Wednesday, July 24, 2024

Ecos Haitianos: Trascendencia y Amenaza a la Cultura Cubana

El mito fundacional cubano tiene muchas contradicciones históricas, pero su espesor impide clarificarlas; sobre todo porque este espesor es hermenéutico, y se extiende como el alcance político de esa historia. Así, el mito principal se compone de otros más pequeños, cuya realidad parcial es la que oscurece todo; como ese del mestizaje, que parece obvio en la esplendidez del mulato y su ascendiente multirracial; pero oculta la escinsión de su comportamiento, marginal —como un negro— o convencional, no importa su color.

Este mito del mestizaje cubano, se sustenta en el otro mito mayor de la supuesta tradición nacional de antropología; que no es tal sino sólo de etnología, porque se centra en esa marginalidad del negro, como objeto pasivo de la historia. No importa lo grande de los nombres que integran la pléyade cubana, todos don sospechosamente blancos y burgueses; lo que es apenas natural, dada la importancia de la determinación económica de la sociedad, pero no alcanza a definir un perfil nacional.

Esto no desconoce la sangre, desde antes de la masacre del 12 y el nombre despectivo de guerrita de los negros; la realidad tras la muerte de Quintín Banderas en 1906, era el cúmulo que lo llevó al alzamiento contra Estrada Palma. En medio de todo eso, bulle el peligro de la negrización del país desde los tiempos del Capitán General O’Donnell; que es otro mito —aunque no menor—, y por ello con gran parte de verdadero peligro para la burguesía criolla.

Este peligro, sostenido por la revolución haitiana, no era el de su extensión, imposible en la geografía del país; pero sí el de desestabilización política, por la presión de una cultura verdadera e inevitablemente mestiza. Esto explicaría la esquizofrenia de la cultura cubana, embutiendo el mestizaje en el convencionalismo del blanco; que arroja por defecto al blanco marginal al centro del universo negro, donde termina por desplazarlo con su apropiación; y todo bajo el dogma sublime y misterioso de ese mestizaje, que es en realidad un racismo subrepticio y falaz.

Del otro lado, como un horizonte amenazador, respiraba la ilustración haitiana, a ignorar en su negritud; que es el sentido de esa espesura hermenéutica que oculta a su pléyade, en la escolástica de la antropología; pero que es más profunda y culta que la nacional, desde los intereses y objetos que le preocupan. Haití tiene en su espacio —para horror ajeno— todo el universo posible del negro intelectualmente desarrollado; y que no se le conozca no significa que sea débil, sino sólo que ha sido —y es— minuciosamente ignorado; pero reúne en una sola generación personalidades tan profundas como las de Du Bois y Morúa Delgado, por ejemplo.

Tómese el caso de Anténor Firmin, con sus álgidos debates en la temprana Sociedad Francesa de Antropología (1859); y en la que confrontó nada menos que a su fundador Paul Broca, y a la pionera del darwinismo Clémence Royer. Firmin es sólo la muestra excelente de toda una pléyade, cuyas referencias se pierden en debates interminables; pero cuyo trabajo contrarresta el racismo subrepticio de la llamada antropología cubana, que es en verdad sólo etnología.

Ese espesor es ignorado por el otro blanco, que viene desde Europa a dirigir otra vez a los negros en el liberalismo; sin que nadie sospeche del rencoroso afrancesamiento de esa élite ilustrada, que insiste en su dominio de plantación. No importa si ahora el capital es ideológico y no financiero, en tanto el conflicto es político y no económico; porque no se trata del capital en sí sino de lo que permite, en el espasmo de la vuelta a la determinación de la sociedad; que como primera es cultural y no política en lo existencial, cuestionando todo el desarrollo de Occidente.

De todas formas, la Negritud se mantiene como una presencia ominosa y grande desde ese pasado de Haití; proyectándose sobre el desgaste de ese elitismo cubano, mientras saliva por esa extensión abierta a sus pies. Cuba, como solución definitiva de Occidente, atraviesa con su negritud la corrección del mundo todo como su propio poder; pero sólo por esta precariedad ya crítica suya, en que la ha consolidado la patética mediocridad del ilustracionismo.

Tuesday, July 23, 2024

¿Harris para presidente?

Quien piense que conoce a Kamala Harrys está equivocado, porque ella no ha tenido la oportunidad de proyectarse; su período como vicepresidente no era esa oportunidad, sino sólo de cimentarse y trazar alianzas. Esa de hecho puede ser su fortaleza, ante un candidato republicano que es temible por esta incapacidad; ya que la política, por concernir a toda la sociedad, es el arte de la negociación, no de la iluminación personal. 

Lo cierto es que Harrys sobrevivió a la espesa vigilancia del partido demócrata, haciéndose el candidato viable; una destreza que incluye la fuerza, y sobre todo saberla manejar en la medida adecuada, con control de daños. Añádase a eso la habilidad con que vapuleó a Biden en los debates presidenciales, haciéndose tener en cuenta; cuando este era un político experto, sólo ninguneado en su mediocridad por el carácter corporativo de su partido. 

Eso es importante, Biden sólo ganó la presidencia por el apoyo en Kamala Harrys, con la abierta Operación Floyd; sólo por eso pudo superar a Trump, por estrecho margen y sin mandato real, mostrando su debilidad. La presencia de Harrys en la vice presidencia fue silenciosa, pero eso puede indicar más astucia que torpeza; sobre todo en una estructura tan férrea como la del Partido Demócrata, que desconoce la individualidad política.  

