Wednesday, January 18, 2017

Diario de Cuba en la era de la postverdad, II

Diario de Cuba es sólo un sitio de noticias sobre Cuba, con la seriedad y trascendencia de cualquier otro, incluso personal; no importa lo que pretenda en ese sentido, ni que para ello acuda al dinero de donaciones formales, como un medio oficial. Pero no es un medio oficial, sino que como todo lo que se relaciona con Cuba, vive del conflicto político y no de resolverlo; es decir, Diario de Cuba no va a dirigirse nunca a las raíces del problema político cubano, que son culturales, porque vive del mismo y necesita extenderlo. Es curioso que naciera poco después de la muerte de Jesús Díaz, el director de Encuentro de la cultura cubana; que siendo el padre de Pablo Díaz, parece haber sido el único soporte con que este contaba, en lo que sí era un medio y se proyectaba con sentido profesional. No hay que engañarse, Encuentro reproducía y probablemente todavía reproduzca los vicios de la cultura política cubana; pero a pesar de eso era un medio, cuya proyección era profesional, pudiendo por ello darse el lujo de sus desmanes e injusticias.

No es ese el caso de Diario de Cuba, puede que por la dirección de Pablo Díaz, aunque este es representativo de todo su equipo; y que dedicados a ordeñar la contradicción política cubana, lo hacen manipulando los egos de cuanto intelectualillo no puede cumplir sus ambiciones propias. Es por esa sensación de trascendencia que Diario de Cuba cuenta con tanto cómplice, entre los que hay viejas luminarias de todo tipo; que negados a dejar el candelero, participan de la política de mezquindad del periódico madre, a cuya legitimación ayudan con su participación culpable. Entre los horrores que restan credibilidad a Diario de Cuba, está su política de comentarios, que estimula el anónimo; provocando esas refriegas habituales al cenáculo cultural cubano, al brindar esa sensación de éxito que es absurda por falsa y superficial; porque en realidad, a lo que acude es a esa necesidad de trascendencia que enloquece a toda una generación, que vive en una catarsis perpetua por su frustración. Producto de esa política de comentarios, por ejemplo, no es extraño que algunos sean firmados con nombre ajeno para alimentar la controversia; repercutiendo en la credibilidad y reputación de esas personas, con un comportamiento irresponsable e infantil... en un medio dice que serio.

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Por todo eso, como advirtiera el poeta sublime sobre Santiago de Cuba, no os asombréis de nada; aunque sea porque veréis horrores, como esa práctica falaz, por la que el dicho medio se escuda en la política de Google para predar en contenidos ajenos. No tiene en cuenta que con eso comete doble fraude, y en algún momento puede ser sujeto a acción judicial; pues mientras con ese contenido saca provecho económico, justificando el dinero que obtiene de donaciones, también afecta la credibilidad de autores que utiliza sin su consentimiento. Esa sin dudas es la prueba mayor de su delito más grande, como el fraude político que es en el espectro de la cultura cubana; la falta de escrúpulos con que se apodera del trabajo de quienes mismo margina sin contemplación, y a cuya credibilidad se vincula de modo incorrecto.

Aquí están los vínculos al material indebidamente apropiado

Monday, January 16, 2017

You’d love Lucy

En el 2014, el mismo Jean Luc Besson de The fifth element estrenó Lucy, otra de ciencia ficción; que a diferencia de la primera, fue acogida con displicente paternalismo, dada su floja base científica. El filme le valió algún premio a  Scarlett Johansson, que lo único que tiene es una sonrisa bien colocada; aunque a diferencia de la de Julia Robert resulta prognática, y de la de Meryl Streep totalmente inexpresiva. Entre coprotagónico y secundario, Morgan Freeman vuelve a ser el sostén actoral del cine de serie B; siendo ya hora de pensar que es a él mismo a quien no le interesa protagonizar grandes dramáticos, porque de otro modo es inexplicable la insistencia. Es cierto que la base científica del filme se reduce a mitos como el de la sustancia CPH4, y de que sólo usamos el diez por ciento del cerebro; que ya todo el mundo sabe que no es cierto, aunque también ignoren que su uso aquí es meramente convencional.

Por soluciones metafóricas de ese calibre sería que nos hemos gastado miles de años de doctrinas religiosas; bien que antes de que el Racionalismo moderno pusiera un asterisco de duda en toda especulación, y no siempre para bien, como nos recuerda la pertinencia del arte. En realidad, el argumento de Lucy no tendría mucho que ver con una base científica, que es usada sólo como convención formal; sobre la que se construye el argumento, pero como una gran especulación de corte filosófico y muy sólido en ese sentido. La especulación consiste en la naturaleza del Tiempo, como cuarta dimensión de la realidad, pero en ello como condición propia del espacio; que es un problema altamente especulativo, ya que la misma física cuántica no ha logrado resolver el problema de la realidad y su determinación.

