Thursday, May 19, 2011

El banquete infinito

Crónica de una obra anunciada-I

La apertura reciente de la sala Avellaneda en el Bird Road Art District de Miami, con razón fue uno de los eventos que más expectativas generara en el mundo teatral de Miami; y se concretaría con la reposición de una obra con cierto prestigio local, mediano vuelo y menor alcance, como ya es habitual en Miami. Al fin y al cabo se trata de una ciudad sin una tradición crítica efectiva, cuyo manejo de las artes depende en mucho del voluntarismo feudal, la precariedad y la emergencia; también, y puede que sobre todo, eso que Raquel Revuelta llamara “el pequeño poder del portero: No te dejo entrar”[Sic]. Sin embargo, nada mejor que esta reposición, como una ola que llega a la orilla para dejar sus restos y retirarse; porque la próxima obra en cartelera de la sede del grupo teatral Akuara figura una transición, una experiencia de madurez y evolución crítica, que es la forma más legítima del desarrollo continuo. Se trata nada menos que del estreno mundial de El banquete infinito, obra póstuma de Alberto Pedro, que es un ícono generacional y a quien ya se le reconoce como a un clásico; y será dirigida por Miriam Lezcano, toda una institución del teatro cubano ella misma. La obra, además, es el reencuentro escénico de Ivonne López Arenal y Miguel Paneque; que debutaron juntos en el cine con Cartas del parque, acompañados del argentino Víctor Laplace, con guión de Lichi Diego sobre texto de G. García Márquez, y dirigidos por Tomás Gutiérrez Alea; y al elenco se une el magisterio actoral de Michelin Calvert, que en su tiempo se adueñó de las tablas cubanas con los grupos El Buscón y Teatro Estudio.

El momento genera tantas expectativas como las que cumple, por lo que afecta al nivel y desarrollo mismo del teatro local; que si bien cuenta con una tradición propia, no puede negar cierta fatiga y anquilosamiento —incluso si cuenta con personalidades como Teresa María Rojas y Matías Montes Huidobro, quien ilustrativamente formó parte de la renovación crítica de los años 60’s en Cuba—. El banquete infinito es, entonces, una apertura al desarrollo, la excelencia y el cosmopolitismo característicos del teatro cubano; trascendiendo por fin el apego al sentimentalismo provinciano y banal, y los expedientes fáciles del travestismo y el humor político. Los nombres de Alberto Pedro y Miriam Lezcano —la musa que siempre lo supo interpretar y ejecutar— son una muestra de dinamismo y modernización; el respaldo de López Arenal y Michelin Calvert en las actuaciones, y Mario García Joya en el diseño de luces, son el respaldo perfecto para una formula ya probada. La obra, por su parte, lleva a su culmen el tratamiento de farsa que fue propio de Alberto Pedro; y junto a la concepción escénica de la Lezcano, proveniente del teatro profesional, será una buena presión sobre la visión amateur de nuestro teatro. Con esta obra, Miami se asoma a su catarsis generacional en la escena dramática; dominada hasta ahora por la debilidad de una práctica emergente, que no desconoce el oportunismo político ni los vicios de la política cultural cubana —divismo y comisariato—, importados con la generación del Mariel.

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