Sunday, February 23, 2025

El pragmatismo ontológico de origen africano, del epílogo a MogiNganga

Es curioso el paralelismo de las cosmogonías griega y africana, aunque por confluencia antes que influencia directa; como en la rivalidad de Olokun y Obatalá por el control del mundo en Ifé, como de Poseidón y Atenea por Atenas. En el caso griego, Atenea vence a Poseidón probando su utilidad, concediendo al pueblo la potestad del juicio; en el caso yoruba, el juicio es de las mismas divinidades en su suficiencia, y lo gana Obatalá por su inteligencia, no su utilidad. La Yemallá de la tradición popular —recogida por Rómulo Lachatañeré— sintetiza este conflicto como existencial; como la Yembó original, una campesina estéril que recibe la fertilidad de Obbatalá, con su adopción de Shangó[1].

En este sentido, la figura histórica de Shangó es la del tirano impopular, condenado por sus excesos al suicidio; que debe acometer por mano de su esposa —como naturaleza—, dado su propio alcance como expresión política. Esto no sería un símbolo de valor moral —como desde el trascendentalismo histórico—, sino una dinámica existencial; por la que en su realización, como expresión política, el ser humano no puede sobreponerse a su naturaleza; actuando en función de sus intereses, primero individuales y en ello de clase, corrompiendo ese trascendentalismo.

Es por eso que su naturaleza, en el culmen de sus contradicciones, produce su crisis estructural en lo político; pero siendo existencial en este sentido crítico, por la contradicción de su inmanencia, en ese trascendentalismo. Como figura histórica, asimilado a Yakutá, Shangó reordena así el sentido del panteón, inaugurando lo político; cuyo potencial reside entonces en Oggún, en tensión con el cual se desarrolla el drama cósmico, a través de Yemallá.

Como Shangó —pero a diferencia de Oggún— Yemallá es una figura histórica, asimilada a la divinidad de Olokun; refiriéndose al fin de la era de los erumales[2], más conceptual que la cosmogonía griega al concluir la era titánica con Zeus. Como ejemplo, las personalidades asociadas a Shangó lo son también a la política, o al menos a su pretensión; pero son en ello mismo trágicas y controvertidas, tendientes a la violencia y la frustración existencial de esta realización.

En una explicación del ejemplo, un mitos primordial de Shangó explica su tragedia, semejante a la de Heracles; al provocar la desgracia de su casa, con la manipulación descuidada de sus poderes sobre el rayo, provocándole la locura. Nótese que, con Shangó como figura histórica fundando la expresión política de lo real, esto nace a su vez del agua; reproduciendo la dinámica de la cosmogonía bantú, aunque no de forma consecuente sino confluyente en el paralelismo.

Eso apuntaría a una practicidad, no surgiendo de la nada sino de lo informe, como el Caos griego antes de Urano; cuya primera connotación actual está en lo salvaje, el Monte (Mayombe) como el espíritu (¿Elán?) que se expresa en lo real. Como espacio de valor efectivo y no simbólico, esto es la ciudad trascendente de la literatura, en su función referencial; desde la Jerusalén celeste (Ap. 21, 1-2) a la Ciudad de Dios, que va desde el Idealismo platónico al humanismo de Tomás Moro.

En esa misma función, pero simbólica (política) más que eferente (existencial), pasaría en la literatura contemporánea; en el trascendentalismo del llamado Realismo Mágico, desde Santa Mónica de los venados, Macondo y Nueva Venecia. No obstante, contrario a esos casos anteriores, ese espacio no es una abstracción (Eidos) que culmina lo real; sino su potencia, a la que lo real acude en busca de sus referencias, que son existenciales y no políticas como aquellas.

 


[1] . Cf: Rómulo Lachatañeré, Op. cit. Nótese que, contrario al origen mestizo y popular de Lachatañeré, la etnografía cubana es obra mayormente de blancos de origen burgués.

[2] . Erumale significa resplandor en lengua yoruba, explicando el emanacionismo de esta cosmología, con los erumales provenientes de la absolutividad de Dios, mientras los orishas (Igbamoles) provienen de la Igba (güira) que forman Obatalá y Oduduwa.

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