Sunday, February 28, 2021

Dogma - II

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Un catedrático afirmaba el carácter universal del Idealismo, como espectro hermenéutico en sí mismo; pero como lo hacía desde esa misma perspectiva idealista, no podía saber que lo establecía como una burbuja hermenéutica. Hay una diferencia funcional entre una burbuja y un universo hermenéuticos, referida a la consistencia; ya que mientras el universo es una materia con una proyección formal, la burbuja sería su reducción en función de la comprensión que provee.

Como interpretación de la realidad, el Idealismo no se confunde con su objeto, pero lo reduce a un aspecto formal de esta; excluyendo todo aquello que no le interesa como este objeto propio, como son los problemas no políticos en la Modernidad. Ese es el problema con este espectro hermenéutico, no en sus principios mismos sino en esta realización moderna; que siendo concreta, consiste en la interpretación de la historia en función de legitimar postulados políticos concretos.

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Eso no es gratuito, la inmediatez de los problemas que encaraba no admitía devaneos sistematizadores; se trataba de transferir las facultades políticas, desde la institución monárquica a la de la nación, en representación esta de lo social. El objeto entonces es la sociedad, como organización corporativa que exige su propia e inmediata sistematización entitiva; de la que si era posible, más tarde resultaría la reorganización que reconociera la prioridad lógica del individuo, pero no necesariamente.

Esa sería sin la razón de que estas filosofías se planteen al individuo subordinado como ciudadano; en una posposición que, al no resolverse en la hermenéutica, quedará fijada como canon imperativo de su aparente necesidad (Kant). Esta interpretación es entonces con un sentido dado, como legitimación trascendente de un postulado político; que es la característica de las filosofías modernas, determinadas por la contradicción política en que ocurren. Eso las diferencia de las filosofías premodernas, cuyos problemas no eran directamente políticos sino religiosos; repercutiendo en la política, pero no por una determinación primeramente económica, como en las modernas, por la emergencia de la burguesía.

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De todas formas, ese desarrollo moderno es natural, porque responde a ese momento específico de la evolución; que dada como historia, se concentra en la reconfiguración de los poderes políticos, desde esta emergencia de la burguesía. Antes de la Modernidad, el objeto de la filosofía tenía estas connotaciones pero otro objeto, en la trascendencia del Ser; aunque heredado desde la antigüedad (teocentrismo), derivado en su interés de ese trascendentalismo al inmanentismo moderno.

Es con la primera apoteosis de ese desarrollo, en el Racionalismo cartesiano, que se da este otro; resultando en el establecimiento de ese espectro hermenéutico idealista, desde su tensión formal entre materia y espíritu. Esa tensión se habría incorporado en la transición de la antigüedad al bajo medioevo, desde el Maniqueísmo; en las discusiones por las que el agustinismo organiza la patrística, dando forma a la cosmología cristiana.

Por eso, las filosofías modernas van a tener connotaciones trascendentalistas, pero su naturaleza será inmanentista; con una apoteosis en el positivismo, que va a determinar una organización última de ese espectro. Es en ese sentido que quedaría establecido, al menos en sus principios, ese espectro hermenéutico del Idealismo; dado por la tensión entre sus tendencias espiritualistas y materialistas, como comprensión de una determinación primera de la realidad.

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No importa ahí esta contradicción conceptual entre materia y espíritu, que es funcional, porque son complementarios; pero además, porque sólo el Idealismo admite esa comprensión de la realidad, abstraída a sus aspectos formales. Es por esto que se desplaza al espectro hermenéutico del Realismo, con el desarrollo de este del Idealismo; como una prioridad dada por los conflictos que enfrenta la cultura, en su naturaleza política y económica. El Realismo, como opción contraria al Idealismo, comprende a lo real —no la realidad— en la unidad de su substancia; sea esto en el acto o en la potencia, porque es siempre lo real y no un aspecto suyo.

Eso lo había resuelto Santo Tomás, con El Ser y la Esencia como máxima abstracción posible; que no llegando nunca a la forma en sí, no admite esa comprensión parcial de lo real sino en su conjunto total y sistemático. El problema idealista es este conceptualismo, que no comprende esta totalidad sistemática de lo real; no importa que su apoteosis durante la Modernidad fuera natural, como desarrollo lógico del inmanentismo.

Es gracias a eso que las ciencias adquirieron el apogeo con que contradicen ahora esa tradición, por la insuficiencia hermenéutica de su espectro; que construido en función de la inmanencia de la realidad, no alcanza a la comprensión de su aspecto trascendente. Esas son las contradicciones que está planteando la ciencia, sobre todo —pero no únicamente— la física cuántica; con hallazgos incomprensibles desde el determinismo (formal) del Idealismo, como la indeterminación primera y la bivalencia de lo real.

Es ahí donde se impone romper esa burbuja hermenéutica, con su falsa universalidad; para preparar los instrumentos reflexivos con que comprender estos postulados de las ciencias, en ese acceso al otro aspecto de lo real. Cuando los santos Tomás y Alberto reintrodujeron el Realismo, el dogmatismo agustinita logró subordinarlos en la Escolástica; que es la que decae hoy, en la incapacidad de las Universidades que modeló, para desarrollar la instrumentalidad de esa otra hermenéutica.


Sunday, February 21, 2021

El exceso de Aristóteles

En su Poética Aristóteles pone el drama en función de la catarsis, haciéndola de naturaleza moral y necesaria; pero él era un filósofo y no un poeta, así que difícilmente entendería la eficacia de la reflexión estética en su gratuidad. Eso, después de todo, es gnoseología, y él se ocupaba de los principios de la lógica; no de su carácter antropológico sino de su excelencia racional, incluso si artificial, como instrumento para la práctica existencial.

