Friday, October 21, 2016

The curious writings of Eric Roths

No es obvio, pero el título no hace referencia al cuento de Francis Scott Key Fitzgerald sino al filme de David Fincher; del que Eric Roths es el guionista, con esa nebulosa presencia que siempre es opacada por el director. De hecho, por su carácter utilitario y accesorio, es difícil establecer una línea dramática propia de un guionista; al menos hasta que, como en este caso, ya su trayectoria se adensa en un perfil propio, más o menos atractivo a los directores, que lo asumen como a un autor original. Esa es la singularidad de Roths, que naciendo del trabajo como guionista, nadie puede establecer cuándo adquiere semejante madurez; pero que sin dudas ya se deja entrever con la controversial épica dramático burlesca de Forrest Gump, para consumarse con The curious case of Benjamin Button.

Se trata sin dudas de esa peculiaridad del cine como extensión natural de la literatura, no sólo ni necesariamente su expresión; que sería lo que permitiera a Roths desarrollar este estilo peculiarísimo, de honda repercusión existencial. En este sentido, su poética puede triangularse entre Forrest Gump, The curious case of Benjamin Button y Extremely loud and incredibly close; que comparten la misma calidad de sujeto, traumatizado por una condición especial, que le hace aparentemente débil y vulnerable, cuando es sólo singular. Este es además un sujeto estético y trascendente, arquetípico en su dramatismo épico; que por las señas dadas en Forrest Gump, se podría identificar con la controvertida antropología de la historia de Norteamérica.

Conociendo al ser sólo en el modo concreto en que es, Roths puede plantearse una sistematización de lo norteamericano; y lo que haga a esta escritura curiosa no es su textura cinematográfica, si en definitiva el cine sería un desarrollo extensivo de la literatura, sino ese alcance trascendentalista; común a la era del Faulkner que reintrodujo lo trascendente como objeto reflexivo, perdido desde el realismo, y diluido en el mercantilismo postmoderno, que todo lo banaliza. En todo caso, el cine da la posibilidad a Roths de apropiarse de los objetos reflexivos de la tradición literaria norteamericana; reelaborándolos en ese otro sentido que es sólo el mismo de cada uno de ellos, sólo que redimensionado en esta relación que adquieren entre sí.

Por tanto, se trata de una escritura curiosa, en la que Benjamin Button es Forrest Gump y es Oskar Schell; un mismo Ser que en su multiplicidad siempre padece de una condición especial, y en ello refleja la extraña excepcionalidad de lo norteamericano. Esa es la primera señal, que llama la atención sobre las recurrencias dramáticas de Roths, con Forrest Gump; en cuya existencia radican todas las determinaciones de lo americano, incluida su simpleza y bondad esenciales. Con Benjamin Button, esta condición se explica en la torcedura cultural, por la que lo norteamericano nace de la esclerosis de Occidente; dirigiéndose desde esa ancianidad a la inmadurez y el infantilismo, con el que Occidente terminará por enfrentar su propia decadencia.

Esta lectura no es un humanismo gratuito, sino una comprensión del simbolismo con que Roths tuerce la historia original; primero al sujetar el desarrollo del personaje al más puro patetismo existencial, con repercusiones incluso shakesperianas; pero inmediatamente, con esa introducción aleatoria de la historia del relojero que pierde al hijo en una guerra, que es incluso la primera guerra mundial. A partir de ahí está claro que el drama es el de Occidente, del que Estados Unidos es el último desarrollo; puede incluso que el definitivo, si no encuentra modos de redención, que el mismo autor insiste en no ver, a pesar de su bondad esencial.

Con Oskar Schell, este sujeto se enfrentará al trauma de una realidad que lo sobrepasa, en esa infancia condicionada además por el Asperger; una condición dentro del espectro del autismo, y tratada como enfermedad en vez de como otra dimensión existencial. Es, por supuesto, un pronóstico muy arriesgado, pero no médico sino estético, y explicaría esa disfuncionalidad de lo norteamericano; cuyo desarrollo parece dirigido a la disolución definitiva de la modernidad, con la aceleración de su decadencia. La condición de estos personajes dejaría en claro que el problema no es moral sino cognitivo, e inherente a lo humano; en un esquema en el que los Estados Unidos sólo ocupan un rango temporal y no espacial, porque en definitiva ser trata del mismo Ser de Occidente.

Roths demuestra este sentido ontológico en la pureza abstracta de su antropología, en la que jamás alude a las raíces históricas de lo norteamericano; sino que, gracias a esa licencia figurativa de la reflexión estética, puede abstraerlo en el carácter simbólico de sus componentes. Su profunda desesperanza, es que desconoce la posible redención de este drama justo en la trascendencia de lo negro; ese gran ausente en esta curiosa escritura de Eric Roths, y que como la Discordia en las bodas de Tetis, es una necesidad sobreseída… blanco al fin.

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