Tuesday, July 31, 2012

Crítica del arte crítica [vindicación]

Cuando los maravillados griegos se inventaron la filosofía, descubrieron estupefactos que estaban ante un nuevo problema;  porque hasta entonces el lenguaje no precisaba de otro rigor que el primitivo ritmo que hiciera posible la armonía, mientras el sentido se permitía toda la ambigüedad de la asociación analógica. Por eso los mismos y rimeros fisiologistas se conveniaron el recto sentido, para saber de qué hablaban cada vez; sólo que como cultura y en ello artificial [tecnológico], la racionalidad del sentido no pasaría nunca de la mera pretensión, y el sentido sigue siendo elusivo. En efecto, ya los mitos con su antropomorfismo presentan conceptos abstractos; pero su valor es sobre todo figurativo y formal, apelando a la metáfora y la analogía antes que a ese recto sentido. Sin embargo, los conceptos racionales no pueden huir de hecho de esta fatalidad de lo figurativo; porque son siempre imágenes, aunque sea abstractas, y su función es asociativa, no por infusión; en tanto se trata de una representación, sin otra consistencia que la que le atribuye el sujeto de conocimiento de la suya propia, con su inteligencia.

Ese es el conflicto que subyace cuando las prácticas del conocimiento despegan a las ciencias de las artes en ese impreciso momento del fisiologismo; pero sólo para lanzar a las ciencias al vacío de la incomunicabilidad y el sin sentido propio, porque ese lo pone siempre la imagen asociada. Ese es el problema con que se enfrentan las especializaciones modernas, de cuyas prácticas nace la crítica de arte; la inefectividad misma de su especialización extrema y objetiva, que no le permite la búsqueda de referencias fuera del concepto mismo —de género o de estilo— que traten. Sin embargo, el concepto —y cuanto más puro peor— ya es una abstracción en sí, sin otra realidad que la convenida; de ahí que no sea suficiente para comprender una realidad de valor propio [distinto], ni siquiera si se trata de una realidad inteligente como el arte en sí. Eso no es extraño, el concepto como tal padece la misma dolencia de la filosofía en que se explica, y es su intelectualidad extrema; y será cierto que Apolo destruyó a Marsias con el concurso oficioso de las musas, pero también que las ninfas asesinaron a Orfeo porque no pudo complacerlas en su tristeza; y esa tristeza, nacida de la pérdida de Eurídice, es la de la pérdida del sentido como razón del arte en el contento popular, que no el especialista.
Si alguna ineficiencia padece la crítica [sistemática] de arte es la de no poder comunicar el arte mismo, cuando también ella es un arte; sólo que un arte presa aún —sin musa propia— de los académicos que conspiran con las musas contra Marsias. De ahí que el secuestro del ensayo por la literatura fuera tan auspicioso, blasfemando contra el recto sentido con los poderes de la ficción; que no es otra cosa que la atribución de sentido por asociación análoga, recordando a los conceptos su naturaleza figurativa; con lo que los abren a la eficacia más pura de la inteligencia, cuando la inteligencia es la capacidad de relacionar objetos —incluso intelectuales— y obtener de ello otro distinto.

En ese sentido, un movimiento se diferencia de un estilo hasta que ese estilo alcance una masa crítica para apoderarse del movimiento; porque se trata siempre de la relatividad del concepto mismo, que sólo funciona según la posición referencial de su objeto, que nunca es estática ni mucho menos definitiva. Tal es el caso, por ejemplo, del Surrealismo, que logra amalgamar un imaginario sistemático y recurrente; con el que unifica indefectiblemente toda una variedad de estilos distintos, pero apropiándose de ellos como su propia expresión funcional, de modo que es él quien los sustancia como estilo. Ahí, por supuesto, entra a jugar el criterio de la función crítica de por qué se separa un género de un objeto; por qué, por ejemplo, se separa un movimiento de un estilo, y que es sólo la perspectiva desde la que se ejerce el criterio.
Es obvio que la perspectiva académica no es la misma que la artística, dado que tiene otras referencias, requerimientos y funciones; pero en su otredad una no debe ni puede subordinarse la otra, so pena de distorsionarla al condicionar esa perspectiva suya, y por tanto inutilizarla como referencia y en su funcionalidad. Un movimiento, para el mismo ejemplo, no es un estilo, ero sólo en cuanto no se identifique al estilo con una actitud epocal; que es precisamente lo que va a hacer la crítica de arte no académica, en tanto establece su epistemología en la representación dramática del conjunto total del fenómeno. Esa es la eficacia que comunican las otras artes a la de la crítica, que también merece esa gloria que desconoce aún de bailar en el Parnaso; para lo que sin problema alguno las ninfas chapean el claro donde pueda solazarse, con tal —claro está— que no caiga en las tentaciones atenaidas de desechar la lira.

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