No importa que en su ajuste del Idealismo platónico Aristóteles inaugure la otra eficacia del Realismo, es todavía un filósofo; su comprensión response a la necesidad de la filosofía y no a la facultad misma de la reflexión estética, y en ello va a subordinarle la otra eficiencia de la analogía. No es tan simple tampoco, la analogía es la naturaleza misma de la reflexión, independiente de su especialidad; es decir, antes de bifurcarse en el sentido meramente existencial que le es propio, o la gratuidad o la necesidad del arte y la filosofía.

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Es por eso que antes de la contradicción del Racionalismo, el pensamiento se resolvía en proyecciones antropomórficas; que centrando la realidad en lo humano, atribuía sentido a las cosas —nombrándolas— por su relación con eso humano. De hecho, ni los mismos estetas hasta la decadencia del siglo XX, conseguirían insubordinarse a esa majestad de la filosofía; que no es errada por principio, pero no entiende que esa eficacia resida precisamente en lo gratuito y no en lo necesario. 

Al final, desde ese mismo precedente Aristotélico, el peligro del arte ha sido siempre el funcionalismo lógico; que termina por reducirlo de su facultad reflexiva a la función discursiva en esa racionalidad, hasta en la victoria aparente del Simbolismo. Este es precisamente el mejor ejemplo, por la incomprensión con que condenó la gratuidad parnasiana; que aunque no explica su carácter intuitivo, respondía a esa compulsión en que comprende a lo real en su trascendencia.

No se trata de que tuviera sino que podía hacerlo, como esa facultad propia incluso de lo real en su suficiencia; como si Dios se contemplase a sí mismo en el espejo del mundo, que sólo cobra consistencia y puede sostenerse en esa tensión. Hoy, a lo largo de la decadencia moderna que es la postmodernidad, el arte occidental carece de la irracionalidad del rapsoda antiguo; y se aleja de las tradiciones bárbaras, que nos legaran los clásicos en sus fantasías como representación de la realidad.

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Nadie piensa que la literatura antigua era precisamente realista en lo fantástico, comprendiendo la determinación de eso real; que siendo trascendente, debía acudir a valores negativos (inexistentes) para postularlos en su extrapositividad. El mismo Aristóteles, porque era filósofo, no pudo comprender ese realismo intrínseco al arte en la naturaleza formal; por eso lo postula como necesario, sin establecer la distancia —que es paradójicamente lógica— entre necesidad y propiedad.

En efecto, la necesidad marca la relación entre elementos inseparables, la propiedad los organiza en la unidad; por la que subordinándose uno al otro, no tiene una relación con eso otro sino que lo constituye y le toma la consistencia. Así, paradójicamente, desde Aristóteles —y hasta por Aristóteles— el arte puede no ser realista, incluso como error; dando pie a las aberraciones vanguardistas, que pueden plantearse la rebelión, porque no es contra la realidad sino contra una postulación suya.

El problema radica en esa sustitución de la realidad por su postulación, que subsiste hasta la hecatombe de los universales; como una trampa, que sólo serviría para desaguar la entrada triunfal del realismo en los esfuerzos de Tomás y Alberto, con una discusión banal. De Oriente viene siempre la adición que corrija el exceso occidental, desde Pitágoras gritando que todo es número; a ellos les sirve para mantener en la gratuidad potestativa se sus extrañas constituciones, salvajes y bellas; a nosotros para el desarrollo lógico, como la otra fatalidad que nos confiere otra belleza, no menos salvaje.

De ese espanto Hegel concluiría la muerte del arte, en tanto lo que muere es la necesidad que lo sustentaba; de su no necesidad, se puede concluir la subsistencia del arte, ignorando a los doctores que discuten su autopsia sin ver la disposición increíble y hermosa de su cuerpo inmóvil. El talón de Aquiles y la hoja de tilo de Sigfrido, son la Poética de Aristóteles como la pretensión abarcadora que ignora los recursos del hado; extendiendo así el misterio de la creación, por este exceso del estagirio, como el largo verso en que agoniza Roldán.

Saturday, February 20, 2021

De la reflexión estética

Una de las razones que explica el auge del arte moderno, sería su provisión de una reflexión sobre lo trascendente; negado en el progresivo auge del racionalismo positivo, con su reducción al aspecto inmanente de la realidad. De ahí axiomas recurrentes, como el del corazón tiene razones que la razón no entiende; hermosos en su suficiencia, pero extraños en esa naturaleza axiomática.

No que esto fuera extraño, ese auge progresivo de lo Moderno lo impulsa el cristianismo desde la antigüedad; cuando, con la humanización de Dios, empuja el espectro hermenéutico desde lo teocéntrico a lo androcéntrico. Desde entonces, siempre se ha elogiado la aparente sencillez y credulidad del carbonero; que toma su fuerza de la fe como forma de conocimiento, contrapuesta a la razón, explicando la sospecha católica contra el Modernismo.

El proceso es paradójico, al identificar al espíritu con la razón, haciendo del racionalismo una forma de espiritualismo; pero la contradicción se tuerce, negando de algún modo la negación, cuando se postula en la contradicción de materia y espíritu. No se trata de que una niegue a la otra sino de que se la subordina, poniéndose el énfasis en cuál determina a cuál; pero en una extraña contraposición, que no tiene en cuenta la naturaleza unificiente de la realidad, que no admite ese tipo de tensión.

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El racionalismo positivo, es de esa extraña forma un materialismo, que sólo reconoce a la realidad en su inmanencia; cuando por esa naturaleza unificiente de todo lo humano en tanto real, la comprensión de la realidad exige la de su trascendencia. Es ahí donde se explica ese auge del arte, al que se le atribuye una naturaleza sublime con que satisfacer esta necesidad; aunque cuestionable en lo subjetivo de su experiencia, que la subordina de modo definitivo a la supuesta objetividad de la ciencia.

