Los casos de Aponte y Vesey
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Esto significa que la trascendencia
de esos hechos estaría en su valor moral, que es lo que los hace extraños;
funcionando como los mitos en las cosmologías clásicas, fundamentando la
realidad con su representación dramática. Eso tiene sentido, en tanto la
cosmología es el espectro hermenéutico de la reflexión existencial; con la que
el Ser organiza sus propias determinaciones, para su propia realización como
ente, en su realidad peculiar.
No obstante, tampoco hay que obviar
ese otro problema —también factual— de la manipulación de la historia; dado que
esa organización acurre aquí por la determinación de las élites políticas, que
en su especialización generan intereses propios. No que haya sido nunca de otra
forma, excepto la vez que explica la excepcionalidad funcional de la
democracia; bien que con la relatividad de todo lo real, preservando en lo
posible el equilibrio del individuo como Ser como social.
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En uno y otro caso, el arquetipo es
siempre el del heroísmo, en que el Ser se realiza por su supremacía moral; solo
que en tanto código de costumbres y en ello convencional, se trata solo de otra
forma de trascendentalismo. En todos los casos, la cosmología resalta entonces como
el referente ontológico, propio de la función religiosa; corrompida en esa
especialización, por la función infra/supra estructural de la política, que afecta
su efectividad reflexiva.
Más allá de esta peculiaridad, lo
que resalta aquí es manipulación de la historia, afectando la realización del
Ser; así subordinado a esos intereses especiales de la clase política, que
provee su reflexión existencial como ideología. En estos casos eso se hace
evidente, primero por la descaracterización de los personajes de Aponte y Vesey;
sobre todo canalizando el potencial político de su marginalidad, en función del
esquema ideológico humanista.
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Oculto en la densidad conceptual
del problema —como irracional— está la premisa moral que cimenta al sistema;
primero justificando sus políticas de segregación racial y el corporativismo
militar, en una sociedad vigilante; más grave aún, proveyendo un mito fundacional
por el que el mismo orden permea el nuevo sistema con su determinación moral.
Los negros, en la adoración de las estatuas imponentes de Vesey y Aponte,
terminan agradeciendo al régimen que las levanta; sin atender a su propia
fundación, en aquella gesta de los seminolas, entretenidos por la gracia moral
que todavía los determina en la vaciedad de un mito.
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