El pasado 23 de Abril, día del libro y cumpleaños de
Georgina Herrera, se presentó un título que pretende explicarla; con el nombre
de Trascendentalismo poético y perennidad en Georgina Herrera, trata de
ordenarla estéticamente. Su poesía ha puesto de relieve el concepto Orikí, un
poco abusado ya en ese sentido convencional de homenaje; tal y como a su
persona misma se le envuelve en los velos románticos del cimarronaje, sin tocar
lo que implica.
Orikí sin embargo no es un simple poema de alabanza, cono
se entiende en Occidente, porque la poesía africana es ceremonial; lo que no
excluye lo lúdico, pero si lo relega a la marginalidad del efecto, frente a la
majestuosidad del objeto. Eso se reduciría a lo lúdico, con la redeterminación de
la cultura occidental en lo político, en la era arcaica; explicando los
florilegios de Píndaro y la factura secular de la comedia bucólica, que es
ajena al arte africano.
Por eso el Orikí no tiene nada que ver con los triunfos
griegos, que alimentan la vanidad con su trascendentalismo; sino con la
actualización efectiva de lo real en su inmanencia misma, apelando a sus
determinaciones como antropológicas. Parece un elogio, pero es la secuencia en
que se resuelve el acto desde la potencia, como esplendor; que corresponde a la
persona, como manifestación epifenoménica de la cultura que integra en su
individualidad.
Tómese el ejemplo mismo de Georgina y el Elogio grande
por ella misma, en que se retrata precisamente como la cimarrona; pero no en el
sentido político, en que resultaría contradictorio hasta el escándalo, sino en
el existencial, en que esplende. Herrera —por ejemplo— se precia de abrir las
puertas de la casa señorial y huir al monte, la marginalidad en que vive;
porque la casa señorial es la convencionalidad que nunca la reconoció,
negándole hasta los premios donde concursara.
El monte es así la montaña alta de su dignidad, adonde no
la puede seguir ningún mayoral con sus mezquindades; pues, como ella misma
dice, evidentemente ha hecho muy bien las cosas, borrando sus rastros. De eso
se trata Trascendentalismo, poética y perennidad en Georgina Herrera, y
en ella de la cultura afrocubana; que es la cubana en general, pero
especificada por ese acento de tambores sagrados, que se tocan en Jovellanos.
Este libro explica entonces cómo Herrera sintetiza la
ontología africana, revirtiendo la soteriología cristiano católica; que ahora
tiene valor práctico y existencial, alejándose de la corrupción política en que
la sumergieran Constantino y Eusebio. Vale recordar como el teatro nace en
Occidente de las procesiones pánicas, como función que pierde con su desarrollo;
que no ocurre al art africano, en la vitalidad que le intuye el arte occidental,
cuando agota su esplendor moderno.
La decadencia no es tópica, lo que sería otra forma de
ese decadentismo, como mostrara en esnobismo de los malditos; con el tránsito a
la vanguardia, desde la contracción protodiscursiva del simbolismo, y la muerte
estoica de los parnasianos. El parnasianismo no cumplía esa función
trascendente del arte arcaico, pero la suplía en la dignidad de su permanencia;
el arte Africano, de la sociología del griot a la liturgia de la música y la
máscara, mantiene esa función como actualidad.
La poesía en cambio no tuvo tanta suerte, reduciéndose al
tópico político, por la especialización intelectual de su elitismo; excepto en
Cuba, y más específicamente en Jovellanos, donde Georgina Herrera —justo en su
marginalidad— lo retoma. No se trata de un gesto, al menos en ese sentido que
exceda a su existencia, sino de su misma precariedad existencial; por la que
sólo puede clamar a su propia potencia, en el eco que le devuelve la improbable
heroicidad de Zinga Mbandi.
Como Kimpa Vita, Mbandi deviene de personaje estrabótico en
arquetipo, por la violencia y fuerza de su existencia; como corrientes
furibundas del fondo del mar, que amenazan el orden de Obatalá en el mundo, por
la ira de Yemallá. De eso es de lo que va este libro, sobre el
trascendentalismo poético en que permanece, porque no es histórico sino transhistórico;
una lectura que se complementa con el entramado epistémico de la CogiNganga,
presentado también en su cumpleaños.