Thursday, December 31, 2015

Por el amor de Lucrecia

Ignacio T. Granados Herrera
En un viejo y oscuro test de psicología popular, la imagen asociada a la muerte es la de una mujer por la que se le pregunta al sujeto; por supuesto, no hay que ser Simone de Beauvoir para saber que eso está determinado por la hetero normatividad masculina de la cultura occidental; pero igual no es de eso de lo que se trata, sino del significado recurrente detrás de esa asociación. En efecto, la imagen responde a un escondido conflicto de los arquetipos con los que se conforma la ontología occidental; que en el mito bíblico está dada por la relación del Ser con su naturaleza, que son Adam y Eva, como el Bien (Eu) y la bondad (Eua) que implica. El conflicto viene porque esa ontología, que el cristianismo heredó de la cultura judía, oculta otra ontología ancestral; esta es, la de las tradiciones del Sumer, que sería sobre la que la cultura judía se organice como un cosmos. En esa otra tradición, antes que del Ser y su naturaleza, la relación no era subordinada, por lo que se entiende que era del Ser con la realidad; pero no una realidad subordinada como la de la cultura, sino una realidad sobrepuesta al hombre, y que incluso se niega a subordinársele.

No será casual que ese sea el mismo conflicto que se aprecia en la caída de Luzbel, el ángel de luz que se niega a subordinarse al hombre; y que, tipificado como un acto de soberbia, explicará esa frustración de los que así serán excluidos del nuevo orden, y quedarán salvajes en su libertad. Sin embargo, Lilit como la realidad salvaje (prehistórica) tiene la potestad de la venganza, y la ejerce viniendo como un súcubo a derramar la simiente del hombre en las noches; y cuando esta simiente no se ha derramado en balde, todavía ella viene a por sus hijos, que arrebata con una muerte súbita. Este es sin dudas el arquetipo tras ese terror subconsciente al que se alude en el citado test de psicología popular; y sin dudas está tras muchas de las historias de terror de la literatura moderna, como la de La dama de negro (Susan Hill, n. 1942). Sin embargo, personalmente no asocié nada de eso a Lucrecia, el personaje de Chely Lima (Lucrecia quiere decir perfidia) de modo natural; solo cuando vi la película El lado oscuro del corazón, y asocié esa presencia de la muerte como figura poética con la actuación de Jessica Lange en la biopic de Bob Fose All that jazz.

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En ese momento comprendí el tremendo atractivo de la figura de Lucrecia y su franca obscenidad, como esa potestad del sexo femenino; que si bien domesticado a lo largo de toda la cultura judeo cristiana de Occidente, lleva en su interior esa facultad del animal salvaje. Es esa sensación de peligro hondo lo que hace tan atractivas a las mujeres, no importa el género con el que se identifiquen, que es otro conflicto; incluso cuando un hombre se identifica como mujer y actúa en consecuencia, no exhibe esta potestad, que es la del sexo. La obscenidad de Lucrecia es como la última carcajada de Lilit, que observa burlona el temor con que Eva pisa a la serpiente mientras la serpiente le muerde el calcañal al hijo; porque en últimas, todos los hombres son en verdad los hijos que Lilit reclama en su voracidad, como se ve en la repentina debilidad con que se le rinden; mientras ese maltrato recurrente a la mujer que se decide sumisa es como un rencor, porque esta falsa naturaleza es más bien el obstáculo que se antepone con la libertad salvaje del amor de Lilit.

