Tuesday, November 24, 2015

Poema LXI

Dulce María Loinaz


En el valle profundo de mis tristezas, tú te alzas
Inconmovible y silencioso como una columna de oro.
Eres de la raza del sol: moreno, ardiente y oloroso
A resinas silvestres.
Eres de la raza del sol, y a sol me huele tu carne quemada,
Tu cabello tibio, tu boca oscura y caliente aún
Como brasa recién apagada por el viento.
Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes,
Muérdeme con tus dientes de fiera joven,
Arranca mis tristezas y mis orgullos,
Arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos.
¡Y enséñame de una vez —ya que no lo sé todavía—
A vivir o a morir entre tus garras! 

Del libro Poemas sin nombre

Monday, November 23, 2015

Estilo Hesicástico

Ignacio T. Granados Herrera
No es gratuito que como fenómeno propiamente moderno, el auge del arte ocurriera durante el apogeo del capitalismo industrial;  este también es un fenómeno propiamente moderno, y el arte habría sido la proyección reflexiva de la época, cono el capitalismo su ordenamiento económico, en la determinación de sus relaciones políticas. La postmodernidad cobra sentido así como resumen y síntesis en que decae la modernidad, cumplido su propio ciclo de desarrollo; significando eso un mayor nivel de contradicciones al interior de la cultura como naturaleza, con la progresiva obsolencia de su organicidad. De ahí que como los procesos de producción en general, el arte también decaiga en el corporativismo; que desconoce sus funciones, sujetándolo al falso pragmatismo de la ganancia económica, termina por distorsionarlo en una burocracia mercantilista. Lo singular tanta contradicción es que nada de eso sería importante, indicando sólo esa obsolencia del sistema todo; que de su realización económica a su reflexión trascendente, sería ya una estructura de suyo disfuncional. Eso explica la fatuidad del arte contemporáneo, reflejada a su vez en la inconsistencia de las relaciones económicas; resultando a su vez en el estancamiento de toda la estructura política, en esa contracción de su masa crítica, antes del salto cualitativo a una reorganización;  determinada en unos procesos de producción distintos, que a su vez se expresarán en otro tipo de reflexión trascendente.
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Como todo lo anterior, eso no es gratuito, y obedecerá a los mismos procesos de desarrollo de la cultura; que a la altura de la modernidad no podía resolver su reflexión trascendente en las prácticas científicas, teniendo que recurrir a la mera representación formal del pensamiento en sí. Sin embargo, ya el desarrollo de las ciencias sería tan apoteósico como lo fuera el del arte al arribo de la modernidad; significando eso la madurez en su capacidad para proveer una reflexión trascendente capaz de comprender la realidad en sus propias determinaciones. Esto se vería al nivel mismo de la cultura popular y su manejo recreativo de las ciencias, que ya comprende fenómenos complejos como la física cuántica y las matemáticas; haciendo innecesaria la representación de lo real en ficciones dramáticas, por esta nueva capacidad del pensamiento científico. Eso es importante, esta conciliación formal es profunda, actuando como una sintetización que refina el pensamiento y sus capacidades; que hasta entonces había enfrentado a la dicotomía de Razón Vs Sentimientos, y por ende de ciencia Vs arte, con toda la ambigüedad y la ineficiencia del mundo para la filosofía. Ahora sin embargo la filosofía se alzaría como reina de las artes, recreando unas ficciones que reproducen el Cosmos en su comprensión paulatina; en forma no menos dramática que el arte moderno, pero sí más eficaz, al no distorsionarse en los meandros del ego, que todo lo hecha a perder con su distorsión del mercado; que como parámetro propio de la realidad en cuanto humana, sería lo que indique las redeterminaciones éticas de la cultura, según la identificación y satisfacción de las verdaderas necesidades.
Por supuesto, esto no quiere decir que ya eso ocurra de hecho sino que como principio es posible; en ese sentido acumulativo del conocimiento, cuya masa ya le permite un alcance auto referencial. De ahí que habiendo alcanzado ese nivel como masa crítica, imponga de hecho una inflexión; que se revertiría en una nueva exponenciación del pensamiento, como su conversión cualitativa, con nuevos alcances en su eficacia reflexiva. Eso sería lo que habría determinado la obsolencia del arte como reflexión trascendente de lo real en cuanto humano; abocándolo a la decadencia, en las prácticas mercantilistas de la burocracia corporativa a cargo de los procesos de producción; en cuya convencionalidad se dirigen a la conservación del status quo de la cultura y no a su desarrollo dialéctico, como parte de esa substitución de hecho; que siendo de la subestructura religiosa por la económica, se dirige en definitiva a la determinación política de la sociedad por sus relaciones económicas. De ahí la contradicción flagrante, del anacronismo de las élites intelectuales no científicas a la altura de la postmodernidad; que subsisten en burbujas de falsa sostenibilidad económica, como el de las universidades y programas de apoyo gubernamental, dada la disfuncionalidad en que en realidad responden al modelo medieval en que se forjó la modernidad. 
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De otra parte, esa extemporaneidad puede verse en la cultura popular, a la que se dirigen estas élites ya económicamente disfuncionales con el fin de sostenerse en una falsa necesidad; pero resultando en otra distorsión del mismo mercado, al desclasar a esa cultura popular al inducirla a un comportamiento mimético de falso elitismo; satisfacción de su falsa necesidad, que resulta de esa promoción de un modelo cultural obsoleto, como esta persistencia de la modernidad en su decadencia. Al margen de estos círculos viciosos, las élites de la nueva inteligencia se desarrollan sin trauma; logrando una inserción económica que contrasta con la precariedad de las élites tradicionales, como marcando la pauta para el renacimiento. Curiosamente, estas nuevas élites nacen y se desarrollan dentro de esas mismas burbujas de falsa economía que vician los ciclos culturales; pero mientras esos ambientes se ladran como los perros de Hécate su "publica o perece" a los modernos, lamen retozones las manos de los nuevos genios.