No es gratuito que los grandes estetas surgieran en el apogeo del racionalismo positivo, equilibrando la tensión; que en el desequilibrio de esa nueva fe que fue la ciencia, despojaba al humano de su acceso a lo trascendente. De ahí que fuera posible postular un desarrollo del arte, semejante al de la filosofía en sus tradiciones premodernas; con la ventaja además de que una naturaleza primeramente formal y luego gnoseológica, en tanto reflexión.

Esa ventaja significa que en su esfuerzo gnoseológico, si bien secundario, el arte se desarrollaría como un realismo; susceptible de distorsión idealista, como en definitiva ocurriría en sus derivaciones vanguardistas, pero realista en principio. Eso ya era ventaja, ante la fatalidad idealista del conocimiento filosófico, que siempre ha de perderse en sus propias explicaciones; y que es en lo que al arte retiene esa facultad de comprensión de lo real en su trascendencia, supliendo las carencias creadas por la filosofía.

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No obstante, es cierto que el arte tiene un elemento subjetivo, contrario al interés objetivo de la filosofía; está en su dependencia de una percepción inmediata, interpretando el postulado formal sin las referencias convencionales del concepto. De ahí, que la derivación postmoderna al conceptualismo sea una aberración antinatural y no una evolución natural; ejemplo que se explica en esa insistencia en el carácter subjetivo del arte, que no por cierto debería ser absolutizado en el exceso.

La facultad gnoseológica del arte, en su naturaleza reflexiva, resultaría así contradictoria, aunque sólo en apariencia; ya que precisamente esa provisión apelaría a la experiencia individual e intransferible del conocimiento, no a su objetividad. No se trata de que el conocimiento no sea transferible, pero sí lo es la experiencia de comprensión anterior en que se basa; y que es lo que a su vez explica esa extraña facultad del arte, como experiencia individual y no objetiva, que lo que organiza es una intuición sobre la realidad.

Esto es importante, porque resuelve esa contradicción de una naturaleza gnoseológica de la reflexión estética; que es cierta, pero referida a la individualidad de la experiencia de conocimiento, no a la convencionalidad de su comprensión última. La diferencia estriba en el carácter intuitivo de la primera, que siempre antecede como prejuicio el desarrollo de todo juicio; aunque fuera por esta diferencia que pudo preservar alguna intuición sobre la realidad en su trascendencia… cuando fue necesario.


Friday, February 19, 2021

¿Deliverance de Cornel West?

West podría ser uno de los más espectaculares pensadores hoy día, y su conflicto con la Academia de los más reveladores; no ahora, que parece terminar su difícil romance con Harvard, sino desde mucho antes, desde el inicio. West siempre ha sido un personaje difícil para esa convención traumática que es el academicismo norteamericano, en la que suele navegar a contracorriente; pero más por la convencionalidad alternativa que plantea con su comportamiento de celébrity, no por el innegable genio.

El problema con West puede ser justo esa ambigüedad, en que explota el genio pero no en función del mismo; ya que por el contrario, lo malgasta en un activismo más o menos meritorio pero sin dudas mediocre en el reivindicacionismo. Es todavía e indiscutiblemente meritorio, por la magnífica individualidad en que no sucumbe al entorno marxista o filo socialista; pero a pesar de su naturaleza profunda y existencial, es demasiado exhibicionista para ser tomado en serio.

Eso es tan evidente, que lo que más le critica la Academia no es la singularidad sino la mediocridad burguesa; por la que malgasta el glamour de su academicismo, en esa suerte de banalidad rentable que es la personalidad televisiva. Así West se vende como un producto filosófico más o menos accesible, igual que Neil DeGrase y George Takey; aparte de las mil salvas que constante malgasta, en campañas condenadas al sell out como el socialismo hipócrita de Bernie Sanders.

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Aun así, el rechazo solapado de Harvard tiene su explicación en la sospecha de racismo que persigue a esas instituciones; no en esos derroches de carisma, que sólo sirven para justificar el rechazo del genio. No obstante, lo que asombra y decepciona aquí es la incapacidad de West para ver la oportunidad que le ofrecen; porque en vez de justo aprovechar ese carisma para reinaugurar el esplendor de un nuevo academicismo negro, West sólo se queja con el amo.

Es el mismo dilema que padecen los otros negros académicos, de los que insiste en distanciarse con el genio; porque como ellos insiste en integrar el sistema que los margina a todos, y él hasta sin la ilusión de repararlo que tienen los otros. Hay que reconocerlo, la búsqueda general en el Marxismo responde a esa ansiedad de ser reconocido por el sistema; lo que al lado de la inconsecuencia de West, reluce en la perfección de su lógica existencial.

Cualquiera sea la excusa que blinda a Harvard, lo cierto es que no puede lidiar con su controversial personalidad; pero eso es lo que explica principios como el del éxodo, que precede a toda formación, y que él tampoco entiende. El conflicto excede así lo político en lo antropológico, requiriendo el esfuerzo de una refundación; con la que West corrija los vicios hermenéuticos en que la Modernidad confirma su decadencia, como de hecho hizo con los excesos de Heidegger.

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El conflicto es así el mismo que tuvieron los santos Alberto y Tomás, cuando reintrodujeron el Realismo en Occidente; la academia de entonces los neutralizó, creando la tradición escolástica, en función del dogmatismo tradicional. A diferencia de los santos, el mundo de West no se restringe a unos muros conventuales, sino que cuenta con el secularismo burgués; como los santos, West cuenta con un realismo que introducir, para por fin superar ese dogmatismo en su raíz platónica, con el Pragmatismo de Pierce —que de hecho trabaja—.

