La magia podría ser la forma en que
las personas se relacionan con la naturaleza, con más o menos resultados según el
punto de vista; pero incluso si ese es su objetivo inmediato, su función básica
podría ser más intrincada en la profundidad de las determinaciones de la
realidad. Al final, la realidad puede ser una convención en sí misma, de la
cual la humanidad hace sentido como su propio objetivo; así que es natural que
una relación con un objeto tan extraño sea igualmente extraña.
El valor central de la magia podría
ser además esa relación en sí, en vez de su objetivo, como propio de la
realidad; que involucran tanto al ser humano y su objetivo como naturaleza, en
esa rareza. Por cierto, siendo propio del sujeto —no del objeto— este objetivo
sería entonces subjetivo; como parte de esa rareza de la realidad, que los
involucra a todos en su propia y extraña naturaleza.
Por complicado que parezca, eso no
significa que la realidad carezca de consistencia, sino de objetividad en sí
misma; como una interconexión muy fluida, en la que cada parte crea su propia
determinación del todo. Así que todo termina aquí como una estructura, con
fronteras borrosas entre sus funciones, que en algunos casos se superponen;
explicando las luchas para concertar las diferentes formas en que la realidad
se expresa, como es la dura misión de la ciencia.
Como ilustración, las aparentes
contradicciones entre la relatividad general y la física cuántica y la clásica
en las ciencias; como de todos modos, esta rareza podría significar —más
extraño aún— que la cultura también puede determinar la realidad. Todo esto
crearía una interacción, en la que objeto y sujeto intercambian determinaciones
en ambas direcciones; y siendo esta última la realidad más segura con la que
interactúa el sujeto, en una hermosa escala de estados de su propia
consistencia.
Dicho esto, la magia podría ser la
forma en que el ser humano reflexiona su propia existencia, desde la realidad
como naturaleza; dando sentido progresivamente a toda esa rareza, como una
comprensión de su ontología. Eso no es algo que se pueda hacer directamente
(racionalmente) y sin errores, como en las pretensiones filosóficas; y eso, que
cuesta algunos milenios a la humanidad, es apenas un instante en términos cósmicos,
como realidad en el desarrollo de una naturaleza.
Esto no significa que la filosofía
—y la ciencia en su centro— sea un error, sino que conduce a errores en sus
excesos; como las especializaciones que impulsó en la filosofía, distorsionando
la percepción de la realidad con sus pretensiones. En todo esto, incluso si el Ser
humano es el centro de la humanidad, sigue siendo insignificante en toda la
estructura de la realidad; siendo sólo la corona de la creación como la creación
es ese objeto subjetivo de la realidad como humana, con Dios como su primera
representación.
Esto significaría que la realidad
debería ser algo más profundo y complejo que su naturaleza física, una
hipóstasis; en un proceso de determinación como de estados superpuestos, expresados
en última instancia en lo físico. Eso por supuesto es aún más profundo, ya que
esta naturaleza física sería solo otro estado de realidad; que sólo el
egocentrismo de esta relación con lo real entiende como último, y no como otro
estado intermedio.
Si la humanidad fuera tan madura
como para no suicidarse con la codicia por el poder, entendería esta profundidad;
por la cual incluso la muerte sería solo una transición, de manera más racional
incluso que el dualismo idealista. Pero seamos claros, la humanidad no es
madura, y sí se mata efectivamente a sí misma esa codicia de poder; lo que
tiene sentido, ya que el poder es lo que más o menos hace posible la vida,
incluso en la cultura como naturaleza artificial; pero el poder es entonces una
propiedad del objeto y no del sujeto, menos aún del objetivo, explicando los
problemas de esta codicia.
Dejando a un lado la moral, eso fue
lo que condujo al desarrollo de la filosofía, lo que no es malo como principio;
pero cometiendo esos excesos de las distorsiones políticas, que retrasan la
otra progresión del conocimiento y la espiritualidad. No es que sea evitable,
como una derivación natural del propio desarrollo de la realidad; conduciendo
después de todo a esta mejor comprensión de lo físico, con toda esa extraña
rareza del entrelazamiento cuántico; no sólo como primeras determinaciones de
la realidad, sino todo el enigma de la magia en que la humanidad puede
entenderla.
Después de todo, la única razón por
la que sabemos esto es porque hemos completado la ronda de Pi; es decir, más de
tres milenios de conocimiento de lo físico, sobre los que crece esa realidad
separada del conocimiento; al menos lo suficiente como para crear sus propias
referencias, sobre las cuales generaría sus propias redeterminaciones. La
referencia a Pi es como la constante matemática que regula el crecimiento de
(cualquier) realidad; con el límite de las tres veces el cuerpo original como
masa crítica, a partir de la cual ese cuerpo proyecta sus propias
redeterminaciones.