Monday, June 20, 2022

La balsa de la medusa

El siglo XIX culminaría la transición —comenzada en el XVIII— al Neoclásico, que parece sólo otro exceso del Barroco; al menos en ese formalismo excesivo, por el que la realidad se simplifica como objeto reflexivo, en su racionalización. El problema habría estado en esa pretensión de racionalidad evidente y positividad, como marca de la época; secuestrada por sus élites intelectuales, y alejada así de sus posibilidades propias, bajo el dogma humanista.

Nada más distante de lo real que este sentido androcéntrico, necesario no obstante en su artificialidad; para dar sentido a la cultura, como realidad de valor específicamente humano y distinto en ello de la realidad en cuanto tal. El esfuerzo, que es final en tanto apoteósico, sería sin embargo todavía primario, surgido con el neolítico; urgido en esto de sucesivas correcciones, en los también sucesivos excesos en que se desarrolla paulatinamente, como todo lo real.

En esta transición, el simbolismo sucedería al romanticismo, reduciendo la capacidad analógica de la imagen; devenida en una función discursiva, que la sobrepone a la extra positivad del sentido propio con el racional. De ahí que el mismo esfuerzo de Delacroix con La libertad guiando al pueblo, explique La balsa del Medusa de Géricault; sólo que, más racional el primero en su función discursiva, será más eficiente el segundo, con su apego al naturalismo romántico.

La diferencia radicaría en la espontaneidad del gesto, que —como la intuición surrealista del automatismo— busca la expresión pura; mientras que la acción simbolista, intelectualmente elaborada, atribuye un sentido convencional antes que expresar uno propio de las cosas. Más allá del propósito de Géricault y la anécdota de su carácter, la tragedia del cuadro explicaría así su realidad; que no es la personal, porque no está pintando un objeto personal, sino una época, que es lo que sucumbe allí.

El medusa no sólo no era una empresa capitalista (industrial) en sentido estricto, sino de ese modo perverso que es el corporativismo; y esta diferencia sería la que ha justificado los horrores del corporativismo socialista —en tanto no capitalista—, al punto de la sublimación moral. La reducción es así maniquea, planteándose entre uno Bien y un Mal que son de suyo convencionales; y esquiva el problema real de las posibilidades existenciales de lo humano, más allá del dogma neocristiano del humanismo

Es así que Géricault se alza sobre Delacroix, cuando este arma el mito de la igualdad fraterna y libre con su cuadro; que es una alegoría moral, no una realidad concreta como el naufragio terrible del Medusa, que así sólo refleja. A su vez, como objeto real —en tanto suceso histórico—, el naufragio del Medusa es más complejo de lo que puede parecer; de ahí que posea facultades analógicas, en su reflexión de los principios relacionales en que se realiza lo real como fenómeno.

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En este sentido, el naufragio del Medusa es atractivo para el espíritu romántico, por su extremo dramatismo; pero siendo este, a su vez, la violencia propia de la época, reflejada en la representación, de valor analógico. La Francia en que ocurre es la de la restauración borbónica, que no es un proyecto orgánico y no va a ninguna parte; la revolución es así forzada, y por eso debe recurrir a sublimaciones morales, como todas las revoluciones desde entonces. La emergencia revolucionaria es ambigua e inconsistente, vinculando este crisis a la de la Marcha de las pescaderas; en un movimiento confirmado con la elaboración ideológica de Delacroix, al legitimar los sucesos de 1830 con los de 1789.

La misma marcha de las pescaderas, con todo y su dramatismo simbólico, es sólo el fruto de la manipulación; con el informe del ministro de finanzas sobre los gastos de la corona, que esquivaba las partidas de la guerra estadounidense. No es extraño que como tradición, la ideología armada sobre esto conduzca a tragedias como la del Medusa; incluso si ocurre en medio de la restauración, porque es esa inconsistencia suya —de la que la revolución es sólo un efecto— la que perdura en la república moderna.


