Ignacio
T. Granados Herrera
No es
gratuito que como fenómeno propiamente moderno, el auge del arte ocurriera
durante el apogeo del capitalismo industrial;
este también es un fenómeno propiamente moderno, y el arte habría sido
la proyección reflexiva de la época, cono el capitalismo su ordenamiento
económico, en la determinación de sus relaciones políticas. La postmodernidad
cobra sentido así como resumen y síntesis en que decae la modernidad, cumplido
su propio ciclo de desarrollo; significando eso un mayor nivel de contradicciones
al interior de la cultura como naturaleza, con la progresiva obsolencia de su
organicidad. De ahí que como los procesos de producción en general, el arte
también decaiga en el corporativismo; que desconoce sus funciones, sujetándolo
al falso pragmatismo de la ganancia económica, termina por distorsionarlo en
una burocracia mercantilista. Lo singular tanta contradicción es que nada de
eso sería importante, indicando sólo esa obsolencia del sistema todo; que de su
realización económica a su reflexión trascendente, sería ya una estructura de
suyo disfuncional. Eso explica la fatuidad del arte contemporáneo, reflejada a
su vez en la inconsistencia de las relaciones económicas; resultando a su vez
en el estancamiento de toda la estructura política, en esa contracción de su
masa crítica, antes del salto cualitativo a una reorganización; determinada en unos procesos de producción
distintos, que a su vez se expresarán en otro tipo de reflexión trascendente.
Como
todo lo anterior, eso no es gratuito, y obedecerá a los mismos procesos de
desarrollo de la cultura; que a la altura de la modernidad no podía resolver su
reflexión trascendente en las prácticas científicas, teniendo que recurrir a la
mera representación formal del pensamiento en sí. Sin embargo, ya el desarrollo
de las ciencias sería tan apoteósico como lo fuera el del arte al arribo de la
modernidad; significando eso la madurez en su capacidad para proveer una
reflexión trascendente capaz de comprender la realidad en sus propias
determinaciones. Esto se vería al nivel mismo de la cultura popular y su manejo
recreativo de las ciencias, que ya comprende fenómenos complejos como la física
cuántica y las matemáticas; haciendo innecesaria la representación de lo real
en ficciones dramáticas, por esta nueva capacidad del pensamiento científico. Eso
es importante, esta conciliación formal es profunda, actuando como una
sintetización que refina el pensamiento y sus capacidades; que hasta entonces
había enfrentado a la dicotomía de Razón Vs Sentimientos, y por ende de ciencia
Vs arte, con toda la ambigüedad y la ineficiencia del mundo para la filosofía.
Ahora sin embargo la filosofía se alzaría como reina de las artes, recreando
unas ficciones que reproducen el Cosmos en su comprensión paulatina; en forma
no menos dramática que el arte moderno, pero sí más eficaz, al no
distorsionarse en los meandros del ego, que todo lo hecha a perder con su
distorsión del mercado; que como parámetro propio de la realidad en cuanto
humana, sería lo que indique las redeterminaciones éticas de la cultura, según
la identificación y satisfacción de las verdaderas necesidades.
Por
supuesto, esto no quiere decir que ya eso ocurra de hecho sino que como
principio es posible; en ese sentido acumulativo del conocimiento, cuya masa ya
le permite un alcance auto referencial. De ahí que habiendo alcanzado ese nivel
como masa crítica, imponga de hecho una inflexión; que se revertiría en una
nueva exponenciación del pensamiento, como su conversión cualitativa, con
nuevos alcances en su eficacia reflexiva. Eso sería lo que habría determinado
la obsolencia del arte como reflexión trascendente de lo real en cuanto humano;
abocándolo a la decadencia, en las prácticas mercantilistas de la burocracia
corporativa a cargo de los procesos de producción; en cuya convencionalidad se
dirigen a la conservación del status quo de la cultura y no a su desarrollo
dialéctico, como parte de esa substitución de hecho; que siendo de la
subestructura religiosa por la económica, se dirige en definitiva a la
determinación política de la sociedad por sus relaciones económicas. De ahí
la contradicción flagrante, del anacronismo de las élites intelectuales no
científicas a la altura de la postmodernidad; que subsisten en burbujas de
falsa sostenibilidad económica, como el de las universidades y programas de
apoyo gubernamental, dada la disfuncionalidad en que en realidad responden al
modelo medieval en que se forjó la modernidad.
De otra parte, esa
extemporaneidad puede verse en la cultura popular, a la que se dirigen estas
élites ya económicamente disfuncionales con el fin de sostenerse en una falsa
necesidad; pero resultando en otra distorsión del mismo mercado, al desclasar a
esa cultura popular al inducirla a un comportamiento mimético de falso
elitismo; satisfacción de su falsa necesidad, que resulta de esa promoción de
un modelo cultural obsoleto, como esta persistencia de la modernidad en su
decadencia. Al margen de estos círculos viciosos, las élites de la nueva
inteligencia se desarrollan sin trauma; logrando una inserción económica que
contrasta con la precariedad de las élites tradicionales, como marcando la
pauta para el renacimiento. Curiosamente, estas nuevas élites nacen y se
desarrollan dentro de esas mismas burbujas de falsa economía que vician los
ciclos culturales; pero mientras esos ambientes se ladran como los perros de
Hécate su "publica o perece" a los modernos, lamen retozones las
manos de los nuevos genios.