De hecho, nadie o pocos conocían a Obama antes de postularse a la nominación por el partido, y así se impuso; y si fue decepcionante es por las concesiones que tuvo que hacer para penetrar la estructura, demostrando su genialidad. El problema de Obama era sin embargo su piel, convirtiéndolo en el precedente necesario; que así preparaba el terreno —más allá de sus propias pretensiones— para otros desarrollos en el esquema general. Uno de estos desarrollos puede ser Harrys, con el otro precedente de ser la primera mujer presidente; de conseguirlo, habrá desplazado definitivamente a la Clinton, la heredera desheredada, mostrando su habilidad y resiliencia. 

No debería esperarse mucho de un período presidencial de Harrys, ya es bastante duro que siente un precedente; pero aun así puede dar sorpresas, con esa astucia con que ha podido negociar su ascenso a la cumbre del partido. Ella capitalizó el apoyo sobre humano de un sector específico, no deslumbró a la humanidad como el carismático Obama; eso le da el margen para trabajar en equipo, que definitivamente sabe manejar; una dificultad que Obama no pudo superar, exponiéndose al pulso de la Pelosi, en el resentimiento que creara con Hillary. 

Eso es importante, el estado del Partido Demócrata es tan crítico como el del Republicano, pero ella puede renovarlo; mientras el otro sólo puede continuar su decadencia, en manos de un dictador menor, que sólo tiene su indiscutible genio personal. La misma maniobra de asegurarse la permanencia con un vicepresidente inelegible —como Vance— hace más temible a Trump; que repitiendo la estrategia de su período anterior —con Pence—, muestra su incapacidad para la negociación.  

Hay que ver qué puede hacer ella efectivamente, pero definitivamente puede hacer algo, si ha llegado hasta ahí; ese crédito lo tiene en el sólo hecho de haber atravesado estoicamente la presidencia de Biden, con todo su desdén de hombre blanco. También habrá que ver cómo navega el mar de la política internacional, con la presión armamentista detrás; entre las pruebas pendientes, tiene al ala izquierda —con la que Biden pudo pulsear— vociferando contra Israel; también la guerra en Ucrania, el conflicto de Taiwán y la centralidad del liderazgo de Estados Unidos en la OTAN. Pero es probable que el Partido la exima de este esfuerzo, con una asesoría valiosa, efectiva y siempre necesaria; después de todo, es una broma pensar que la política exterior no corre por cuenta del Consejo de Relaciones Internacionales.  

Harrys en todo caso es un activo valioso para todas las partes en conflicto, y merece la atención que requiere; sobre todo por el respeto que impone para los que la apoyaron, dejando claro que no aceptarían su desplazamiento. Es ese juego de intereses ciertos, y no de abstracciones y mezquindades, lo que hace real a una política de estado; y esta es la primera vez que se da, siquiera potencialmente, desde que Reagan y Clinton nos precipitaron al neoliberalismo. 
Como prudencia, yo recomendaría gastar el voto en un movimiento lateral como Cornel West, el Trump liberal; que no va a ninguna parte, pero es una referencia, recordando al sector tras Harrys que el país es más grande que el partido. También es una buena maniobra, que da a Harrys el tiempo de manifestarse, pero también la exige que lo haga; pues el voto no es un acto de fe sino una negociación con poder propio, y no hay que dar mandato hasta que este muestre su valor. 


Friday, July 19, 2024

Sobre el retorno al país natal, de Cesaire a Depestre

La incidencia de Cuba en la proyección de la negritud como identidad es importante, por los problemas que plantea; primero, permitiendo comprender la función legítima con que el liberalismo se apropia del problema y lo capitaliza. Aún si se le plantea como manipulación histórica —¿qué no lo es?—, esto tiene una razón de ser, también histórica; y que en este sentido no desconoce el surgimiento del fenómeno como parte de los esfuerzos antiimperialistas y de descolonización.

Antes del proceso cubano, y por las razones que fueran, Inglaterra lideró los esfuerzos antiesclavistas en el mundo; añadiendo el pago por la manumisión de los esclavos en su territorio, con una deuda que sólo venció en el siglo XX. Se puede alegar el auge de la revolución científico-técnica, que requería el desarrollo, producción y venta de maquinaria; más eficiente, pero requiriendo una fuerte inversión, contra el método esclavista, más oneroso pero ya establecido

Recuérdese que, en el máximo auge de la Ilustración en Francia, esta sufre una depresión y no ese auge en Inglaterra; que, llegando al cierre de las universidades, ve a su élite emigrar a Norteamérica, donde las funda ya en línea con esta industrialización; que no incluye este aspecto abolicionista, al menos como prioridad política, pero sí una fuerte industrialización. Pero incluso en Norteamérica, el surgimiento del Partido Demócrata no ocurre como un liberalismo armónico; y la reticencia racista de las primeras luchas obreras en estados Unidos, pronto es superada por una facción más radical.

Esa es la que acapara, apuntando a una fórmula abiertamente socialista, monopoliza y de hecho capitaliza la causa racial; no el Partido Republicano, cuya estrategia es de acomodo y apaciguamiento con la i trincada legislación segregacionista del país; sino esa élite —iluminista si se quiere—, que va a liderar la violenta lucha por los derechos civiles en el frente legislativo. Lo importante aquí no es que se trate de toda una manipulación, sino que es ya un hecho histórico legítimo; que no puede resolver el problema racial, porque no está interesado en este como tal sino como de clase; pero que al menos sí permite desarrollo de este nuevo fenómeno, aunque deba consolidarse y madurar por sí mismo.

