Friday, March 14, 2025

La vieja clase II, el caos recurrente

Se parte entonces de la rigidez de la monarquía francesa, como lo que empuja a su aristocracia hacia la clase media; que en su especialidad intelectual desde la estrategia carolingia, se establece definitivamente como política; definiendo con ello la cultura política de la Modernidad, con esa contradicción artificial del humanismo liberal. Esto se debe a la dependencia de la monarquía de la burguesía, contra los intereses de esa aristocracia tradicional; a la que sustituye funcionalmente con la burguesía, transformando el capital, de militar por el financiero.

La diferencia estriba en que con eso, la monarquía no depende de la alianza con la aristocracia, que proveía sus ejércitos; que como la moneda de cambio de las transacciones políticas medievales, es el capital que permite la realización social. La transformación viene con la dependencia creciente del capital financiero, con el que el rey paga sus propios ejércitos; pero a cambio no sólo de una deuda creciente, que es exponencial de Luis XIV al XVI, sino incluso de su infraestructura política; que la compromete contra sus propios intereses, como al involucrarla en la Guerra de Independencia Norteamericana.

Eso es lo que ocurre con la intervención del banquero Jacques Necker, actuando como ministro de finanzas de Luis XVI; que para forzar un mayor financiamiento de la guerra en Estados Unidos, culpa a la corona de la bancarrota pública. El informe culpaba a Luis XVI de la estrategia de Luis XIV, establecida sobre la doctrina absolutista de Richelieu-Mazarino; que provenía a su vez de la estrategia política de Catalina de Médicis, en el enfrentamiento religioso con los puritanos.

La omnipresencia puritana en los conflictos de Inglaterra y Francia es curiosa, como religiosidad de clase media; que pasa a un segundo plano con la efervescencia de la aristocracia francesa, exacerbada por el absolutismo de Luis XIV. Mientras tanto, la debilidad estructural de la monarquía inglesa no presenta problemas a su aristocracia; que accede al aburguesamiento, contra los intereses de esa clase media, que erupta en la revolución de Cromwell.

Esta clase es entonces la que define a la cultura moderna en su expresión política, con su triunfo en Francia; que viniendo de su frustración en Inglaterra, hace confluir sus dos vertientes en la otra emergencia de Estados Unidos. Esto es importante, al replantear la naturaleza de la revolución francesa, como de la clase media, no burguesa; sino de esa clase media profesional, engrosada por la aristocracia disidente del absolutiosmo monárquico francés.

De esta clase que surge entonces la ilustración, concretando la estrategia carolingia, el administrador de palacio; dando lugar a la tradición Idealista, en ese absolutismo que resuelve la soberanía en la representación política. Por supuesto, la democracia directa es imposible ya desde la atrofia del hiper desarrollo de la república romana; e incluso la griega era conflictiva en potencia, en su naturaleza oligárquica, como base de la aristocracia feudal.

El problema en todos los casos es el hiper desarrollo, por el que el cuerpo social sobrepasa la capacidad infraestructural; que es económica, exigiendo un estrato especial para su administración, superpuesto con el crecimiento comercial. Eso habría colapsado a la sociedad romana, al no crear esa clase, especializada en la administración política; sino restringir esa facultad naturalmente, a las prerrogativas de la aristocracia, sobrepasada por sus propios intereses.

Este es el caos recurrente, que se resuelve con la dictadura desde Julio César a Augusto, como será también recurrente; y sería lo resuelto con la usurpación de Carlo Magno, cuando el imperio franco apuntaba en esa dirección, con Clodoveo. No obstante, dada su improductividad, esta clase será intrínsecamente débil, sosteniéndose sólo en el trascendentalismo; contrario a la estructura tradicional, de contradicciones directas (dialécticas), como económicas y no políticas.

Obsérvese también que, desde la antigüedad, los filósofos occidentales provienen siempre de la oligarquía comercial; estableciéndose como una clase parásita de la aristocracia, a la que justifica en este trascendentalismo. Eso en contradicción con la burguesía en la modernidad, con el desplazamiento por esta de esa aristocracia tradicional; explicando la extraña simbiosis, en que la monarquía proyecta sus propias contradicciones en ambas clases.

Continuará

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