A Carlos Alé MauriAunque especulativamente, la teoría
de cuerdas podría explicar (relativizando) el fenómeno de la reencarnación; aunque
no directamente, sino atendiendo a la naturaleza dual de las partículas,
actuando como hondas entrelazadas. En este sentido, por ejemplo, una persona específica
recogería en sí partículas recicladas de otra persona dada; tratándose en ambos
casos de un entrelazamiento puntual (particular) de diversas hondas, que dan
forma a estas personas.
Esto respondería a los grados en
que se realizan los fenómenos, dando consistencia a lo real como orden; a
partir de un estado superpuesto sobre el caos, que da lugar a la organización
de los fenómenos, con su realización. Esto no significa que la realidad exista
como un orden, más allá de una comprensión convencional sobre sus fenómenos; pero
quedaría establecida en dicha comprensión funcional, como reconocimiento
objetivo de la consistencia de estos.
La clave radicaría en la
funcionalidad de dicha comprensión, en tanto consiste en la atribución de
objetividad; pero como distinta de la consistencia, que sería propia de los
fenómenos, pero sólo comprensible en esta objetividad. Eso querría decir que
los mitos sobre la creación no representan un fenómeno físico ni histórico,
sino actual y metafísico; con el caos como actualidad factual, sobre la que se
edifica lo real —en la creación— como voluntad de existir.
Esta voluntad se representaría en
el drama cósmico como Dios, y su consistencia sería por ello mismo formal; como
proyección propia del Ser que comprende su realidad, otorgándole objetividad
con el reconocimiento de su consistencia. Así, Dios actuaría de hecho como un
fenómeno retro causal, aunque no en una reversión efectiva del tiempo; sino en
tanto convención propia del sujeto de conocimiento, como referencia que permite
esta comprensión.
En definitiva, si el caos
primigenio es un fenómeno actual, la cuestión histórica y de la física carece
de sentido; aún si esta referencia histórica habría permitido su primera
convención, en el cuerpo mitológico referido a los orígenes; y sea también la
física la que permita estas conciliaciones finales, dada su naturaleza
metafísica. De hecho, esta naturaleza metafísica sería otra convención, de
valor referencial (relativa) y no efectiva; ya que el fenómeno es físico siempre,
sólo que no con el grado positivo de la física clásica, sino en el negativo de
la cuántica.
Esto último se refiere a la convencionalidad
que permite la comprensión de estos fenómenos, según su tipo; sean estos positivos
o extrapositivos, según excedan o no los parámetros formales (racional) de la
física clásica; representados, para esta comprensión, con una notación negativa
en el caso de que la excedan, y positiva cuando no. Esto se referiría entonces al
fenómeno de la psicosis, como desorden que afecta a la conciencia en su
relación con lo real; entendiendo como real a este orden convencional, de la
realidad histórica y con valor positivo, como la entiende la física clásica.
Esa actualidad, por ejemplo,
significaría que una persona del siglo -X compartiría partículas con otra del
XXI; independiente incluso del lugar en que ocurren fenoménicamente, ya que en
realidad se trataría de hondas entrelazadas; cuya fractura —en su comprensión
como partícula— es formal pero no efectiva, y sin afectarlas por tanto en su
consistencia. Eso explicaría cómo diversos médiums pueden clamar una misma
ascendencia espiritual, al mismo tiempo y en lugares distintos; a la vez que los
elementos con que identifican a dicha entidad son recurrentes, pero solo
relativamente puntuales, nunca exhaustivos; referidos a una identidad genérica,
que sin embargo excluye referencias históricas relevantes, como su información
familiar y/o política.
Por supuesto, sería abusivo esperar
que personalidades como Platón o Pitágoras pudieran comprender esto; también
sería absurdo, ya que su pensamiento sería otro fenómeno distinto, a realizarse
por tanto en otra realidad. Se trataría en este caso de la cultura, en tanto el
fenómeno es de las ideas y conceptos como conocimiento; sujeto a las
determinaciones de esa realidad, entre las que se encuentra el tiempo, en la condición
histórica del desarrollo.