Rampage
El cine norteamericano se decide a fondo por su carácter industrial, marcando
sus diferencias con el resto del mundo; no parece una estrategia sino un
resultado espontáneo, que viene de la mano con el desarrollo tecnológico. Eso
tiene sentido, pues este desarrollo ha potenciado la gloria del CGI (efectos
especiales); empujando franquicias que en su momento tuvieron que ceder a los reclamos
del arte, por su indigencia tecnológica. De hecho, esta indigencia aseguraba la
paridad del cine norteamericano con el del resto del mundo, aunque fuera
reluctante; Gotzilla era más o menos
como Kinkong, y la guerra fría iba de
El hombre anfibio a Latitud 0 con el mismo patetismo; igual que
Bruce Lee hacía indistinguible la producción del Asia y los estados Unidos,
porque esa Asia era inglesa y con ello muy flexible.
Sin embargo, el impulso exponencial de la tecnología y el CGI han marcado
una pauta para este cine norteamericano; que pudo mantener esta dualidad, con
fuertes franquicias al lado de una poderosa producción de arte; pero que tuvo que
enfrentar la caída en desgracia de su parte intelectual, demasiado arrogante para
mantenerse impune a través del tiempo. Quizás se debiera a esa misma dualidad,
que hace que todo sea extremo y binario, yendo de lo sublime a lo ridículo sin
transición. El arte en Hollywood estaba asegurado por imperios como el de
Weinstein, y el liberalismo excesivo e hipócrita; y es ese flanco abierto el
que permitió la herida, por la que Hollywood se redujo a sus franquicias.
Es cierto que esta muerte no es fatal para el público, y que hay
alternativas con cierto sentido común europeo como Neftlix; que no teniendo que
proveer una falsa aristocracia liberal, puede sostener ese equilibrio entre la
superficialidad y la profundidad. Pero en lo que respecta a Hollywood, la
reducción ha devenido en un estado crónico que sí llega a lo fatal; con una
cartelera en el 2018 que parece un revival para franquicias, poniendo el
énfasis en este industrialismo. Así, el verano del 2018 prepara regresos
aparatosos de Tiburón (Mega), Jurassick Park y la imbatible Guerrra
de las galaxias, antecedidos por el absurdo desmedido de Rampage; que no sólo rescata a Kinkong, sino que además lo acompaña con
el super cocodrilo y un super lobo volador que violenta hasta el mismo script.
Peor aún, el estrellato vulgar y triste de Dwayne de Rock, que —de veras— da ganas de
llorar recordando a la ingenuidad de Schwarzenegger y la tierna brutalidad de Stallone;
porque si bien el exluchador tiene en su haber victorias contundentes, como la
franquicia de Fast and furious,
nosotros podemos recordar a Burt Reinolds. En esa tónica, Rampage no sólo es la primera en la oleada, sino que también marca
la tónica de la mediocridad; que para los jóvenes será muy normal, pero resulta
inaceptable para los que disfrutamos sin problemas aquellos inicios de tan
pobres CGI.