Sunday, November 22, 2015

Palabras de Yoshvani Medina por el cierre del V Festival de Teatro de Pequeño Formato de Miami (2015)

Un festival de teatro es la única fiesta laica que es tan espiritual como una misa. Por eso deberíamos tener una oración por los que han participado en este Festival. Una oración simple, con sujeto omitido y donde el único predicado sea el verbo: AMEMOS. Si es posible todos juntos, con la copa en alto, en nombre de los que hubieran querido estar aquí hoy y no pudieron. Es tiempo de comprender que en teatro no existe fiesta que no sea la de todos. Todos estuvieron invitados, todos lo están y lo estarán. Serán bienvenidos los que dijeron que sí, los que dijeron que no, los que dijeron sí pero no, los que dijeron no pero sí, y los que no dijeron. Los grandes temas del Repertorio son el amor, el dinero, la muerte y el sexo. Pues celebremos el amor que nos aleja de la muerte y la fiesta que nos provee el dinero para procurarnos el sexo. Que viva el VI Festival Internacional de Teatro de Pequeño Formato de Miami, que desde ya nos cita y nos incita.

Thursday, November 12, 2015

Raymond Chandler en la Habana

Por Ignacio T. Granados Herrera

Obviamente, es muy difícil que un escritor de temas policíacos sobreviva impune al impacto de Raymond Chandler;  pero lo cierto es que Philip Marlowe no es exactamente una barba de tres días ni el semi alcoholismo que lo caracterizara. En rigor, Marlowe era un carácter trágico, como Hamlet, no un sentimental afeminado en su frustración generacional; porque, y ahí puede estar el detalle, el problema de Marlowe era ese individualismo feroz que le hizo traspasar toda convención con su tragiquismo; también, en otro detalle importante, era un carácter salido de la pluma de Raymond Chandler, ni su entorno era la ambigüedad dicha a media voz de la Habana. Eso explica las diferencias de Marlowe respecto a Mario Conde, como del magisterio de Chandler respecto al devoto discipulado de Padura; no importa la merecida gloria de su consagración como escritor por la burocracia ejecutiva de las corporaciones editoriales, frente a la crudeza del mercado real con que sentó Chandler su magisterio.

Herejes es así una magnífica novela, pero sólo según los parámetros de estos tiempos, que son del triunfo de los epígonos; no del establecimiento de un canon sino del seguimiento de los ya heredados, y bajo la vigilancia implacable de esos ogbonis de la industria editorial que son la crítica especializada. En ese sentido, Herejes retiene el mérito de los grandes aires históricos que probó Padura con El hombre que amaba a los perros; y eso no es poco en una literatura como la cubana, que se caracteriza por el realismo banal, desconociendo los manierismos que le dieron la gloria. Ciertamente no es poco conseguir distanciarse del falso realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez, cuyo éxito probó ser circunstancial; y eso significa que Padura es el que más posibilidades tiene de conseguir esa gran novela que devuelva los aires majestuosos a la literatura cubana, dilapidados por su juventud revolucionaria.

