Las revoluciones políticas han existido siempre, pero
sólo adquieren sentido ideológico con el liberalismo moderno; y esto por la
justificación trascendente (ideológica) que nunca habían necesitado, en su
determinación eminentemente económica. Estas habrían ocurrido como ajuste más o
menos violento de la sociedad a sus principios fundacionales, corrompidos en el
desarrollo político; de donde su carácter reaccionario y fundamentalista, que
aflora como revivalista y puritano en los movimientos religiosos; de donde que
no necesitaran soporte ideológico, si este era provisto por la religión en su
función subestructural.
Esto sería lo que cambie con la revolución moderna, que
ya tampoco es popular sino populista en tanto burguesa; pero sin que este
carácter burgués se refiera a la pequeña sino a la alta burguesía, que
sustituye funcionalmente a la aristocracia tradicional. Esto ocurriría por las
contradicciones de esa aristocracia tradicional con la monarquía, a la que
suplía el capital; pero con lo que presionaba a esta, en su función estructural
sobre la sociedad, condicionando su poder de determinación.
Desde el absolutismo de Luis XIV —con las doctrinas
Richelieu-Mazarino— esto se resolvería en la crisis de Luis XVI; que acude a la
burguesía financiera, para resolver la necesidad de capitales provocada por esa
tradición absolutista; estableciéndola como aristocracia de hecho, que desplaza
a la tradicional, y cambia con ello la naturaleza del capital, de militar a
financiero. Esto no sólo genera el resentimiento de esa aristocracia
tradicional, sino que además le brinda los recursos necesarios para su
rebelión; al concentrarlos en el ambiente controlado de Versalles, con tiempo y
dinero para su especialización intelectual (ideológica); aparte de crear la
cultura de consumo que termina por desvirtuar al industrialismo moderno, con la
creación de una clase media.
En Inglaterra, por el contrario, la revolución industrial
evita esta contradicción entre la aristocracia y la alta burguesía; debido a la
debilidad tradicional de la monarquía, que no consigue sobreponerse a la
aristocracia en su contradicción. Debe destacarse que esta debilidad de la
monarquía inglesa es tradicional e intrínseca, dada su propia conformación; no
sólo en las luchas tribales en que se forma Inglaterra, sino incluso en su maduración
última como parte del imperio angevino; que integrando la nobleza normanda
desde el siglo XI, no consigue estabilizar una monarquía sólida y suficiente;
ni siquiera en la modernidad, cuando la casa Estuardo culmina en la violenta
sucesión, desde la revolución de Cromwell a la casa de Orange.
Como crisis general de la civilización occidental, esto
resuelve la naturaleza religiosa inicial en su función ideológica; y sería aquí
que, como nueva aristocracia, esa alta burguesía deviene en populista, con el desclasamiento
generacional de la pequeña; a la que integra al proletariado, a través de su
representación en la clase media, con su especialización en la administración del
estado. Sería con esta derivación a una clase intelectualmente especializada,
que se consume esta otra ideológica; estableciendo la utopía como principio
abstracto en que se funda la estructura social, y a su oposición como
reaccionaria.
Sin embargo, sería este establecimiento primero del falso
liberalismo de la aristocracia el que ocurre como reaccionario; incluso
convencionalmente, en tanto responde a las determinaciones clásicas de la
revolución, en esta naturaleza puritana y revivalista. No obstante de nuevo, es
en este momento que se fijan los parámetros hermenéuticos para la comprensión
de la realidad; desde el trascendentalismo histórico de la tradición idealista,
derivando en esta inversión de los términos, que determina ideológicamente esa
comprensión.