Esto es lo que diluye al fenómeno de la Negritud —como al llamado Renacimiento de Harlem— en sus contradicciones; dadas por su inmadurez inevitable, en tanto primer estadio de ese desarrollo, en el que adquirirá esa propia madurez. La madurez será lo que sobrevenga paulatinamente, como corrección precisamente de estos problemas y contradicciones; como el conjunto en que este fenómeno organizará su propio espectro hermenéutico, con su respectiva ontología.

Esa ontología a su vez, obedeciendo a la declinación de la de Occidente, sería la que funcione regresivamente; como una recuperación de las funciones reflexivas originales, previas al hiper determinismo político moderno; que, surgido de la apoteosis en ese sentido del cristianismo, alcanzaría su propia apoteosis en la Ilustración. Por tanto entonces, no se trata de procesos ilegítimos o incomprensibles en modo alguno, sino sólo defectuosos; que tienen que resolverse en una corrección constante e inevitablemente crítica por lo contradictoria, como todo desarrollo.

Por eso, no es extraño sino ilustrativo, que en todo este proceso surjan reflexiones contradictorias e internas; sobre todo que estas se den en el arte, al menos en el caso de la francofonía, por el alcance reflexivo de estas. El ejemplo aquí es el Cuaderno del retorno al país natal de Aimé Cesaire, no el Arcoíris para el occidente cristiano; pero es la complejidad de Depestre, no la consecuencia de Cesaire, la que va a desplegar con su vida todas estas contradicciones. Por eso es como la apropiación —en una autoría universal de tan trascendente— del uno por la expresión del otro; porque en definitiva ambos son la expresión del mismo fenómeno, que es todos menos armónico y claro en su ambigüedad.

Saturday, July 6, 2024

Angelina, tú

En 1984, un inusitado soplo existencial de Nueva Ola recorrió los predios cubanos del Neorrealismo, con Habanera; in intento del más populista de los cineastas del ICAIC, bajo aquel mandato fuerte de la praxis histórica y la ideología. Ni el único negro sobreviviente, con todo su patetismo histórico, había logrado la fibra popular de Pastor Vega; así que no era de extrañar que este tímido ensayo fuera suyo, así como la frustración que lo acompañaría en la incomprensión.

La película fue un fracaso, de ese extraño modo en que las cosas fracasan en Cuba y que nunca es financiero; fracasó porque no consiguió llegar a aquella fibra que el mismo Vega tocó en Retrato de Teresa, siquiera a la zaga de Sara Gómez. Es decir, fracasó porque no fue comprendida, en el distanciamiento de falsa burguesía con que retrataba a una falsa clase media; tan fuera de contexto en el obrerismo histérico de la cultura revolucionaria, que no había manera de entenderla en su falta de referencias.

Algo así —aunque en sentido inverso— pasa con A family affair, malgastando el estrellato de Zack Efron y Nicole Kidman; con la diferencia de que Daysi Granados y César Évora envejecieron con más belleza y dignidad, puede que por los genes. La película igual resuma la misma falsedad de aquella falsa clase media, con esta aristocracia cinematográfica angelina; amontonando cliché sobre cliché, en un existencialismo tan superficial como imposible, por lo reductivo y recurrente.

Por supuesto esta película sólo pretende alguna recaudación y no trascendencia, colgándose de sus estrellas; mientras la cubana era un esfuerzo genuino de investigación, aunque igual de patético y decepcionante. La cubana en cambio cerraba con la dignidad de su insuficiencia, no como esta mala comedia de A family affair; después de todo, una retrospectiva puede aclarar las contradicciones que dieron al traste con Habanera; pero nada en el mundo va a compensar la frustración del tiempo y el dinero perdido con esta otra.

También después de todo, queda saber que nuestras estrellas envejecieran con tanta dignidad, no sólo físicamente; pues no tuvieron que rebajarse nunca a este canibalismo neoliberal, con el que Hollywood se come a sí misma. Respecto a lo físico, no extraña, pues el rostro de niño encantador de Efron no hay modo de que soporte los años; y tampoco es que mostrara mucho más que eso, en actuaciones regulares, nunca sorprendentes ni de carácter; pero Nicole sí era mucho más que el desastre del bótox deformándole el rostro, siempre fue una cátedra de actuación.

Es aterradora esa ferocidad con que las estrellas hollywoodenses tienen que rebajarse obedientes al bajo presupuesto; cuando el prestigio de sus carreras esplendorosas debería bastar para sostenerlos, si fuera cierto que ese capitalismo funciona; pero como no es cierto, tienen que callarse ante los viles billes de un estilo de vida que debió ser productivo, pero no lo es. Ya Kidman ha tenido apariciones desgraciadas, como cuando acompañó a la celebérrima Meryl Streep en The prom; una completa desgracia después que pusieran tan altas las varas con The hours, como para cotizarse mejor.

Sunday, June 30, 2024

El conceptismo casual y profundo de Chary García

María del Rosario García llega al arte con la ventaja de su madurez, como otro signo de su plenitud existencial; es decir, no viciada por esa formación profusa, que impulsa a los artistas a la trascendencia imposible, sino feliz en su pureza. Pártase de que esa trascendencia es un objeto imposible, puesto que es una condición propia de lo inmanente; que siendo a su vez la condición del Ser, carece de consistencia propia como para comunicarla a un objeto.