Thursday, June 16, 2022

El problema hermenéutico en la filosofía moderna

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El problema con el racionalismo, sería su recurrencia a la lógica lineal del recto sentido y su positividad posible; en vez de acudir a la circularidad de la representación analógica —que es de hecho la natural— en que se basan incluso los conceptos primarios de Bien y Mal. No hay que olvidar que, en definitiva, el dualismo es una reflexión sobre problemas concretos, pero elevados a nivel de absoluto; cuyo rigor era sólo reflexivo, pero descendidos a nivel práctico por el reduccionismo —originado en el monoteísmo egipcio— de la diáspora judía en Babilonia.

A su vez, el problema con esta lógica lineal no sería siquiera que sea errónea, pues no hay nada de suyo incorregible; y de hecho, en tanto valor artificial, la razón —como el recto sentido— también cumpliría una función referencial. El problema es la distorsión que introduce en el pensamiento político, como determinación desde su espectro hermenéutico; y el problema es así no sólo profundamente filosófico, sino también práctico, afectando la noción del Ser en su realidad existencial.

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Eso, aunque inevitable en principio, conduciría a una crisis de sentido, que es en lo que se introduce la distorsión; porque el problema nace con la relación directa entre acto y potencia, en el determinismo del bien y el mal. En este sentido, habría que tener en cuenta que se trata de arquetipos de valor convencional en su función reflexiva; y eso querría decir que tanto el bien como el mal, en tanto valores  de referencia, son absolutos no relacionables; que sería de donde provenga la primera contradicción de la dogmática cristiana —por ejemplo—, sobre la eternidad y naturaleza del mal.

Esta hermenéutica surge con la edad del hierro, que recién culmina en la tercera revolución científico técnica; por eso es comprensible, tanto como difícil de superar en las dificultades que plantea con esta naturaleza suya. El problema real entonces, como dialéctico, sería de esta naturaleza no lineal sino helicoidal del desarrollo; y que se traduce en una relación no determinista sino probabilística, entre las nociones mismas de Acto y Potencia.

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En su sentido práctico, estas nociones de Acto y Potencia, serían además más consistentes que las de Bien y Mal; planteando una relación más funcional y práctica entre sí, en tanto carecerían del valor absoluto e irrelacionable de las otras. La potencia, contrario a lo establecido, no puede ser “lo que debe ser”, dado a su vez por la determinación moral; porque eso permanece en el ámbito del conceptualismo y la especulación, sin traducirse nunca en una realidad concreta.

La potencia sería aquello “que puede ser” o que “es probable que sea”, con independencia incluso de la moral; que a su vez tiene una función propia, en la censura o estímulo de eso que es probable que sea, pero no su determinación. Esto permitiría el desarrollo de un pragmatismo, haciendo más eficientes las proyecciones políticas y en ello las prácticas existenciales; de modo que la cultura no estaría constreñida en el determinismo ideológico de la tradición idealista, como ocurre desde San Agustín.

Ateniéndonos a una función hermenéutica de la religión, este habría sido el problema planteado por el arrianismo; al no comprender el carácter superpuesto de la realidad (creación) como estado, en sus determinaciones. Eso incluso estaba planteado en el Órganon aristotélico, como el esquema de la determinación de la substancia; que es además la base de la lógica en la gramática y no en la matemática, justo como corrección del determinismo con que Platón inaugura la tradición idealista.

Los árabes que asombraron en la matemática, se esforzaron inútilmente en ordenar este esquema aristotélico; porque como antes con Arrio y los matemáticos modernos, no alcanzaron a comprender este origen. Después de todo, este es el período que comienza con la edad de hierro y va hasta las revoluciones científico técnicas; con la organización del pensamiento filosófico en su propia suficiencia, lo que es ya una apoteosis sublime.


Tuesday, June 7, 2022

Marian Hernández y el íntimo esplendor de la poesía

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Ángela de Mela

Para la gracia de las afinidades y de sus honduras, el acontecimiento de la mera apariencia de las cosas resulta inútil, baldío el campo que no secuestre la sutil esencia que hace y detiene ante nosotros, y de la poesía, su vivo esplendor.