Eso sigue siendo materia científica en tanto la física es una ciencia, aunque en la película no se mencionan los problemas del cuanto; sin embargo, este sería un acercamiento original al problema, demostrando la legitimidad y suficiencia del arte como recurso reflexivo. Si se resuelve el problema del Tiempo con relación al Espacio, lo que se habría resuelto es la contradicción perenne del Dasein de Heidegger; que no es que no sea ilusoria, como toda contradicción, e incluso resuelta hace mucho, sino que esta solución de ahora sería creíble y consensual; conciliando el inmanentismo del interés de la comunidad científica, con el trascendentalismo del de la filosófica. Habrá de recordarse que en tanto solución del problema del Dasein, es así una conciliación de la dialéctica hegeliana como proceso de determinación de lo real; que es así la explicación última y definitiva del Órganon aristotélico, como el proceso de determinación de la substancia.

En ese sentido, parte de la crítica del filme se ha detenido en el absurdo de que el tiempo es indetenible; por una escena —sin dudas magistral— en que la heroína lo repasa como las hojas de un libro, sin que la gente caiga en cuenta de que es sólo una metáfora; según la cual, lo que hace el personaje es abstraerse en la contemplación y comprensión de toda la realidad como conjunto. De hecho, en un momento de la escena se encuentra con la primate Lucy —no, idiotas, el nombre no era gratuito—, estableciendo la conexión entre el pasado y el futuro; con lo que incluso corrige la otra teoría del origen espacial de la especie humana, que trata de explicar el increíble salto evolutivo que significa la aparición de la especie humana. Especialmente hermoso que esta conexión se haga reproduciendo el acto de la escena de la Creación de Miguel Ángel; y también que ocurriendo entre mujeres y no entre varones, aluda al lazo mitocondrial, en un discurso más reivindicativo que todo el feminismo del mundo.

Según la propuesta del filme, la intervención en el proceso no tendría que ser alienígena, sino que podría ser humana; como una auto redeterminación de la especie, que viaja hacia sus  propios orígenes, dando lugar a una de las paradojas del continuo espacio temporal más hermosas y profundas del cine; y que en tanto auto redeterminación, vuelve a aludir al proceso de determinación de la substancia como la misma dialéctica hegeliana. Hay otra escena magistral, en la que se incrementa la tensión del filme como un thriller; en el que mientras la conciencia (Lucy) trata de organizar el conocimiento, su perseguidor está siempre a punto de acabarla. En el entretanto, la escena ocurre en la Universidad de París, donde el tiroteo destruye parte del patrimonio artístico; recordando que el desarrollo es un drama sobre los mismos excesos humanos, contra los que no hay garantías, como demuestra la desaparición de complejos culturales; también esa otra futilidad de nuestra acumulación de objetos de dudoso valor incluso como arte o patrimonio, que desaparecerá en el camino.

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No es un énfasis gratuito, ante el escándalo pueril de destrucciones como la de los talibanes en Afganistán y del llamado estado Islámico en Irak; que no deberían ni llamar la atención ante la banalización del mal con que permitimos los genocidios, a sabiendas de que su origen está en nuestra ilusoria prosperidad. El filme tiene poco más que eso, con efectos especiales poco asombrosos, y actuaciones regulares, excepto Freeman, por supuesto; tampoco la fotografía o la puesta en escena es esencialmente espectacular, poniendo todo el peso del incomprendido filme en esta otra profundidad filosófica.


Friday, January 13, 2017

Diario de Cuba en la era de la postverdad

Atacar a Zoe Valdés y burlarse de ella es una práctica habitual en la mezquindad de las élites intelectuales cubanas; que ven con desespero cómo se les va alejando la esperanzada juventud sin que se auto cumplan las promesas que se hicieran a sí mismas de ser todas reinas. A Valdés se le achaca el ser una figura más o menos folclórica, como si ellos mismos no lo fueran con sus manierismos; peor aún, como si ellos pudieran penetrar de forma estable y continua el mercado del libro, como en efecto sí lo hace ella. Ante tanta mezquindad no es necesario defender una literatura que tiene dignidad suficiente para batallar por sí misma en cualquier anaquel; que debe ser el motivo por el que en vez de abundar en ejemplos literarios —ya que la crítica supuestamente lo es— apelan al ad hominen.

