Saturday, December 28, 2024

De las adaptaciones cinematográficas de García Márquez

Cien años de soledad repite la grandilocuencia de El amor en tiempos del cólera, y es el pecado del cliché literario; probablemente el terror irracional tras la reluctancia del autor —que era buen guionista— a las adaptaciones cinematográficas. En definitiva, García Márquez sabía de clichés, como el secreto que daba alcance arquetípico a sus personajes; pero que lo haría susceptible a la doble simplificación en el cine, por el mimetismo del arte contemporáneo.

De todas las adaptaciones de la literatura de García Márquez, sólo una se separa en su dignidad de obra completa; y no es ni siquiera Cartas del parque, el super proyecto que lo endiosa en Cuba, con la escuela de cine latinoamericano. La única adaptación decente de un novela de García Márquez es Del amor y otros demonios, de la costarricense Hilda Hidalgo; y aunque perdida en los pliegues del cine menor, es justo su falta de pretensiones lo que la salva, apartándola de los clichés; incluso garciamarquianos, que son los peores en la hiper simplificación, sólo rescatados por su funcionalismo.

La diferencia estribaría en el carácter cinematográfico y no literario de su cinematografía, como otro lugar común; pero en un sentido que hace mucho perdió el arte contemporáneo, en su elitismo intelectualista y poco existencial. Esta sutileza, por ejemplo, sería la dignificara a la Nueva Ola francesa sobre la alharaca italiana del neorrealismo; al que García Márquez era tan naturalmente afecto por lo populista, igual que la corte de acólitos que lo salivaban.

A eso se debería la ineficacia con que los directores tratan de reproducir el estilo, como si no fuera pura fraseología; de un lenguaje que en la literatura es distinto del cine, aunque compartan lo narrativo, como es propio de todo lenguaje, en su sintaxis. La ventaja de la Hidalgo puede estar en su femineidad, lo que no es otro lugar común, dada la circunstancia de la industria; llevándola a ella a detenerse en la historia, no en las palabras que la cuentan, sino el alcance existencial de su dramatismo.

Esto es lo que vacía a las otras adaptaciones, desinteresadas del drama en el encantamiento innegable del estilo; que en su caso es irrepetible por insulso, salvado sólo por ese alcance de sus dramas, precisamente por existenciales. No hay nada de eso en la supuesta magia esas adaptaciones de Cien años de soledad o El amor en tiempos del cólera; atrapadas en el florilegio de un periodista, engrandecido por su talento para olfatear la universalidad de lo excepcional.

De ahí que, justo tras El amor en tiempos del cólera, la prosa de García Márquez resulte repetitiva, en lo periodístico; ya gastado ese olfato para esa paradoja, por la que lo universal se realiza en lo excepcional, en su puntualidad. Que el autor desconozca esta peculiaridad suya, en lo irracional, es intrascendente, como esa grandilocuencia suya; que cuajaba en una literatura —como excepción y no regla—, canalizando el elán experiencialista de los románticos.

No era la complejidad, sino el simplismo, lo que se lo permitía, porque tampoco era una comprensión del mundo; que es el otro error del intelectual moderno, amonestando al mundo como cura que sublima sus traumas infantiles. Por eso no es neobarroco, en ese otro cliché con que los autores trataban de subsanar su mimetismo, sino neoclásico; como ese funcionalismo por el que el autor —contrario a sus directores cinematográficos— no estorba a lo real en su expresión.


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