Contra el pensamiento moderno
Como un fenómeno cultural, con una expresión política
propia, esto sería lo que distorsione a la cultura moderna; ya en crisis por su
propia contradicción hermenéutica, con la especialización política de su clase
media como intelectual. Ni el capitalismo ni la burguesía serían fenómenos
modernos, definiendo a la cultura occidental desde la antigüedad; cuando la
expansión del comercio fenicio fuera de su marco regulatorio propio, reconformara
la estratificación política griega.
Ni siquiera la Modernidad, con la caída de Granada y el
descubrimiento del Nuevo Mundo, sería un renacimiento original; sino un
reordenamiento, que explica la persistencia postmoderna de la estructura
política del Feudalismo medieval; incluida la adscripción a la gleba (tierra),
por la que los ciudadanos no pueden moverse libremente entre los países. Todo
esto implica que el pensamiento moderno se habría desarrollado como una obra de
pura ficción política; hermenéuticamente condicionado, por su dependencia económica,
tanto a la aristocracia como a la corona; explicando el período como un desorden
progresivo, antes que como orden cultural propiamente dicho.
De ahí que toda renovación de la estructura provenga
siempre de su base popular, étnicamente definida en una identidad; porque esta
identidad será la que provea los referentes propios de sus necesidades, como existenciales
en vez de políticas. Esto se revertirá, reconformando esa hermenéutica, en su
marco político como orden en desintegración, por su disfuncionalidad; pero sin
su determinación, dada la marginalidad, por la que habría recurrido a su
identidad antes que a la convención política.
Nada de esto lo puede entender el pensamiento moderno, porque
su naturaleza es dialéctica y no trialéctica; y en eso puede comprender la
historia, pero no su determinación, que es transhistórica como condición de lo
real. De ahí esa insuficiencia, desde la que todas sus proyecciones son
contradictorias pero en dicotomías, no tricotomías; por su incomprensión de la
naturaleza transhistórica de lo real, estructurado en su inmanencia, no en su
trascendencia.
[1] . Se
refiere no solo al oro y la plata, que facilitó el mercantilismo inundando los
mercados, sino a los bienes de consumo; que como el tabaco, el alcohol y el azúcar,
no son tan importantes a la existencia como la lana inglesa, a la que
desplazan.
[2] . Se
refiere a la formación de ciudades bajo protección real —con una estructura
burocrática— dentro de los feudos bajo jurisdicción angevina; referido a la
entidad formada por el condado de Anjou y los ducados de Aquitania y Normandía,
propiedad de la corona inglesa. De esta funcionalidad, se entiende el carácter
seudo aristocrático de la clase media; en tanto su desplazamiento funcional de esa
aristocracia, proveyendo al estado el nuevo capital de la ideología, con su
especialización intelectual.
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