Tamaña contradicción será la que diluya al arte contemporáneo, en sus sinsentidos y contradicciones profesionales; pero guardando sus mejores frutos para el artista ingenuo (naif), como intuyeron los surrealistas que comenzaron la debacle. Este es el caso de Chary, que viene ya con su experiencia de la cocina, nada más y nada menos que la española; en la que forma su sensibilidad especial para el constructivismo formal, y sobre todo la mera alegría de ese formalismo.

Contrario a los debates teleológicos, el constructivismo es práctico mezclando aromas y sabores en la cocina; esa es la ventaja para el arte de una formación al margen del arte, para que este exprese lo real y no sus conceptos. Esto es lo que distingue a María del Rosario entonces, independiente de si se le pueden identificar influencias y otras presiones; más allá, en sus imágenes se da la confluencia con el conceptismo profuso de autores clásicos, sólo que en la espontaneidad en que los actualiza.

De este modo, esos autores incomprendidos cobran vida a través de su sencillez, no menos efectiva por aparente; porque mejor que cualquier profesor de artes, ella es el arte que los explica a todos, continuándose en su propio gesto. Chary, según Chary misma, no quiere decir nada, y probablemente sea por eso por lo que puede decir mucho; en tanto no se le traba la lengua con conceptos engorrosos ni principios abstractos, sino que sólo habla de su plenitud; que en tanto humana es de la especie toda, como un espejo al que puede mirarse, no más se canse de tonterías abstrusas.

Bajo el nombre artístico de Mi-Cha, ella no discursa ni sobre la realidad ni su expresión como naturaleza, sino que la ve y nos hace verla con ella; por eso juega, reduciéndola al objeto ontológico que es, mejor que cualquier teólogo, esteta o filósofo en general. Chary ni siquiera es excesiva en esta simpleza, que la volvería tan retorcidamente intelectual como a un profesor; pero torciendo esa imagen de lo real, en superposiciones y combinaciones continuas, que hacen del gesto arte y no mero gesto.

Es ahí que aflora el magnífico instrumento constructivista del inicio, en sus ojos felices que descubren lo real; pero ya como esencia más que objeto mismo de eso real, sin caer en los ditirambos huecos del subjetivismo. Hay que tener cuidado ahí —sobre todo tratándose de esta libertad extrema de Chary García—, porque el sendero es complicado; en definitiva, el subjetivismo es el subterfugio con que el arte puede reflexionar al Ente desde el positivismo moderno; pero prestándose entonces a esas corrupciones subliminales del seudo romanticismo, que se pierde en discusiones inútiles.

Después de todo también, los desarrollos son todos residuales y no objetivos, sin lugar tampoco a esa subjetividad; porque la antonimia es una ficción humana, minuciosamente desconocida en la naturaleza de lo real, como muestra Chary. Es entonces esa singularidad en que las cosas se estiran, como los mundos paralelos que el concepto no puede relatar; porque, como potestad de la vida, afloran en la espontaneidad del gesto descomprometido, feliz de cumplirse en sí mismo.

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Sunday, June 2, 2024

Carlos Martiel y la situación actual de la esclavitud

No debería haber dudas de la naturaleza filo religiosa del arte, pero la religión ya no es un referente cultural; reducida a su mera función política, en contradicción con el trascendentalismo histórico del Idealismo moderno. Por eso esta naturaleza del arte pasa desapercibida, con la distorsión de la estructura antropológica de la sociedad; que no determinada ya por la cultura sino por la política, resuelve su carácter ideológico en esta proyección del arte.

Eso es importante, porque en esta naturaleza filo religiosa, el arte deviene en una función seudo religiosa; en ese sentido de proveer una estructura hermenéutica (ideología) para la determinación política de la sociedad. En este sentido, el arte asume la función reflexivo-discursiva de las tradiciones místicas en la religión; con énfasis en la discursiva, canalizando esa función ideológica antes que reflexiva, con sus referentes éticos; pero también con alcances reflexivos, en este carácter místico que provee en su exaltación espiritual.

Bien visto, ese orden ya está invertido, como parte de esa distorsión de la determinación de la sociedad; que no se resuelve en la cultura misma —como praxis existencial— sino en la política, con este efecto. Por eso, como sublimación mística del discurso, el arte ya no contradice la función institucional del discurso; contrario a la tradición premoderna en que se sustenta, y en la que la mística subvertía de continuo esta institucionalidad.

Esto vuelve a ser importante, como el bucle dialéctico en que la sociedad pierde su capacidad de renovación; al justificar en vez de adecuar su institucionalidad, en la función hermenéutica de este trascendentalismo histórico. Es aquí donde la contradicción es grave, como se ve en los casos extremos de la marginalidad social; que segmentada en abstracciones conceptuales como la de interseccionalidad, no puede comprender al individuo.

Lo grave ahí es que el individuo es la base ontológica de la sociedad, resuelta en su praxis existencial; que así desaparecida, provoca el estancamiento de la estructura, ya abocada a una entropía acelerada. Como ejemplo, véase el caso de las performances en el arte plástico, con su proyección abiertamente discursiva; que recreándose en el dramatismo de una experiencia original, impide su superación como también práctica.

