Una de las figuras más enigmáticas, controversiales y
atractivas de todo el Cristianismo, es la de Judas Iscariote; que como apóstol
de Jesús, cumple la más extraña de las misiones en el plan de salvación, con la
entrega del Mesías. Eso, por supuesto, forma parte del mito fundacional de esa
religión, como base a su vez de la cultura Occidental; y ese será también el
caso de Andrés Petit, como apóstol de la cultura afrocubana, a la que habría
abierto su negritud.
Como el caso de Judas, el de Petit incluye el trasiego de
monedas de oro, a cambio de acceso al secreto salvífico; que en el cristianismo
consiste en la ejecución misma de Jesús, y aquí se refiere a la integración del
blanco cubano. Esto es muy interesante, porque no se trata de la integración
del negro en una cultura blanca, sino a la inversa; pero en un movimiento que diluiría
la profundidad cosmológica de esa cultura negra, en su adecuación de la otra.

En definitiva, como naturaleza, el mestizaje es incluso
una fatalidad en Cuba, sólo frustrada en su expresión política; pero no como
realidad, que es lo frustrado en esa expresión, acaparada por su seudo
aristocrática clase media. De ahí la efectividad de esa transacción de Petit,
permitiendo la integración definitiva del blanco en lo negro; que no es que no
fuera traicionera, sino que esa es su función, en la ambigüedad propia de todo
lo real. Otra cosa habría sido mantener la escinción política, por la que el
blanco no accedería nunca a esa negra profundidad; con esa vigilancia de la
seudo aristocracia —no de la burguesía—, con sus convenciones políticas sobre
el Bien y el Mal.

En esto, si la integración del blanco conduce al
desplazamiento del negro, tocará al negro su corrección; para lo que requiere
ese acceso directo, que consiste en la conciliación de ambas cosmologías, en lo
existencial. Eso es un fascinante, porque se resuelve en la potencia absoluta
de la cultura como existencial, sin gastarse en lo político; también en
definitiva, el determinismo religioso de eso político no es menos perverso que
el económico, sólo más dúctil; permitiendo el atomismo de lo social, que el
económico diluye en su solución política, por el poder de su corporativismo.
Esa dinámica esconde sutilezas, en la otra ambigüedad
política de la clase media, actuando como seudo aristocracia; que en ello manipula
a la clase popular, en su propia competencia —de intereses políticos—contra la
burguesía. Es ahí donde el determinismo económico debilita la estructura
cultural, desplazando su alcance existencial con el político; sólo salvable por
la consistencia de esa clase popular, en la emergencia religiosa, pero
sobrepuesta a la religión.
A esa paradoja responde el carácter misterioso y
controversial de los apóstoles incomprensibles, como Judas y Petit; y es por
eso que se resuelve en la regla singular del Mayombe (Monte) como Kimbisa, en
los trasiegos litúrgicos del Fambá. No bastaba —en lo trasatlántico— el
sacrificio de Sikán, hacía falta también el de su proyección etnológica
(Abakuá); creciendo en una reinterpretación criolla del cosmos, que es la
cultura como realidad, en su valor estrictamente humano.
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