La vieja clase II, el caos recurrente
La diferencia estriba en que con eso, la monarquía no
depende de la alianza con la aristocracia, que proveía sus ejércitos; que como
la moneda de cambio de las transacciones políticas medievales, es el capital
que permite la realización social. La transformación viene con la dependencia
creciente del capital financiero, con el que el rey paga sus propios ejércitos;
pero a cambio no sólo de una deuda creciente, que es exponencial de Luis XIV al
XVI, sino incluso de su infraestructura política; que la compromete contra sus
propios intereses, como al involucrarla en la Guerra de Independencia
Norteamericana.
La omnipresencia puritana
en los conflictos de Inglaterra y Francia es curiosa, como religiosidad de
clase media; que pasa a un segundo plano con la efervescencia de la
aristocracia francesa, exacerbada por el absolutismo de Luis XIV. Mientras
tanto, la debilidad estructural de la monarquía inglesa no presenta problemas a
su aristocracia; que accede al aburguesamiento, contra los intereses de esa
clase media, que erupta en la revolución de Cromwell.
De esta clase que surge
entonces la ilustración, concretando la estrategia carolingia, el administrador
de palacio; dando lugar a la tradición Idealista, en ese absolutismo que
resuelve la soberanía en la representación política. Por supuesto, la democracia directa es imposible ya desde
la atrofia del hiper desarrollo de la república romana; e incluso la griega era
conflictiva en potencia, en su naturaleza oligárquica, como base de la
aristocracia feudal.
Este es el caos
recurrente, que se resuelve con la dictadura desde Julio César a Augusto, como
será también recurrente; y sería lo resuelto con la usurpación de Carlo Magno,
cuando el imperio franco apuntaba en esa dirección, con Clodoveo. No obstante,
dada su improductividad, esta clase será intrínsecamente débil, sosteniéndose
sólo en el trascendentalismo; contrario a la estructura tradicional, de
contradicciones directas (dialécticas), como económicas y no políticas.
Obsérvese también que, desde la antigüedad, los filósofos
occidentales provienen siempre de la oligarquía comercial; estableciéndose como
una clase parásita de la aristocracia, a la que justifica en este
trascendentalismo. Eso en contradicción con la burguesía en la modernidad, con el
desplazamiento por esta de esa aristocracia tradicional; explicando la extraña
simbiosis, en que la monarquía proyecta sus propias contradicciones en ambas
clases.
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