El ejemplo estaría en casos como el de Carlos Martiel y su tratamiento del racismo, que es siempre político; que no remite a una experiencia existencial, sino que sólo recrea la de la esclavitud en el pasado negro. Martiel, para explicar el ejemplo, no contextualiza el fenómeno como histórico, sino sólo moralmente; de modo que al final queda descontextualizado, en la misma tradición maniquea del institucionalismo moral; que naciendo en el Cristianismo, subvierte su antropología (Soter) en la función política de la ideología.

Martiel así, reproduce el impacto de los místicos en la tradición cristiana, con su dramatismo metafísico; pero —como ya se viera— no en la función antropológica con que esa mística subvertía la tradición; actualizando el carácter soteriológico de la experiencia que proponía, contra la presión política institucional. De hecho, el trabajo de Martiel —como postmoderno en general— requiere una subvención masiva y sistemática; que ya lo corrompería en esa naturaleza supuestamente inconvencional, con el compromiso político.

Como resultado, para seguir con el ejemplo, el negro no conseguirá superar nunca su pasado de esclavo; como el cristiano moderno no puede salirse nunca del chantaje institucional de su liberación por Cristo; que es supuesta, ya que en realidad ocurriría a nivel individual, por su consciencia, no institucionalmente. En este caso, el negro queda afiliado por principio a una ideología, que extiende sobre él su manto protector; es decir, pierde la potestad de su propia expresión política, que es individual en tanto práctica como existencial.

Nota: Las ilustraciones son tomadas del sitio de Carlos MartielCarlos Martiel

Tuesday, May 28, 2024

De la negritud como objeto de la cultura cubana

Cualquier investigación de la literatura cubana, se topará con el problema de no encontrar literatura negra; hay mucha escrita por negros, pero no negra, en el sentido de que el arte refleje su realidad existencial. En realidad, es difícil encontrar singularidad en un entramado institucional, cuya función es la normalización; cuando sus parámetros para esto provienen todos de Occidente, incidiendo incluso en la inevitabilidad del mestizaje.

El resultado es de contradicciones como esas de la literatura cubana escrita por negros, que no es negra; y eso sin caer en la simplificación del colorismo, que como falsa negritud, es en definitiva mayormente blanco. De hecho, la tipificación de Nicolás Guillén como negro, más allá del negrismo, participa de este absurdo; partiendo no sólo de la puntualidad de su creación en este sentido, que la hace anecdótica en el costumbrismo político.

Guillén fue siempre un magnífico sonetista, con un poder innegable para la descripción en imágenes poderosas; que en ello le concedieron el dominio del ritmo y la musicalidad, pero no distinto de la mejor tradición de Occidente. Es la visita de Langston Hughes a la Habana, en su fascinación intelectualista, la que lo invita al experimento; dando lugar a uno de los cancioneros más preciosos de la literatura cubana, pero más cercano incluso al mistrell sureño que al burlesco nacional.

Que Hughes desconozca el problema de la negritud cubana es natural, como que así ignore ese negrismo de Guillén; si él mismo —reinando sobre el Renacimiento de Harlem— es más negrista que negro, y ni siquiera tanto en este sentido. No hay que equivocarse, todos son maravillosos en su singularidad, sólo que negrista y difícilmente negra; que es lo que explica ese normalización de la cultura cubana en la expresión artística de Occidente, blanca incluso si mestiza.

En esto consistiría exactamente el problema de la poesía y el arte negros en Cuba, en que su negritud es intelectual; porque es política y no existencial, y depende de parámetros externos y en ello negativos, no propios y en ello positivos. Este problema provendría además del defecto racionalista de Occidente, que hace de la política la fuente de su hermenéutica; con lo que —desde el Idealismo— se aleja de la praxis existencial de sus individuos, en la ficción de su proyección política.

Esto es lo que hace un desierto de esa expresión negra a la cultura cubana, tan blanca como su antropología; que reflejando el interés político de esta, sólo reconoce al negro como objeto pasivo, no como sujeto activo. No es que esta expresión no exista de hecho —lo que es imposible—, sino que no es institucionalmente reconocida; ya que para integrar esa institucionalidad debe responder a esa función normalizadora suya, diluyendo así su singularidad.

Sólo en casos excepcionales —Georgina Herrera y Eloy Machado Pérez— se daría esta integración, y eso contradictoriamente; garantizando la singularidad por su respectiva integración funcional, en la producción y no la administración de esa estructura. En efecto, Herrera como escritora de dramáticos y Machado Pérez en una cafetería, carecen de interés académico propio; salvando en esto el vínculo con la realidad que alimenta su arte, como interés genuinamente existencial antes que político.

Eso es lo que les hace canalizar su negritud, como propia de su misma realidad existencial en una cultura; no por defecto —porque la sociedad te dice que no eres blanco— como los otros, sino positivamente. Por supuesto, su misma excepcionalidad no niega sino supone una realidad subterránea de expresión negra; que al no integrar esa estructura no sufre su normalización, y salva su singularidad en la autenticidad existencial de sus objetos.

Saturday, May 4, 2024

Otra del Delmontismo

La contradicción de si hubo o no una conspiración de la escalera se disuelve banal, ante su peso en la historia de Cuba; la verdad, como concluye el historiador Paquette[1], estaría en el medio, por su misma posibilidad. El clima era de insurrecciones de esclavos, en medio de las conspiraciones abolicionistas inglesas; como base histórica eso es suficiente, en tanto resume la situación actual, aunque sea de modo general.