Sin embargo, burgués al fin, West reclama el bien estar del hábito antes que la mendicidad heroica del predicador; lo que sería comprensible, si no fuera porque él mismo insiste en exhibir su cristianismo, no importa que carezca de una kénosis experiencial. Lo bueno de la banalidad burguesa es que nos permite la individualidad, lo malo es que nos resta el carácter; West no es una excepción sino la confirmación recurrente de esta humanidad banal, que nos hace a todos tan inconsistentes.

Todavía puede ser que Harvard no entre en razones, y con la reticencia de las otras sea él el que comprenda; podría entonces apelar a ese legado que tanto se esforzó para parirlo a él mismo, y reinaugurar un academicismo negro. Dubois y Washington lo mirarían regocijados desde ese paraíso al que van los cristianos como él, y en el que se supone que crea; así, desde las reticencias de Moisés, se habría lanzado por la puerta estrecha, validando su discurso con su carne y no con retórica.


Saturday, February 13, 2021

The skeleton key, la alegoría

The skeleton key es una muy buena película de horror, que envuelve prácticas de vudú, en el cliché habitual; lo importante es el momento sin trascendencia, en que contrasta la percepción de blancos y negros al respecto. La historia es de una pareja de negros linchados en la era Jim Crown, que consigue sobrevivir gracias al vudú; y que sigue viviendo en la misma casona original, envolviendo a los incautos en sus prácticas.

En ese momento perdido en la película, la protagonista reclama a su compañero porque la víctima es blanca; te dije que quería una negra —dice—, sabes que una negra no se quedaría en la casa —responde él—. La alusión es a una sensibilidad especial de los negros para percibir lo que pasaba, y que los pondría en peligro; pero como una capacidad dada por sus propias determinaciones culturales, resuelta en esa sensibilidad para dichos misterios.

Es ese el tipo de sensibilidad lo que permitiría a los negros sobreponerse a la tensión del racionalismo occidental; que como aquella fatalidad de la mujer blanca que persistía en el horizonte de peligro, les impide la plenitud. Cornel West explica esta sensibilidad en la historia de horror y miseria que han vivido los negros norteamericanos; pero hay otros negros, cuyas vidas han sido menos miserables, y que sin embargo retienen esa capacidad.

De eso es de lo que se trata aquí con la determinación cultural, que incluso provocó el reclamo de los surrealistas; quienes en su obsesión con el símbolo —provenían del simbolismo— desconfiaban de toda trascendencia. Los negros, norteamericanos o no, pueden solucionar el problema de occidente, gracias a esta determinación peculiar; que haciéndolos especialmente sensibles al aspecto trascendente de la realidad, les permite comprenderla.

Es así que el desarrollo de un pensamiento original negro contraería la tradición Occidental al momento pre cartesiano; que así esquivando las reducciones kantianas, consiga la comprensión de ese aspecto trascendente de lo real. Base tenemos, en la insuficiencia del pragmatismo norteamericano para sobreponerse al idealismo occidental; que vigilante desde sus instituciones académicas, recuerda la inquisición escolástica reduciendo la eficiencia realista.

El problema —o la solución— es que los negros estamos en casa, somos parte de ella y no tenemos a dónde ir; por eso no queda sino sermonear la mediocridad del pueblo, con la insolente suficiencia de unas prácticas. Para eso contamos con esta sensibilidad especial, con tal que la reconozcamos, en vez de acudir a los manuales exorcistas; que más que inútiles son contraproducentes, porque eluden la salvación que podemos brindar al mundo.

Hay que aclarar que esta determinación no consistiría en una especialización funcional, sino en una propiedad; ya que se trataría precisamente de la no especialización, que habría preservado las prácticas cognitivas en su estadio natural. De ese modo, la sensibilidad ante lo trascendente sería lo natural a lo humano, como pensamiento antropomórfico; que resuelve las representaciones de la realidad en abstracciones simples, funcionalmente relativas a sus prácticas culturales concretas.

En contraste, el racionalismo sería una apoteosis en el desarrollo de ese mismo proceso abstractivo; que por su extrema especialidad, resuelve una representación parcial, restringido al aspecto inmanente de la realidad. Eso se debe a que por su propia inmediatez, sería este aspecto el que es susceptible de una abstracción absoluta; que es como se resuelve el pensamiento racional, incluso como máxima excelencia de las prácticas cognitivas.

Al respecto, lo que aportaría el trascendentalismo tradicional es una contracción de ese reduccionismo racionalista; como una adecuación suya, que le permita la comprensión de ese otro aspecto de la realidad; resultando así en una comprensión más eficiente de la realidad en sí misma, como de sus dos aspectos formales. The skeleton key es así la llave maestra a la comprensión de la realidad, como extensión en que ocurren los fenómenos reales; no sólo en el esplendor innegable de su inmanencia, sino también en el todavía incomprensible de su trascendencia.




¿Derechos Humanos?

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 El problema de los Derechos humanos proviene de los del ciudadano, como aporte de la revolución francesa; en realidad se trata de una convención humanista, que resuelve la transferencia de facultades entre la institución monárquica y la nación. En ambos casos se trata de la sociedad, representada en sus instituciones, respectivamente en la monarquía y la sociedad; que debe lidiar con la desaparición paulatina de la corona, para resolverse en el poder ciudadano.

Se trata entonces de la humanidad y la sociedad como abstracciones convencionales, mutuamente intercambiables; que es lo que hace tan legítima la exigencia socialista, de anteponer la sociedad como concepto práctico del de humanidad. Eso se debe a que el concepto de humanidad resulta una generalización difusa, mientras que el de sociedad se hace más concreto; aunque en ambos casos se basa en la ontología al uso, de base kantiana, como máxima organización del racionalismo cartesiano.

Al respecto, el error de Kant es que no tiene en cuenta esa naturaleza convencional y abstracta del concepto; algo que es natural en su momento, porque sustituye los presupuestos ontológicos de la realidad por los del concepto mismo. Es una connotación de la prioridad del espíritu sobre la materia, planteados por el racionalismo; que va a ser negada por el materialismo, pero sin corregir el problema de esta naturaleza abstracta y convencional de los conceptos.