Monday, December 21, 2015

El maravilloso cuanto

Por Ignacio T. Granados Herrera

La afirmación de que la literatura suplía una reflexión necesaria sobre la determinación trascendente de la realidad, es por lo menos compleja; se refiere al otro problema del inmanentismo moderno, que resolviendo a la filosofía en escuelas racional positivas, sólo accede a una comprensión parcial de la realidad; naturalmente complementaria al trascendentalismo premoderno, resuelto por lo general en filosofías religiosas o de la religión. La literatura así habría llenado el vacío reflexivo de la Modernidad, al resolverse en una suerte de realismo trascendental; que obviamente opuesto al idealismo filosófico era así capaz de complementarlo, en esa dicotomía habitual de razón y sensibilidad. Claro está, si la naturaleza reflexiva de la ficción literaria era un realismo trascendental, su mejor cumplimiento habría sido el llamado realismo mágico; ya que ese elemento mágico habría sido la capacidad figurativa adecuada para representar el sinnúmero de determinaciones con que la trascendencia acudía a lo real, en la realización de sus fenómenos.

Eso hace comprensible la otra afirmación de que los avances científicos habrían hecho obsoleta la reflexión literaria; ya que la ficción no sería más un soporte necesario para comprender esa minuciosa y compleja determinación de lo real. De cierto, no hay ficción que pueda superar el vértigo de la continuidad espacio temporal, ni la formulación matemática de los problemas físicos; que es por su parte una de las conciliaciones más importantes de la historia de las prácticas reflexivas, desde que Aristóteles disintiera del abstraccionismo pitagórico de Platón; ya que fue esa atracción suya por la física la que lo conciliara con las búsquedas originales del fisiologismo, interrumpidas por el orientalismo religioso de Pitágoras. No obstante, esta otra afirmación es peligrosa en su sutileza, además de compleja, sugiriendo el equívoco de una equivalencia excesiva; en que como representación de lo trascendente de la realidad,  lo mágico se correspondería con la otra complejidad de lo cuántico, relativo en definitiva a las primeras determinaciones de lo físico.

No es que no sea así,  sino que la equivalencia no sería puntual y exacta sino sólo de principios, ya que al fin y al cabo se trata de una representación;  que en realidad se refiere a la función reflexiva, resuelta primeramente en las prácticas religiosas, que serían las que se relacionen con lo cuántico como metafísica. Está claro que al referirse a los fenómenos sobrenaturales, la metafísica se refiere a las determinaciones de la naturaleza; que por ello le estarían sobrepuestas, aunque sea como principios suyos, sólo separados o abstraídos de la misma en su reflexión. El problema es que la literatura sólo tiene valor reflexivo por defecto, en su propio carácter formal; y con ello la capacidad de representación, según un imaginario recurrente, sugerido o determinado por la cultura como su entorno peculiar. Sin embargo, en el caso moderno, esa capacidad formal estaría subordinada al individualismo también moderno; que la derivaría en discursiva antes que en reflexiva propiamente dicho, aunque por sobre la conciencia con que el individuo establece su discurso se encuentre el subconsciente, más objetivo en su propia comprensión de la realidad.

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Es decir, es posible establecer una conciliación cosmológica en todas las tradiciones literarias premodernas; que en definitiva son aplicaciones dramáticas de sus respectivas doctrinas religiosas como racionalizaciones más o menos excelentes del universo humano; pero no es posible hacerlo con las literaturas modernas, que sólo tendrán alcance universal pero no ese valor inmediato, y de hecho lo contradirían de continuo. El valor del realismo mágico habría sido entonces precisamente haber derivado su representación a la cultura en su determinación como su objeto propio; de ahí la eficacia, justo por coincidir con las doctrinas religiosas premodernas, y por estas tangencialmente con el mundo cuántico. Por supuesto, es igualmente temerario asumir que las cosmologías son intuiciones más o menos acertadas acerca del universo cuántico; muy a pesar de que la primera traslación de una cosmología al interés en la naturaleza externa de las cosas resultara en el atomismo, tan pronto como en los presocráticos. Sin embargo, lo atinado o no de semejante formación es otro problema, muy distinto al de una equivalencia entre la ficción literaria y la física cuántica; que no es que no ocurra, sino que su recurrencia sería demasiado puntual —y condicionada— para ser sistemática y en ello interesante como objeto de conocimiento. 

