Thursday, November 12, 2015

Raymond Chandler en la Habana

Por Ignacio T. Granados Herrera

Obviamente, es muy difícil que un escritor de temas policíacos sobreviva impune al impacto de Raymond Chandler;  pero lo cierto es que Philip Marlowe no es exactamente una barba de tres días ni el semi alcoholismo que lo caracterizara. En rigor, Marlowe era un carácter trágico, como Hamlet, no un sentimental afeminado en su frustración generacional; porque, y ahí puede estar el detalle, el problema de Marlowe era ese individualismo feroz que le hizo traspasar toda convención con su tragiquismo; también, en otro detalle importante, era un carácter salido de la pluma de Raymond Chandler, ni su entorno era la ambigüedad dicha a media voz de la Habana. Eso explica las diferencias de Marlowe respecto a Mario Conde, como del magisterio de Chandler respecto al devoto discipulado de Padura; no importa la merecida gloria de su consagración como escritor por la burocracia ejecutiva de las corporaciones editoriales, frente a la crudeza del mercado real con que sentó Chandler su magisterio.

Herejes es así una magnífica novela, pero sólo según los parámetros de estos tiempos, que son del triunfo de los epígonos; no del establecimiento de un canon sino del seguimiento de los ya heredados, y bajo la vigilancia implacable de esos ogbonis de la industria editorial que son la crítica especializada. En ese sentido, Herejes retiene el mérito de los grandes aires históricos que probó Padura con El hombre que amaba a los perros; y eso no es poco en una literatura como la cubana, que se caracteriza por el realismo banal, desconociendo los manierismos que le dieron la gloria. Ciertamente no es poco conseguir distanciarse del falso realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez, cuyo éxito probó ser circunstancial; y eso significa que Padura es el que más posibilidades tiene de conseguir esa gran novela que devuelva los aires majestuosos a la literatura cubana, dilapidados por su juventud revolucionaria.

Comprar en kindle
No obstante, para conseguir eso, Padura tendría que madurar y distanciarse de ese tragiquismo por el que ni siquiera es seudo sucio como Pedro Juan; y en el que resulta de un sentimentalismo lacrimógeno y limosnero, que debe tener al manly Marlowe revolviéndose en sus monumentos. Para eso quizás le sirva desechar la fe en el posible encanto del desencanto generacional, porque los dramas son siempre individuales y concretos; incluso si generacionales, los dramas sólo cobran realidad en las vidas concretas, y es por eso que por sobre su naturaleza tienen siempre esa inefabilidad compulsiva de lo humano.  Eso es lo que le falta a Mario Conde, la compulsión por la que la contravención las reglas no es ni siquiera un gesto sino su existencia misma; y el día que Padura consiga comprender eso, Mario Conde alcanzará la cristalización más grande, porque él no es una fórmula —¿o sí lo es?— sino un arquetipo, sólo que todavía inmaduro.

Para el ejemplo, esta inmadurez del personaje de Conde quizás pueda rastrearse en la de la misma prosa de Padura; que pudiendo resolverse en la gramática funcional que priorice su historia (Chandler), todavía opta por el trascendentalismo, entre la elegancia carpenteriana y la síntesis hilarante de García Márquez; ninguna de ellas conseguida, porque la elegancia se reduce a la impostación de unos giros innecesarios, y la síntesis garciamarquiana a un resumen de falsa hilaridad. Es decir, se trataría de una prosa increíblemente inmadura, hablando de un escritor que comenzó con el pulso modesto pero firme de Fiebre de caballo; y que llegó a la transparencia sintáctica de El hombre que amaba los perros, sin estorbar esas pretensiones de grandeza con un gesto falso.

Otros libros en Kindle
La prueba estaría en que ninguno de los dramas en que se vio envuelto Marlowe tenía ese aliento histórico y trascendente que bosteza todo lo cubano en la secuela de Carpentier; quien sin embargo era muy consistente al fijar su propio objeto en esa trascendencia histórica, pero a la que saltaba desde una curiosidad antropológica y no de una veleidad sentimental. De esa humildad podría haber extraído Padura ese alcance, más efectivamente trascendental que toda la información contenida en los más prolijos archivos; como el sentido cinismo con que el existencial Marlowe sigue reinando como el arquetipo inalcanzable que fatiga la pobreza de Mario Conde. En el entretanto, Herejes sí es una buena novela, sobre todo por sus dimensiones y hasta su estructura relativamente novedosa; disminuida sólo por esa debilidad de Padura en sus intereses como escritor, difícil de superar por su dependencia de la burocracia editorial, que —no queda claro si desgraciadamente— puede pagar por su talento.

Seja o primeiro a comentar

  ©Template by Dicas Blogger.

TOPO