Sunday, October 11, 2015

Yoshvani Medina, el triunfo

Por Ignacio T. Granados Herrera
Tener talento no debería ser causa suficiente para explotarlo, puesto que todo el mundo lo tiene; sino que debería interesarte, porque es este interés el que lo dirigiría más allá de esa nimiedad del ego. Debido a esa sutileza el éxito tiene sentido en unos y no en otros, no importa cómo lo logren ni si lo logran; ya que eso sería lo que diferencie al éxito como aparente o consistente, según las necesidades que satisfaga. Sin embargo, no por gusto eso es una sutileza, que así escapa al duro batallar del arte; sobre todo en Miami, que con un micro clima peculiar, asume al arte como una excelencia de valor universal; al que por tanto se dirigen todos con la misma sed de éxito, no obstante los diversos motivos del mismo. 

Eso sería lo que hace tan precario el éxito a nivel local, no importa su consistencia; ya que es su enrarecida circunstancia la que lo debilita a mediano, largo o corto plazo, que Para el caso es lo mismo. En tan compleja realidad es fácil perderse en la queja continua, que sólo revelaría una frustración legítima; pero igual es siempre más provechoso montarse sobre la dificultad, tomándola incluso como acicate, y sobre ella construir el éxito. Ese es el caso de Yoshvani Medina, que quizás no casualmente es un teatrista profesional y con carrera propia; que lejos de languidecer extrañando los absurdos subsidios del Ministerio de Cultura cubano, se levanta sobre su propia precariedad, y sencillamente triunfa. No hay que llamarse a engaño con el micro clima del arte en Miami, y que mucho explica esta singularidad de Medina; en el sentido de ese contraste por el que él enfrenta las mismas dificultades que el resto, pero a diferencia de ese resto persiste en un propósito trascendente. Esa sería la señal, la trascendencia de un propósito, que poco importa entonces cuánto tiene de egocéntrico; simplemente porque ya esa no es la materia misma del trabajo, sin muy probablemente la fuente de donde extraiga su carácter. En Miami los creadores añoran el pasado del que huyeron y que los protegía con un salario al tiempo que les quebraba las patas; habría sido por eso que huyeron del mismo, sin contar con la desprotección a la que se exponían, y que sólo un interés profundo podría sobrevivir. 

No es extraño entonces que un artista así se refugie en su personalidad, si en definitiva sabe que es su carácter su propia fuente de fuerza; y de ahí que incluso ignore límites, llegando a pasos que pueden ser cuestionables para muchos, pero que sólo están en función de la trascendencia de su propósito. Esa sería la otra sutileza que oculta tras la anterior explique la tremenda singularidad de Miami, y la alegría que debe embargar a todos un éxito suyo; porque al final él es el que viene siendo una redención de la cultura local, como la pica que Miami puede por fin colocar en Flandes. Medina, a diferencia del resto, no sólo tiene contactos sino que sabe utilizarlos para lo que son buenos; y que no es que sus amigos le dediquen loas insulsas en el periódico local, sino que una invitación del Repertorio español conduzca a una reseña en el New York Times. El teatro que se hace en Miami es bueno, como casi todo el arte contemporáneo, que ambién es intrascendente; lo que distingue a Medina de eso es que consigue esa tan ansiada trascendencia por la constancia y seriedad de sus esfuerzos, incluso si eso atraviesa una apoteosis personal. Vaya una felicitación a Medina por ese galardón especial que es esta reseña positiva, con la que el New York Times advierte de su existencia; porque a diferencia del resto, y a pesar de su nimiedad, esto significa que su constancia lo lleva por buen camino y —a diferencia del resto— puede confiar en sí mismo.

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