El problema principal aquí es el del derecho mismo, que está planteado desde la potestad de la monarquía; que en realidad, una vez disuelta como institución, no debería transferir sus facultades a la sociedad. La cuestión ahí estriba en plantearse a la sociedad en su propia consistencia, que proviene de los individuos; ya que los individuos no integran la sociedad —como si esta pudiera existir sin individuos— como afirma Kant, sino que la realizan.
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El planteamiento humanista es erróneo entonces, fijando su objeto en la sociedad y no en el individuo; una vez ahí, no tiene sentido debatir derechos, que suponen una procedencia lógica —alguien que los reconozca u otorgue— que no existe. La sociedad misma no puede ser esa entidad que otorgue o reconozca derechos, puesto que carece de consistencia propia y suficiente; en esa naturaleza convencional suya, que sólo le da valor formal, tomando su consistencia de los individuos en que se realiza.

De ese modo el problema se corrige, planteándose como de probabilidades para la realización individual, incluso socialmente; y a partir de ahí, el planteamiento mismo del problema negro se hace insoluble, como una (otra) cuestión de derecho; ya que depende de una revisión crítica del pasado, que pierde sentido como contradicción de la historia en sus determinaciones. Esas contradicciones están en el mismo origen africano del tráfico esclavista, y la ambigüedad y amplitud de los problemas étnicos; que sólo se pueden entender como lógicas del decursar histórico y no como contravención de cánones morales extemporáneos.

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Al respecto, deberá recordarse que el mismo desarrollo político de los reinos africanos fue altamente imperialista; produciendo una fusión sincrética muy rica y fluida, por las relaciones que propició entre sus diversos focos culturales. Esto se pierde de perspectiva precisamente en la sujeción del fenómeno a la hermenéutica anticapitalista occidental; que respondiendo al mismo determinismo economicista del materialismo histórico, no tiene en cuenta que esta naturaleza feudal (precapitalista) de la cultura africana.

Así, el planteamiento del problema negro entre las contradicciones del capitalismo (colonialismo) sólo lo distorsiona; poniéndolo en función suya antes que comprendiéndolo en sus propias particularidades, sin poder así resolverlo. Esto se ve desde las primeras críticas del Surrealismo al fenómeno de la negritud, por su reticencia natural; tratando de reducir el problema a otra contradicción propia del capitalismo, y sujetándolo así a estas contradicciones hermenéuticas del pensamiento marxista.

Las contradicciones hermenéuticas del marxismo merecen estudio propio, que se distancia del problema racial; pero sus connotaciones exceden el marco político de la simple contradicción entre capitalismo y socialismo. En todo caso, parten de que esa contradicción es aparente, porque el socialismo es una propiedad del capitalismo; como su primera y más determinante contradicción, que así lo explica en su propio desarrollo.

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La razón de que se planteen como contradicción directa, estaría en el carácter reductivo de su base racional; que no tiene en cuenta la naturaleza única de la realidad que trata como política, sino que la abstrae a sus propias proyecciones formales. Ese problema se origina con el desarrollo del racionalismo en Descartes, desplazando el espectro hermenéutico del realismo; resolviéndose así en la contradicción también aparente entre espíritu y materia, como la prioridad que se concede a uno u otro en la determinación de la realidad.

Monday, February 8, 2021

Exegesis

Los mitos normalmente explican fenómenos y problemas teológicos, y por eso narran las vidas de los dioses; que en sí mismos son representaciones de las determinaciones de la realidad, que resulta de la forma en que se relacionan entre sí. De ahí la profusa sexualidad de los dioses, como explicación última de la energía compulsiva de la realidad; y normalmente también, suelen derivar en una justificación explicativa, resultando en la legitimación trascendente de cuestiones políticas.

Eso no es extraño, la política es una naturaleza en que la cultura adquiere su valor apoteósico como realidad; que reproduce artificialmente a la realidad en sí, como extensión en que ocurren los fenómenos reales. En ese sentido, un mito especialmente llamativo es el de la lucha de los orishas contra el Diablo; en la que este representa el mal en su forma más clásica, de máxima dificultad para la realización plena del ser.

En la tradición yoruba, ningún santo conseguía vencer al diablo, que lo mismo se escurría que los vencía; esto último aprovechando alguna debilidad, que los exponía en sus propias dificultades. Quienes único consiguieron vencer al diablo fueron los jimaguas, niños hijos de Shangó y Oshún; que así son el fruto de la relación complementaria en que se consigue la naturaleza de las cosas, y con ello la base para su respetiva realidad.

Lo curioso es que sean los jimaguas, por esa condición infantil que acercaría el mito al problema de la inocencia; que siendo clásico y recurrente, aquí aparece en esa función de alegría y disfrute de lo inmediato. Es curioso, porque esa capacidad de disfrute es lo único a lo que no puede sobreponerse el diablo; falleciendo agotado, no ante el esfuerzo —debilitado en la relativa hipocresía— de los otros, sino ante la paz.

Sunday, February 7, 2021

¿Antropología política u Oddún?

 Hay un proceso muy llamativo en la formación de la religión afrocubana, concerniente a sus ritos de iniciación; que conocidos como de práctica mínima en el lugar de origen, adquieren una complejidad especial en Cuba. Sería el caso de la iniciación o consagración, que en Cuba se hace con la entrega de varios orishas; mientras que supuestamente en África se hacía con sólo dos, uno de ellos básico o general, y el otro de la localidad del iniciado.

