Con un nombre que disfraza en el apócope su grosería, P’valley es
una mirada a la cruda realidad del negro; resumiendo toda la negritud de
Estados Unidos en un pueblo real, que sin embargo tiene la textura de Macondo y
Yoknapatawpha. No hay que
equivocarse, no hay ficción más compleja y profunda que la realidad, ni
realidad más compleja que la ficción; porque vivir es ese entramado de
interpretaciones con que lo humano se relaciona con lo real, abriendo su propio
sendero.
De ese modo, en toda la violencia y vulgaridad de este drama, se ofrece
la tranquila armonía del universo; que siendo negro no puede disfrazar sus
contradicciones, dada la precariedad en que debe realizarse. Ese es el valor de
esta serie, que muchos pueden reducir al discurso de vindicación política, pero
que sobrepasa esa función; ofreciendo cómo se entrecruzan los genes del próximo
desarrollo de la cultura, ante los ojos estúpidos de quien no lo puede ver.
Quienes se asombren ante el despropósito, deben recordar que todo lo que
será ya ha ocurrido, y a la inversa; desde las uñas acrílicas, que semejan los
uñeros de las matronas chinas, a las pelucas chillonas como las de las
egipcias. En medio de todo eso, los tubos en que bailan las estrípers muestran
al mundo la violenta belleza de esa ida; que aún si todavía gestándose, ya
muestra su increíble capacidad para imponerse a toda dificultad.
La serie sin dudas no es mezquina en su apropiación de clichés y fórmulas
dramáticas, pero las mezcla bien; y ofrece un coctel que va directo a las
entrañas, con su efecto alucinógeno, entre la repulsa y la fascinación. Hay referencias
directas, como la del negro que quería ser presidente y al que identifican por
el nombre; pero que lejos de ser tan generosas como parecen, se atreven a la
hondura que arrastra a los hombres al burdel de la política.
El protagónico es amorfo en su sexualidad, sin comprometerse con ninguno
de los actuales dilemas de géneros; con un tipo de no binario original, que no
se preocupa sino que juega con los pronombres, en su potestad. Todo allí es
pintoresco y friki, pero P’valley no ofrece nunca un discurso claro, porque
esta serie es socarrona; no porque critique algo, sino porque se distancia de
todo, en un casi cinismo que garantiza su objetiva honestidad.
Quien quiera conocer la verdadera cultura del negro norteamericano
debería ver esta serie, pero sin prejuicios; porque de acercarse a esta rotura
queer con ojos prejuiciados le harían ignorar la riqueza de su propia realidad.
P’valley es sobre todo humanidad, reflejada desde el charco fangoso que
dejan las lluvias de nuestras propias vidas; es en eso en lo que reside su
negritud, no en una cuestión de identidad sino existencialista, y es profunda y
dramática en ello.