A eso es a lo que responde O’Donnell, presionado por los intereses en colisión de España, Estados Unidos e Inglaterra; de donde que naturalmente, el episodio se denomine negativamente, por su método de represión; no positivamente, por algún elemento de la insurrección —algún líder, lugar, fecha—, sino en su carácter genérico. En definitiva, de lo que se trata en La Escalera es del estatus quo, que sí estaba amenazado, siquiera por el clima político; haciendo de Aponte un mártir con valor simbólico, por lo injusto —incluso para los parámetros de la época— del asunto.

Lo importante aquí sería la enormidad de factores confluyendo en el conflicto, comenzando por la misma esclavitud; que desarrollada como mecanismo de producción desde la ocupación inglesa, ya era superada por la máquina de vapor. Esto no sólo explica la fuerza del abolicionismo inglés, con su fuerte industrialización de la economía; sino también el peligro de una hiper democratización de la sociedad, con la liberación masiva de los esclavos negros; lanzándolos en una espiral de desarrollo capitalista, como nueva burguesía que quiebra la base feudal del poder político colonial.

De ahí que la abolición fuera atractiva para la sacarocracia cubana, pero sólo si condicionada políticamente; con la importación población blanca y la depresión de la negra, manteniendo el equilibrio económico como político. De ahí la importancia de la jurisdicción administrativa de Estados Unidos, a salvo de la del liberalismo inglés; que en su expansión procapitalista no duda en pactar con subestructuras mestizas, como en el resto del Caribe.

Al respecto, la sacarocracia cubana no era realmente capitalista, aunque debiera su desarrollo al capitalismo; sino que era feudal, basada en la organización política de una economía corporativa antes que burguesa. Esa frontera es porosa, como demostrara el aburguesamiento de la aristocracia inglesa, con su economía de plantación; pero el momento está además distorsionado por el ilustracionismo francés, no sólo por el industrialismo inglés. De hecho, ambos se funden en el reciente independentismo norteamericano, sostenido por la aristocracia francesa; y al que mira el anexionismo cubano con la misma ambigüedad de clase, pero sobre todo huyendo de la debacle haitiana.

O’Donnell pone fin a todo eso, viabilizando la estabilidad de la sacarocracia cubana, que es también ilustracionista; de pretensiones que subliman el independentismo cubano, después de darle lugar con su constante ambigüedad. Esto explica la otra ambigüedad de ese nacionalismo, mimetizando el segregacionismo norteamericano en su burguesía; que en definitiva sí era pronorteamericana desde su inicio como clase, en oposición al peninsularismo popular.

Es la misma contradicción que aflora permanente, desde la aparición grosera de Batista en el panorama político; cuya violencia es típica y recurrente de esta cultura, pero a la que añade ahora su mestizaje y ascendencia popular. Eso es lo que no le perdona la burguesía, alimentando el resentimiento de la clase media, ilustrada y blanca; al punto de firmar el peor de sus pactos históricos bajo la misma anuencia norteamericana, bajo el ceño fruncido de su minoría católica. Es a eso a lo que se opone Cinto Vitier, acaparando la vitalidad conspirativa de Orígenes en el rechazo de Piñera; pero también el nuevo canonicismo de Piñera, aupando el de la nueva burguesía —no católica— con su legitimación; que es anti vitierana pero igualmente blanca, como el mestizaje caribeño, que es igualmente racista.

Francisco Morán y el Delmontismo cubano

En un análisis tan agudo y audaz, Francisco Morán identifica los vicios de una poética nacional en su base delmontina; a la que reconoce extendida en el desarrollo de un canon, por la dupla de Cintio Vitier y Fina García Marruz. El motivo es la culpa de Domingo del Monte en el proceso de La Escalera, que tanto pesa en la historia cubana; y que parece deberse a una denuncia solapada del padre de la vida intelectual en el país, como una determinación fatal.

Nunca ha podido probarse de modo fehaciente esa conspiración, pero su marca en la historia del país es indeleble; peor aún si como parece, se debió a esa denuncia falaz del que Martí postulara como más útil de los cubanos. Esto es importante, porque esta es la base de esa cultura de círculos ilustrados y combativos que triunfa en 1959; como una ofensa ante el asalto de su falsa democracia por la violencia política de sus clases marginales, en el gobierno de Batista.

La historia de Cuba y su cultura es así hasta maniquea en su determinismo, como grosera reducción dialéctica; que en su horror de lo real, lo reduce a la primariez del negro y su amenaza antillana desde Haití. La agudeza de Morán está en relacionarlo todo con el rechazo canónico de Virgilio Piñera y su isla en peso; a la que el triduo de Baquero, Vitier y Marruz, niegan la esencialidad cubana, por su demasiado antillanismo.

La contradicción es curiosa, porque La Habana no es ciertamente antillana dino atlántica; si recuerda a las culturas de la cuenca es porque todas son españolas, incluso las de ascendencia inglesa, francesa y hasta holandesa. Pero tampoco La Habana es Cuba, y esos aires atlánticos suyos sólo llegan a Matanzas; separándose del resto de la isla con el hiperdesarrollo por la ocupación inglesa, que provoca las pretensiones políticas de Oriente.

Pero sobre todo eso se alza la obscenidad de la ilustración criolla, con esa manipulación de intereses geopolíticos; tratando de provocar una intervención norteamericana, que al menos les garantice la supremacía racial. Esto explica el ni tan solapado racismo de la ilustración nacional, mimetizando la sociedad norteamericana; que no se trata sólo de la cultura campesina de los estados del Sur, sino incluso de su industrialismo norteño; porque en definitiva se trata de mantener una supremacía de clase, definida —ya que no determinada— racialmente, por su economía.

