El problema del arte contemporáneo, resuelto de una vez y por todas
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Primero que todo, habría que partir de la distinción de que el arte
contemporáneo no tiene problema alguno; la contemporaneidad es un período que
se extiende desde las vanguardias históricas, y se puebla de buen y mal arte,
como todo período. Es decir, buen y mal arte ha habido siempre, pero era fácil
distinguir entre ellos, pues sus convenciones eran absolutamente formales; en
cambio, desde que apareciera el arte conceptual, y la separación convencional del
contenido como distinto de la forma, la historia es otra. No obstante, aún en
esta extrema ambigüedad, el problema sigue siendo del mal arte contemporáneo;
que siquiera en el caso del conceptualismo, fallaría a esas convenciones —todavía
formales— que lo determinan.
"Perfect lovers", de Félix González Torres |
Tómese por ejemplo una pieza típica, como Perfect lovers, y se verá que el
concepto está reducido a un cliché; que no sólo es inexacto en su principio —sin
necesidad de entrar en el escabroso tema de la definición del amor—, sino que
además es recurrente en su reductivismo. Esa pieza, para seguir con el ejemplo,
no es sino una idea recurrente, que en ello mismo carece de la excepcionalidad
que singulariza a una obra de arte; de donde que teniendo su única cualidad en
su carácter conceptual, y siendo este fallido, pues comunica su falencia a la
obra misma. Sin embargo, este análisis crítico —que es obvio por demás— no se
tiene en cuenta, porque la obra no está supuesta a ser criticada.
Se trata en todos los casos de postulaciones negativas, que deben ser
aceptadas acríticamente en su supuesta subjetividad; obviando esa otra falencia
recurrente de la subjetividad, que haría de la obra un objeto no transable y
sin valor. Esto dejaría en claro que el problema con el mal arte contemporáneo proviene
de la distorsión del mercado; no de la evolución y desarrollo del arte en sí, que
persiste en sus propios valores transaccionales (positivos) a través del buen
arte contemporáneo. Es esto lo que solucionaría el problema, al enmarcarlo en
la reconfiguración del capitalismo a través de sus determinaciones económicas;
que repercutirían en el arte, como en todas las otras facetas de la cultura,
con su respectiva distorsión.
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Así, la graduación masiva de especialistas en arte con nivel universitario,
no haría sino alimentar la burocracia del arte; que organizándose en el modelo
corporativo, se preocupan por su propio status como función subestrural en la
organización política de la sociedad. De hecho, si se observa bien, el auge de
este mal arte contemporáneo (post-conceptual) se debe concretamente a las
prácticas curatoriales; que siendo propias de estos especialistas, medran alrededor
de las subvenciones económicas y los fondos públicos; a los que además atraen a
los artistas alimentándoles el ego, en una maniobra típica de la cultura
corporativa de la economía postmoderna con su idea peculiar sobre el éxito
personal.
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Curiosamente, el resultado es una reacción virulenta pero igual de
inconsistente y deshonesta, en una suerte de guerrilla purista; cuya falacia
puede verse en el carácter binario y hasta proporcional de sus cuestionamientos,
tratando de aprovecharse de la situación. Estos últimos se escudan tras los
argumentos legítimos de críticos consistentes, a los que así deslegitiman con
sus manipulaciones; porque el problema real proviene de la configuración del
mercado y no del arte mismo, como el dedo invisible con que Plutón atormenta a Sísifo.
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