El mercado, como la mano invisible que
regula la realidad, es una imagen tan romántica como la del socialismo; de
hecho es una teoría, surgida al calor de los debates teóricos suscitados por
los socialistas utópicos. Por eso, como la teoría económica del Marxismo, esta
que la contesta responde a su misma determinación; que no es nunca la realidad,
sino su comprensión por una élite que ha perdido el sentido de lo real con la
especialización.
La economía moderna es industrial, por el
mercantilismo en que decae el medioevo con el renacimiento del mercado; pero
como una realidad más compleja que las meras relaciones de producción, al darse
sobre una estructura política. Esta complejidad se debería entonces a que no se
trata de un nacimiento puro, dado en esas relaciones de producción; sino de la
transformación de una estructura política ya dada, que cambia sus
determinaciones internas.
Por eso, la reducción de la economía a
esas relaciones productivas es tan excesiva como su otra reducción a las
políticas; que de hecho es posterior a la primera —por el Marxismo—, con el
ajuste leninista de Carlos Marx. Este ajuste del Leninismo, se debería
precisamente a la deficiencia teórica Marxista, con su economicismo excesivo; pero
igualmente excesivo en esta corrección, por la extrema politización, que como
la otra desconoce toda relatividad.
Eso no es extraño, todos responden de algún
modo conceptualismo idealista, que es el que desconoce la relatividad; así que
se fabrican las teorías como los dogmas del catolicismo, con la única
diferencia de que se dicen científicos. Por eso, los teóricos del capitalismo
responderán a la misma dinámica teoricista, si es al Marxismo que responden; y todos
—incluidos los marxistas— respondiendo a la preocupación de los utopistas, que
era también teórica, y ninguna de ellos a la realidad.
Por eso todas esas discusiones son
políticas, y remiten a la misma falta de solución que la de los universales;
que de hecho resolvía teóricamente el mismo problema del capital, que entonces
era teológico y no financiero. La última prueba de esto es el capitalismo
postmoderno (neoliberal), que alcanza la apoteosis con la implosión socialista;
pero no como el triunfo del mercado que proclama, sino su inflación artificial
con la deuda pública, como el socialismo.
En efecto, lo que arrasó con la llamada área
socialista no habría sido su ineficiencia económica, que era notable; pero que
se debía a su carácter corporativo, en su organización como el capitalismo de
estado del leninismo. Es decir, tal y como el capitalismo que le sucediera,
ahora en la teoría neoliberal, con el funcionariado en clase ejecutiva; que
como en el socialismo es intercambiable con la política, porque su especialidad
es administrativa y no productiva; no importa la apariencia de capital privado
d elas corporaciones, que en tanto públicas son igual de reguladas.
Lo que implosionó a la economía socialista,
habría sido entonces la carrera armamentista, tan artificial como ella; y que
alimentada por el presupuesto militar —no el mercado—, terminaría inflando la
deuda pública, no la privada. En otra perversión, el índice de libertad
económica sitúa a Estados Unidos en el veinteavo puesto; asombrando no ya que
no esté en el primero, siendo como es el supuesto motor del capitalismo
postmoderno; sino la otra estadística, que reduce a cinco años el promedio de
vida de las medianas y pequeñas empresas; adjudicando el fracaso a su
desorganización económica —como en el socialismo—, y no al lastre de su hiper
regulación.
La falacia estaría en la mera formalidad
de la contradicción entre los órdenes, ocultando exprofeso su complementariedad;
por la que el capitalismo es sólo una abstracción crítica (moral) del
economicismo político, por el puritanismo social. Eso es lo que explica su
origen en los socialistas utópicos, como base para el barbarismo teórico del
dogma marxista; como señuelo al ego, que desviará la atención de todos —incluido
el inefable Weber— de lo real, con esa sublimación del socialismo.