Friday, October 16, 2015

Editorial

Por Ignacio T. Granados Herrera
Como todo el mundo, Ediciones Itinerantes Paradiso reclama ser diferente, pero en su caso es cierto; la diferencia radica en que ofrece un producto original, basado en características que lo hacen único y que significan una ganancia real para el que lo consume. Entiéndase, el producto de EdItPar es literatura, y en ese sentido poco de lo que se hace es novedoso; de hecho se trata de un mercado saturado justo por sus prácticas, que no lo tratan como a un mercado. En efecto, el mercado del arte y la cultura es tratado como un hecho trascendente, descuidando su inmanencia; que es el tejido de funciones y transacciones en que se resuelve como una realidad económica, y que es en lo que consiste un mercado. Cualquier referencia filosófica desde Parménides tiene claro que sólo lo que es trasciende, porque la trascendencia es una cualidad del Ser; pero ya la realidad no se determina reflexivamente, y por tanto ignora concienzudamente toda referencia filosófica. De hecho se trata de una de las contradicciones más absurdas, puesto que esta distorsión del mercado se da en la forma del mercantilismo; que es lo que impulsa a todos los factores participantes a la producción indiscriminada de un objeto indiferenciado y gratuito, basados sólo en su capacidad para ello y no en la satisfacción de alguna necesidad objetiva.

Todas esas contradicciones se deben al fenómeno del voluntarismo postmoderno, que nace en el humanismo moderno; y se debe a la naturaleza idealista de esa cultura moderna, que impide toda forma de pragmatismo en las proyecciones políticas, y la economía es una de ellas. De ahí la singularidad de EdItPar, que trata de satisfacer una necesidad en la producción de una cultura diferenciada; y que lo hace esquivando esa masividad de la producción de cultura, que se basa en la suficiencia del talento —el ego boost— y no en esta capacidad  suya para satisfacer una necesidad. Por supuesto, en ese sentido EdItPar la tiene muy difícil, pues debe competir en condiciones adversas contra esa distorsión mercantilista del mercado; más perversa aun cuando se basa en el falso altruismo que supuestamente busca esa trascendencia de la cultura, y que es en lo que es mercantilista. Será precisamente ahí donde destaque esta diferenciación de EdItPar, como un proyecto suficiente, y que por tanto ni pide apoyo ni depende del mismo; ateniéndose a un desarrollo lento y difícil, pero sostenido por la realidad de esa necesidad a la que apunta y que puede efectivamente satisfacer.

Ciertamente, el mercado cultural ya no es un universo en expansión sino que se estrecha, producto de esta perversión; pero pervive en nichos que permiten la distinción de productos singulares, según la persistente inteligencia de sus productores… si genuinos. Esa es la apuesta de EdItPar, para la que su estrategia consiste en la producción mesurada y artesanal de libros impresos; que deberían llamar la atención por esta marginalidad de sus métodos de producción y hasta por su misma precariedad económica, a salvo del espíritu depredador de las grandes compañías; a salvo también de la ingenuidad trascendentalista del falso altruismo, en un tesón genuinamente capitalista. Alternativo es cualquiera, pero justo porque la alternativa es para lo mismo, proponiéndose del status quo; cuya elusividad debería sin embargo dejar claro que se trata de un esfuerzo gratuito y sin sentido en la racionalidad de todo mercado, pero sólo para las mentes sanas. Diferente es otra cosa muy distinta de lo alternativo, y es lo que resulta EdItPar en su naturaleza peculiar; ahora nuevamente en libros impresos, pero con la dignidad artesanal que los respalda en su originalidad y no en la arrogancia intelectual.