Saturday, December 19, 2015

Ascenso al Tokonoma (Testimonio)

Por Ignacio T. Granados Herrera

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Adverso a los cultos de personalidad, no puedo decir que lo fuera al de la de José Lezama Lima; tampoco tenía manera de permanecer en esa lejanía, si este culto suyo fue de toda la masividad circundante. No se puede culpar de ello a la mediocridad de la masa, para la que él fue un parámetro de grandeza; se trataba de una figura de transición, convocando con su misterio a una multitud que rechazaba los dioses viejos en busca de una esperanza. El error era persistir en aquella esperanza, pero el error era propio de una época más grande incluso que la de la inquisición; el error era de la modernidad completa, sobre la que brillaba Lezama Lima como un buda de porcelana, de los más kitsch y repetidos. Quizás su poesía sí fuera grandiosa, a mí después de todo lo que me atrajo fue su poética; y aunque creo que al resto también, lo hacían siguiendo los ritmos de su versificación como un incienso que llevara a Dios su oración de santos en el martirio.

Debe ser por eso que aun cuando cayera en el mismo culto de su figura como del sol, lo hiciera contándole todas y cada una de sus manchas; no por perversidad sino porque sabía que en realidad no era su poesía lo que me atraía sino su poética, y también tenía muy claro el por qué. De ahí que aunque de momento deslumbrado por la pedrería habitual del curso délfico y el orfismo, siguiera de largo hacia la otra dimensión; esta sí grandiosa, porque hacía de él el único coloso capaz de hacer atractiva una discusión filosófica; que si bien más pre moderna que propiamente moderna —pero él era un moderno— preparaba en ello la superación de todas las contradicciones de la modernidad. En efecto, la poética de Lezama Lima era toda una soberbia organización teórica, por su no menos soberbia pretensión de lograr un sistema poético; un esfuerzo que coronara en una dilogía novelística extremadamente singular, hasta lo improbable. 

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Nuevamente en efecto, las novelas de Lezama Lima se debieron más al snobismo de una época; en la que todo lo que valiera y brillara en las letras latinoamericanas escribía novelas de sagas familiares, y él también era un snob seguidor de modas. De ahí que estas dos novelas suyas fueran fallidas como novelas —costó aceptarlo y el mérito es de Duanel Díaz— …por poéticas; pero también que por poéticas resultaran en una organización de sus teorías literarias, puede que más eficiente y singular por lo dramática. De ahí que resultara en un larguísimo y complejo ensayo, en el que ajustaba la capacidad reflexiva de la literatura; en una función entonces de realismo trascendental, que se apropiaba por carambola de la eficacia que encontraba el realismo latinoamericano en lo mágico; ya que esta peculiaridad de lo mágico p maravilloso era una figuración convencional para lo trascendente, que así se revertía en una comprensión de la realidad. Más grande que todo eso aún, aunque a la zaga de toda la novelística que pretendía superar, era pues su cumplimiento; paradójica manera en que los últimos resultan los primeros, no por soberbia estructuralidad sino por la modestia disfuncional. 

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Tan así además, esta dilogía será la que haga de él el titán capaz de ser confrontado a toda la tradición de Occidente; que culminando en la excelencia racional del maniqueísmo recurrente de Herman Hesse, podía aportar entonces una comprensión eficiente del mundo en la mera reflexión estética. El culto secundario de Lezama Lima devino así en un improbable neo realismo al margen de Jack Maritain, que por tanto corrigiera los excesos católicos en un neo hedonismo; y que por tanto se alzara para corregir los excesos materialistas —propios de la tradición idealista— con que el Marxismo era en realidad un  seudo realismo. Esta es la forma en que a la larga ese culto secundario de Lezama Lima era una purificación, en su ajuste epistemológico para la historia del mundo; de modo que hasta su plagiario Pabellón del vacío —su propia devoción era borgiana, y cómo no— se convertía en un verdadero ascenso al Tokonoma, que efectivamente había encontrado siquiera en el error.
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Tuesday, December 1, 2015

