Otra llorona
De hecho, ese puede decirse que es el problema con la cultura en general
desde el apogeo postmoderno; en que una multitud de jóvenes super educados se
especializaron en sus respectivas vocaciones, sin atender a la realidad. A
diferencia de los casos de cultura subvencionada, la realidad se encarga de
corregir esos excesos; incluso si para eso tiene que arruinar todo el tinglado
del arte, por la falta de interés real de la gente y dinero efectivo.
Los gobiernos pueden alargar el proceso agónico, con presupuestos
destinados a alimentar el ego improductivo; no importa —más se gasta en otras
tonteras—, la gente simplemente no lo consume, y salva así la sanidad de su
propia reflexión existencial. Otra cosa es cuando no hay otra alternativa que el consumo
de ese arte, que es no menos subjetivo que manipulador; porque aquí no se trata
sólo de presupuestos malgastados, sino de la imposibilidad de evadir la
burocracia.
Ese es el problema, porque se trata de una burocracia, siquiera si
intelectual, que administra la cultura; y que por tanto tiende a la mediocridad
antes que a la excepcionalidad, aunque trastrueque los términos. La cultura
suple lo que necesita, porque esa es su suficiencia, en la realidad que toma de
los que la realizan; sobreponerse a ella es una locura, que sólo termina por
distorsionar el espectro todo de la existencia humana.
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