Saturday, February 22, 2025

Contra el pensamiento moderno

La idea de que el capitalismo moderno surge del industrialismo inglés, elude su sostenimiento por la cultura; que en expansión desde el descubrimiento del llamado Nuevo Mundo, inundaba al mercado de objetos suntuarios. Esta expansión, previa a la revolución tecnológica, sería la que determine los hábitos de consumo, estimulando la industrialización[1]; como una cultura no sólo consumista, sino dependiente además de ese consumismo, en la artificialidad de su organización económica.

Como un fenómeno cultural, con una expresión política propia, esto sería lo que distorsione a la cultura moderna; ya en crisis por su propia contradicción hermenéutica, con la especialización política de su clase media como intelectual. Ni el capitalismo ni la burguesía serían fenómenos modernos, definiendo a la cultura occidental desde la antigüedad; cuando la expansión del comercio fenicio fuera de su marco regulatorio propio, reconformara la estratificación política griega.

Será entonces la especialización intelectual de la clase media, con el comercialismo moderno, lo que provoque la crisis; y esto provendrá a su vez de los conflictos políticos —no económicos— de la transición al bajo Medioevo, con el renacimiento carolingio. Ese renacimiento carolingio, sería de hecho una extensión del merovingio, pero careciendo de una clase media; que sólo aparece con Luis VI en el siglo XII, en su estrategia contra la expansión del imperio angevino; y por eso toma sus referencias de ese período carolingio, como instancia más cercana de su legitimidad política[2].

Ni siquiera la Modernidad, con la caída de Granada y el descubrimiento del Nuevo Mundo, sería un renacimiento original; sino un reordenamiento, que explica la persistencia postmoderna de la estructura política del Feudalismo medieval; incluida la adscripción a la gleba (tierra), por la que los ciudadanos no pueden moverse libremente entre los países. Todo esto implica que el pensamiento moderno se habría desarrollado como una obra de pura ficción política; hermenéuticamente condicionado, por su dependencia económica, tanto a la aristocracia como a la corona; explicando el período como un desorden progresivo, antes que como orden cultural propiamente dicho.

De ahí que la crisis en que culmina la Modernidad en el siglo XIX, no sea exactamente política sino antropológica; sobrepasando en este carácter la del imperio romano —que sobrevivió en el bizantino— y la de la Grecia arcaica; para resolverse en una postmodernidad, que sólo marca el establecimiento de un nuevo orden, como el de los germanos en Roma. Para comprender este fenómeno, es preciso entonces sobreponerse a su determinación, que es hermenéutica; no económica, porque la economía sólo posibilita su realización histórica, en una expresión política, pero no la determina.

De ahí que toda renovación de la estructura provenga siempre de su base popular, étnicamente definida en una identidad; porque esta identidad será la que provea los referentes propios de sus necesidades, como existenciales en vez de políticas. Esto se revertirá, reconformando esa hermenéutica, en su marco político como orden en desintegración, por su disfuncionalidad; pero sin su determinación, dada la marginalidad, por la que habría recurrido a su identidad antes que a la convención política.

Nada de esto lo puede entender el pensamiento moderno, porque su naturaleza es dialéctica y no trialéctica; y en eso puede comprender la historia, pero no su determinación, que es transhistórica como condición de lo real. De ahí esa insuficiencia, desde la que todas sus proyecciones son contradictorias pero en dicotomías, no tricotomías; por su incomprensión de la naturaleza transhistórica de lo real, estructurado en su inmanencia, no en su trascendencia.



[1] . Se refiere no solo al oro y la plata, que facilitó el mercantilismo inundando los mercados, sino a los bienes de consumo; que como el tabaco, el alcohol y el azúcar, no son tan importantes a la existencia como la lana inglesa, a la que desplazan.

[2] . Se refiere a la formación de ciudades bajo protección real —con una estructura burocrática— dentro de los feudos bajo jurisdicción angevina; referido a la entidad formada por el condado de Anjou y los ducados de Aquitania y Normandía, propiedad de la corona inglesa. De esta funcionalidad, se entiende el carácter seudo aristocrático de la clase media; en tanto su desplazamiento funcional de esa aristocracia, proveyendo al estado el nuevo capital de la ideología, con su especialización intelectual.

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