Saturday, November 23, 2024

Leopoldo Sedar Senghor, o la contracción hermenéutica de la cultura occidental

En el espíritu de la civilización, Sedar Senghor recalca la importancia política del arte, pero en función cultural; no en el sentido discursivo de W.E.B. Du Bois[1], sino de la calidad analógica de la reflexión estética en función existencial. Por supuesto, eso es sólo de principio, y requiere el ajuste que le haga funcional, en un sentido gnoseológico antes que político; en una sistematización, en la que ya pierde esa especialidad analógica, pero la organiza en una hermenéutica convencional.

Esto es lo que resuelve el pensamiento religioso, en su principio práctico, organizado en un cuerpo mitológico; por el que representa en sus dramas cósmicos una comprensión de lo real, en relación con la cultura específica de que se trate. Esa peculiaridad sería entonces común a todas las culturas, resolviendo la proyección de lo humano como real, en su expresión política; pero también susceptible de distorsión, por la sobreposición eventual de esa expresión política, como determinación; y que ocurriría con el desarrollo inevitable de esta expresión, en la base de su práctica existencial, como religiosa.

La contradicción no es paradójica sino aparente, por el carácter diacrónico de los múltiples procesos de esas culturas; difiriendo esa afectación de una cultura a la otra, con las sucesivas colisiones, a medida que se relacionan entre sí. En el caso de Occidente, el problema no estaría en su monoteísmo final, que refleja —pero no determina— esa sobreposición; sino que provendría del otro desarrollo, también peculiar, de la filosofía como una especialidad de su cultura.

El problema con esta peculiaridad sería en la función política que adquiere esa práctica filosófica, al suplir la religiosa; con convenciones como el poder, en una hermenéutica de carácter abstraccionista, que permite su aislamiento económico. Esto habría provocado la sobredimensión política del poder, como un problema de esa cultura, más que en cualquier otra; ya que en las otras carecería de esta naturaleza abstracta, que permite su manipulación ideológica, como centro de su ontología.

Como ejemplo, puede verse que la ontología occidental se resuelve siempre alrededor del problema del Ser; hasta el punto de proveer la nomenclatura para su reflexión, desde la segunda generación del fisiologismo. Este es el problema de la contradicción herácliteo parmenídea, desde la preocupación por lo real de su primera generación; que de Tales de Mileto a Anaxágoras y Anaxímenes, se ocupaba de lo real como la tradición mitológica, como totalidad.

El Ser sin embargo no es aislable, ni siquiera en su condición individual, haciendo que esa nomenclatura sea problemática; al punto de confundir a las tempranas escuelas del realismo árabe, tratando de ordenar la determinación de la substancia de Aristóteles; cuya propia condición es la simultaneidad, incluso en la otra condición diacrónica de estas determinaciones. Esta es no obstante compatible con el excepcionalismo cuántico, conciliando hasta las dudas de Einstein en un determinismo moderado; tratando a lo real no ya en la abstracción convencional de una naturaleza, como extensión, sino como condición de los fenómenos, en su realización puntual.

A su vez, como cuerpo de referencia cosmológica, la mitología tenía sentido práctico y existencial, no conceptual; organizada en representaciones, semejantes —en lo sistemático— a la de esa determinación de la substancia de Aristóteles; cuyo realismo era una contracción a la eficiencia de la mitología, en oposición al abstraccionismo idealista de Platón. Esto será lo que afecte a la base religiosa occidental, condicionando su probabilismo realista con el determinismo; resuelto reflexivamente con su racionalismo hermenéutico, no importa si eventual y necesariamente contradicho por erupciones culturalistas.

De esto es de lo que trata la contracción de Senghor con la Negritud, como crisis probablemente final de esa tradición; de la que participa, en su paralelismo a la emergencia hermenéutica de la ciencia, como de un fisiologismo postmoderno. Por eso, su reconocimiento de la función especial del arte negro carece del sentido platónico que tiene en W.E.B. Du Bois; pero permite la conciliación con su eficiencia ontológica, al proveer el marco hermenéutico que necesita en su existencialismo. Du Bois es así el Hegel de la ontología negra, haciéndola inmanencialista, y Cornel West el Heidegger que lo explica; Senghor es entonces el Marx que le da alcance político, desde el sentido antropológico del haitiano Jean Prince Mars; todos en esta contracción, que culmina la tradición hermenéutica de occidente, en el Nuevo Pensamiento Negro.



[1] . Cf: Del pensamiento estético en W.E.B. Du Bois y el Renacimiento de Harlem, en Del cruce del Niágara al Nuevo Pensamiento Negro, Kindle 2021.

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