Esta película es de
1998, basada en la exitosa novela del mismo nombre de Tony Morrison; y por eso
ya se sabe desde el inicio que será una experiencia dramática, pero sobre todo
existencial. Todas las reseñas ponen el énfasis en el aspecto político e
histórico del filme, basado en la experiencia de la esclavitud; pero Morrison,
que es una especie particular de escritor, nunca se ha dedicado a la denuncia,
aunque tampoco la rehúya.
Eso es lo que hace efectiva a su
literatura, evitando las simplificaciones morales en favor de lo existencial; con
una proyección dramática que puede desechar la contradicción innecesaria, y
concentrarse en lo que importa. El problema político, después de todo, no es entonces
menos importante en Morrison; sino que simplemente no estorba, y es hasta más eficiente,
desnudando la terrible precariedad existencial que produce el drama.
Beloved es la historia de una mujer
aplastada por la atrocidad, tanto contra ella como cometida por ella misma;
porque la atrocidad es la experiencia que atraviesa, y explica cada uno de sus
actos, en una suerte de naturaleza. Probablemente el parlamento más poderoso en
la película sea también imperceptible, por el estoicismo; cuando el hombre la esquiva
por lo atroz, y ella le recuerda que puede sobrevivir su ausencia, porque ella
es lo atroz.
La película es gore, recreando ese
ambiente sombrío del gótico norteamericano, sin recurrencias fáciles como el vudú;
pero deteniéndose —más que la novela— en esos elementos que dan sentido
estético al romanticismo norteamericano. Eso puede que se deba a que el director
es blanco, y por eso puede ver elementos que pasan imperceptible al negro sobre
sí mismo; al menos en este, como uno de esos contados casos en que el
acercamiento es respetuoso y no patrocinador.
El filme es protagonizado por Danny
Glover y Oprah Winfrey, que hacen una pareja gloriosa más allá de sus
personajes; consiguiendo un retrato exacto de la negritud, en la dureza y ternura de esa
vida atroz que los envuelve. El director, Jonathan Demme, consigue en ese
respeto un retrato apropiado de la realidad que enmarca el drama; puede que por
su extensa experiencia al momento de esta película, que incluye títulos como El
silencio de los corderos y Filadelfia.
Del resto del elenco, sobresalen las
dos hijas de la protagonista, como un soporte dramático no menos importante; y
que a cargo de actrices menos conocidas, hacen sin embargo unas
caracterizaciones acordes a las protagónicas. No hay que equivocarse, Kimberly
Elise Trammel y Thandiwe Newton darán mucho de qué hablar en sus carreras, y
sus actuaciones son magníficas; junto a ellas, una sublime Beah Richards, que
dirige el coro de este espiritual con la gestualidad precisa que le brinda la experiencia.
El resto son coristas, coreografiados con precisión milimétrica, expresando la trascendencia
espiritual del negro; sin reducirse nunca al mero pintoresquismo, como una
cantata que recuerda las misas barrocas en su densidad y belleza.
Es en fin, una película que
permitirá al mundo acercarse a la negritud americana, sin enredarse en la
histeria de su manipulación; accediendo directamente al centro histórico de ese
espíritu, pero rehuyendo todo aquello que lo enturbia en esa manipulación. No
por gusto Morrison —que es la autora original— pertenece a esa escuela especial
de la literatura negra; que no pudiendo darse el lujo del pesimismo trascendentalista
blanco, es empujada al pragmatismo existencial en su reflexión.
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