Sunday, October 11, 2015

Yoshvani Medina, el triunfo

Por Ignacio T. Granados Herrera
Tener talento no debería ser causa suficiente para explotarlo, puesto que todo el mundo lo tiene; sino que debería interesarte, porque es este interés el que lo dirigiría más allá de esa nimiedad del ego. Debido a esa sutileza el éxito tiene sentido en unos y no en otros, no importa cómo lo logren ni si lo logran; ya que eso sería lo que diferencie al éxito como aparente o consistente, según las necesidades que satisfaga. Sin embargo, no por gusto eso es una sutileza, que así escapa al duro batallar del arte; sobre todo en Miami, que con un micro clima peculiar, asume al arte como una excelencia de valor universal; al que por tanto se dirigen todos con la misma sed de éxito, no obstante los diversos motivos del mismo. 

Eso sería lo que hace tan precario el éxito a nivel local, no importa su consistencia; ya que es su enrarecida circunstancia la que lo debilita a mediano, largo o corto plazo, que Para el caso es lo mismo. En tan compleja realidad es fácil perderse en la queja continua, que sólo revelaría una frustración legítima; pero igual es siempre más provechoso montarse sobre la dificultad, tomándola incluso como acicate, y sobre ella construir el éxito. Ese es el caso de Yoshvani Medina, que quizás no casualmente es un teatrista profesional y con carrera propia; que lejos de languidecer extrañando los absurdos subsidios del Ministerio de Cultura cubano, se levanta sobre su propia precariedad, y sencillamente triunfa. No hay que llamarse a engaño con el micro clima del arte en Miami, y que mucho explica esta singularidad de Medina; en el sentido de ese contraste por el que él enfrenta las mismas dificultades que el resto, pero a diferencia de ese resto persiste en un propósito trascendente. Esa sería la señal, la trascendencia de un propósito, que poco importa entonces cuánto tiene de egocéntrico; simplemente porque ya esa no es la materia misma del trabajo, sin muy probablemente la fuente de donde extraiga su carácter. En Miami los creadores añoran el pasado del que huyeron y que los protegía con un salario al tiempo que les quebraba las patas; habría sido por eso que huyeron del mismo, sin contar con la desprotección a la que se exponían, y que sólo un interés profundo podría sobrevivir. 

No es extraño entonces que un artista así se refugie en su personalidad, si en definitiva sabe que es su carácter su propia fuente de fuerza; y de ahí que incluso ignore límites, llegando a pasos que pueden ser cuestionables para muchos, pero que sólo están en función de la trascendencia de su propósito. Esa sería la otra sutileza que oculta tras la anterior explique la tremenda singularidad de Miami, y la alegría que debe embargar a todos un éxito suyo; porque al final él es el que viene siendo una redención de la cultura local, como la pica que Miami puede por fin colocar en Flandes. Medina, a diferencia del resto, no sólo tiene contactos sino que sabe utilizarlos para lo que son buenos; y que no es que sus amigos le dediquen loas insulsas en el periódico local, sino que una invitación del Repertorio español conduzca a una reseña en el New York Times. El teatro que se hace en Miami es bueno, como casi todo el arte contemporáneo, que ambién es intrascendente; lo que distingue a Medina de eso es que consigue esa tan ansiada trascendencia por la constancia y seriedad de sus esfuerzos, incluso si eso atraviesa una apoteosis personal. Vaya una felicitación a Medina por ese galardón especial que es esta reseña positiva, con la que el New York Times advierte de su existencia; porque a diferencia del resto, y a pesar de su nimiedad, esto significa que su constancia lo lleva por buen camino y —a diferencia del resto— puede confiar en sí mismo.

El Nobel de Svetlana

Por Ignacio T. Granados
El problema con Svetlana no es obviamente Svetlana, que hasta la bendición del Nobel era perfectamente desconocida excepto para entendidos; el problema es el Nobel, y no el suyo sino el Nobel en sí, como una institucionalidad que nos restriega su irrelevancia y su elitismo absurdo en un mundo con demasiadas urgencias para eso. Antes —como siempre— al menos el premio era consecuente con esta convencionalidad suya, y por ello era también más coherente; hasta en la soberbia con que estableció esa tradición respetable de no entregarle el premio a Jorge Luis Borges, mal remedada hoy cuando esquiva a Murakami. Aún si el problema no es Svetlana sino el Nobel, se debe a que este expone en ella sus defectos; porque es esa recurrencia del falso humanismo de las huestes intelectuales la que habría acogotado a la cultura, y esta beatificación de Svetlana sería la prueba de ello.