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No obstante, para conseguir eso, Padura tendría que madurar y distanciarse de ese tragiquismo por el que ni siquiera es seudo sucio como Pedro Juan; y en el que resulta de un sentimentalismo lacrimógeno y limosnero, que debe tener al manly Marlowe revolviéndose en sus monumentos. Para eso quizás le sirva desechar la fe en el posible encanto del desencanto generacional, porque los dramas son siempre individuales y concretos; incluso si generacionales, los dramas sólo cobran realidad en las vidas concretas, y es por eso que por sobre su naturaleza tienen siempre esa inefabilidad compulsiva de lo humano.  Eso es lo que le falta a Mario Conde, la compulsión por la que la contravención las reglas no es ni siquiera un gesto sino su existencia misma; y el día que Padura consiga comprender eso, Mario Conde alcanzará la cristalización más grande, porque él no es una fórmula —¿o sí lo es?— sino un arquetipo, sólo que todavía inmaduro.

Para el ejemplo, esta inmadurez del personaje de Conde quizás pueda rastrearse en la de la misma prosa de Padura; que pudiendo resolverse en la gramática funcional que priorice su historia (Chandler), todavía opta por el trascendentalismo, entre la elegancia carpenteriana y la síntesis hilarante de García Márquez; ninguna de ellas conseguida, porque la elegancia se reduce a la impostación de unos giros innecesarios, y la síntesis garciamarquiana a un resumen de falsa hilaridad. Es decir, se trataría de una prosa increíblemente inmadura, hablando de un escritor que comenzó con el pulso modesto pero firme de Fiebre de caballo; y que llegó a la transparencia sintáctica de El hombre que amaba los perros, sin estorbar esas pretensiones de grandeza con un gesto falso.

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La prueba estaría en que ninguno de los dramas en que se vio envuelto Marlowe tenía ese aliento histórico y trascendente que bosteza todo lo cubano en la secuela de Carpentier; quien sin embargo era muy consistente al fijar su propio objeto en esa trascendencia histórica, pero a la que saltaba desde una curiosidad antropológica y no de una veleidad sentimental. De esa humildad podría haber extraído Padura ese alcance, más efectivamente trascendental que toda la información contenida en los más prolijos archivos; como el sentido cinismo con que el existencial Marlowe sigue reinando como el arquetipo inalcanzable que fatiga la pobreza de Mario Conde. En el entretanto, Herejes sí es una buena novela, sobre todo por sus dimensiones y hasta su estructura relativamente novedosa; disminuida sólo por esa debilidad de Padura en sus intereses como escritor, difícil de superar por su dependencia de la burocracia editorial, que —no queda claro si desgraciadamente— puede pagar por su talento.

En la muerte de Changó

A Natividad Torres, Oba Meta
Por un minuto no hay guerra en la tierra
Y el silencio se extiende sobre el mundo
Como un manto, que es el cielo
Descendiendo a recoger a su hijo muerto.
Una flecha increíble ha matado al dios
Atravesando su pecho de oro
Y el cielo se regocija de que la tierra
/   le devuelva su reflejo;
Pero esta gime en el dolor de ese peso enorme
Que es la muerte del dios.
El cielo desciende en los hombros
De los jóvenes más bellos de Oyó
Que vienen en cortejo
Y son recibidos por las hijas de Ifé
Con cántaros de agua que les refrescan el paso;
En los hombros de los héroes va el cielo
Y en el cielo va el dios muerto
Con ese misterio de cristo en la mudez, que mezcla
El llanto de la tierra y el regocijo del cielo.
Una paloma baila, conduciendo el cortejo,
El cielo ha enviado el tambor de Ocha Lashé
Mezclando esa risa y ese llanto en el agua
Con que refrescan las jóvenes de Ifé
El paso de los hombres más bellos de Oyó.
El dios ha vuelto a su casa, Africa descansa tranquila
Y Oshún cierra la puerta del castillo silencioso
Cuando entra el cortejo.

Tuesday, November 10, 2015

¡Vaya la prensa, como la cogieron, la prensa!

