Mañach y el choteo en Cuba
El choteo tiene sin duda alguna una marca
cubana, pero difícilmente sea exclusiva o distintiva de la cultura nacional;
una larga tradición de crítica mordaz y caricatura probaría que hay mucho de
falacia y sofisma en la queja de Mañach. Después de todo, su magisterio
atraviesa esa soberbia del periodismo, que hizo del siglo XX un infierno
ideológico; legitimado en la riqueza monetaria con que Platón se dio el lujo de
anteponer la pretensión de trascendencia a las necesidades reales.
Desde entonces y hasta Mañach, paralela a
los otros mil perfiles nacionales, se forjaría el cubano en esa arrogancia; sin
que nadie se fijara en la degradación de la cultura, que pasó de experiencial a
libresca, y de ahí a enciclopédica. Es de esos resúmenes del populismo moderno que
nacen los excesos postmodernos, urgidos de espesor ideológico ante su vacío
experiencial; siempre tras esa quimera oximorónica de la experiencia
trascendente, que es imposible hasta en su pronunciación.
Esa es entonces la naturaleza de la queja
de Mañach, una falacia retórica con que dar curso a su arrogancia; que siendo
intelectual es absurda desde el propósito a la formula, porque no tiene razón
de ser, como sabríamos si Descartes no hubiera ganado la puja. El choteo sólo
fue dañino en Cuba cuando los intelectuales lo blandieron contra la cultura que
habían secuestrado; usaron el verbo como cadenas con que sujetarla, para amarrarla
a sus altares baratos como ni los escolásticos lo pudieron conseguir.
El choteo es ahora un tatuaje que pasa
como marca de nacimiento, que sólo el tiempo puede borrar; pero para eso es
imprescindible liberar definitivamente a la cultura, bajándola de esos altares
de la falsa trascendencia. Para empezar, esa posibilidad de trascendencia que
nos agitan delante es sólo un señuelo, no importa lo que crea el mismo
agitador; porque carece de toda consistencia propia, si es sólo una condición
tan exclusiva como inevitable de lo que es en sí mismo, por su inmanencia.
Incluso la inmanencia es una condición tan
exclusiva como inevitable de lo que es, porque reside en ese hecho mismo; sólo
se diferencia de la otra en la precedencia lógica, dadas sus respectivas
funciones estructurales en la cuestión del Ser. La ontología es espesa sólo en
apariencia, para el tonto pretencioso que pavonea sus intelectualidades; en
realidad es un tejido de éter transparente, como hecho por ninfas en el secreto
umbroso del cosmos, para que lo vista Dios en su esplendor.
Es sólo que tiene que interesarte para que
puedas comprenderlo, y eso si en verdad te interesa comprenderlo; porque ni
siquiera es necesario, como poca cosas fuera de comer o excretar, que ni
siquiera el sexo que exhibimos como las intelectualidades. El problema del choteo
en Cuba es entonces como esos malos amantes, que lo peor es que ni siquiera
saben que lo son; por eso cada tanto sale un iracundo, agitando sus verbos como
el rey desnudo sus ropas invisibles, víctima de su propio monstruo.
El único problema del choteo en Cuba es su
virtud, porque es la facultad de lo real, ocurriendo al margen; es un fino pero
férreo blindaje, que separa a la gente real de los intelectuales, para que puedan
vivir sus vidas reales. Si no fuera por eso, hace rato que los intelectuales
habrían conseguido utilizar este ascendiente de su falsa trascendencia; lo que
no habría culminado en el triste pavoneo de esa falta supremacía, sino que se
revierte en la esclavitud real de la gente real a la irrealidad de los
políticos.
Políticos e intelectuales pueden ahora seguir
mercadeándose su dinero sin respaldo, creyéndose sus propias historias; la
gente real todavía puede caer presa de sus tonterías, pero de vez en cuando la
procesión pasará ante un espejo y el que quiera podrá ver que van encueros. Es
ahí donde el choteo se convierte en las efectivas lanzas, que distanciando a
los comunes les permite espacios de realización; que siendo propia, no importa
si conscientes de ello o no, se revierte en un círculo de bien estar y
hedonismo del bueno, no del del rey encueros.
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