Como no podía ser menos, Italia reaccionó
al puritanismo de la Florida (Estados Unidos) con el suyo propio; y ha vindicado
a una educadora que perdió el trabajo en ese estado, por exponer a los niños al
arte clásico, calificado como pornográfico. A la Florida se la tiene como uno
de los estados más conservadores de la unión americana, y suele ser motivo de
burlas por eso; la última provocada por ese excesivo puritanismo de una
familia, escandalizada por la exposición de sus hijos a una obra de arte que
consideró inmoral.
Nadie debe olvidar el problema con
los excesos, y la razón de que las cosas existan, sean comprendidas o no; en
este caso, la función de las fuerzas conservadoras en una estructura dada, como
esta de la política y cultural. Primero, la relatividad de los conceptos, como
en este caso típico que enfrenta a conservadores y liberales; pero en el que
los liberales cumplen una función conservadora, desplazando al conservadurismo
tradicional al anacronismo.
La función conservadora consiste en
la vigilancia y aseguramiento del orden, con referencias morales propias; que
es curiosamente lo que hace el liberalismo contemporáneo, siempre ante el arcaísmo
de estados como el de la Florida. En realidad, el puritanismo floridano es
mínimo y burlesco ante las pretensiones de racionalidad y justicia de ese
liberalismo; cuyas élites viven exhibiendo esta supremacía moral (moralista) con que desplaza al conservadurismo tradicional. Es lógico que ese
conservadurismo tradicional de la Florida cobije extremos arcaicos, que en ello
son excesivos; eso no lo invalida en su condicionamiento del orden
convencional, supuesto en ese supuesto progresismo.
Como principio del desarrollo
dialéctico, la función liberal es impulsar el desarrollo, y la conservadora es
condicionarlo; el progreso real ocurre en el tenso equilibrio en que va
consiguiendo logros específicos, con la renovación progresiva del orden. Eso ha
dado lugar a que la función liberal se apropie del concepto de progresista, que
en ello oculta su función final; e igual con la función conservadora, cuyo
desplazamiento la obliga a una nueva función liberal, con el cambio de valores
históricos de la moral.
Así, al inicio de la era moderna,
el objetivo final del desarrollo era el mejoramiento de la sociedad como
conjunto; pero el de la postmoderna, como superación de esta, es la
preservación del individuo, en sus diversos niveles de singularidad existencial.
De ese modo, la cuestión tras el arcaísmo de la Florida es la potestad individual,
condicionando su sujeción a la sociedad; y eso en los diversos niveles en que
se da esta individualidad, desde la absoluta del votante a la relativa del núcleo
familiar.
Esto es lo que escandaliza al liberalismo
—en su función conservadora—, del anacronismo moral de la Florida; su defensa a
ultranza del individuo como ente potestativo, capaz de condicionar el orden, incluso
si compulsiva y no racionalmente. Al final, ese nuevo orden es inevitable en su
progresión histórica, porque el desarrollo humano lo exige; incluso si en
general resulta en una contracción de la estructura política, como fuera la
transición medieval a la Modernidad; pero por lo mismo, esa contracción será lo
menos lesiva posible al individuo, gracias a esta compulsión de su
individualismo.
Esta reacción es entonces lógica al
liberalismo, como la del cristianismo que impuso al Medioevo en sus fanáticos; y
como aquellos, estos de ahora son moralmente supremacistas en su iluminación, y
sacrifican cualquier bien a su razón. Aquella vez fue una filósofa brillante
como Hipatia en Alejandría, y esta vez una madre estúpida y anónima en el
estado de la Florida; ambas tienen lo humano en común, que debiera ser suficiente
pero no lo es, demostrando la naturaleza de ese orden.
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