Saturday, March 8, 2025

Digresiones de lo negro en Cuba

Tratando el fenómeno Abakuá, Alejandro Fernández Calderón atribuye el racismo cubano a un atavismo colonial[1]; lo que es problemático, aún como lugar común de la ideología anticolonial, para la comprensión efectiva de esa sociedad; que legando nuestras estructuras culturales, requeriría de un acercamiento más adecuado, como determinación existencial. En efecto, la sociedad colonial cubana es la que propicia el mestizaje, no siempre bajo la violencia esclavista sino como estilo de vida; alimentado por la convivencia de blancos pobres en conventillos y barrios negros, incluyendo la mediación activa de asiáticos; pues a diferencia del racismo norteamericano, el ibérico era integrativo y no excluyente, con su consiguiente resultado.

Eso no es una perspectiva romántica de la cultura esclavista cubana, al estilo del racismo benigno de su burguesía; sino el reconocimiento de sus diferencias funcionales, que determinan la singularidad del desarrollo político. Ahí es que debe enfatizarse el carácter burgués de ese racismo, mimetizado en su subcultura pronorteamericana; asustada del crecimiento de una clase media cada vez más mestizada, y con pretensiones políticas propias.

Esto ocurre hacia el último siglo del período colonial, pero justo con la formación de esa burguesía, en la sacarocracia; que impulsa el independentismo, como determinación económica de lo político —no a la inversa—, desde la invasión inglesa. Por eso, en todo caso, el racismo cubano no es un atavismo colonial, incluso si la colonia desarrolla su base política; sino que este es comunicado, desde la naciente burguesía criolla a su clase media, en ese mimetismo seudo aristocrático suyo.

Tampoco hay que confundirse, el racismo benigno puede ser más nocivo que el virulento del sur norteamericano; al condicionar al negro, como objeto pasivo de la sociedad, privándolo de sus propios recursos reflexivo-existenciales. Esto puede no ser culpable, en tanto subconsciente, producto de las distorsiones culturales de su propia clase política; y un ejemplo estaría en la comparación persistente de la liturgia afrocubana —desde Fernando Ortiz— con la representación teatral[2]; un lugar común, que parte de la racionalización de la reflexividad de la cultura, en función de la representación simbólica.

Eso, que distorsiona la comprensión cultura, en el elitismo intelectual desde Platón, neutraliza ahora su corrección; que corriendo por la clase popular, depende del carácter atómico de la estructura social, para realizarse en el individuo; pero es cohibido en el trascendentalismo histórico, que subordina toda individualidad, en el cuerpo social. Su importancia estaría entonces en la contradicción, no directa sino relativa y sesgada, de la especialización racial como de clase; redundando en una cultura también especial, en la que confluyen negros y blancos, en el universo religioso negro.

Eso, por ejemplo, no fue posible en Estados Unidos ni en Haití, con sus respectivos desarrollos de sentido inverso; y frente a los que el mestizaje cubano es una posibilidad existencial, de alcance incluso universal y humanista. Para eso sin embargo, hay que adecuar los referentes históricos, en sus determinaciones sobre la cultura; cuya expresión se frustra políticamente, justo por esta dificultad del trascendentalismo histórico, que aún subordina a lo negro.

La contradicción se deberá entonces a esa sujeción del negro al mito fundacional de la nación, que es de su burguesía; y traspasada a la clase media en las turbulencias del período republicano, y con esta a la ideología revolucionaria; atribuyendo a la estructura colonial sus propios vicios, camuflados en el falso clasismo de su expresión política. De hecho, es el carácter seudo burgués de esa clase media blanca, la que perpetúa este racismo, ya a veces ni tan benigno; cuando aquella burguesía original ya era seudo aristocrática, haciendo de la inconsistencia el vicio mayor de nuestra cultura.



[1]. Cf: La Sociedad abakua, los hijos de Ekpe, Editorial Ciencias Sociales, Cuba 2017, pp. 17-21

[2]. Cf: Op. cit., p 30 ss.

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