Conversaciones en la catedral (El señor Corchea)
Un cuestionamiento acerca de problemas del llamado arte naif, ha dado pie a
dos propuestas que lo esclarecen; en la primera, la artista hace un registro
preciosista sobre la producción de ese arte, con un acercamiento cándido y
hasta cierto punto naif. No se esperaba otra cosa, aunque la intención era
poder distinguir ese llamado arte ingenuo dentro de la bataola desatada por lo
contemporáneo; que reproduciendo principios de economía política dentro del
arte, postula una desregulación total de la producción y comercio.
El problema estaba planteado por la saturación del mercado en su acepción
más amplia, del valor transaccional del arte; que en su naturaleza reflexiva,
funciona como un soporte externo para la reflexión existencial. Las formas en
que ocurre esa reflexión pueden ser más o menos cuestionables, en sus
principios epistemológicos o hermenéuticos; pero no el hecho mismo de la reflexión,
dada por la naturaleza formal del objeto comprometido, en este caso la obra
pictórica.
De ahí que la candidez y hasta ingenuidad de aquella primera propuesta
fuera suficiente y legítima, siquiera como guiño; que no se pronuncia sobre lo
que no considera arte, pero sí define lo que considera que lo es. La segundapropuesta es más rica aún, puede que porque no responde a la pobreza insidiosa
del cuestionamiento; sino que se explaya en la distinción de ese llamado arte
ingenuo del otro arte llamado brut, sirviendo así para ilustrar el problema
original.
Con la firma de Yaysis Ojeda, esta segunda propuesta enumera incluso
características que diferencian a un arte del otro; aunque la mayoría pueden
ser de valor más o menos subjetivo —no menos efectivas por eso—, al menos un
par de ellas son muy concretas. Estas son las que sirven para una discriminación
más pormenorizada de lo que es arte o no, más allá de si siendo arte es ingenuo
o brut; porque se pueden distinguir esas características que lo legitiman como
arte, frente al descalabro formal de lo que tan sólo pretende serlo.
Eso, aún si insidioso es todavía importante, porque como problema responde
al momento mismo de la cultura; en cuya evolución confluyen las sucesivas
contradicciones que la empujan a ese desarrollo, por su estado crítico. De cierto,
hasta qué punto es ingenuo un arte que ya se produce en función de su rédito
económico y que por tanto supone una técnica; no importa si como escuela y tradición
no es oficial, si en definitiva ya sienta su propio andamiaje de convenciones.
Aún así, el arte ingenuo y el brut son legítimos en su suficiencia, no
importa las paradojas que desaten en esa convencionalidad; lo que no es arte es
el producto espurio de la simple pretensión, que no consigue armonizar
formalmente un objeto propio. Eso es el resultado inevitable de esta cultura
postmoderna en su acercamiento al arte, en que prima la apariencia sobre la
consistencia; y que tantos escándalos ha desatado desde las primeras
subversiones, cuyo valor residía en la subversión misma como propuesta formal.
Eso es lo que se puede discernir con relativa tranquilidad, desde las
elegantes páginas de estas propuestas; que hacen de su marco, El señor Corchea,
un producto genial y también suficiente en su propio valor referencial. Al
final, lo que es arte seguirá siéndolo, y lo que no lo es seguirá sin serlo,
sin que nada de eso sea importante; al margen de toda pretensión, los que saben
pueden discernir la diferencia, y los que no pueden acudir a ellos con
elegante calma.