Yoshvani Medina, el triunfo
Por Ignacio T. Granados Herrera
Tener talento no debería ser
causa suficiente para explotarlo, puesto que todo el mundo lo tiene; sino que
debería interesarte, porque es este interés el que lo dirigiría más allá de esa
nimiedad del ego. Debido a esa sutileza el éxito tiene sentido en unos y no en
otros, no importa cómo lo logren ni si lo logran; ya que eso sería lo que
diferencie al éxito como aparente o consistente, según las necesidades que
satisfaga. Sin embargo, no por gusto eso es una sutileza, que así escapa al
duro batallar del arte; sobre todo en Miami, que con un micro clima peculiar,
asume al arte como una excelencia de valor universal; al que por tanto se
dirigen todos con la misma sed de éxito, no obstante los diversos motivos del
mismo.
Eso sería lo que hace tan precario el éxito a nivel local, no importa su
consistencia; ya que es su enrarecida circunstancia la que lo debilita a
mediano, largo o corto plazo, que Para el caso es lo mismo. En tan compleja realidad es
fácil perderse en la queja continua, que sólo revelaría una frustración
legítima; pero igual es siempre más provechoso montarse sobre la dificultad,
tomándola incluso como acicate, y sobre ella construir el éxito. Ese es el caso
de Yoshvani Medina, que quizás no casualmente es un teatrista profesional y con
carrera propia; que lejos de languidecer extrañando los absurdos subsidios del
Ministerio de Cultura cubano, se levanta sobre su propia precariedad, y sencillamente
triunfa. No hay que llamarse a engaño con el micro clima del arte en Miami, y
que mucho explica esta singularidad de Medina; en el sentido de ese contraste
por el que él enfrenta las mismas dificultades que el resto, pero a diferencia
de ese resto persiste en un propósito trascendente. Esa sería la señal, la
trascendencia de un propósito, que poco importa entonces cuánto tiene de
egocéntrico; simplemente porque ya esa no es la materia misma del trabajo, sin
muy probablemente la fuente de donde extraiga su carácter. En Miami los
creadores añoran el pasado del que huyeron y que los protegía con un salario al
tiempo que les quebraba las patas; habría sido por eso que huyeron del mismo,
sin contar con la desprotección a la que se exponían, y que sólo un interés
profundo podría sobrevivir.
No es extraño entonces que un artista así se
refugie en su personalidad, si en definitiva sabe que es su carácter su propia
fuente de fuerza; y de ahí que incluso ignore límites, llegando a pasos que
pueden ser cuestionables para muchos, pero que sólo están en función de la
trascendencia de su propósito. Esa sería la otra sutileza que
oculta tras la anterior explique la tremenda singularidad de Miami, y la
alegría que debe embargar a todos un éxito suyo; porque al final él es el que
viene siendo una redención de la cultura local, como la pica que Miami puede
por fin colocar en Flandes. Medina, a diferencia del resto, no sólo tiene
contactos sino que sabe utilizarlos para lo que son buenos; y que no es que sus
amigos le dediquen loas insulsas en el periódico local, sino que una invitación
del Repertorio español conduzca a una reseña en el New York Times. El teatro
que se hace en Miami es bueno, como casi todo el arte contemporáneo, que ambién
es intrascendente; lo que distingue a Medina de eso es que consigue esa tan
ansiada trascendencia por la constancia y seriedad de sus esfuerzos, incluso si
eso atraviesa una apoteosis personal. Vaya una felicitación a Medina por ese
galardón especial que es esta reseña positiva, con la que el New York Times
advierte de su existencia; porque a diferencia del resto, y a pesar de su
nimiedad, esto significa que su constancia lo lleva por buen camino y —a
diferencia del resto— puede confiar en sí mismo.
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