Crítica del arte crítica [vindicación]
Cuando los maravillados griegos se inventaron la filosofía,
descubrieron estupefactos que estaban ante un nuevo problema; porque hasta entonces el lenguaje no precisaba
de otro rigor que el primitivo ritmo que hiciera posible la armonía, mientras
el sentido se permitía toda la ambigüedad de la asociación analógica. Por eso
los mismos y rimeros fisiologistas se conveniaron el recto sentido, para saber
de qué hablaban cada vez; sólo que como cultura y en ello artificial
[tecnológico], la racionalidad del sentido no pasaría nunca de la mera
pretensión, y el sentido sigue siendo elusivo. En efecto, ya los mitos con su
antropomorfismo presentan conceptos abstractos; pero su valor es sobre todo
figurativo y formal, apelando a la metáfora y la analogía antes que a ese recto
sentido. Sin embargo, los conceptos racionales no pueden huir de hecho de esta
fatalidad de lo figurativo; porque son siempre imágenes, aunque sea abstractas,
y su función es asociativa, no por infusión; en tanto se trata de una
representación, sin otra consistencia que la que le atribuye el sujeto de
conocimiento de la suya propia, con su inteligencia.
Ese es el conflicto que subyace cuando las prácticas del
conocimiento despegan a las ciencias de las artes en ese impreciso momento del
fisiologismo; pero sólo para lanzar a las ciencias al vacío de la
incomunicabilidad y el sin sentido propio, porque ese lo pone siempre la imagen
asociada. Ese es el problema con que se enfrentan las especializaciones
modernas, de cuyas prácticas nace la crítica de arte; la inefectividad misma de
su especialización extrema y objetiva, que no le permite la búsqueda de
referencias fuera del concepto mismo —de género o de estilo— que traten. Sin
embargo, el concepto —y cuanto más puro peor— ya es una abstracción en sí, sin
otra realidad que la convenida; de ahí que no sea suficiente para comprender
una realidad de valor propio [distinto], ni siquiera si se trata de una
realidad inteligente como el arte en sí. Eso no es extraño, el concepto como
tal padece la misma dolencia de la filosofía en que se explica, y es su
intelectualidad extrema; y será cierto que Apolo destruyó a Marsias con el concurso
oficioso de las musas, pero también que las ninfas asesinaron a Orfeo porque no
pudo complacerlas en su tristeza; y esa tristeza, nacida de la pérdida de
Eurídice, es la de la pérdida del sentido como razón del arte en el contento
popular, que no el especialista.
Si alguna ineficiencia padece la crítica [sistemática] de
arte es la de no poder comunicar el arte mismo, cuando también ella es un arte;
sólo que un arte presa aún —sin musa propia— de los académicos que conspiran
con las musas contra Marsias. De ahí que el secuestro del ensayo por la
literatura fuera tan auspicioso, blasfemando contra el recto sentido con los
poderes de la ficción; que no es otra cosa que la atribución de sentido por
asociación análoga, recordando a los conceptos su naturaleza figurativa; con lo
que los abren a la eficacia más pura de la inteligencia, cuando la inteligencia
es la capacidad de relacionar objetos —incluso intelectuales— y obtener de ello
otro distinto.
En ese sentido, un movimiento se diferencia de un estilo
hasta que ese estilo alcance una masa crítica para apoderarse del movimiento;
porque se trata siempre de la relatividad del concepto mismo, que sólo funciona
según la posición referencial de su objeto, que nunca es estática ni mucho
menos definitiva. Tal es el caso, por ejemplo, del Surrealismo, que logra
amalgamar un imaginario sistemático y recurrente; con el que unifica
indefectiblemente toda una variedad de estilos distintos, pero apropiándose de
ellos como su propia expresión funcional, de modo que es él quien los sustancia
como estilo. Ahí, por supuesto, entra a jugar el criterio de la función crítica
de por qué se separa un género de un objeto; por qué, por ejemplo, se separa un
movimiento de un estilo, y que es sólo la perspectiva desde la que se ejerce el
criterio.
Es obvio que la perspectiva académica no es la misma que la
artística, dado que tiene otras referencias, requerimientos y funciones; pero
en su otredad una no debe ni puede subordinarse la otra, so pena de
distorsionarla al condicionar esa perspectiva suya, y por tanto inutilizarla
como referencia y en su funcionalidad. Un movimiento, para el mismo ejemplo, no
es un estilo, ero sólo en cuanto no se identifique al estilo con una actitud
epocal; que es precisamente lo que va a hacer la crítica de arte no académica,
en tanto establece su epistemología en la representación dramática del conjunto
total del fenómeno. Esa es la eficacia que comunican las otras artes a la de la
crítica, que también merece esa gloria que desconoce aún de bailar en el
Parnaso; para lo que sin problema alguno las ninfas chapean el claro donde
pueda solazarse, con tal —claro está— que no caiga en las tentaciones atenaidas
de desechar la lira.