Ese básico o general se refiere al vínculo con los antepasados, como base para la espiritualidad de la persona; al que distinguiéndolo del de la localidad, que lo identifica como su cabeza, se le conoce como sus pies. Se trata entonces de una iniciación mínima de cabeza y pies, conocida en Cuba como santo parado; y que ciertamente provenía de África, pero como práctica de zonas rurales, no de su totalidad[1].

En las cortes yoruba se habría iniciado un proceso de centralización, con la consagración de una serie de Orishas; que procediendo todos de las diferentes localidades, parecen obedecer así a esta expansión de un poder central. Por supuesto, hay mil y otros procesos paralelos, que hacen de este uno muy complejo y no simplificable; pero que puede explicar la imbricación de los poderes político y religioso, en que el príncipe podía fungir como máximo sacerdote o tenía ese valor.

Así, por sobre la autoridad más o menos inviolable de los caciques locales, se iría extendiendo la del príncipe; no en una confrontación de estos, que complicaría el proceso, sino en la autoridad paralela de la religión. El mismo proceso puede verse en la Francia de Luis XIV, cuando somete a la aristocracia feudal a través de la cultura; bien que más indirectamente, pues lo hace fundiéndolos por la fuerza en el núcleo cultural de Versalles.

El resultado final, en ambos casos, es una estandarización de las prácticas existenciales, a través de la cultura; que se revierten en una reorganización política de la sociedad en general, centrada por el poder metropolitano del rey. No sería casual que en esta dirección, el culto central en Oyó sea el de Shangó, basado en un rey histórico; que desplazando el de Obatalá a un poder más absoluto de intercesión con Dios, legitima el poder de Shangó en su origen[2].

Hoy en día se apela a la identidad, como principio de singularidad cultural pero no de individuación; descreyendo de la cultura como un proceso de racionalización práctica, que tendría valor existencial. Esto explicaría el diferente desarrollo de las culturas en un sentido universal, al que se dirigirían todas; en un proceso de evolución más o menos accidentada, comenzada con la vieja práctica de la expansión colonial.

Eso quizás nos pacifique a todos, reconociéndonos en esa naturaleza común y humana de la cultura; como una práctica general con sentido propio, en la que cada uno encuentra su propio sentido individual. De ser así, no habría vergüenza en que otros hayan tenido mejor suerte o recursos en la misma carrera; que nos beneficia a todos y nos reconoce la misma dignidad, no importa el papel que jugamos en esta.





[1] . https://negracubanateniaqueser.com/2017/11/20/agba-lagba-un-acercamiento-a-las-iniciadoras-de-la-regla-de-ocha/

[2] . El concepto de panteón un yoruba es relativo, ya que la religión de Osha no tiene dioses propiamente dicho; sino energías cosmológicas propias de las personas (orí, cabeza), sujetas a un proceso de representación antropomórfica. Esto habría ocurrido en una segunda generación del panteón, cuando se sincretiza con personajes más o menos históricos; las correspondencias principales serían de Shangó con Yakutá, Yemallá con Moja Elewi (shorturl.at/hzEHU ), etc.

Friday, February 5, 2021

Historia de las lenguas hispánicas

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Nadie tiene que explorar el paisaje en que vive, y que puede permanecer así ignorado en su grandeza; algunos sin embargo deciden hacerlo, por innata curiosidad, que malamente consiguen justificar; es a ellos a los que se agradece el conocimiento que traen de vuelta, como un cuento. El lenguaje es un universo con leyes y determinaciones propias, como un paisaje que uno habita más que una propiedad; sus convenciones nos anteceden y sobrepasan, sin que siquiera notemos los cambios que va sufriendo.

Rafael Del Moral es un hombre que se aventura en ese paisaje, y lo cuenta a quien quiera escucharlo; uno supone que escucharlo, o leerlo en este caso, tiene esa misma sensación que salvó a Scherezada. La Historia de las lenguas hispánicas es la descripción de un paisaje silvestre, que crece y exhibe su grandeza; leerlo, es comprender de dónde y cómo provienen nuestras determinaciones formales, incluida la singularidad reflexiva.

El estilo es efectivo y directo, resolviéndose en un lenguaje popular y poco florido, que no desconoce la ilustración; tiende a la síntesis, ya que trabajando con un objeto inmediato, trata de alinear cada sus innúmeras determinaciones. En ese sentido, puede recordar la Historia Universal de Asimov, con un humor ligero y culto —no cínico— que se encarga de los énfasis; y sobre todo en esa eficacia, que acerca un objeto tan abstruso a la más simple de las inteligencias, con sólo que le interese.

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Entre sus virtudes, la posibilidad de corregir excesos teóricos, como el de la inclusión de vocales en el alfabeto griego; que no se debe a la falta de un poder religioso en el complejo minoico micénico, sino a que el fenicio original tenía pocas vocales y eran memorizables. La intuición así no pierde efectividad, pero queda ajustada con el dato oportuno de apenas una sutileza, no perdida entre farragosos párrafos; sino que reluce como debe relucir, en el coloquio fácil que establece un maestro con discípulos dispuestos e interesados.

Desde el prólogo, la Historia de las lenguas hispánicas nos está hablando de una experiencia trascendente; lo inmanente es la forma concreta en que se determina, lo trascendente es la lenta formación que deja. El caso del español es especialmente —como todo otro— complejo, por las mil determinaciones a las que responde; que en su caso particular se mantienen igual de álgidas, como compulsiva racionalización de problemas políticos.

No sólo hay historia en esta Historia…, también hay historia de la historia, y así sucesivamente hasta la noche; particularmente fascinante, la argumentación de las conclusiones, y la descripción del contexto en que ocurren los desarrollos. Un rasgo interesante de esta historia es su distanciamiento, que no la hace menos apasionada sino más objetiva; así, no lamenta la pérdida gradual de ciertas lenguas ni trata de apuntalarlas artificialmente, sino que comprende la utilidad de su mismo desvanecimiento.