No será casual sino sintomático que Svetlana sea una periodista devenida en novelista, con esa alma trágica de las militancias; que hasta se ladea la gorra antaño obrera, como para enfatizar el manierismo kitsch de su postura hípster, que no distingue entre la performance artística y la tragedia verdadera. Al menos antes —como siempre— los beatos del Nobel eran una suerte de humanistas integrales, sólo eventualmente recalados en el periodismo, por cuestiones de hambre y no de vocación; pero como siempre los tiempos han cambiado, que es por lo que esta beatificación de Svetlana es un índice de lo mal que anda el mundo, cuando su arte decae a la banalidad del Nobel tan consistentemente. Si será grave el problema que Svetlana se postula a sí misma como mártir de la intelligentsia postsoviética, dejando claro que ya ni pudor queda; con esa venialidad con que el periodismo ha devenido en el recurso más socorrido del ego para hacer sus catarsis en discursos apoteósicos y trascendentes.

Como de periodista al fin, las novelas de Svetlana tratan de la tragedia de Chernóbil, el desastre de Afganistán y —¿cómo no?— la gran guerra patria; como siempre también, se usan términos grandilocuentes y se habla de su Obra en vez de sus novelas, y se menciona la estética de la tragedia coral griega; pero se obvia en ello que no se trata de una reflexión sino en un discurso, que sustituye la riqueza de la ficción por el testimonio, renunciando con ello a todo alcance de trascendencia efectiva. Esta será siempre la barrera firme que separe al arte de su pretensión, no importa lo que diga el funcionalismo postmoderno; que sólo porque no puede lidiar con la calidad extrapositiva de la representación se atreve a negarla en lo que nunca será un acto suficiente; porque no respondiendo a una Potencia en su exigencia de racionalidad evidente, resulta en el gesto impostado del discurso y no el alcance reflexivo mismo.

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Al fin y al cabo es hasta mezquino ese registro sañoso de las inmoralidades pasadas con tan vertiginosos presentes, como el punto que revela la efectividad del poder imaginativo de un autor; y en este mundo así vertiginoso con la híper saturación informativa de las redes sociales,  Chernóbil, Afganistán y la gran guerra patria son puros arcaísmos. No es que eso de la efectividad del poder Imaginativo sea importante, sino que el premio era a esa excelencia singular, por la que un autor merecía ser destacado como un canon; no Importa lo discutible y relativo que eso fuera, puesto que al fin y al cabo nadie discutía la convencionalidad sino la pertinencia. Ciertamente hay mucha distancia de aquel escándalo con que se le negó ese premio a la genialidad de Borges y la banalidad con que hoy se le niega al exitoso Murakami; que no es más singular —sino sólo más exitoso— que la Svetlana, pero que al menos no se presta al juego de ladearse la gorra hípster para declamar la tragedia del homo postsovieticus; sino que insiste en esa otra dignidad del éxito meramente comercial, revelando la inoperatividad de un gesto enfático como el de estas beatificaciones, lo que quizás explique esa mezquindad que le escamotea el lauro.

Wednesday, October 7, 2015

Sanctorum, la poca banalidad de la transgresión sexual

Por Ignacio T. Granados Herrera
Por supuesto, uno de los tópicos más atractivos del arte ha sido siempre el de la transgresión, y obviamente también mejor si esta es sexual; lo que no es gratuito, ya que se debe en el primer caso al valor añadido del drama que significa la transgresión misma sobre los otros valores de la obra, que son formales; y respecto a la preferencia por la transgresión sexual, pues porque esta tiene ese valor arquetípico propio de la gran represión que siempre rodeó al sexo. No debe olvidarse que la actividad sexual está en la base misma de las relaciones políticas y económicas, y no sólo simbólicamente; es decir, no sólo en lo que respecta a los roles jugados por sus partes, sino también como un valor político y económico; dado por la posición política y económica de una o todas las partes envueltas, que así se ven afectadas por su relación.

