad tan blanca, que todavía secuestra la cultura nacional y no le permite la enmienda. Como testigo excepcional y por derecho, Diego pudo dejarnos ver cómo fue que se fracturó la historia y con ella la cultura; no brindando una versión de los hechos, tan pobre como el resto de los once millones de versiones de los hechos; sino con el relato calmo de esa estructura familiar suya, que era un desiderátum de la del resto del país. 
Con esa sensibilidad, Úrsula Iguarán dió rebencazos al coronel Buendía y detuvo la masacre en Macondo; también el Modernismo alcanzó la eficacia reflexiva, con la poesía femenina latinoamericana, que rehuyó el vacío retórico de su patriarcado. La amistad de Jorge Daltón habría brindado esa posibilidad, y Eliseo Alberto pudo así reivindicar a su clase, iluminando la compleja estructura que la sostuvo; pero para eso tenía que haber sido generoso, y sobreponerse a esa catarsis interminable, que es el arma secreta con que vence el enemigo.

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