Martín Morúa Delgado puede ser la personalidad negra más dramática
en Cuba, con su importancia y profundidad; pero este dramatismo tiene un
sentido histórico, dado por la confrontación política con los Independientes de
color. Más interesante, aunque menos llamativo, sería el caso de Juan Gualberto
Gómez, con su asociacionismo negro; también Gustavo E. Urrutia, con su
conservadurismo desconfiado y su racionalidad de clase media, descollando en prosperidad.
Todos —pero especialmente Urrutia— tienen en contra ese
conservadurismo, que los hace réprobos al espíritu revolucionario; puede que —pero
nadie sabe— porque en su funcionalidad antropológica evidencie la disfuncionalidad
política del otro. En definitiva, el liberalismo es paradójicamente conservador,
con su énfasis en la conservación del estatus quo; que es la sociedad como
estructura última de lo humano, en un valor propio que la sobrepone a la
cultura. En contraste, el conservadurismo negro es funcional en su naturaleza
antropológica más que política; respondiendo a su intrínseca precariedad en
este sentido, aún si confluyendo por esto con el conservadurismo clásico; que
sí es político, por su determinación directamente económica, y basado en la
estructuralidad de lo social.
Eso es paradójico
como principio, pero no en la realidad en que ocurre, como expresión de la
clase media; con la aglomeración de una aristocracia resentida en el absolutismo
del Versalles del siglo XVII, con tanto tiempo disponible. Eso, en el entorno
de una nueva economía, que extiende en la modernidad la estructura del clientelismo
feudal; con una cultura de consumo, en la que el corporativismo económico
subvierte y corrompe al industrialismo; en el juego de manos en que se
sustituye a la aristocracia tradicional por la financiera, en su aseguramiento
del capital.
Nada de eso tiene que ver con la cultura negra, que
emerge en Cuba como de servicios, subordinada a esta decadencia; pero sí la
condiciona en esa precariedad primera, en que la persona concreta debe velar por
su subsistencia. Esta sería la explicación de ese conservadurismo,
incomprensible al suprematismo moral revolucionario; extendido en el patrocinio
de las clases pobres en otra forma de determinismo, también racial en ese
suprematismo.
En definitiva, el liberalismo comprende sus propias
determinaciones, pero no las de la raza negra que patrocina; y a la que reduce
a esa pobreza de casta, con esa dificultad del idealismo para comprender la
singularidad histórica. El problema del conservadurismo en general, sería que
parte de una contradicción del liberalismo como premisa; que es falsa, porque
ambas son expresiones de la misma estructura económica, distorsionada por las
presiones políticas.
De ahí deviene en la reducción moral, que presupone una
identidad política propia de los negros, en tanto pobres; que es ofensiva, basándose
en su patrocinio por la contradicción liberal, no menos supuesta que su mismo liberalismo.
Así, al negro conservador se le tiene universalmente como desclasado, condenado
a la fatalidad del proletariado; que en el racismo progresista, podría escalar
a pequeño burgués, pero a costa de su legitimidad.
Por eso, el mérito político de estos negros es
deslegitimado por principio, sin reconocerle alguna posibilidad; desechando
incluso —como supuestamente individualista— el esfuerzo familiar y comunitario
que los construyó. Contra esa grosería política se formó Gustavo E. Urrutia,
como intelectual y político, desde su solidez profesional; como representante
de una sorprendente clase media negra, cubana y próspera, contra todo
reduccionismo ideológico.
No hay ilustración más vistosa de eso que la colaboración
entre el Booker T. Washington y Juan Gualberto Gómez; intercambiando esfuerzos
para la formación profesional de los negros cubanos, como los cimientos de su
clase media y burguesía. De esa red alternativa, que era de recursos culturales
más que políticos, surgió el elitismo de la Sociedad Atenas; y este elitismo,
el punto de mira de la sociedad negra, con tal que no le jugaran la suciedad
del patrocinio socialista.