También en ese sentido, y probablemente por la evolución peculiar de la cultura occidental, el sexo ha devenido en uno de los ritos de pasaje más fuertes de la pubertad; al menos hasta el segundo tercio del siglo XX, cuando ya los efectos de la revolución sexual de la primera mitad y las luchas por derechos civiles le restaron dramatismo. No que eso ocurriera repentina sino gradualmente, hasta el punto de que aún se manifiesta en no pocos conflictos sociales; como los relativos a los derechos de las minorías y sexuales, como una gran tensión que aún sigue dominando el panorama cultural. No obstante, el mismo acceso masivo a la tecnología habría vuelto al sexo un tópico artístico irrelevante por su omnipresencia; que restándole dramatismo, le resta también impacto y por ende ese valor añadido a la condición formal del objeto de que se trate.

Aun así el sexo y la transgresión de sus reglas tradicionales sigue siendo recurrente en el arte contemporáneo, eso sería lo interesante; no ya entonces el sexo mismo, incluso en sus casos más supuestamente extremos, sino esa fijación artística en un objeto que ya dista de ser dramático. Es ahí donde resalta la poca ingenuidad de su tratamiento, que no es nunca meramente formal y que por tanto tiene valor ideológico; refiriéndose entonces a una contradicción de la fuente tradicional de esa regulación de la actividad sexual, que así simboliza la máxima libertad del Ser. Después de todo un símbolo es absolutamente convencional, y la represión continua en este sentido hace lógica esta recurrencia del sexo; sobre todo si se cuenta con el contrasentido de la aberración política que significa su transgresión al interior de esa misma fuente que lo regula, como es el caso de la Iglesia católica.

Eso explicaría la enorme recurrencia del imaginario católico en este tipo de representaciones, no importa su pérdida de impacto dramático; porque la fuerza no la tomaría paradójicamente de la transgresión sino del carácter contestatario y contradictor de la misma, no yendo ya contra la moral establecida sino contra su establecimiento. De hecho, se trata entonces de protestar esa pertinencia ya atemporal de la institución católica; que como fuente de legitimidad de la moral cristiana capitaliza la culpa en este sentido, no importa si sus aberraciones ocurren también en los ámbitos protestantes y fundamentalistas; que sólo lo habrían heredado en esa naturaleza torcida desde su origen en el anacronismo de la institución, que aún sigue haciendo estragos políticos.

Todo ese explica la eficacia que aún mantiene la fotografía de JAM Montoya en su exposición Sanctórum, del 2003; en la que el fotógrafo español Juan Antonio Moreno Montoya acude a la paráfrasis de ese imaginario católico, para violentarlo. Lo curioso es el efecto paradójico por el que justo gracias a esta violencia las imágenes  refuerzan su sentido original, bien que un poco torcidamente; pero resultando en todo caso en una afirmación de la compleja interioridad de la experiencia espiritual, que absolutamente nunca consigue sobreponerse a su carnalidad.