Por Ignacio T. Granados
Uno de los problemas de la transición tecnológica en el panorama de la cultura es el de la factibilidad económica de sus prácticas concretas; una dificultad que habría afectado especialmente a la prensa, ante el desarrollo de fuentes alternativas de información, como las redes sociales. Ante eso se suele alegar la poca fiabilidad de esas fuentes alternativas, como si las tradicionales mantuvieran el rigor tradicional;  como si no lo hubieran perdido entre el ego de sus columnistas, que de ser informadores habrían pasado subrepticiamente a ser formadores de opinión. Por supuesto, el origen de este problema estaría en la distorsión también original de su función; cuando, atenida a su impacto político, la prensa se postuló como otro poder, alternativo a los tres tradicionales; en vez de postularse como un contrapoder, que es la facultad provista por su capacidad de supervisión crítica de la estructura total de la sociedad.

Obviamente, una vez establecida como un poder, la prensa sufriría los mismos procesos de los poderes tradicionales; ya que lo que identifica al poder es la convencionalidad en que puede organizarse en función de esa estructura total, a la que entonces se subordina. No obstante esta distorsión,  al menos en principio la prensa hubiera podido mantener su factibilidad; no ya satisfaciendo la necesidad original que le dio lugar, porque para eso tendría que substraerse de la convencionalidad con que integra dicha estructura; pero sí ocupándose de los problemas relevantes a la comunidad de la que depende económicamente, y de los que extraería su propia relevancia. Aquí confluyen varios problemas que contribuirían a esa distorsión de la función original, ya desde el problema mismo de la dependencia económica; al desarrollar la publicidad como su principal fuente de recursos, desplazando n este sentido a la población consumidora y destinataria final de su producto; respecto a la cual desarrolla entonces una función de patrocinio antes que de servicio, alineándose con esa independencia a los poderes tradicionales; no ya en la convencionalidad, que de ser una determinación pasaría a convertirse en el síntoma de una situación dada, sino en el ejercicio mismo del poder político.

Esto se reflejaría en la cobertura más o menos efectiva del ambiente cultural a niveles locales, sujeta a la corrupción y el clientelismo; con el que la prensa se sesga a favor de unos y en detrimento de otros, según el acceso de estos a dichos espacios como formadores de opinión. Está claro que dicho acceso es arbitrario por principio, sujeto a la manipulación más o menos egocéntrica de los interesados; pero eso no sería lo importante, sino la derivación imperceptible, que redundaría en esa pérdida de relevancia final de la prensa sobre la cultura local; que redundando nuevamente en su ascendencia sobre esa cultura, redundará otra vez en un peor desempeño publicitario a mediano o largo plazo, compitiendo con la mayor popularidad y relevancia de las redes sociales. Obviamente el fenómeno varía de una localidad a la otra, según sus condiciones particulares; de modo que allí donde se dan otros problemas críticos al margen de la cultura —como la violencia o los escándalos políticos—, la prensa puede mantener esta relevancia. Sin embargo, la peculiaridad de Miami sería precisamente la de la plácida mediocridad donde nunca pasa nada al margen de la cultura; porque la corrupción política está tan imbricada en las relaciones de poder que a la prensa no le interesa enfrentarla —como antes—, y la violencia es también mediocre y pobre.

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El problema en ese punto estaría en la incapacidad para prever este resultado, en una estructura afectada por la arrogancia corporativa; porque como parte de ese desarrollo del capitalismo post industrial, la prensa es también una corporación administrada por una burocracia ejecutiva. Vale recordar que como el resto de las empresas afectadas por este corporativismo postmoderno,  la prensa surge en pleno apogeo del capitalismo industrial; que como reflejo de la apoteosis misma de la modernidad —entre los siglos XVII y XIX—, sufre la postmodernidad como su decadencia. En Miami concretamente, esto puede verse en la precariedad de esa cobertura sobre una cultura local, riquísima como propia de una realidad popular; que sin embargo se ve constreñida a los intereses de quienes alimenten ese acceso personal, inevitablemente mediocres en su convencionalidad. La prensa en Miami sigue así atada al fatalismo de su convencionalidad, en la forma de una generación vetusta que se niega a ir a la par del tiempo en su naturaleza reaccionaria; lo que no es un problema de alineación ideológica sino de pragmatismo político, y sería suficiente para explicar esa irrelevancia que la conduce inexorable a la improductividad.

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