Bitácora II
A estas alturas, está claro que la solidaridad y el consejo de los amigos se agradece mucho; pero que te quieran no quiere decir que te comprendan, aunque igual se les agradece y escucha con respeto. Los amigos deberán entender que ha sido el desdeñoso desdén lo que envalentona al rencor de la plebe, naturalmente abusiva y procaz; que siempre ha invadido los espacios con el chantaje de que si no te gusta su olor tienes que marcharte, y a eso no tienen derecho, that’s wrong. Los enemigos comprenden menos, lo que hace más desgastantes las escaramuzas, inevitables por su procacidad; y no están solos, hube de insistir hasta dos veces para que mi renuncia a El nuevo Herald de Miami fuera efectiva; y no lo fue porque finalmente la tomaran en serio, sino porque también finalmente yo mismo servía en bandeja la cabeza que me pedían.
No es de extrañar que todavía antiguos colaboradores duden si retirar los vínculos electrónicos que pusieron en mejores tiempos; nadie comprende que uno desprecie tan profundamente ese nom plus ultra de sus métodos, porque cuando la gente tiene un sentido tan elástico de la dignidad es un problema haberse relacionado con ellos. De hecho, la torpeza con que la hiena depreda a troche y moche se basa en la suposición de que a la gente le gusta su estercolero; y eso —que es probablemente cierto sólo que uno no es esa gente— hay que dejarlo así, en su torpeza no puede comprender que toda oposición es imposible a naturalezas tan disímiles.
Al resto —es decir, a Cuba Inglesa—, no más dudas, sí, uno insiste en no participar; que lo único que nadie necesita es un manipulador haciendo de perdona vidas reconciliatorio.