  

Principios para una antropología de la reflexión religiosa I y II

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Sunday, October 4, 2015

El oscuro esplendor político de los místicos

Por fray Erasmo de la Cruz, O.F.M.P
La magnificencia espiritual y la majestad literaria que envuelve a los místicos desenfocarían muy bien su impacto real; que siendo sobre su entorno sería sobre todo y primeramente político, no individual. En eso residiría la primera contradicción, como fundamento que cuestionaría hasta su propia integridad espiritual; ya que siendo individual esa experiencia trascendente de comunión, su imposición al prójimo es necesariamente abusiva y violatoria de esa individualidad del prójimo, como se ve en el ímpetu reformista que suele ser propio de estas experiencias. Esto por tanto no trata de las críticas habituales y ya tópicas sobre la estabilidad mental de los místicos; sino que incluso asumiendo esa experiencia de los mismos como legítima y positiva, la cuestiona en relación con la comunidad, a la que afecta también en su comunión. Primeramente puede identificarse el comportamiento del santón iluminado con el del revolucionario moderno, ya desde lo voluntarioso; en tanto su experiencia es una crítica incluso violenta de la corrupción sistemática, inevitable a todo desarrollo institucional.

A partir de ahí se comprende entonces esa equivalencia, como un fenómeno político, de la reforma del místico y la revolución social; como una reacción más o menos virulenta ante el desarrollo natural, en un intento de restaurar los pactos fundacionales sobre los que se estableció la comunidad. Este fundamentalismo incluso retrógrado ya es sorprendente en las revoluciones políticas, que suelen auto calificarse de progresistas; y queda más definitivamente ensombrecido en el caso de los místicos, por el aire épico (literario) que revisten sus gestas existenciales, sobre todo como una catarsis moral. Quien vea aún el esplendor literario (épico) del fundamentalismo religioso puede remitirse a los conflictos actuales con el extremismo árabe; que igual que el catolicismo medieval, es rico en epopeyas existenciales, poesía y crueldades de todo tipo contra toda forma de individualidad.

Eso explica que fueran las órdenes religiosas —más exactamente los frailes dominicos— las que impusieran las prácticas inquisitoriales, de las que el Santo Oficio fue un intento por racionalizar la barbarie; y que responde al sentido común con el que Roma reclamó el monopolio de la violencia, para que esta tuviera ese mínimo de racionalidad —a esas alturas imposible— sujetándola a la colegiatura de los tribunales y la legislación canóniga. Para mejores ejemplos, valga recordar que el más emblemático de los inquisidores no era un sacerdote diocesano sino un fraile religioso (dominico); y no sólo eso, sino que el tristemente célebre Tomás de Torquemada era también casualmente español, confesor de la reina Isabel para más INRI. En el caso específico del santoral católico, la situación es tan radical que se vuelve pintoresca y absurda por lo paradójica; como en los casos de los santos Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, cuya experiencia trascendente los llevó a la reforma radical de la orden en la que habían profesado, afectando al resto de los hermanos con su suprematismo disciplinario.

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Fundada en el siglo XII, la Orden del Carmelo surge junto con las mendicantes pero con un carisma contemplativo que la dedicaba a la oración; a la altura del Renacimiento, cuando la integran los futuros santos teresa de Jesús y Juan de la Cruz, ese carisma se haya corrompido en la secularización inevitable de la modernidad que la rodeaba. Esa contradicción era también típica y recurrente de la época, que es la de la política  cultural de la Contrarreforma española, dificultando la evolución a la Modernidad; deberá recordarse que la Contrarreforma misma es una reacción institucional ante el avance la Reforma luterana, que era contra el institucionalismo tradicional; pero respecto al cual la iglesia diocesana o clero secular funcionaba como una mediación, frustrada por el fundamentalismo evangélico de las órdenes religiosas. La Reforma luterana es una revisión fundamentalista del desarrollo político de la iglesia, pero justo como manifestación de sus contradicciones; dadas por su extemporaneidad como institución política, que es lo que niega la Contrarreforma, alegando su pertinencia institucional por su carácter transhistórico, en un sentido por tanto igualmente o más conservador aún.