Entonces existir para ella y con ella, es ir a ese más allá donde para guardar el muestrario de mundo que nos compete; hemos de colocarnos en el centro de su piel y en ese curso del tiempo para sí, desde cuya emoción sumamos ese muy poco común estro; pues no es lo fácil o la convención de gustos a la usanza de esta u otra corriente lo que se busca aquí, sino lo sostenido por aquel crisol personalísimo, que alcanza diferente cenit, distinto y distintivo, tal vez, sin proponérselo. Este es el camino escogido por Marian Hernández, camino que nos demuestra hasta qué punto hoy, la poesía escrita por mujeres, es robusta y singular.

Confieso renovada mi fe en la fortuna de la poesía actual, gracias a la lectura de Todo lo guardo en los ojos, el más reciente poemario de esta autora. El suceso, el viaje de introspección que sus páginas propone, es despertar, difuso aún el fin, para el deslumbramiento de lo que antes de ser se era; y que ha contado con lo propio, con la sustancia y la verdad que ha de sumar una auténtica lírica.

La mejor canción entonces, la hondura del mar, su olor, su vastedad, lo que avistamos, porque es horizonte de mil lenguas lo ignoto. A esta región sumergida que despierta cuasi alada, pertenece este libro, le constituye su estallido de bruma, que no espera el agrado persé, la aprobación de algo o de alguien, porque ello, resultaría añadidura a su primordial existencia.

La observación honrada es su alimento mejor, su Dorado vastísimo, dispuesto , para que el ojo premioso, llegue, solitaria la mirada, a penetrar con delicadeza, pero también con acerada voluntad, el insondable pálpito. No cabría asir de otro modo, esta ínsula diferente y de difícil sencillez.

"La rosa de entrepáginas era soledad/ le hubiera gustado tapizar las paredes" dice Marian; observemos el traslado de significados de un verso a otro, la sugerencia; utilizadas las variables del signo remático, en este caso rosa y soledad como opuestos que se alcanzan compatibles en ese, "le hubiera gustado”.

Asombra la manera de expresarlo, la visión que descubrimos

"subo a un tren que me lleva al amanecer y allí/ me quedo quieta e inmensa", de inmediato suponemos que se trata del sueño, pero de cuál, podríamos preguntar. Estupenda manera de alistar la imaginación dejando senderos abiertos, derroteros que haremos nuestros, en cuyo caso será invitación a aquello que Marian guarda en sus ojos.

Resonancia en estos versos magníficos:

"Miniaturas suaves como violetas/ en esta página de cuna"

Lo no nacido cuenta para nacer con nuestra lectura, pero he aquí que nos lo dice esquivando el lugar común, sorprendiendo con dulzura, sin brusquedades , como es de esperar a todo nacimiento afortunado.

La inmensidad ella la quiere íntima y, cuando afirma sobre la inmensidad del océano, agrega " exigo ese todo cubierto de intimidad"

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Marian Hernández es una poeta de excelencias raras, virtuosa en la parquedad y en el modo de "derribar indicios"; una manera propia de someter el verso a la observación constante, meticulosa también —por qué no— articulada en recursos lingüísticos, los justos y apropiados a su discurso, los que me han hecho recordar más de una vez, las voces de otras grandes poetas como Emily Dickinson, Elizabeth Barrett, o Alejandra Pizarnik.

De esta última parece deudora y más, cuando apunta:

"No se te ocurra llorar; sé integra, no lo olvides"

Hay una oblicuidad análoga al mensaje que se define y se defiende por su naturaleza.

" Compro pan, entro en casa/ y soy dueña de mi duda"

Ese ser de su duda nos pone ante el natural destino que todo poeta verdadero ha de llevar grabado en la frente como estrella de luz, cómo no dudar de todo, hasta encontrar la belleza, infusa aún en nuestro ser, guardada en nuestra mirada.

Y si no es, tanto mejor porque se pregunta ella

"qué demonios tengo que ver con esto"

Para después agregar sin más, que es,

"dueña de sus asombros"

Solo que, en este caso, querida Marian, creo saber que te equivocas, tus asombros son ya los nuestros por el espléndido libro que nos regalas, dentro de tus ojos, y más allá de lo que en ellos guardas, para vernos.

17 de mayo de 2022


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