Eso es lo que molesta a Morúa Delgado del liberalismo de Villaverde, que es delmontino como todo lo que vale y brilla; la viciosa doblez, la hipocresía política de su falso humanismo, que desconoce toda realidad en su idealismo. De ahí la culpa de esa ilustración, ofendida por la grosería batistiana, en los destinos del pueblo cubano; de esa raíz que se precia del afrancesamiento, como el vicio que corrompe con sus contradicciones ideológicas todo industrialismo.

Esta agudeza de Morán es incluso como una venganza redentora, que descubre de las interioridades modernistas; a las que le arrastrara la palidez de Casal, pero como el fantasma que te conduce a las marismas para mostrarte el horror. Habrá que conceder la naturaleza de ese conflicto primero, que expande su ambigüedad por toda la cultura cubana; y cuyo nombre lo toma precisamente de la represión del gobierno, no de la supuesta conspiración en que se basa.

En definitiva, O’Donnell, como institucionalidad de la cultura cubana, sí respondía a un clima de conflicto; no a un conflicto concreto —cuya realidad o no es ya banal— sino a la naturaleza de esa realidad específicamente cubana que es su cultura. Con esto, lo que hace O’Donnell es simbolizar en sí ese carácter opresivo y victimario, y en el negro su carácter de víctima; que pervive en la negritud cubana, negada a verse a sí misma en el terror de esta violencia ni tan sutil.


Saturday, April 27, 2024

El Delmontismo en La Habana Elegante, primera y segunda época

No es sorprendente que el comienzo y fin del esplendor cubano esté marcado por una revista literaria; La Habana Elegante, que en su primera y segunda época describe el periplo de la literatura nacional. Esto es apenas natural, ya que la literatura es la expresión última de la cultura, como su reflexión de lo real; que aún a través de la ficción dramática tiene alcance existencial, porque su objeto último es la realidad.

La Habana elegante ilustra así este desarrollo, que es imposible que pueda sobreponerse a una entropía; como todo desarrollo, que comienza su decadencia en su mismo pináculo, como parte e la dialéctica histórica. En su primera época, la revista tiene su base en la cultura delmontina[1], como reproducción de la ilustración europea; sintetizándola, desde la contradicción franco española al naturalismo bucólico inglés, y el romanticismo germano. De esa síntesis nace el costumbrismo criollo y el modernismo, como solución criolla de las insuficiencias europeas; gracias al resumen cosmopolita con que La Habana surge de las cenizas de Port-Au-Prince, con el industrialismo de los ingleses.

El problema es que ahí se introducen la ambigüedad de la cultura cubana, incluidos sus deslices políticos; incluido también el racismo anexionista de Domingo del Monte, el más real y útil de los cubanos para José Martí. Ciertamente, La Habana Elegante sería el soporte en que se consolidó la narrativa del costumbrismo cubano; que con el falso trascendentalismo poético del Modernismo, fija la hermenéutica de su elitismo intelectual.

De ahí ese falso sentido nuestro de lo histórico, que acude a los mitos con que racionalizar nuestra irracionalidad; adjudicando a la realidad el alijo de pretensiones con que entramos como cultura al apocalipsis de la Modernidad. Esto ignora que como apogeo, la Modernidad era esa cúspide que marca el proceso entrópico de Occidente; arrastrando el nacionalismo, en que se realizaba como período desde un determinismo político y no cultural; y perdiendo en esto ese sentido existencial que daba sentido a su arte, como expresión precisamente de la cultura.

Es por eso que en su segunda época, La Habana Elegante no puede ser sino una parodia de la primera; reproduciendo valores ya disfuncionales, por esa decadencia cada vez mayor de la entropía que refleja; porque más allá del determinismo, la expresión sigue siendo cultural, aunque la cultura sea la de esta disfunción política. De ahí que en esta segunda época suya, La Habana Elegante no pueda sobrevivir su propia naturaleza paródica; disolviéndose en un panfleto safio como sólo el primer periodismo cubano, que ya predecía la debacle de su cultura.

No por gusto ese panfleto se llamaría La lengua suelta, en un volante que ridiculizaba a la cultura oficialista; cuya rigidez —pero nadie lo notó— era la encarnación de las pretensiones institucionales de la primera época de la revista. Nada más dialéctico que todo desarrollo llevando el germen de su propia decadencia, para seguir como desarrollo; no importa si la dialéctica es insuficiente como comprensión de la naturaleza trialéctica de lo real, porque se trata de esta insuficiencia.

Lo cierto es que La lengua suelta es el residuo, incluso ya desperdigado, de La Habana Elegante en su segunda época; culminando el horror de un pandillerismo, que reproducía en sus manierismos literarios del político que denunciaba. Después de todo, como arte se trata siempre de la expresión de la cultura en sus determinaciones, incluso si políticas; como en esta esquizofrenia progresiva que colma el canon cubano, para imponerle la falsa existencialidad de su violencia.

Si Orígenes —por ejemplo— fue un momentáneo respiro, no podía escapar en ello la vigilancia de Vitier el Cerbero; que penetrándolo como la política a la cultura, determinaría el resentimiento con que Piñera impulsara Lunes de Revolución. Desde ahí todo es comprensible, hasta la falsa identidad que agrupa a los artistas por afinidades personales y no estéticas; para terminar todos pidiéndose la cabeza unos a otros, siempre por las más mezquinas e intrascendente razones.