El banquete

Por Ignacio T. Granados Herrera

Sin las dimensiones colosales por las que Jorge Luis Borges llamara así al Libro de las mutaciones, El banquete es de alguna forma un libro de los libros; está también inspirado en un precepto filosófico, aunque no en el diálogo platónico acerca del amor, sino una preceptiva filo realista, que ve en la literatura una comprensión de la realidad. Obviamente,  esa comprensión de la realidad es de su determinación trascendente y no de su resolución en acto; de ahí que sea de la ficción como ontología y no de valor histórico, o al menos no más allá del alcance antropológico; porque de lo que se trata es de la cultura como realidad o naturaleza específicamente humana, por la redeterminación reflexiva de la realidad en cuanto tal. Es en ese sentido que El banquete resulta un libro de los libros, pretendiendo sintetizar en una sistematización última todas las ficciones de la literatura; lo que, en sentido estricto, sólo entiende como tal al segmento que muere en el llamado realismo mágico latinoamericano, a mediados del siglo XX.

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Eso no es poco, pues recoge en su interés mismo todas las tradiciones literarias hasta entonces; pero no va más allá por el decadentismo postmoderno, que identificaría la capacidad reflexiva del arte con una facultad, en detrimento entonces de esta facultad gnoseológica. Por otra parte, esta pretensión de síntesis de un libro de los libros, no es metafórica ni se refiere a un alcance hermenéutico; sino que apela a un drama, capaz de vertebrar todas las ficciones que en la literatura han sido en una sola, y que así sería un drama cósmico, el de la tragedia humana. No por gusto, incluso si aún con esa capacidad reflexiva, el realismo crítico no es trascendental ni se interesa en la cultura como estructura antropológica de la realidad en cuanto humana;  para eso la ficción habría de desarrollarse, hasta comprender la compulsión de la determinación trascendente en la inefabilidad de lo mágico.

El tema de El banquete es un arquetipo de la literatura cubana, forzado por su elitismo intelectual; y aunque lo hace recreando la recurrencia simbólica de la última cena en el Cristianismo, en realidad su simbología es más snob. Se refiere al tema de la cena lezamiana, aludiendo a una escena de la novela Cecilia Valdez, reproducida como una veleidad cultista del escritor José Lezama Lima en su novela Paradiso. La referencia es recreada por el también escritor Senel Paz en su cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo; en el que ya la define como objeto de reflexión estética con esta recurrencia de Lezama Lima, en una tímida semblanza del también escritor Reinaldo Arenas. La originalidad del planteamiento, si alguna, residiría en el contraste entre el drama recurrente de Herman Hesse y el de la novela Paradiso de Lezama Lima; como la contradicción insuperable de la reflexión existencial en Occidente, trabada en el maniqueísmo por la presión ética de su dualismo estoico (filoplatónico); pero resuelta en el realismo trascendental que la literatura latinoamericana figuraría en lo mágico (García Marques) o maravilloso (Carpentier).

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Eso se resuelve con la superposición de planos paralelos, en uno de los cuales el protagonista realiza su suerte de monólogo existencial; pero ese desarrollo, en que transita por los diversos arquetipos literarios, es observado desde otro plano por las figuras totémicas que son Fritz Tegularius (El juego…) y Foción (Paradiso); que justamente se encuentran en un limbo reflexivo, en una pausa impuesta por ese desarrollo del protagonista. La ocasión es obviamente una excusa para el análisis comparativo de esos emblemas monumentales, que son Hesse y Lezama Lima como referentes reflexivos; la solución es otra cosa, una simple propuesta existencial, que emana sin embargo de ese dramatismo paradójicamente secundario del protagonista. El banquete está disponible para la veta en versión electrónica, en la tienda Kindle de Amazon; también en versión impresa, como librillo o plaquette, en la tienda Cybr Caffe de Miami Beach, en el 1574 de Washington Avenue.

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