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Ese panorama es sumamente complejo por la multitud de intereses que confluyen en dicha crisis, y que es eminentemente política; hasta el punto de que traza una frontera cultural, dividiendo Europa a la altura de los Pirineos, al sellar una evolución comenzada con la distinta conversión de los bárbaros al cristianismo arriano y católico respectivamente. En ese espectro, el poder secular de los príncipes lucha por desembarazarse de la tutela religiosa, apelando al desarrollo de la sociedad civil; en un desarrollo que sólo alcanza su apoteosis gracias al capitalismo italiano, y su potenciación del individualismo moderno. Eso sería lo que le permita a Lutero enfrentarse a la autoridad institucional, dada la suficiencia de su individualidad en medio del atomismo político germánico; la corona española en cambio, recién unificada en vísperas del siglo XVI, apela justo a esa tutela religiosa perpetuando en la Modernidad el institucionalismo medieval; pero eso en contra de la misma tendencia de la Iglesia, cuyo sentido metropolitano y cosmopolita le hace comprender la ineluctabilidad del individualismo moderno, sumida ella misma en ese auge del capitalismo italiano; pero en contra del arrebato de las órdenes religiosas, como una facción disidente y fundamentalista, que recurre al extremismo en busca del modelo ideal en la estructura política medieval, con sus místicos a la cabeza.

Saturday, October 3, 2015

Académicas!

Por Ignacio T. Granados Herrera
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Un artículo defiende la inconvencionalidad del arte contemporáneo, apelando a su definición por la Real Academia de la Lengua Española; según la que "el arte se define como la manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos y sonoros". El problema con esa definición es que no se sustenta en otra lógica que la que emana de la misma, cayendo en el juego tautológico de las autoridades; uno de cuyos ejemplos más escandalosos es el de la tradición católica, que alega tener su autoridad emanada de la tradición, a la que ella misma autoriza, retornando hacia sí toda fuente de legitimidad. Sin embargo,  hasta la propia iglesia en la más conservadora de sus tradiciones —que es la católica— justifica su dogmatismo en otras autoridades, que integrando la tradición explican esa ambigüedad; trazando siquiera un silogismo que así hace creíble su representación de la realidad por la idoneidad de los conceptos que postula y elabora.

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Pero ese no es el caso con esta definición de la RAE, que hablando excátedra en temas más concretos que los de moral debería tener conceptos más racionales; explicando por qué esa interpretación de lo real o imaginado es una visión personal y desinteresada, no sólo en ese mismo hecho de serlo sino también o incluso la causa de que así sea. El problema parece típico del funcionalismo filosófico de los posestructuralistas, que en realidad eran estructuralistas disidentes de sí mismos; y que en esa insuficiencia de la tesis que primero sostuvieron no pudieron ver la necesidad de un complemento funcional sino una antítesis directa. Eso no quita que el funcionalismo postestructuraliata no alcance a negar efectivamente se estructuralismo; sino que de hecho lo complemente, más allá de esa parcialidad parece que inevitable de los postuladores, como si el peligro no fuera esa inmodestia implícita en toda postulación. Volviendo al problema de la definición del arte, la deficiencia de la RAE habría estado en ese exceso abstraccionista, que no le permite acudir a la seguridad del deslinde etimológico; por el que Arte proviene de Tekné y este quiere decir técnica o tecnología, excluyendo por secundaria el interés o desinterés de la representación que hace de la realidad, sea esta imaginada o con consistencia propia.

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Valga esa última sutileza, que comprendiendo que todo lo que es es real en alguna forma, sólo diferencia su grado o nivel de realidad; según esa consistencia suya en tanto sea propia o derivada, como la diferencia en que se relacionan el objeto y el sujeto, que es el que otorga realidad con la suya propia. El concepto de arte sería así tan sencillo como el objeto o fenómeno (no la acción) que reproduce artificialmente otro objeto o fenómeno;  aunque eso le cueste la innecesaria complejidad que hace del artista un miembro de esa aristocracia ficticia en que ha devenido la intelectualidad; como una condición especial que supuesta pero gratuitamente hace a los artistas seres supra sensibles, capaces en ello de alguna comprensión especial de la realidad.

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