Como perspectiva del problema racial en Cuba, los temores
acerca de una africanización de Cuba no eran abstractos; se basaban en el
integracionismo —contraria al segregacionismo— de la cultura ibérica,
debilitando a la estructura occidental. El ilustracionismo negro, se desarrolla
entonces a la defensiva en Cuba, tratando de sobreponerse esa dificultad; que
no es política sino cultural, aunque su expresión sí sea política, en las
relaciones en que se organiza la sociedad.
Es en este esfuerzo que se entiende la estrategia de Juan
Gualberto Gómez, en la adecuación de esa cultura racial; con la asunción de sus
parámetros críticos, como guía de integración, que de todas formas canaliza su
base africana. Lo ni paradójico será el resultado, de un mestizaje que propicia
esa africanización, con la negrización de la sociedad; ya que la contradicción se
da en su expresión política, como trascendente, no en su realidad, como inmanente.

Eso no sólo se refiere a la realidad de la cultura
popular, con el intercambio interracial dado por la convivencia; que como valor
inmanente de lo social, se frustra igual en su expresión política, por la
estratificación económica; sino a esa discusión, ya funcionalmente
trascendental y no trascendente, en la experiencia existencial de su elitismo. A
lo que eso alude es a la condición socio política de esa misma élite pro-ilustrada,
que aporta su propia inmanencia; ya como parte de esa cultura popular, que
condiciona —si quiera en la contradicción— ese elitismo, del que ellos mismos
participan.
Como estructural, una dinámica parecida —aunque en
sentido inverso—, se daría en el segregacionismo norteamericano; cuando WEB Du
Bois subordina el movimiento negro del Niágara a la NAACP, del liberalismo occidental.
El sentido aquí es opuesto, porque Gómez va a negociar es la persistencia de la
cultura negra, en su asociacionismo; lo que se explica porque Gómez equivale más
a Frederick Douglas que a Du Bois, más cercano al falso integracionismo
martiano.

El problema racial entonces es de su especialización como
clase, respondiendo a sus proyecciones políticas en cada caso; que siempre van
a estar mediada por la clase media, en su propia pugna contra la burguesía, a
nombre del proletariado. La diferencia radicaría en que, conscientes o no,
tanto Gómez como Morúa Delgado, no pertenecen a esa clase media; sino que
integran el estrato popular de la sociedad, por medio de su especialización
racial, contenida por el racismo; mientras que Du Bois, como Martí, se desclasan
con su integración de la clase media, por su especialización intelectual.
Eso es más complejo aún, al darse por medio de los
respectivos ascendientes de Martí y Du Bois en esa clase media; tanto por el
mentorado y el patrocinio —institucional en el caso de Du Bois—, como por los
intereses en común. Estos intereses no son nunca los propios del proletariado,
sino de la clase media, en su especialidad intelectual; que es lo que la
enfrenta directamente a la burguesía, por su carencia de modos y medios de
producción propios.
Frente a esa tensión de la clase media y la burguesía, la
clase popular no posee medios pero sí modos de producción; garantiza su
supervivencia, y hasta el desarrollo eventual, con la integración —también
eventual— de la burguesía. Este es el conflicto tras la tensión aparente entre
la burguesía y el proletariado, que es en verdad de la clase media; que define
a la modernidad, desde su gestación en las transiciones del alto al bajo
medioevo, en la Europa del Sacro Imperio.
De naturaleza artificial, la clase media se forma —desde
la decadencia romana— con Carlos V de Francia, en el siglo XII; como estrategia
contra la expansión del imperio angevino, debilitando a los señores feudales,
con la creación de ciudades. Pero eso mismo tiene su ascendiente en Carlo
Magno, a cuya legitimación de hecho acude, en su extensión cultural; cuando
Carlo Magno no era aristócrata sino administrador de palacio, en ese estadio
intermedio de la clase media posterior.
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