No es obvio, pero
el título no hace referencia al cuento de Francis Scott Key Fitzgerald sino al filme de David Fincher; del que Eric Roths es el guionista, con
esa nebulosa presencia que siempre es opacada por el director. De hecho, por su
carácter utilitario y accesorio, es difícil establecer una línea dramática propia
de un guionista; al menos hasta que, como en este caso, ya su trayectoria se
adensa en un perfil propio, más o menos atractivo a los directores, que lo asumen
como a un autor original. Esa es la singularidad de Roths, que naciendo del
trabajo como guionista, nadie puede establecer cuándo adquiere semejante
madurez; pero que sin dudas ya se deja entrever con la controversial épica dramático
burlesca de Forrest Gump, para
consumarse con The curious case of
Benjamin Button.
Se trata sin
dudas de esa peculiaridad del cine como extensión natural de la literatura, no
sólo ni necesariamente su expresión; que sería lo que permitiera a Roths
desarrollar este estilo peculiarísimo, de honda repercusión existencial. En
este sentido, su poética puede triangularse entre Forrest Gump, The curious
case of Benjamin Button y Extremely
loud and incredibly close; que comparten la misma calidad de sujeto, traumatizado
por una condición especial, que le hace aparentemente débil y vulnerable,
cuando es sólo singular. Este es además un sujeto estético y trascendente,
arquetípico en su dramatismo épico; que por las señas dadas en Forrest Gump, se podría identificar con
la controvertida antropología de la historia de Norteamérica.
Conociendo al
ser sólo en el modo concreto en que es, Roths puede plantearse una
sistematización de lo norteamericano; y lo que haga a esta escritura curiosa no
es su textura cinematográfica, si en definitiva el cine sería un desarrollo
extensivo de la literatura, sino ese alcance trascendentalista; común a la era
del Faulkner que reintrodujo lo trascendente como objeto reflexivo, perdido
desde el realismo, y diluido en el mercantilismo postmoderno, que todo lo
banaliza. En todo caso, el cine da la posibilidad a Roths de apropiarse de los
objetos reflexivos de la tradición literaria norteamericana; reelaborándolos en
ese otro sentido que es sólo el mismo de cada uno de ellos, sólo que
redimensionado en esta relación que adquieren entre sí.
Por tanto, se
trata de una escritura curiosa, en la que Benjamin Button es Forrest Gump y es Oskar Schell; un mismo Ser que en su
multiplicidad siempre padece de una condición especial, y en ello refleja la extraña
excepcionalidad de lo norteamericano. Esa es la
primera señal, que llama la atención sobre las recurrencias dramáticas de
Roths, con Forrest Gump; en cuya existencia radican todas las determinaciones
de lo americano, incluida su simpleza y bondad esenciales. Con Benjamin Button,
esta condición se explica en la torcedura cultural, por la que lo norteamericano
nace de la esclerosis de Occidente; dirigiéndose desde esa ancianidad a la
inmadurez y el infantilismo, con el que Occidente terminará por enfrentar su
propia decadencia.
Esta lectura no es un humanismo gratuito,
sino una comprensión del simbolismo con que Roths tuerce la historia original;
primero al sujetar el desarrollo del personaje al más puro patetismo
existencial, con repercusiones incluso shakesperianas; pero inmediatamente, con
esa introducción aleatoria de la historia del relojero que pierde al hijo en
una guerra, que es incluso la primera guerra mundial. A partir de ahí está
claro que el drama es el de Occidente, del que Estados Unidos es el último
desarrollo; puede incluso que el definitivo, si no encuentra modos de
redención, que el mismo autor insiste en no ver, a pesar de su bondad esencial.
Con Oskar Schell, este sujeto se enfrentará
al trauma de una realidad que lo sobrepasa, en esa infancia condicionada además
por el Asperger; una condición dentro del espectro del autismo, y tratada como
enfermedad en vez de como otra dimensión existencial. Es, por supuesto, un
pronóstico muy arriesgado, pero no médico sino estético, y explicaría esa
disfuncionalidad de lo norteamericano; cuyo desarrollo parece dirigido a la
disolución definitiva de la modernidad, con la aceleración de su decadencia. La
condición de estos personajes dejaría en claro que el problema no es moral sino
cognitivo, e inherente a lo humano; en un esquema en el que los Estados Unidos
sólo ocupan un rango temporal y no espacial, porque en definitiva ser trata del
mismo Ser de Occidente.
Roths demuestra este sentido ontológico en la pureza
abstracta de su antropología, en la que jamás alude a las raíces históricas de
lo norteamericano; sino que, gracias a esa licencia figurativa de la reflexión
estética, puede abstraerlo en el carácter simbólico de sus componentes. Su
profunda desesperanza, es que desconoce la posible redención de este drama
justo en la trascendencia de lo negro; ese gran ausente en esta curiosa
escritura de Eric Roths, y que como la Discordia en las bodas de Tetis, es una
necesidad sobreseída… blanco al fin.