Todo esto significa que
esa clase media sí es necesaria, por esa mediación entre los intereses
populares y oligárquicos; pero esta función se revierte en la distorsión toda
de la estructura, con el crecimiento desproporcionado de esta función; que en
tanto administrativa no es propia de la expresión política, sino infraestructural,
como en la geronto-democracia tribal africana. No se trata de una idealización
de este tribalismo, que no puede evitar erupciones imperiales como la
congolesa; pero sí una observación sobre esa estructura de la sociedad moderna,
distorsionada primero en potencia por el comercialismo; y luego efectivamente,
por la emergencia de esta clase, que justifica en el trascendentalismo su
naturaleza parásita.

Como contraste,
obsérvese que la diferencia con la geronto-democracia tribal africana radica en
su economía; resuelta como de subsistencia, también con un principio de
acumulación de riqueza, pero no de expansión comercial. Obsérvese también que,
en la antigüedad, los filósofos occidentales provienen siempre de la oligarquía
comercial; estableciéndose como una clase parásita de la aristocracia, a la que
justifica en este trascendentalismo; pero en contradicción con la burguesía en
la modernidad, con el desplazamiento por esta de esa aristocracia.
De ahí la extraña
simbiosis, en que confluyen la aristocracia y la monarquía, proveniente de esta
aristocracia; subvencionando respectivamente a la burguesía y la clase media,
en la proyección de sus propias contradicciones; cuando originalmente la
segunda fuera creada por la monarquía, mientras que la aristocracia se funde
eventualmente con la primera. El problema aquí es entonces que es la clase
media —no la burguesía— la que define la cultura política moderna; incluida su
dicotomía recurrente entre socialismo y capitalismo, empujando al proletariado
contra la burguesía.

Eso podrá hacerlo, por
su dominio de la economía, no basada en la producción industrial sino en el
consumo; en cuya administración restructura la sociedad, con esa contradicción
artificial de los modelos políticos. Véase que esta diferencia entre los
modelos políticos socialista y capitalista es artificial y aparente, no
efectiva; ya que igual ambos se resuelven en el mismo sistema económico, basado
en el consumo y resuelto tecnológicamente.
La diferencia entre esos
modelos no es substancial sino de grado, con la regulación y liberación
respectiva del consumo; intensificado —luego de la depresión medieval— con el
intercambio desde el llamado nuevo mundo, dirigido al consumo; pero ya como
base de Occidente, desde la expansión fenicia sobre Micenas, y retomada con el eje
comercial flamenco veneciano. Además, por su especialidad en la administración,
esta clase es intercambiable entre ambos modelos políticos; definida por esa
especialidad en que controla la estructura social, administrando sus medios de
producción; que así no necesita poseer (Djilas), y cuyo manejo legitima en su
representación trascendentalista del proletariado.

Esta es entonces la
clase que se establece como élite especializada, en esa administración de la
sociedad socialista; y que no es por tanto una clase nueva, surgida en la
corrupción del proletariado, sino la misma y ya vieja clase media; que ha
conseguido el desplazamiento definitivo de la burguesía, con su propia
entronización como poder metropolitano. Lo que distinguirá a esta clase media
será su adaptación a la cultura postmoderna, en esa contradicción de la
burguesía; ya desde una posición establecida y no emergente, con una referencia
propia incluso, en los estados socialistas.
Es desde ahí que esta
clase media se ofrece como vía de desarrollo social a los ciudadanos,
alternativo a la burguesía; con un crecimiento exponencial de esta
especialización, que corta proporcionalmente el de la clase burguesa. El
problema será siempre su improductividad, por la que no puede sostener su
modelo económico, basado en el consumo; pero sin que lo pueda comprender nunca,
ya que su trascendentalismo —propio de la tradición Idealista— no es pragmático.

Será por eso que la
tensión política sólo pueda sostenerse en el modelo capitalista, en la
contradicción de la burguesía; que es la que retiene alguna capacidad de
producción, con la que alimentar el consumo, siquiera en el endeudamiento; que
es la estrategia económica desde la crisis de la monarquía francesa, cuando el
ministro de finanzas era un banquero. No obstante, esta contradicción sólo
tiene sentido mientras se mantenga el objeto socialista, eventualmente
triunfal; produciendo esas contradicciones, con su desclasamiento del
proletariado, finalizando en ello la entropía occidental.
Final
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