El delmontismo marcó la primacía cubana en la cultura de las Américas, con su peculiaridad de tráfico atlántica; pero revelando en ello la fatuidad de ese intelectualismo, que sólo probaría su inconsistencia con la debacle humanista. No debe ser gratuito el sepultado racismo de Domingo del Monte, que permearía la otra falsedad de su liberalismo; eso es lo que deja espacio para la renovación, estética por su existencialismo, en la marginalidad del negro cubano.



[1] . La Habana elegante fue fundada por Casimiro del Monte, hermano de Domingo del Monte, padre del elitismo intelectual cubano.

Tuesday, April 23, 2024

No te dan pena los burgueses...

No te dan pena los burgueses, y

aprietas los labios recordando tu hambre

y tu frío y el rechazo; pero

no era acaso proletario

el bodeguero burgués, que arropaba a sus hijos

y era también rechazado a la entrada de los clubes.

Tan simple cosa valió todas esas cabezas

ensangrentando la vera,

y los compañeros de viaje empujados al abismo

que volvía los ojos para no ver; y

los jóvenes muertos en guerras ajenas y abstractas

y las sociedades rotas en odio del vecino

y la pureza de ideas —más abstractas que la raza—, y

todo lo demás que espumea en tus labios

cerrados para no dejarnos remar a otra orilla.

Zapatos, rosas, sombreros, nubes, camisas…

Tanto rencor sólo por eso…

¿Por qué habría de comprenderte, ahora que

sólo hay un museo de nostalgias

para mostrar al mundo cómo eran

                                             París

                                                 el whisky, o

                                                            Claudia Cardinales,

tan poco?


Georgina Herrera en el día de la lengua cubana

El 23 de Abril de 1547, nacería Miguel de Cervantes y, y en la misma fecha pero de 1564 lo haría William Shakespeare; por ambos la fecha se reconoce como día de las lenguas española e inglesa, que alcanzan su madurez con la obra de estos. Esto señala la trascendencia innegable de estos hombres, porque es en la literatura que la lengua se organiza y madura; como un soporte externo, que potencia la reflexión en tanto existencial, como comprensión peculiar del mundo.

En esa misma fecha pero de 1936, nacería en Jovellanos Georgina Herrera, otorgando un valor similar a la poesía; no ya a la lengua, que desde Cervantes ha madurado permitiendo esta otra maduración de la poesía en Cuba; pero sí esta poesía, que es peculiar porque renueva la instrumentalidad del lenguaje para la reflexión como existencial. Se trata por tanto de un hecho de similar trascendencia, aunque la proximidad nuble un poco este alcance suyo; porque será en esta instrumentalidad que la cultura consiga su mejor integración, como específicamente cubana.

A saber, en tanto reflexión artificial de la realidad, la cultura es un entramado de relaciones tan caótico como aquella; pero ya —distinto de aquella— con un sentido propio, por esa peculiaridad en que se realiza, más aún en cuanto cubana. De hecho, Cuba es el punto crítico en que bulle occidente, sin poder concretarse por sus innúmeras contradicciones; que sólo pueden conciliarse en la integración funcional, a partir de una comprensión progresiva y dada de la realidad.

Esa progresión es la que aportaría el lenguaje, como su propio desarrollo y madurez, dada en su funcionalidad; y esta es la que residiría en su capacidad para reflejar lo real, en una estructura poética que devela el sentido de la vida. Esto es lo que reconoce trascendencia al arte y la literatura, explicando esos alcances de Cervantes y Shakespeare; como Georgina Herrera, cuya poética contrae los sinsentidos formales de la literatura cubana a su función existencial.

Recuérdese que la literatura cubana se ha distorsionado en el determinismo político desde finales del siglo XIX; cuando el simbolismo seudo realista se impone al naciente costumbrismo criollo, suscitando la crítica acerba de lo real. Este es el drama que se desenvuelve desde Cirilio Villaverde y Morúa Delgado, y se extiende por la novelística nacional; pero sin resolverse, porque la novela —distinto de la poesía— es demasiado susceptible a la interferencia del autor.

Por eso, la novela cubana sólo puede exponer esas contradicciones, pero no solucionarlas como sí la poesía; y esto no por sí misma o de hecho, sino en la medida en que esa poesía escape a ese mismo determinismo político. Eso lo hace Herrera, como el engarce que une los dos períodos de esplendor y decadencia de la cultura cubana; emergiendo como potencia que resume el primero, para concretarse atravesando toda dificultad en el segundo. La trascendencia innegable de Cervantes y Shakespeare está dada por su inmanencia, no menos innegable; la de Georgina Herrera está por ver, pero como aquella reside en esta naturaleza existencial —no política— de su poesía.

En los tres casos, es la perdurabilidad lo que garantiza esa función de la forma, ya excelente en su valor propio; en este último caso por esa terca existencialidad que la adensa, más allá del florilegio político y hasta de la frase hermosa. La poesía de Herrera establece una hermenéutica desde la que reflexionar la existencia de la nación en su cultura, ese es su valor; y es funcional, cumpliendo el reclamo de Morúa a Villaverde, con esa integración efectiva del margen político en su existencialidad; no ya como negro —aunque sí por negro— ni como mujer —aunque sí por mujer—, en su extrema humanidad.

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