Del carácter de Valdés lo único que puede decirse es que no es falaz, como sí son sus detractores; que parecieran alimentarse con puro espíritu, por su sorpresivo desconocimiento del valor estético y la funcionalidad de una palabrota. Mayormente anónimos, sus críticos predan en la red de seudo revistas literarias que son los blogs personales; y nunca —ni por asomo— citarán una de esas falencias literarias suyas. Por supuesto, es fácil reconocer en esa dinámica el ambiente literario cubano, a pesar de su relativa apacibilidad desde los tiempos del New low de Heriberto Hernández; y uno de cuyos pináculos es el llamado Diario de Cuba, que hasta utiliza material ajeno como contenido sin siquiera pedir autorización; o peor aún, ni siquiera tiene la decencia de responder a un pedido en este sentido; dejando claro no sólo la intención aviesa, sino también la escuela de que procede, en la violencia delincuencial del periodismo revolucionario cubano.

No debe ser casual que Diario de Cuba sea dirigido por Pablo Díaz Espi, separado en malos términos del Encuentro fundado por su padre; el Jesús Díaz que no sólo escribió Las iniciales de la tierra y el guion ideológicamente oportunista y manipulador de Lejanía, también provenía de la soberbia policial de El caimán barbudo inicial. Fuera de ese vínculo, el director de Diario de Cuba sólo cuenta con el mérito de vivir del egocentrismo ajeno; alimentando el propio, al comprar las voluntades de cuanto pretencioso se gasta el culturalismo cubano, como una tiñosa que ni cazar puede sus propias presas.

Sunday, January 8, 2017

Le Nouveau Cahier du cinéma

Mirando un drama como el de La concubina, uno de pronto se pregunta dónde estudiaron dramaturgia los cineastas cubanos; es decir, uno recuerda que lo más complejo que se filmó en Cuba fue Retrato de Teresa o Hasta cierto punto, y da una suerte de desazón. En justicia, Fernando Pérez habría aspirado a algo grande con La vida es silbar; también, Orlando Rojas se habría lucido en Papeles secundarios, como Cremata se hace snob y pedante en Nada. Pero ni ninguno de ellos hizo algo definitivo con esos filmes, ni hizo tampoco otra cosa; y eso, en una institución que borró los tímidos pasos de coproducción con que el cine prerrevolucionario sólo aspiraba al sentido común burgués antes que a la épica trascendental. En verdad, hasta el clasicista que era Umberto Solás caía en devaneos más o menos líricos, pero también más o menos populistas; como la serie de Barrio Cuba, que con Miel para Oshún a la cabeza ya avisa del descalabro dramatúrgico.

Pensar que la reivindicación viene con pequeñas luminarias que se repiten como Jorge Perugorría, es no darse cuenta de la dilapidación; en la que una escuela de magníficos actores se desgasta tras lo que se vende como cine de arte y no es sino cine de pésimo —en vez de séptimo— arte. Para pruebas, la declinación de Isabel Santos saltando de la mediocridad de Perugorría a la magnificencia de Luis Alberto García; o la siempre vergonzante marginación de los hermanos Jiménez, mito duramente ignorado para protagónicos verdaderos; puede que por la singularidad étnica con que precisamente añadirían más riqueza y complejidad a cualquier esquema dramático, con tal que el director no fuera un patán. Es fácil arrellanarse pensando que de haber ganado Cabrera Infante el forcejeo con Alfredo Guevara el resultado sería distinto; pero también es difícil que así fuera, incluso si el Caín que emulaba al Truffaut de Cahiers du cinéma lo seguía por los meandros de la nueva ola francesa.

Caer en esas dicotomías de puro racionalismo sería no darse cuenta de que el problema está precisamente en el purismo y no en la ideología que lo sostiene; porque más épicos y trascendentalistas que los cubanos fueron todos los del campo socialista, que desarrollaron dramaturgia para competir a cualquier nivel; como demostraran las fáciles transiciones a Occidente de directores como Wajda, Kawalerowicz, Tarkovski o Szomjas. Obviamente, una transición fácil no quiere decir que fuera cómoda sino posible con ajustes mínimos; que es lo que no se da en el cine cubano, que en el descalabro económico de la década del noventa se rebajó al más aberrante jineterismo con esa excusa de la coproducción. Quizás la diferencia estribara en que a Truffaut lo sostenía una fe estética y no la naturaleza incendiaria de su inteligencia, que es lo que sostenía al Caín; como lo prueba la modestia con que Enrique Pineda Barnet mantuvo sus bajos vuelos, hasta poder darse el lujo de la pajarería de La bella del Alhambra; cuya simpleza dramática no afecta para nada la densidad de su imaginario y su poder de evocación, capaz de suplir esa falencia.

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