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Eso se debe a que Del Moral no es un ingenuo materialista, aunque no desconozca la importancia de lo económico; parte de una intuición propia sobre la necesidad y no el poder como impulso para el desarrollo. De ese modo, contra toda dialéctica, Del Moral hace espacio para las determinaciones que pululan sobre lo humano; y que sobrepasando la inmediatez de lo económico, consiguen consolidarse en una referencia identitaria.

Un patakí africano, que son cuentos en que les habla su oráculo, narra cómo el sabio desposó a la diosa del amor; porque en una guerra final de todos los hombres contra todos, fue el fulgor de su belleza lo que la contuvo. La historia termina conque, una vez pausada la guerra, la diosa se tomó el tiempo para satisfacer las necesidades de los guerreros; no para juzgar quién estaba bien y quien estaba mal, sino para satisfacerlos en que aquella urgencia que los había llevado a la guerra.

Esta Historia de las lenguas hispánicas es como ese fulgor de la diosa, que es la historia atravesándonos; si consigue detenernos, nos explicará la duda que nos conmueve, ponderando nuestras posibilidades existenciales. Quién está errado y quién tiene razón es tan relativo como banal, porque lo que pesa sobre todos es la muerte; gracias a Dios hay exploradores que descubrieron el complejo paisaje que nos determina, sólo hay que escucharlos —o leerlo, en este caso—.


Thursday, February 4, 2021

Otra llorona

Un artículo serio, de una verdadera personalidad de la cultura cubana, enumeraba las necesidades de su dramaturgia; que debió escandalizar, pero pasó como lo que pretendía ser, una gestión inteligente de la cultura. A nadie se le ocurrió que la cultura no se realiza por una élite especializada, que en la distancia desconoce la realidad; y no por prebendas de seudo burguesía, sino por la perspectiva personal del artista comprometido y su relación con esa realidad.

De hecho, ese puede decirse que es el problema con la cultura en general desde el apogeo postmoderno; en que una multitud de jóvenes super educados se especializaron en sus respectivas vocaciones, sin atender a la realidad. A diferencia de los casos de cultura subvencionada, la realidad se encarga de corregir esos excesos; incluso si para eso tiene que arruinar todo el tinglado del arte, por la falta de interés real de la gente y dinero efectivo.

Los gobiernos pueden alargar el proceso agónico, con presupuestos destinados a alimentar el ego improductivo; no importa —más se gasta en otras tonteras—, la gente simplemente no lo consume, y salva así la sanidad de su propia reflexión existencial. Otra cosa es cuando no hay otra alternativa que el consumo de ese arte, que es no menos subjetivo que manipulador; porque aquí no se trata sólo de presupuestos malgastados, sino de la imposibilidad de evadir la burocracia.

Donde hay que inventar una feria, es porque se eliminó la actualidad que le daba sentido y la hacía efectiva; y ese es un ejemplo fractal, que ilustra todos y cada uno de esos casos en que se derrocha el erario público. La cultura misma es la realidad en cuanto humana, en su valor artificial pero todavía propio y consistente; hace falta mucha soberbia, para pensar que se puede saber qué hace falta y dónde, esquivando además la corrupción.

Ese es el problema, porque se trata de una burocracia, siquiera si intelectual, que administra la cultura; y que por tanto tiende a la mediocridad antes que a la excepcionalidad, aunque trastrueque los términos. La cultura suple lo que necesita, porque esa es su suficiencia, en la realidad que toma de los que la realizan; sobreponerse a ella es una locura, que sólo termina por distorsionar el espectro todo de la existencia humana.

Eso entonces explicaría el desmonte de la cultura cubana, desecha entre burócratas que se creyeron genios; un adefesio ahora, que irrumpe en la noche que viven los que la viven, para asustarlos con su llanto. En el subsuelo, sin embargo, hormiguea la realidad inmutable al estropicio, dando la nueva forma que va a ser; otros tratan de escapar dando saltos con que los vean en lontananza, rompiendo caída al caer para minimizar los daños.


Wednesday, February 3, 2021

Vindicación de Dionne Warwick

  En 1980 Dionne Warwick rompió un bloqueo internacional y cantó en Sudáfrica, en el 2015 repitió el desafío en Israel; había mucho de dignidad en su obstinación, presentado como cierto prurito profesional de respetar contratos. Había sin embargo suficiente respaldo como para justificar la excepción, y que Warwick desviara su atención a otras fuentes; más allá de todo esto, está la complicada negociación con que la figura marginal gana espacio para su especie, poco a poco.

No hay que llamarse a engaño, los Estados Unidos que condenaba a Sudáfrica fue el mismo que la había apoyado; por el momento la rama izquierda del parlamento mundial se habría subido al podio, pero el mundo seguiría dando vueltas. La reticencia de Warwick puede recordar el pragmatismo de Miriam Makeba, que no se refugió en Cuba sino en Estados Unidos; quizás ambas supieran que la retórica no es sincera nunca, y que los grandes gestos se agotan en el símbolo.

Como mujer negra, Warwick sabía que la aceptación del público universal era hipócrita, no tenía por qué responderle; una cosa era la distancia del escenario, donde no tenían que codearse con ella, o el backstage en que podrían presumirla; otra muy distinta compartir el transporte público sin siquiera el privilegio de aquella voz, que es lo que se discutía en Sudáfrica e Israel. En cambio, actuando por sí misma, no sólo sentaba el ejemplo de suficiencia individual y pragmatismo político; también conseguía que ese enemigo para el que cantaba tuviera otra oportunidad de comprender lo que hacía, ofreciéndole una alternativa de redención.

