Saturday, March 30, 2024

De la serie de Gustavo E. Urrutia

Nunca se insistiría bastante en diferenciar la intelectualidad de Morúa Delgado, de la agudeza política de Urrutia; sólo comparten el pragmatismo, que en uno se retrae probabilista, y en el otro se proyecta más táctico aún que estratégico. Entre ambos ilustran el diapasón de la inteligencia negra en Cuba, con todo y su matiz conservador; al que el relativo liberalismo de excepciones como Juan Gualberto Gómez apenas alcanzan a matizar, señalando su funcionalismo.

La diferencia no es sólo extraña sino también funcional, que es lo que los hace a ambos importantes en esa ilustración; uno en la organización de una cosmología en el valor dramático de lo real, cuya antropología aflora en su literatura; el otro en la comprensión de esa cosmología, e implementándola minuciosamente, en el escueto artículo de opinión. Por eso Urrutia no puede atreverse nunca —tampoco le importa— en un proyecto como el Ensayo político[1] de Morúa; pero puede empujar esa visión, como no puede hacerlo el otro en su excelencia literaria, hablando al hombre común.

El otro valor de Urrutia es la ilustración del conservadurismo cubano, en su avance político con el triunfo de Batista; que no puede obedecer a una frivolidad folclórica o una mera inmoralidad, que es a lo que se lo reduce ideológicamente. Toda comprensión de Batista está determinada por su violencia, como si la revolucionaria no fuera igual de viciosa; como si la violencia no fuera lo propio de la cultura política cubana, desde su misma génesis en el voluntarismo de los hacendados criollos.

Esta persistencia debería llamar la atención sobre su naturaleza, al menos en el caso de los negros cubanos; que desde que Morúa presidió el senado, sólo con Batista —y nunca más— alcanzaron alguna preeminencia política. Batista significa algo, que es más serio que la supuesta veleidad de un pueblo al que nadie se molesta en comprender; y ese secreto estaría en esta sombra socarrona, que lo sigue como un sesenta y cuatro con que tropieza recurrente el país.

Urrutia deja claro que el racismo cubano, distinto de su prejuicio racial[2], es un mimetismo del norteamericano; por eso es propio de una alta burguesía de pretensiones aristocráticas, alejándose de todo vínculo pequeño burgués y proletario[3]. Eso es importante, porque es esa falsa burguesía la que rechaza a Batista como a lo cubano en general en la política; y en ese juego de dicotomías, lo cubano es esa socarronería que se le atraviesa persistente, eventualmente con su misma violencia.

Esto es importante, porque desvía a Cuba la posibilidad de desarrollo que se hace imposible en Estados Unidos; ya que lo humano no puede concretarse en esa violencia de la subyugación, si depende de la voluntad para relacionarse. Eso significaría la fuerza de Batista, comprensible en el razonamiento increíblemente liberal del conservadurismo de Urrutia; y es el tipo de sutileza que, en su extrema practicidad táctica, que escapa a las grandes cosmologías como la de Morúa y su literatura.

Hay un detalle en la alegría con que Urrutia se refiere a Nicolás Guillén, no importa la evidente divergencia ideológica; y que recuerda la persistencia subrepticia con que Guillén mantiene en la Cuba revolucionaria las memorias de Lino Dou y Morúa. Se trata de una identidad, que no siendo política tampoco es racial —en ese mismo sentido ideológico— sino existencial; aunque esta existencialidad provenga —como pragmatismo— de su experiencia, en la depauperación política de su raza. Es el mismo y callado esfuerzo —puede que inconsciente— con que Fernández Robaina los recoge a todos y los ordena; no importa si lo hace solapado, en ese contexto de la Sociedad Aponte, que otros aprovechan para jinetear a los negreros norteamericanos.



[1] . Se refiere al Ensayo político o Cuba y la integración racial.

[2] . El racismo y el prejuicio racial serían categorías distintas, referido uno a la organización de la sociedad como principio, y el otro a un atavismo cultural con prácticas concretas; en este caso, el prejuicio racial cubano se subordinaría por principio al integracionismo de la cultura ibérica, mientras su racismo lo haría al mimetismo de la alta burguesía cubana del segregacionismo norteamericano.

[3] . La estratificación excesiva del racionalismo moderno tiende a identificar a la burguesía como una clase única, que desconoce su misma formación; con la alta burguesía generada a partir de la especialización financiera de una parte suya, que le permite sustituir a la aristocracia tradicional, con la transformación del capital, de militar a financiero.

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