Que el otro cogiera el laurel que le pasaban o no, era problema de ese otro, no suyo; ella ni siquiera tenía que ser consciente de su propio gesto, sino sólo de ejercer la negociación en términos pragmáticos y no retóricos. Eso fue lo importante y hasta eficaz por principio, la posibilidad que brinda el gesto individual; que repercutiendo en toda la especie, brinda resultados inesperados donde hace más falta, que es el carácter, y es individual.

Dionne pudo haberse plegado, y desaparecer en esa ola de catarsis política que luego dejó a los negros atrás; en vez de eso escogió respetar sus contratos, y hacer lo que mejor sabía hacer, que era cantar como mejor podía. Como resultado, tuvo críticas de todos los blancos que sabían y dictaban lo que los negros debían hacer por su dignidad; pero a ellos los ha sepultado la historia en el anonimato de su convencionalismo, sólo ella brilla en su capacidad para ser ella misma.

El error persistente del Occidente moderno, ha sido perseguir la trascendencia para realizarse desde ahí en plenitud; no importa el asombro con que descubren de vez en cuando que es al revés, desde Santo Tomás a Heidegger. La trascendencia es una condición exclusiva del Ser, justo porque es en sí y por sí mismo, en su inmanencia; la fidelidad de Dionne a sí misma y la entrega de su mejor oficio, es probablemente el mejor servicio que haya prestado nunca.

Monday, February 1, 2021

En el mes de la historia negra (Carta abierta)

  Hay dos o tres equívocos con relación al problema racial en Cuba, y uno de ellos viene de confrontarlo desde la experiencia revolucionaria; que lo descontextualiza, al reducirlo a un problema propio de ese fenómeno de la historia nacional. Las consecuencias de esta reducción es la disolución del problema en la urgencia de la contradicción política que vive el país; lo que no es nuevo, y sólo contribuye a posponerlo respecto a cualquier otro problema, ya que este se percibe —y probablemente sea— como exclusivo de sólo una parte de la población.

De hecho, el problema si no exclusivo sí es propio del segmento que lo padece, y al que toca corregir la situación; para lo que deviene inevitablemente en un actor político, y más susceptible en esta naturaleza común de ceder ante esa urgencia de los otros problemas. Otro equívoco es el concerniente a la misma posición de los negros en ese contexto de la contradicción política cubana; que es una posición sujeta a la misma evolución que esta, dado que es su propia circunstancia.

El problema con esta posición es que se plantea desde el punto de vista de la circunstancia, no desde el negro mismo; que siempre ha hablado a través de esta circunstancia suya, resultando siempre en su condicionamiento. Es sólo con la crisis continua desde la última década del siglo XX que los negros van teniendo voz propia; pero aún así siempre condicionada por una circunstancia ajena a sus propias necesidades, sea esta la de la política nacional o las expectativas que suscita.

Incluso cuando los negros pretenden en establecerse como interlocutores legítimos en el exilio, siguen siendo condicionados a esto; bien porque subordinan el problema a sus propias necesidades particulares, que porque son asumidos de nevo como parte del problema general del país. La peor de estas condicionantes provendría de las élites universitarias norteamericanas, con su presión económica sobre el sector más desfavorecido de la sociedad cubana; al que ofrece medios de reivindicación personal sobre la base de valores estéticos, pero subordinados al silencio político.

Esta presión provocaría dos distorsiones en la percepción del problema negro cubano, cada una de ellas suficientemente grave en sus consecuencias; ya que va a repercutir en la reflexión del negro cubano sobre sí mismo, y por ende en su proyección posterior en el panorama político nacional. La primera sería la menos legítima, y ocurre cuando los artistas negros cubanos son explotados como objetos de estudio patrocinados por blancos; la segunda, más compleja, cuando este patrocinio proviene de entidades negras, que identifican el problema negro nacional con el norteamericano.

No se trata de que esa identidad no exista sino de que es muy relativa, ya que los problemas nunca son abstractos y universales; es en esta concreción donde ocurren singularidades, que hacen de cada problema un fenómeno excepcional y único en su propia circunstancia. Esta sería la distorsión más grave, porque descontextualiza el problema negro cubano de su propia circunstancia; sumiendo en la ambigüedad el otro problema de sus relaciones con el poder tradicional en Cuba, que se asume como de lealtad.

Ese problema es complejo, responde a la supuesta integración de los negros con el proceso político cubano; pero en un contraste que es artificial, ya que se debe a la ambigüedad de la situación misma en su origen, con los negros como un actor singular. Agravado eso por la falta de salida personal ante el conflicto revolucionario, con la única alternativa posible en un exilio a la sociedad segregacionista de Estados Unidos; lo que ya debería bastar para esclarecer aquella diferencia original entre el problema negro cubano y el norteamericano respectivamente, marcado por la tradición segregacionista del norte.

En este embrollo hay recursos a los que los negros no acuden, puede que por el nivel de riesgo que comportan; como la exigencia a esas élites liberales norteamericanas, de un reconocimiento de su circunstancia particular; que no va a ocurrir espontáneamente, porque ocurre en detrimento de sus propios intereses políticos respecto al gobierno norteamericano, que es lo que los alía al gobierno cubano. No obstante, y por eso mismo, es una falencia de los negros cubanos del exilio el no haber servido de puente; que iluminando las diferencias, puede aportar a los negros norteamericanos una legitimidad mayor que la del gobierno cubano.

El gobierno cubano usa la contradicción de estas comunidades con el sistema norteamericano en provecho propio; eso es una estrategia que proviene de la misma proyección imperialista del socialismo soviético, y que trasciende a la situación de Puerto Rico, por ejemplo. Esa es la falencia mayor del exilio cubano y no sólo de los negros en ese exilio, aunque en este caso afectaría más a los negros por la ineficacia de sus propios esfuerzos; al no reconocer el carácter estratégico y no moral de estas relaciones en tanto políticas, planteándose entonces contrarrestarlas con una estrategia propia.

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